sábado, 24 de enero de 2009

CONEXIÓN


CONEXIÓN. Número 2. 31 de enero de 2009. Cerdanyola


EL POEMA

Este enero se conmemoran los doscientos años del nacimiento de uno de los más grandes escritores norteamericanos del siglo XIX, Edgar Allan Poe, autor de El cuervo, La aventuras de Gordon Pym, El escarabajo de oro, El corazón delator o El barril del amontillado, entre otras obras magistrales. Por ello, y porque siempre he sido un asombrado lector suyo, le quiero dedicar desde estas páginas digitales de CONEXIÓN el siguiente



Canto para aliviar el miedo de Poe

Los cipreses no lloran ya, la noche
Se abraza a las muchachas que no mueren
Y las tumbas están llenas de flores.
Hay miradas que no son ojos duros
Por el alcohol, miradas
Que se abren como puertas a los sueños.
En las manos, en vez de cartas tristes
Florecen alianzas,
En vez de sangre rota por cuchillos
Hay perfumes de novias. Los cipreses
Se ponen a bailar cuando el verano
Descuelga las estrellas de la noche
Y las siembra en los ojos de los enamorados.
Y los gatos, hasta los que imitan a la noche
Con su silencio oscuro, son esbeltos, amables
Y arquean ronroneando
Su lustroso pelaje bajo el tibio
Acariciar del amo. Corazones
Hay que laten como campanas de esperanzas
Y arden en la calma del amor más tierno.
Cómo me gustaría que todo esto sonara a realidad
Ahora que se cumplen dos siglos de la primera
Luz que vio Allan Poe,
Y que el miedo que anegó su cuna
Se convirtiera en nana de alegría.
El escarabajo de oro de su vino
Sería un buen tesoro para el mundo.
Pero las cosas son como han sido
Y los cipreses, y la noche, y la muerte,
Y el miedo… son los cuatro corceles de la cuádriga
Que precipitaron su suerte.



EL RELATO

La estatua de granito


De las prosas escritas por Bécquer, siempre me llamó la atención un trabajo que el autor de las Leyendas tituló La mujer de piedra. No sé cuántas veces lo leí cuando era niño. Creo que llegué a aprenderme de memoria algunos fragmentos. Y hay uno de ellos que hasta lo llegué a copiar en las tapas de todos mis cuadernos de mi época de estudiante de Instituto. Ejercía sobre mí una influencia especial, y siempre que lo leía notaba dentro de mí como un aire ultraterreno en medio del cual se oía un sonido que parecía la dulce voz de una mujer. Hasta me sirvió de talismán en múltiples ocasiones como en aquella que me libró de los mamporros que prometía darme un chaval del barrio vecino y en la que, tras pronunciar para mí el fragmento, hizo que el muchacho, ciego de ira en su ataque, tropezara con una piedra y diera con sus morros en el suelo. Ese texto dice: “En sus ojos, modestamente entornados, parecía arder una luz que se transparentaba al través del granito; su ligera sonrisa animaba todas las facciones del rostro de un encanto suave, que penetraba hasta el fondo del alma del que la veía, agitando allí sentimientos dormidos, mezcla confusa de impulsos de éxtasis y de sombras de deseos indefinible.”
Cuando el tiempo pasó y me hice mayor, todas aquellas fantasías de chico movidas por la lectura desaparecieron y con ellas el recuerdo de aquel escrito y de aquella estatua de granito que aparecía en él. Pero en un viaje que hice a Toledo el año pasado para visitar algunos templos de la ciudad, vino de repente a mi memoria la mujer de piedra de que habla Bécquer en su bella narración. Al momento pensé que muy bien podría hallarse la estatua en alguna iglesia de Toledo, si bien el escritor sevillano solamente apunta en su escrito que el lugar de su interesante hallazgo es “cierta antigua población castellana”. Pero como sabía que Bécquer siempre había sentido una admiración ilimitada por Toledo y que había residido en esa ciudad castellana en varias circunstancias críticas de su vida, quise pensar que la mujer de piedra debía encontrarse en algún ábside de alguna iglesia toledana. Y nada más llegar a la ciudad, acompañado de un plano con todos los templos toledanos reseñados en él, empecé mis indagaciones. Sin embargo, debo decir que durante día y medio recorrí la casi totalidad de iglesias toledanas sin dar con la estatua de granito. Desazonado, bajé al comedor del hotel donde se alojaba la expedición para, sin apenas apetito, encarar el plato que tenía delante. Entre los comensales que ocupaban mi mesa había un viejo profesor, callado y discreto, que al verme cariacontecido me preguntó qué me pasaba. Le conté mi caso y, por esos avatares del destino, descubrí que era un estudioso de la vida y obra de Bécquer y hasta había publicado varios artículos sobre el autor posromántico.
--Mi querido amigo—dijo tras sonreír dulcemente--. Debe saber que Gustavo Adolfo Bécquer era un incorregible fantaseador y un poeta de imaginación desbordante y que, como otras cosas presentes en sus narraciones, cartas, artículos y leyendas, la famosa mujer de piedra de ese relato al que usted se refiere nunca existió salvo en la mente del poeta, lo mismo que aquella estatua de mujer yacente sobre su sepulcro que aparece en una de sus Rimas, la que empieza “En la imponente nave / del templo bizantino, / vi la gótica tumba, a la indecisa / luz que temblaba en los pintados vidrios…” Es verdad que muchos admiradores han buscado como usted y como yo mismo durante una etapa determinada de mi vida esas mujeres por las ciudades que visitó Bécquer en sus innumerables viajes con el ánimo de encontrarlas alguna vez y rendir homenaje al poeta a través de esas estatuas. Y, claro, jamás daban con esos portentos hijos de la poesía y la imaginación y supongo que sufrirían la misma desazón que usted y que yo en mis años mozos. Sin embargo, y para que no le inunde del todo la decepción, debo aclararle que existe de verdad un caso aquí en Toledo de una de esas damas de piedra de las que habla Bécquer en sus encantadoras narraciones. Me refiero a la estatua orante que aparece en su leyenda toledana titulada El beso, en la que, como ya debe de saber usted, mi querido amigo, cuando el arrogante oficial francés de la historia acerca sus labios a los de la dama, la estatua del caballero que hay al lado, que no es otra que la de su esposo, le propina una bofetada con uno de sus guanteletes de piedra tan descomunal que le destroza el rostro y da con él en tierra, donde queda muerto.
La explicación del viejo profesor no desvaneció un ápice la decepción que me embargaba, aunque se lo agradecí de buen grado. Acabó el viaje y, como recuerdo de aquella estancia en Toledo, apunté en uno de los márgenes del anuncio del hotel el número del teléfono del viejo profesor. Pasó el tiempo y cuando ya me había olvidado de todo aquel asunto de la estatua de granito y del viaje a Toledo en su busca, descubrí un día entre las ilustraciones de un libro de Arte una imagen de piedra parecida a la que describe Bécquer en su narración. La misma inclinación de ojos, la misma sonrisa, los pliegues de su vestido de piedra… Leí el pie de la ilustración: “Narciso Tomé. Trasaltar mayor de la catedral de Toledo (España)” Instintivamente busqué en mi despacho los apuntes de entonces y para mi alegría entre ellos estaba el anuncio del hotel y el teléfono del profesor. Marqué el número ansiosamente y cuando me contestaron al otro lado de la línea me deshice en palabras contando lo que acababa de ver en el libro de Arte, hasta que la voz me interrumpió delicadamente para decirme: “Si pregunta por el profesor Velázquez debo decirle, señor, que desgraciadamente murió hace un par de años.”


LA NOTICIA

Las fuerzas incontrolables de la naturaleza

Sin duda la noticia de esta segunda mitad de enero ha sido el temporal de viento que ha azotado a media España y se ha llevado por delante a varias personas, cuatro niños entre ellas. Desde tiempo inmemorial el hombre ha estado sometido a las fuerzas incontrolables de la naturaleza, y aunque ha sabido en ocasiones sacar partido de ellas haciendo que el mundo avance en tecnología y progreso, la verdad es que nada tiene que hacer si la naturaleza le da la espalda. Y no voy a caer en la tentación de repetir una idea tan manida como la que afirma que hemos sido nosotros quienes hemos causado su rebelión por nuestros pecados contra el medio ambiente. Siempre ha habido terremotos, diluvios, sunamis, ciclones y cuantos fenómenos meteorológicos queramos añadir. Y si no, recordemos un hecho de características similares a las vividas estos días ocurrido hace cuatrocientos años frente a las costas de Gran Bretaña. En la historia del mundo ese cataclismo natural causó la derrota de nuestra flota y la frase lapidaria del monarca español de aquella fecha según la cual él no había mandado su flota a luchar contra el temporal. Todo el mundo sabe que me estoy refiriendo al desastre que sufrió la Armada Invencible (irónico nombre) de Felipe II contra la armada inglesa. Y es que, repito, el hombre es un ser indefenso ante el brutal e insensible poder de los elementos naturales, y de nada sirve adornar con protestas, lamentos y excusas lo que lisa y llanamente es inexorable.


EL COMENTARIO




El trabajo bien hecho



Antes de empezar, me vienen a la memoria los versos reflexivos de Antonio Machado referidos al trabajo bien hecho:
"Despacito y buena letra,
que el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas."
¿Y esto del trabajo bien hecho a qué viene? Como todo el mundo debe de saber, la noticia que más trasciende estos días es la muerte de algunas personas causada por el temporal de viento que sigue azotando media España, en especial la muerte de cuatro niños deportistas de San Boi de Llobregat. La pregunta que aparece ahora en labios de todos es si se podía haber evitado esa tremenda desgracia. Y a juzgar por varias intervenciones aparecidas en la prensa y en los medios informativos en general, por lo visto sí se podía haber evitado. Algunos expertos se referían a la mala construcción de los muros que durante el temporal se vinieron abajo aplastando bajo ellos a las víctimas, mientras las cámaras de la televisión ofrecían los bloques de cemento que los formaban, vacíos de hormigón y sin barras de hierro que precisamente unen unos a otros para evitar posibles desastres, como el que acaba de ocurrir. ¿Qué empresa que se precie construye los muros así, sin rellenar de hormigón los bloques que lo van formando y sin poner entre ellos las barras de hierro que les dan consistencia y solidez? Alguien tendrá que dar cuenta de ello. El Ayuntamiento en primer lugar y luego la empresa encargada de construir el polideportivo de la tragedia. Aunque ya nadie podrá resucitar a esos niños que tenían toda la vida por delante ni consolar a sus familias ante su trágica desaparición.


OTROS


Problemas del castellano en zonas bilingües


Decía en el número 1 de CONEXIÓN que los profesores de castellano en zonas bilingües lo tenían peor para enseñar el idioma oficial del Estado que los colegas del resto de España, y citaba algunas muestras de incorrecciones ortográficas, léxicas y morfosintácticas observadas en mis propios alumnos. Continúo insistiendo en este número 2 de la Revista. Durante la última clase de la semana en un cuaderno de alumno me encontré estas dos primicias. Una: "Pondré el acento donde calga". Dos: "El desenvolupamiento de la tesis se hace en la argumentación." Cada vez es más frecuente encontrar en los escritos de nuestros chicos y chicas patadas al diccionario de este calibre: "calga" por "sea necesario" o "desenvolupamiento" por "desarrollo". Pero no nos alarmemos en exceso por estas minucias léxicas, cuando a todas horas asistimos en los medios televisivos a parecidos despropósitos, como el que tuve ocasión de oír en una sesión de Cine de Barrio en boca de uno de nuestros más populares artistas de la canción. Me refiero al que ha hecho leyenda urbana del robo de su carro mientras él estaba de romería. El caso es que nuestro cantante más conocido, hablando de su amistad con Concha Velasco habida a raíz de trabajar juntos en varias películas, dejó caer durante uno de los descansos de la proyección de "Me debes un muerto" esta perla lingüística:"Ambos hemos intimidado mucho", y se quedó tan campante. Sí, "intimidar" (del latín intimidãre: causar o infundir miedo) por "intimar" (del latín intimãre: introducirse en el afecto o ánimo de uno, estrechar la amistad con él).

No hay comentarios:

Publicar un comentario