lunes, 11 de agosto de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

UN VIEJO DISCO

En los días previos a las fiestas de Navidad, recuperé un viejo disco de Richard Anthony titulado Aranjuez mon amour, cortesía de Javi, mi hijo pequeño, y empecé a ponerlo en la cadena de vez en cuando. Una tontería porque lo único que hacía la canción era sumirme más y más en el inservible pasado y en la estéril nostalgia. Cuando era novio de la que hoy es mi esposa el día que no iba a verla ponía la romántica canción en un tocadiscos viejo de mi hermana mayor y allí, en la soledad del comedor de casa, me pasaba oyéndolo horas y horas sumido en una melancolía que entonces me parecía hasta dulce y bella...

"En Aranjuez
entró un hombre y una mujer
en un atardecer
que siempre se recuerda...
Junto a ti,
al pasar las horas, mi amor,
hay un rumor
de fuentes de cristal
que en el jardín parece hablar
en voz baja a las rosas..."
Aquel viejo disco era un talismán que me servía para poder soportar las malas horas. Un talismán que, por otra parte, no me hacía ninguna falta cuando al día siguiente o a los dos días, yo, entonces estudiante de letras en la Universidad de Barcelona y trabajador por horas en la editorial Salvat haciendo fichas para la Enciclopedia Universitas, cogía el metro hasta Virrey Amat donde mi novia trabajaba. Entonces las dos horas que estábamos juntos compensaban con creces todas las que habían transcurrido separado de ella, incluso las que había pasado escuchando el disco de Aranjuez. No me importaba volver a las tantas a casa en un tranvía, cansado y muerto de sueño porque llegaba lleno de besos y abrazos de la mujer que amaba. Todo esto lo comento a veces con mi mujer y nos reímos de las hermosas tonterías que suelen hacer los jóvenes cuando son novios y se quieren.

En un principio incluí el disco cantado por Richard Anthony. Pero las circunstancias actuales me obligan, y lo hago con enorme satisfacción, a copiar la canción cantada por nuestro José Carreras.






SOBRE KUNDERA Y SU NOVELA

Me dio hace tiempo por releer la clásica novela de Kundera, a ver si mi insoportable levedad del ser se me hacía algo más llevadera, y lo conseguí, aunque es verdad que unos días más que otros. Siempre me había chocado el capítulo donde el autor cuenta la historia de la vida de la madre de Teresa, una mujer para la que no había distinción ninguna entre el alma y el cuerpo, uno de los subtemas principales de la novela. Decía: "El cuerpo era una jaula y dentro de ella había algo que miraba, escuchaba, temía, pensaba y se extrañaba; ese algo, ese resto que quedaba al sustraerle el cuerpo, eso era el alma." Teresa quería ser diferente de su madre, quería que una cosa fuera el cuerpo, el que miraba en el espejo constantemente, y otra bien distinta el alma. Mirarse en el espejo era para Teresa una especie de lucha contra su madre, para la que no había otra cosa que el cuerpo, más aún, la madre creía que todas las mujeres eran iguales para los hombres y que de nada servía ocultar las intimidades (incluso, en una ocasión, se ríe de la hija delante de unas vecinas que vienen a visitarla). Pero el hecho de querer ser un cuerpo diferente de los otros ante el espejo, a Teresa no le resultaba fácil "porque el alma, triste, tímida, atemorizada, estaba escondida en las profundidades de las entrañas de Teresa y le daba vergüenza que la vieran." Pero lo que más me chocaba, sin embargo, a mí de ese capítulo era el juego de las casualidades y la aseveración de que muchas veces son éstas, las casualidades, las que rigen muchas veces los destinos de los hombres y las mujeres. Entre algunas casualidades mencionadas destacan: el libro, Beethoven, el número seis, el banco amarillo del parque...





A PROPÓSITO DE ODAS ELEMENTALES DE NERUDA


Nuevas odas elementales es un poemario mío de hace algún tiempo que me trajo de cabeza mientras lo hacía. Corrigiéndolo cientos veces, llegué a la conclusión de que, al contrario de lo que había pensado muchos años, la elipsis puede mejorar no sólo la intensidad de un poema, sino también su calidad; pero que por otra parte, si se abusa de este recurso expresivo, puede conducir al hermetismo del poema resultante, cosa que igualmente aborrezco. El título tiene que ver, evidentemente, con las famosas Odas elementales de Neruda, poeta por el que siempre he sentido una fuerte y sólida admiración. Y aquí viene lo curioso. Porque en ese libro el formidable poeta chileno lo que trata por todos los medios de evitar es precisamente la elipsis. Como puede verse perfectamente en el libro,se trata de un conjunto de composiciones destinadas a cantar temas tan elementales y caseros como la cebolla o los calcetines, pasando por el caldillo de congrio, el pan, el vino, el tomate o el traje; claro que tampoco se olvida el autor de Los versos del capitán de cantar los grandes temas universales como el amor, la pobreza, la poesía, la esperanza, la soledad o la vida misma. No hay nada sobre la tierra y la vida de los hombres que no sea cantado por Neruda. Yo, evidentemente, no voy tan lejos; tampoco podría. Me conformo con cantar lo que más a mano tengo, el mar en Tossa, la siesta de julio, un amor de hotel, un mirlo, un pruno florido, un recuerdo, o un viaje a Lisboa.

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