martes, 3 de marzo de 2009

CONEXIÓN

CONEXIÓN. Número 5. 15 de marzo de 2009. Cerdanyola


EL POEMA

Como el vino















Obra de generosidad es el talento
Y no de ahorro. Alzar
El frágil andamio de la esperanza,
La fiel conformidad
A los naufragios diarios de la arruga
en el ánimo, a las heridas del alma.
Y poco a poco ver cómo madura
El árbol con sus sombras más humanas,
aun sabiendo que dentro, por la savia,
navegará la muerte hacia su puerto.

Como la fruta
Bajo la ley del tiempo y de la espera,
como el vino sujeto a los rigores
y disciplina de la fiel bodega,
La dura vigilancia, las condenas
Que nos suben al cielo
O nos sepultan entre las miserias.
Celebrar la madurez,
Crecer en la madera
Como una yedra fiel. Oh, sacramento
Final del vino exacto
que en vez de emborrachar cura y alegra.
Celebrar la madurez
de la fruta que ha logrado su fiesta
y se entrega a la boca de la vida
como el grano a su surco fiel se entrega.


EL RELATO

Una historia de Paco


Al llegar a casa del Instituto un día de febrero de 2008, mi mujer me dijo que el Extremeño, un viejo compañero de trabajo del primer colegio donde trabajé y que hoy en día está jubilado, había llamado por teléfono muy pronto por la mañana para dar una mala noticia: Paco, un viejo amigo y compañero del Colegio, había muerto la noche pasada de un infarto. Añadió que más tarde, cuando supiera en qué tanatorio se expondría su cadáver, volvería a llamar. Como era hora de comer, marqué el número del Extremeño para hablar con él. Me dijo que aún no sabía nada sobre el tanatorio y me adelantó que a Paco se le había roto la aorta y que se había quedado muerto en la mesa de la operación urgente a que lo habían sometido los médicos del Clínico. Añadió que, como donante, a Paco le estaban extrayendo los órganos y que sus familiares dudaban entre dos tanatorios para exponer su cuerpo: el de Les Corts y el de Sancho Dávila. Concluyó con la voz cortada por la emoción que en cuanto supiera algo me volvería a llamar. Le dije que yo tenía clases por la tarde en el Instituto pero que mi mujer se quedaba en casa para recoger cualquier recado y le sugerí ir juntos al tanatorio escogido al salir de clase.
Y así lo hicimos. Fue un duelo. Allí estaban los amigos de siempre con los ojos rojos de haber llorado. Y su mujer y sus hijos, vivamente emocionados por la amistad que su esposo y padre había sabido infundir entre tanta gente. En un aparte el hijo mayor me dijo que su padre durante las últimas semanas había estado escribiendo unos recuerdos sobre su paso por el Colegio donde ambos habíamos sido profesores antes de que pasáramos a ejercer la enseñanza en centros estatales, recuerdos que quería que tuviera yo, en caso de que le ocurriera algo. El chico añadió que, en cuanto pasaran los días de luto, me lo haría llegar por correo.
Los días que siguieron al entierro de Paco se me hicieron larguísimos hasta que a principios de marzo recibí la notificación de un envío. Con los nervios desatados pasé por la estafeta para retirar el paquete que venía a mi nombre. Era en efecto lo anunciado por el hijo del difunto. Eran dos cuadernos manuscritos con aquella letra limpia y seria de mi amigo y compañero.
En el primero había apuntes sobre su vida y su tierra, Olite (Navarra). El segundo manuscrito contenía muchas hojas en blanco y algunas notas sobre Historia del Arte, asignatura que Paco había enseñado en el Colegio y por la que había sentido siempre verdadera devoción.
Durante días estuve ojeando aquellos escritos de mi amigo y, al final, decidí escoger algunos para empezar a enviarlos a algunas revistas, cuyos directores conocía, para pedirles que los publicaran. Hubo un trabajo, el titulado El perro de Goya, que mereció los aplausos de Sérvulo, el director de Artes Secretas, una publicación trimestral que se había especializado en misterios relacionados con la literatura y el arte.
El escrito en cuestión empezaba de la forma más peregrina. Un aficionado a frecuentar el Rastro de Madrid en busca de rarezas escritas encontró un día un cartapacio con papeles al parecer escritos en las dos primeras décadas del siglo XIX en la capital de España. Este aficionado al Rastro tenía un amigo extraño, mezcla de bohemio y erudito, al que le mostraba todos sus hallazgos, la mayoría de escaso o nulo valor. Pero cuando el amigo erudito tuvo entre sus manos los papeles del cartapacio, su rostro palideció. Acababa de descubrir la firma del pintor Francisco de Goya al final de una de aquellas hojas.
--Con esto—dijo cuando recuperó el habla—te harás rico.
Al poco tiempo, varias editoriales mostraron su interés en comprar al visitador del Rastro madrileño la joya escrita de su propiedad. Aconsejado por su amigo erudito, firmó un contrato sustancioso con una de ellas y hasta el presente no deja de recibir cantidades suculentas de dinero por los derechos de propiedad del escrito.
Ya va siendo hora de que demos cuenta del contenido de El perro de Goya. El pintor aragonés se había trasladado a Madrid en 1775 donde empezó a trabajar en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, cuya sección pictórica estaba a cargo de Bayeu. Éste le encargó la realización de cartones para unos tapices que decorarían las habitaciones del futuro Carlos IV y su esposa María Luisa de Parma en el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial. El motivo principal era la caza y en casi todos los cuadros figuraban los perros, animales por los que Goya sentía veneración. Fue tanta la fama que el pintor obtuvo por aquel trabajo, que los nobles le invitaban a sus fiestas y cacerías, actividad a la que Goya era gran aficionado, y su pintura era la más cotizada de Madrid. Tanto que en 1786 fue nombrado pintor del rey con un sueldo de quince mil reales. Entre ese año y los dos siguientes pintó cinco versiones de Carlos III cazador. Cuando el monarca murió y accedió al trono su hijo Carlos IV, éste le encargó varios retratos de él y de la reina para ser expuestos durante su proclamación.



LA NOTICIA

Una cámara para su seguridad










Puede que ya no sea noticia decir que en la calle y otros lugares públicos (estaciones de ferrocarril, aeropuertos, etcétera) existen cámaras de vigilancia que la autoridad ha colocado para velar por la seguridad del ciudadano. Pero sí lo es cuando esas cámaras se instalan en un lugar de trabajo para... vigilar la seguridad de sus empleados. De ahí a vulnerar la libertad del trabajador hay un paso. Ese paso parece que ha sido franqueado en un Instituto de Alicante. Resulta que un profesor de allí ha pasado una noche en el calabozo de una comisaría de policía de la ciudad por haberse negado a que las cámaras instaladas en el Instituto por la Dirección vulnerasen su derecho a la privacidad. El colmo del celo de vigilancia llegó cuando, durante una clase que impartía el profesor, algunos de sus alumnos le dijeron que los estaban grabando; en efecto, el docente advirtió que una de las cámaras no enfocaba el pasillo, sino a él. Ipso facto se dirigió a la cámara y la arrancó. Y así hizo con otras dos. Eso provocó que la Dirección del centro denunciara al profesor por el robo de las cámaras, con la consecuente aparición de la Policía en el Instituto y la detención del profesor. La pregunta es, como parece deducirse de las sospechas que abriga el detenido: ¿La instalación de esas cámaras de vigilancia en el Instituto se debe a algo más que garantizar la seguridad de quienes allí aprenden y enseñan? Porque si así fuera, adiós a lo que le queda de libertad e independencia a la ya tan esquilmada enseñanza.


EL COMENTARIO

La era de la corrupción



Una revista como la mía no la hice para echar más leña al fuego, sino para intentar apagar un poco las grandes llamaradas del momento que nos está tocando vivir. Una de esas llamas altas es la que pertenece a la justicia, que parece que sólo tiene un ojo vendado. No, no voy a exagerar. Sólo voy a contar un par de casos, y que la comparación la hagan los demás. Primer caso: Un hombre casado y con dos hijos, en paro, y con mínimos ingresos mensuales decide un día armarse de valor para entrar en un coto privado; allí mata cuatro conejos y vuelve satisfecho a su hogar porque al menos su familia podrá comer dos o tres días caliente; aún así lo detiene la policía y se pasa un año en la prisión. Segundo caso: Un exalto cargo del Gobierno va de cacería a un coto sin licencia, mata no sé cuántos venados, no por hambre sino por puro placer cinegético, y es multado con unos miles de euros con derecho a rebaja si paga la multa rápidamente. Comparación: ¿? Otras llamas del fuego: los pactos de gobierno, las leyes electorales, las inmersiones lingüísticas, el medro personal valiéndose del poder político... De momento, quedémonos en esta última, que más que llama, forma una hoguera ella sola de por sí, hoguera de dimensiones en aumento que tiene un nombre: corrupción. Si los políticos de un bando se corrompen un poco, los políticos del otro contrario se corrompen un poco más para demostrar cómo debe ser la corrupción sonada. Automóviles, trajes, arreglos de despachos, concesiones inmobiliarias, chanchullos de todo tipo. ¿Casos? Revísese cualquier periódico y los casos se multiplicarán de un lado o de otro, según sea la ideología del diario. O escúchese cualquier emisora de radio de las de más audiencia en este país: sucederá lo mismo. El resultado es que ningún partido político, del signo que sea, se libra de verse aireado en la prensa hablada o escrita. Y todo esto en medio de la palabra más actual y más presente en boca de todos: CRISIS. Ojalá la mutación considerable que acaece en una enfermedad ( aquí económica, política, social...) sea para mejorar, y no para empeorar este enfermo (el país) que llevamos a cuestas entre todos.


OTROS

Elogio de la bicicleta



Para mí la bicicleta ha sido siempre, desde mi más tierna infancia, una amiga del cuerpo y el alma, una amiga auténtica, que sólo pide un poco de atención y algo más de esfuerzo para acoplarte a su anatomía mecánica. Si se cumplen estos dos requisitos, nunca le fallará a quien confíe en ella. Y le pondrá en contacto con aventuras sin cuento. De niño aprendí de mi padre a ver en la bicicleta algo más que dos soles radiados que, movidos por dos pedales, le llevan a uno a donde quiera. La bicicleta era un medio de trabajo y un modo de entretenimiento. Dormida a ratos en el pasillo del desván, me parecía un libro de sorpresas esperando a que su dueño lo abriese por cualquier página al azar. Y cuando se ponía en marcha, un aroma de aceite y linimento brotaba de su esbelto cuerpo. Recuerdo la primera vez que mi padre me montó en el transportín. La carretera de la arboleda se abría a nuestro paso y los álamos movían sus hojas de plata a modo de saludo, el viento pulía mi cara y el sol resbalaba zalamero por mis piernas mientras el cuerpo de mi padre, todo él, gestos y músculos, se conjuntaba a las mil perfecciones con el de la bicicleta. Luego me convertí en un ciclista por las rutas de los barrios vecinos y los puentes del Duero. No me cansaba nunca y la bicicleta me entendía más que mecánicamente. Le engrasaba la cadena con mimo y le limpiaba el barro que en los caminos encharcados se adhería al cuadro y a las horquillas de las ruedas, y luego acudía en mi auxilio como un bello y fiel animal bien tratado y alimentado. Volábamos los dos, perfectamente acoplados y formando algo así como un centauro moderno, por los caminos del soto o por las cuestas de la Catedral, San Pablo o Alfonso XII. Ahora el tiempo ha pasado y no precisamente en balde. Pero la bicicleta sigue siendo en mis ratos de ocio mi mejor amiga. Con ella recorro los paisajes urbanos de mi querida Cerdanyola y los paisajes boscosos de mi adorada Tossa. La bicicleta me pone en contacto con la naturaleza, los caminos, los pinares, el estanque de Sa Riera..., a cambio de un gozoso cansancio que rejuvenece mi otoño recién iniciado tras la jubilación. Diversión y ejercicio físico. Eso me sigue ofreciendo mi querida bicicleta. Y sueños.
Hoy, por ejemplo, domingo 15 de marzo, cierre de esta edición, me he dado una vuelta con un viejo amigo de rutas ciclistas por los caminos que unen Cerdanyola con San Cugat, y mientras subía las cuestas de tierra cercanas a Can Borrell he recordado viejos tiempos y he vuelto a soñar que soy tan joven como entonces y que las fuerzas siguen intactas. Sueños. Y gracias a la bicicleta, la de Cerdanyola, a la que le falta un punto todavía para formar conmigo el centauro moderno en que sueño.


Más alegrías



La noche del viernes 13 los amigos y colegas de La Románica me dieron una inmensa alegría al homenajearme con una cena en mi Cerdanyola del alma. Fue una noche mágica. No tengo más remedio que rendirme ante su entrañable cariño. Mis padres me enseñaron sobre todo dos cosas que considero fundamentales para ir por la vida con la frente bien alta: una, hacer el trabajo lo mejor que sepa y pueda uno; y dos, ser agradecido. Lo del trabajo bien hecho creo que lo he cumplido satisfactoriamente en mi profesión (ahí están mis superiores y mis alumnos y alumnas que lo podrán atestiguar), y anoche así lo dijeron algunas intervenciones leídas que me dedicaron algunos compañeros y amigos. En cuanto a lo de ser agradecido, lo cumplí ayer en la cena y lo vuelvo a cumplir ahora desde este rincón de mi revista. Así pues, quiero agradecer de todo corazón las muestras de cariño y afecto que me dedicaron los que me acompañaron durante la cena y otros que les hubiera gustado estar allí y que por circunstancias ajenas a su voluntad no pudieron. Gracias a todos. Gracias al compañero de seminario que me mandó la tarde anterior un jardín en miniatura, gracias al profesor que se jubiló también hace años por los versos sentidos que me dedicó sobre el paso por las aulas y el mutis posterior hacia una etapa nueva y misteriosa, gracias a mis actuales compañeras del departamento por sus palabras, llenas de corazón e inteligencia, y por su regalo, con el que he prometido escribirles unos versos de reconocimiento, gracias al amigo que me entregó dos fotos del pasado donde me veo muy joven, con más pelo y sin una cana, gracias al compañero y amigo de libros, oposiciones y barbacoas por las palabras de afecto y admiración que me leyó, gracias al amigo y compañero que me recordó la anécdota de los alumnos y alumnas de La Románica que aún me echaban de menos... ¿Para qué seguir? Lo importante es constatar que aún hay gente que te quiere y se acuerda de ti. Ninguna persona debería vivir ajena a estos momentos dulces de la vida. Gracias por la noche de gloria que unos y otras me regalaron tan generosamente.
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NOTA DE LA REDACCIÓN:
El próximo número de CONEXIÓN, el 6, estará dedicado íntegramente a la ciudad de Toledo, donde pienso vivir la semana próxima como si fuera un hijo de ahí, cercano siempre a la figura de Bécquer.

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