miércoles, 26 de noviembre de 2025

TEXTOS AFORTUNADOS (II) POESíA FEMENINA 1

 




En medio de la torpe niebla que irradia la política actual proveniente de uno y otro lado, he pensado que leer poesía despeja el ánimo y regala calma en el corazón. Para esta ocasión he elegido unas cuantas versiones castellanas que hice hace ya algún tiempo, de poemas escritos por las autoras catalanas Maria Antònia Salvà, Clementina Arderiu,  Roser Matheu, Simona Gay, Mercè Rodoreda, Rosa Leveroni, Montserrat Abelló, Felícia FusterMaría Beneyto, Carmelina Sánchez-Cutillas..., que pueden ayudar a conseguir lo que se dice al principio.

  

 LA ABEJA

Soñando, habré pasado mi vida, volando por el viejo pinar o por la flor del brezo. Y mi labor la de una abeja deslumbrada o encerrada en la colmena.

Habré sido una romera de vestido humilde o una vagabunda que pide limosna en cada casa que encuentra en el camino, consiguiendo así gratis el tomillo, la menta y el romero, y todos me habrán perfumado las alas.

Mientras, el sol, mágico hechizo del momento, me habrá ido borrando la magia de los placeres y las galas hasta robarme del todo la atención.

Ahora que siento llegarme la hora del silencio, la hora de acabar mi romería, recojo el eco de la jornada. Y aunque la gente de ahora prefiera otra miel y crea que la abeja cada vez importa menos, yo seguiré buscando por el cardo o por la rosa el camino del cielo.

(De Maria Antónia Salvà (1869- 1958)

 


 EL NOMBRE

Clementina me llamo, Clementina me llamaba. En otro tiempo fui un poco tímida; El nombre me era largo como un lamento Y se me encogía el corazón. Cuando mis amiguitas, para hacerme rabiar, muchas veces me lo recordaban: “¡Qué nombre más bonito! --decía alguna de ellas--, Pero no te conviene: Es nombre de princesa.” “¡Ay qué nombre más extraño!” Muchas otras decían, Y yo, en el fondo de todo, sentía envidia de sus nombres tan claros de María o Pepa.

Clementina me llamo, Clementina me llamaba. Pero un año se va y otro llega. Y aquel nombre que ayer me hacía tímida se volvió después un dulce rumor en los labios --yo misma lo decía--, ahora me honra y me maravilla.

No hay nombre más bello sobre la tierra como el que el amado me canta al oído, y entra en el claustro de mi nueva alma y me sube al cerebro y me cierra los párpados. Del cielo del amor caía una estrella…

Ahora el nombre me luce sobre la cabeza. Clementina me llamo, Clementina me llamaba

(De Clementina Arderiu (1889- 1976)

 


 DE QUÉ ME SIRVES

(Fragmento)

¡De qué me sirves, frágil cosa, misteriosa construcción donde tengo mi alma recluida, cuerpo mío, desesperante prisión!

¡De qué te vale este orgullo y esta vanagloria y los sentidos tan valientes y afinados, si apenas sabes obedecerme y casi nunca me haces feliz!

¡De qué te vale sentirte maravilla entre las maravillas de este mundo, si no puedes alcanzar una chispa de estrella con la inquietud y el sudor de tu frente!

¡De qué te vale este freno que no descansa, y la comedia y los finos ropajes, si no puedes traducir ni con palabras ni con gestos la sed inmensa que te grita dentro!

¿De qué me sirves? ¿Cuándo llegará la hora en que estemos de acuerdo en algo? Insaciable, ambicioso, exploras ya el deseo ya el recuerdo, que, del campo de tus locas aventuras vuelves mudo y desolado, hundida la ilusión en las impuras manos, la vergüenza estampada en la caída frente.

¿Por qué te he regalado tantos momentos cuidando de ti como de un enfermo, si como pago ni escarmiento te das, soberbio, y siempre a punto para el salto? ...

(De Roser Matheu, 1892- 1986)


 LA ESPERA

Del tronco de la cepa aprende la paciencia cuando espera la vida y sólo se bebe la ausencia de ella, en los helados inviernos, brazos desnudos al aire, parece muerta la cepa, y en la tierra las raíces conocen el esfuerzo callado de la primavera.

Subirá la nueva savia y triunfal estallará en el brote, y el día se aclarará con una tierna hoja. La alondra hará su nido y en el ramo se abrirá primero la flor y luego el grano.

Yo conozco la larga paciencia de la cepa. 

La eflorescencia se ha producido.

En todo árbol frutal, tempranero o tardío, se adivina el tiempo de la cosecha.

 La cepa, rama extendida, espera la visita del sol, cada día del verano gana la uva color más vivo, y quiere para cada grano la fina transparencia donde ríe la luz clara. 

Yo conozco la paciencia en el ritmo seguro; que espere como la cepa el bello racimo maduro.

(De Simona Gay, 1898- 1969

 


 LAMENTO DE CALIPSO

Veo tu tierra desnuda y candente, desierta, junto al mar violento bajo un acantilado, tu palacio de piedra como una boca abierta, el yermo donde zumba la avispa y pasa hambre el ganado.

Yo soy lo que se deja, lo que deserta y pasa: la muerte de las hojas, el rastro de un cometa, el borbotón que ríe y llora y aquella tierna masa de las abejas que hacen las horas más eternas.

Te he querido mío para siempre, cansado de ola y mar, seguro en mi carne, miel y curva exaltada, extranjero que vuelves a tu muerte de hogar, querría ser ahora león que juega y mata o el olivo inmóvil en su furia torcida, pero en el pecho se me muere un escorpión escarlata.

(De Mercè Rodoreda, 1909- 1983)

 



.TESTAMENTO

Cuando me llegue la hora del descanso, quiero solo el manto de un trozo de cielo marino; quiero el dulce silencio del vuelo de la gaviota dibujando el contorno de una cala finísima.

El olivo de plata, el ciprés más valiente y la rosa floreciendo al filo de la medianoche.

La bandera de olvido de una vela blanquísima haciendo más limpia y ardiente la blancura de la tapia.

Y saberme que soy en el suave refugio sólo una brizna de hierba de la divina paz.

(De Rosa Leveroni, 1910- 1985)

 

 PLANTAR SOBRE LA TIERRA

Plantar sobre la tierra los pies. No volver jamás a  tener miedo. Sentir cómo sube la savia. Crecer como un árbol. Y a su sombra consolar a alguien que se sienta solo, sola como tú y como yo.

(De Montserrat Abelló, 1918)

 


 NO ME DESNUDÉIS

Antes que el gran compás me paralice con la geometría de la muerte, no me desnudéis.

No me desnudéis del tiempo ni de aquellas palabras, que, incluso heladas, yo volvía calientes.

Sé que mi canto hoy no llegará ni a las órbitas más bajas, y el mundo me pesará.

No me importa. Dejadme. Dejadme el hormigueo de esta cabeza llena de fiesta y las alas de los puentes.

Dejadme blanca, cal apagada, encendida, poca cosa, nada, con los pies desnudos.

Sé caminar descalza. Y más. Y sé aún: sólo lo que se borra tiene importancia.

(De Felícia Fuster, 1921- 2012)

 

CIUDAD BOMBARDEADA

Se rompía la paz blanca de las nubes.

La alta muerte nos llovía hacia la vida, y la infancia se hacía un grito de piedra, una pequeña oscuridad.

Sólo era cierto que el cielo, sobre el milagro de otro día bienvenido, de otra esperanza iba haciéndose fuego por el mundo donde estábamos la reciente nidada.

Sólo era cierto que no llegaba el ángel que nos pudiese traer las letras de la alegría.

(Pensábamos ángeles muertos, bajo la llama la quemada pluma).

La ciudad en el entorno. Y el cielo en la tierra, todo él deshaciéndose en truenos desconocidos.

(¿Dónde la cocas con miel? ¿Dónde la ternura? ¿Dónde el Dios del pesebre?)

Gritábamos bajo los relámpagos con voz de chispa.

Roto el techo, acaso Dios miraba:

Sólo respondió en derrumbes, en silencios, por la ausencia más azul.

Era el grito infinito. Nuestra tierra, herido el corazón, nos decía sin palabras, pequeños nombres de la sangre derramada.

La tierra, desangrándose.

¡Ay, la infancia cerrada en la penumbra, cómo dejó marcadas con fuego sus señales!

Desde un eco de llama, bajo la ceniza, los pánicos ahogados todavía gritan.

(De María Beneyto, 1925- 2011)

 



EL LASTRE DEL TIEMPO

Cuatro y dos, seis a la mesa.

Pero cogen los libros y salen a la vida los hijos para hacerse mayores.

Y ahora que te mira alerta, medio pensando en tanta cosa inútil: los domingos, la casa, acabar la faena, cocinar el arroz de cada día, acostarme en la cama para ti (tanta cosa echada al viento), quisiera decirte, si es posible, nuevas palabras, pero tengo la garganta obstruida de un amargo silencio, y es falso incluso el ritmo de mi pulso, pues esta señal que llevo sobre la carne (el lastre del tiempo) no me deja reencontrarte.

(De Carmelina Sánchez-Cutillas, 1927- 2009)


















 

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