domingo, 22 de marzo de 2009

CONEXIÓN

CONEXIÓN, Número 6. 31 de marzo de 2009. Toledo



EL POEMA


El río Tajo















Río Tajo, río Tajo,

sobre ti sueña Toledo

que vuela alto, muy alto,

para apuntalar el cielo.


Río Tajo, río Tajo,

Toledo sobre ti sueña

que suenan luz sus campanas

y tienen alas sus piedras.


Río Tajo, río Tajo,

sobre ti sueña Toledo ,

y el viajero que viene

a estrenar su otoño nuevo.










EL RELATO


Un encuentro inesperado

El día anterior habíamos telefoneado a nuestros dos hijos, al mayor que vive en Huelva y al menor, de Cerdanyola, para darles la buena nueva de que ya nos encontrábamos en Toledo, en la posada que ambos habían contratado para pasar unos días en la ciudad imperial, como regalo por mi reciente jubilación. El resto de la primera jornada se nos fue visitando la catedral, el patio de la enfermería del convento de Santa Isabel, prodigio del estilo mudéjar, y la vecina iglesia de San Bartolomé con sus frescos impresionantes. Agotados del viaje y de la caminata de tanteo, más que de acierto, por el dédalo de calles que forma un triángulo alrededor de la posada donde estamos alojados, triángulo que tiene su vértice más alejado en San Juan de los Reyes, cenamos frugalmente en el comedor del hostal y nos metimos en la cama pensando en el itinerario que al día siguiente, con el plano que nos había ilustrado el dueño de la Posada, íbamos a seguir buscando el mundo de Bécquer. Tras desayunar copiosamente, pues el camino que nos esperaba era duro, nos echamos a la calle. Bordeamos la muralla de Toledo por la parte del Tajo subiendo cuestas interminables y empedradas hasta dar con el Paseo del Tránsito. Aquello nos sonaba del día anterior, como el paso por delante de San Juan de los Reyes. Dejamos atrás el palacio de la Cava y la Puerta del Cambrón. La vista que se contemplaba desde allá arriba compensaba el esfuerzo que habíamos hecho. El Cristo de la Vega nos esperaba abajo con su leyenda. La guadadora nos abrió la verja y nos franqueó la puerta de la iglesia. Y aunque el Cristo del altar era sólo una réplica del verdadero, que fue quemado durante la guerra civil (los restos pueden verse en una gran fotografía a la izquierda de la entrada), a mí no me importaba. La visión del brazo desenclavado del crucificado despertaba en mí recuerdos emotivos de mi infancia de la primera vez que escuché de labios del maestro la leyenda de la promesa incumplida y el testimonio del Cristo ante el cual Diego había prometido a Inés casarse con ella cuando volviera de la guerra contra los moros. Luego seguimos el camino del Tajo por la orilla, dejando arriba el Puente de San Martín y más allá los Baños de las Tenerías y otros restos de culturas antiguas. La caminata acabó en la cuesta de la casa del Diamantista y por ella ascendimos hasta la plaza de los Concepcionistas. Llegamos rendidos al Arco de la Sangre, al pie del cual Cervantes, con los ojos pintados por los grafiteros, nos sonrió compasivamente. Incapaces de llegar a la Posada, comimos en un restaurante que encontramos en la Calle del Hombre de Palo. Nos sentó bien la vianda toledana (cornamusas y media perdiz entre escabechada y estofada) y el vino con que la acompañamos. Después, con el cansancio pegado a las piernas y la pesadez de los manjares rondando el estómago y la cabeza, nos acercamos no sin esfuerzo a la posada a echar una pequeña siesta, según es nuestra costumbre. A media tarde, con la ruta de Bécquer bien marcada sobre el plano, volvimos a ponernos en marcha. Y aquí fue cuando sonó el móvil de mi mujer. Nos encontrábamos en lo alto de la calle del Nuncio Viejo, cerca de la ingente iglesia de los Jesuitas. Era el hijo mayor que nos llamaba para preguntarnos qué hacíamos y por dónde andábamos. Le dijimos que buscando sitios donde Bécquer había situado la acción de algunas de sus leyendas. De repente la batería del móvil de mi mujer empezó a dar señales de agotamiento y la comunicación se cortó. A todo esto habíamos iniciado la cuesta de San Clemente. Entonces decidí usar mi móvil para seguir hablando con mi hijo. "Menos mal que lo llevas encima", me dijo con la voz entrecortada. "¿Por dónde vais ahora?" "Estamos frente a la portada de San Clemente, según la guía obra de Alonso Berruguete". En ese momento un coche empezó a bajar la cuesta y se cruzó con nosotros, que tuvimos que refugiarnos en el quicio de la entrada para no ser atropellados. "¿Y tú qué haces?", le pregunté. "Lo mismo que vosotros, caminando", la voz seguía sonándole como cansada, al límite; el ruido de un coche sonó como fondo de su voz.
"Tú también andas por un sitio lleno de coches. Huelva tampoco se libra de ellos." "¿Huelva? Mira para atrás." "¿Que mire para atrás?" "¿Qué dice?", me preguntó mi mujer. "Que mire para atrás." Y como movidos por el mismo resorte giramos la cabeza y allí, iniciando la cuesta de San Clemente, con el móvil pegado a la oreja, estaba nuestro hijo mayor. La alegría que nos llevamos es indescriptible. Le hacíamos naturalmente en Huelva. Pero, tras besarnos sin dejar de sonreír por la alegría, nos aclaró el misterio. Hacía días que estaba en Alcalá terminando el trabajo de investigación que había iniciado meses antes. Y hacía un par de meses, por la época en que su hermano y él habían contratado la posada para nuestra estancia en Toledo, él también había contrado una noche en un hostal de la ciudad imperial. "Menos mal que Javi no os ha dicho nada, tal como le pedí." Estás hecho polvo, hijo", le dije. "Hombre, ¿a ti qué te parece? Vengo hablando con vosotros desde el hostal, subiendo cuestas sin parar. Y menos mal que traías el móvil. Bueno, ¿dónde hay una terraza para tomar una cerveza?" "Aquí arriba hay una. Estaremos acompañados de Garcilaso." Y entre risas por la aventura vivida, pasamos la tarde juntos y parte de la noche. Él cenó sopa castellana y perdiz a la toledana, que era un capricho que quería darse. Brindamos durante la cena por su hermano, cómplice de su hazaña, y seguimos durante un buen rato comentando el inesperado encuentro en Toledo, a mitad de camino entre Huelva y Barcelona.



LA NOTICIA

Ya no se visita al Cristo de la Vega



La visita al Cristo de la Vega de Toledo ha descendido considerablemente durante estos últimos años. Eso nos dijo la celadora que se encarga de abrir la puerta del templo donde se halla esta imagen tan singular que muestra un brazo desenclavado, imagen (todo hay que decirlo) que es una réplica de la auténtica, que fue quemada durante la tan odiada y odiosa guerra civil. Imagen que recuerda la leyenda de la que se hizo eco Zorrilla en el siglo XIX en su famosa obra en verso A buen juez mejor testigo, cuya lectura desde aquí recomendamos. También nos comentó la guardadora que parte de la culpa de que no vengan tantos turistas como antaño a visitar al Cristo la tiene el propio Ayuntamiento, que no lo incluye en sus visitas guiadas y gratuitas, y también las agencias de viaje con autobús incluido, que prefieren visitar el centro histórico de la ciudad (el conjunto de las basílicas de Santa Leocadia y del Cristo de la Vega queda bastante retirado del núcleo urbano) porque reciben regalos y comisiones de los dueños de las tiendas visitadas, especialmente las que venden damasquinados, espadas, dulces, mazapanes y otros típicos productos de Toledo. Finalmente, nos decía compungida la celadora del templo que ya sólo acostumbran visitarlo personas particulares como nosotros, interesadas en la cultura, el arte y la belleza y que no tienen en cuenta el esfuerzo físico ni las distancias. Sin embargo, la picaresca, que no deja de existir en ningún sitio, aquí no iba a ser menos, y algunos autobuses, que tienen problemas para estacionar dentro de la ciudad, después de que sus viajeros ponen pie a tierra en el lugar adecuado, vienen a aparcar en la explanada cercana a las basílicas, detalle que pudimos comprobar con nuestros propios ojos.












EL COMENTARIO



Hacer turismo en Toledo




Si Toledo sólo fuera una ciudad con una riqueza cultural y artística de primer orden, que lo es, y pasear por sus calles no resultara tan arriesgado por el aluvión de coches que vienen y van por las sendas más estrechas de su tramado urbanístico, que también lo es, las cosas a la hora de elegir un lugar para disfrutar con holgura y paz de su patrimonio monumental serían de otra manera. Si lo que quiere el turista es contemplar a sus anchas una exposición extraordinaria de El Greco, en Toledo tiene una insoslayable oportunidad de hacerlo en el antiguo convento de Santa Fe, anexionado al Museo de Santa Cruz, y, oh fortuna de las fortunas, además gratis. Y si lo que le interesa es dar un magnífico repaso histórico por la España de principios del siglo XIX, durante la Guerra de la Independencia, podrá también hacerlo en el incomparable marco del Museo citado, asimismo sin tener que desprenderse de un euro. Pero si de lo que se trata es de dar unos pasos por el dédalo de calles, callejuelas, callejones, cuestas y plazas para hallar una iglesia, un palacio, unas termas o cualquier otro monumento artístico, lo mejor será que se arme de valor y esté dispuesto a arriesgar su integridad física. Porque le esperan en el camino, siempre emocionante, un sinfín de contratiempos todos ellos relacionados con el tráfico rodado. ¿En qué habrán pensado las autoridades municipales para convertir el turismo de la ciudad, que es con mucho el más importante factor de sus ingresos, en una aventura constante llena de sobresaltos y acechanzas rodadas? Y el turista deja aparte el ruido ensordecedor de los motores de coches y maquinarias de todas clases que hasta los santos de las iglesias, toledanos incondicionales ellos, deben de notarlo a todas horas. Y el turista deja aparte las exageradas tarifas que por visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad cobran los poderes civiles y eclesiásticos de la misma. Un ejemplo que clama el cielo: para visitar la catedral el viajero debe pagar 7 euros. Recuerdo que no hace mucho se podía visitar totalmente gratis. Para acudir a los oficios, el creyente tiene la opción de entrar en el santo recinto por la Puerta del Reloj y allí, encerrado en un cuadrado de verjas, puede asistir a la misa que se ofrece en la capilla de la Virgen del Sagrario. Pero no todo es negativo en el turismo de Toledo. Al contrario, el turista atento y bien informado, puede acceder a visitas guiadas por ciertos itinerarios totalmente gratis que le ofrecerán la oportunidad de ver otro Toledo desconocido. Yo mismo pude comprobarlo vistando las maravillas del convento de Santa Isabel, en especial el patio de la Enfermería, y la iglesia de San Bartolomé, con su torre mudejar y sus impresionantes frescos renacentistas. Asimismo, contemplé a mis anchas las nuevas termas romanas de la calle del Nuncio Viejo y las excavaciones llevadas a cabo en el patio de una casa particular de la misma calle. En fin, Toledo siempre será Toledo y el viajero que quiera ver belleza y vivir las leyendas relacionadas con el arte, allí dispone de un filón interminable, aunque eso sí, debe cuidar de su integridad física cuando se eche a la calle en busca de una belleza artística o un rincón sentimental determinados. Antes de cerrar este comentario, al turista se le ocurre hacer una petición al Ayuntamiento de la ciudad: Que se aísle el centro histórico y artístico del tráfico rodado. Sería una beneficio para todos.



















OTROS


Leyendas toledanas


Dejando aparte las que Gustavo Adolfo Bécquer sitúa en algún lugar de la ciudad imperial (La ajorca de oro, en la Catedral; El beso, en Zocodover y San Pedro Mártir; El cristo de la calavera, en la calle del mismo nombre, prolongación de Locum, muy cerca de la Posada donde hemos tenido el gusto de vivir estos días; o La voz del silencio, entre otras), y que el lector puede encontrar en alguna de las muchas ediciones que existen de las Leyendas de Bécquer, Toledo posee un sinfín de tradiciones, la mayoría relacionadas con el amor y la devoción religiosa. Empezaremos por la del cristo de la Vega, por si alguno no la conoce todavía. Es la historia de la promesa de casamiento incumplida hecha por Diego Martínez a Inés de Vargas ante la imagen del Cristo de la Vega, con juramento incluido. La guerra y la distancia hicieron que Diego se olvidara de la promesa de casarse con Inés a su regreso a Toledo. Ésta se la recordó y ante la negativa del hombre de cumplir su juramento, acudió a la Justicia de Toledo para que reparara su honra aseverando que la imagen del Cristo de la Vega fue testigo de la promesa. De modo que el juez y el escribano, seguidos de una multitud de gente, acudieron a la iglesia para pedir a la sagrada imagen que testificara la verdad de la promesa. Los versos de Zorrilla no pueden ser más elocuentes: "Asida a un brazo desnudo / una mano atarazada / vino a posar en los autos / la seca y hendida palma, / y allá en los aires "¡Sí juro!"/ clamó una voz más que humana. / Alzó la turba medrosa / la vista a la imagen santa.../ Los labios tenía abiertos / y una mano desclavada." Tras aquello, Inés renunció a las vanidades del mundo lo mismo que Diego, y ambos se refugiaron en la serenidad y soledad de la religión.


Y ya que hablamos de Cristos, la leyenda del Cristo de la Luz es también muy conocida en Toledo. Se cuenta que durante la dominación árabe en la ciudad, los cristianos ocultaron el Cristo que veneraban para que no fuera objeto de sacrilegios por parte de los dominadores. Y cuando tras el paso de los siglos Alfonso VI ( el de la mano horadada, que da lugar a otra leyenda)conquistó la ciudad y entraba con su caballo por la Puerta que lleva hoy su nombre para hacerse cargo del gobierno de Toledo, su corcel dobló la rodilla a la altura de la mezquita del Cristo de la Luz y se negó a continuar su marcha. Al punto, se interpretó el gesto del caballo como una señal divina y el Rey entró en la mezquita; allí descubrió al pie de un muro una extraña claridad. Mandó cavar en aquel sitio y se dio con un Cristo que tenía a sus pies una lámpara encendida, la cual milagrosamente había permanecido sin apagarse todo el tiempo que había durado la dominación árabe sobre la ciudad. En conmemoración de ese milagroso hallazgo, Alfonso VI convirtió la construcción árabe en una ermita dedicada a la santa imagen.

Y para no alargar demasiado esta sección, nos haremos eco aquí de una leyenda que tiene como protagonista a la Virgen llamada de los Alfileritos. En la calle del mismo nombre, prolongación de la de la Sillería, el viajero atento puede encontrar aún (yo tuve esa suerte un día de mi última estancia en Toledo) adosada a una fachada una pequeña capillita acristalada que tiene una Virgen. En la repisa de la capilla sobre la que se apoya la sagrada imagen pueden verse algunos alfileres y otros accesorios femeninos parecidos, como horquillas para el pelo. La tradición cuenta que una modistilla sin suerte para el amor acudió en ayuda a la Virgen ofreciéndole los alfileres que empleaba en su trabajo, viendo para su sorpresa que algunos de ellos se quedaban de pie sobre la repisa. Sin salir de su asombro, comprobó más tarde que su suerte amorosa cambió de repente viendo que un mozo del que andaba enamorada le entregaba su corazón. Desde entonces nació la costumbre de echar a la Virgen alfileres para lograr favores amorosos.

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