martes, 14 de octubre de 2025

UN RECUERDO DE ANTAÑO Aunque ya no vuelva a ser como entonces

 


Todo sigue igual. Los escalones de la escalera limpios, fregados con amor, musicales y tan queridos que a todos nosotros nos identifican con sus gemidos dulces, de familia, vivos. El calendario de la cocina se sabe de memoria todos los días del verano. Los vencejos chillan en el cielo pequeño de los corrales. La casa huele a leche. Estoy enfermo y mis amigos han venido a verme. La bombilla derrama su paz amarillenta sobre el prado lunar de la camilla. El día ya ha pasado. La noche nos acuesta maternal... Todo sigue igual, como entonces, aunque ya no vuelva a ser como entonces.

Y sin embargo, aún oigo los pasos de mis amigos, perdiéndose entre los algodones de la tarde. ¿Adónde irían? ¿A las eras? ¿A las tartanas del señor Rafael, el carretero? ¿Y qué dirían de mí, de mi fiebre, del peligro que corría mi salud? Ellos, los compañeros de la correrías por las huertas, saltando las tapias más difíciles, trepando a los árboles más altos para ganar los laureles de la aventura. Hoy serán como yo. Tendrán esposa. Acaso hijos que con sus mismos ojos alegrarán su casa. Y acaso como yo también tendrán clavado en sus almas el incansable puñal de la nostalgia. ¿Y habrán al fin también sentido ellos la amenaza terrible de que algo feliz que antes tuvieron, aquel humo sutil, el brillo hermoso, a punto está de marchitarse solo?


           En verso, en prosa, en pensamiento puro me he preguntado a veces cuál pueda ser el síntoma, el indicio, el humo sutil del verdadero fuego de nuestra infancia. Y no sé todavía su secreto. Si alguno de vosotros lo sabe, por favor que me dé una pista. ¿Es acaso una voz, un roce, el rastro de un pájaro posado en el balcón, la enredadera desprendida de su andamio de alambre, el gato de familia, algún retrato que estuvo en un cajón extraviado? Decidme, muertos míos, manantial de mi sangre, ¿cuál la huella, el reguero inmortal que sin quererlo fui sembrando en la tierra de mi infancia? Decídmelo, vosotros que pusisteis hoguera fiel en mi camino ¿Es tal vez el caballo de cartón, el ruido hermoso de la llegada de los Reyes Magos, aquella lluvia que rompió el cristal de la ventana o el silencio blanco de la plazuela bajo una manta de nieve?

Vosotros ya sabéis cómo es el camino del presente y cuántas son las profundas celadas que socavan las raíces de nuestros árboles hasta dejarlos a expensas de un mal viento o de un invierno más duro que los otros. Vosotros ya sabéis cómo se vive, cuántos pactos y plazos nos subastan o hipotecan nuestras esperanzas, qué miedos nos asaltan por la noche y qué difícil es tragar el vino peleón de los días. Aun así aguanto y sobrevivo recorriendo el camino de los días, mirándome en los ojos de mi mujer y mis hijos y soñando con el mañana en la sonrisa que brilla en sus miradas .¡Cuánto me gustaría ahora que mis padres me vieran hasta dónde he llegado!, ¡cuántos andamios he subido! y ¡cuántas ganas pongo todavía en levantar nuevos puentes para seguir salvando los cotidianos abismos de la vida.

 


¿Y por qué entonces nos viene a visitar? ¿Por qué surge de pronto en un recuerdo algo que fue nuestro, algo muy vivo, fresco y reciente como si fuera de ahora? Vosotros lo decís: es sólo un ruido que os suena muy adentro sin motivo alguno, un maullido de gato, una copa al caer o el gemido de una puerta al cerrarse. Tal vez una fragancia que de pronto manda mayo una noche desde el campo, a través del balcón abierto donde respira el carmín oloroso de los geranios. A veces es el brillo, el color entrevisto de un objeto que clama entre los otros al abrir un cajón. O quizás un sabor que en un instante se eterniza en los labios, o la fugaz caricia en nuestro rostro de la brisa de un verano. O como ahora, en octubre, el susurro triste de una hoja seca, muerta, al caer de la rama que la ha mantenido verde, viva en su rama. Y todo esto nos hace volver por un segundo a ser el niño que late agazapado entre las sombras del desván del alma.

 

Lucho contra el idioma para enfocar el mundo que me viene de entonces bajo el poso donde duermen las vetas de los nombres, y extraigo con las manos del recuerdo aquellos que formaron parte de mi vida, columna visceral de mi destino humano. Y recorro galerías intrincadas para encontrar las fajas de adjetivos que fueron cualidades inocentes, atributos de mi clara niñez. Y busco en las paredes entibadas verbos puros, acciones que pautaron aquel tiempo del barrio bendecido por el Duero y esmaltado de huertas y aventuras. Lucho con el idioma para encontrar las sílabas mágicas, las palabras sugeridoras, las frases ardientes para abrazar el mundo que me viene de entonces.

 

Y armado sólo de amor, regreso a mi infancia como un río a su montaña. No tomo ningún tren para recorrer la distancia que me separa de lo que fue tan mío. Me subiré a lomos del caballo de la memoria y con las doradas espuelas del deseo, castigaré sin daño sus ijares de emociones y llegaré a cualquier hora, con el sol de las huertas o la luz plateada de las noches acariciando el rostro de las calles. Llegaré sin pregones y asistiré a los juegos de los niños, la rueda de la aceña y el chirriar de los carros en la plaza. No es la meta la victoria, sino el deseo de descubrir ese algo bueno que un día poseímos y que quizás a punto está de marchitarse solo.


 

lunes, 6 de octubre de 2025

MEMORIAS DE UN JUBILADO. CAMINO DEL DUERO (III)

       


Aunque estemos ya en octubre y el otoño de este año siga su camino hacia el futuro, me resisto a olvidar el bonito viaje camino del Duero que realicé con mi familia en septiembre del año pasado. Por eso no me canso de recordarlo aquí.

Por los puentes de Zamora,

sola y lenta, iba mi alma.

No por el puente de hierro,

el de piedra es el que amaba.”

                         Blas de Otero


DE VUELTA  A ZAMORA

Mientras tomamos el vermú en la Plaza Mayor, rodeados del bullicio de la feria, aprovecho para quedar para esta tarde con la pareja zamorana que más quiero. Ocellum se llama el bar, donde el Café Durii estab cuando yo mozo tomaba tarta y café los domingos con los amigos del alma. Uno de ellos es el hombre que voy a ver esta tarde después de un siglo de ausencia.  De vuelta al piso sufrimos otra vez al ver la ruina donde la vida y el arte de Abrantes tuvieron alma

En la mesa consagramos la mañana con platos y vinos de la tierra recordando los campos y horizontes de San Pedro de la Nave y Moreruela. Vivir Zamora es mirar al cielo y ver en él el alma de sus templos, pasear por sus calles y sentir los latidos de su corazón despierto junto al Duero mientras somos testigos de su éxtasis. Y yo el primero que en septiembre he vuelto --veinte años no es nada-- a mi tierra, y no a revivir los antiguos recuerdos sino a vivir Zamora, la Zamora de ahora, la que me hace sentir y vivir de nuevo


SUEÑO

Siesta redentora mientras nuestro hijo van a recorrer las carpas de la oveja reproductora. A la luz de la lámpara de la mesilla de noche, que se enciende con un leve toque del índice en el círculo superior de la tulipa, leo las notas escritas durante el viaje hasta que la modorra de la comida zamorana y el orujo gallego que la dueña dejó a nuestro abasto adormece mi mente y vuelve de plomo mis párpados. En lo que fue uno de los claustros de Moreruela una voz a mi espalda me llama por mi nombre. Me giro para responder y descubro que estoy solo, --mi familia se ha debido quedar en la girola, hechizada por el revoloteo de las palomas--. Ha sido el viento entre los palitroques del nido de la mediada espadaña. Mi mujer entra en la habitación y yo salgo del claustro de Moreruela. Toca salir de paseo por nuestra cuenta.


LA GOLONDRINA

En el cine Ramos Carrión, tras la estatua del dramaturgo, vemos el cuadro de La Golondrina, un clásico en Zamora, el cuadro que pintó Antonio Pedrero para hablar de personas emblemáticas que construyeron gran parte de su historia y su intrahistoria. Ahí en esa barra de bar de ciudad de provincias el propio pintor, hijo del dueño, de espaldas, sirve a la parroquia, y mirándonos desde la muerte confirman su vida Claudio Rodríguez y Ramón Abrantes, amigos del alma, y con ellos, el ciego y su lazarillo, el cantaor, el Chuleta... personas de las calles de Zamora de los años cincuenta, cuerpos y almas que retrató Pedrero en un momento eterno de sus vida


AL ENCUENTRO DE NUESTRO AMIGOS ZAMORANOS

Hemos dejado atrás el Adán caído de Barrón en su bronce inmortal siempre elevado como su bien armado hermano Viriato. Y por la calle de Santa Clara arriba, vamos al encuentro de nuestros amigos zamoranos. Y en la emblemática Farola del Parque de la Marina --¡menudo cambio respecto del ayer de Instituto y templete!-- nos abrazamos –los trabajos y el tiempo nos han castigado a los cuatro-- como si las dos parejas volviéramos de la muerte y la nada. Luego de bar en bar, de confesión en confesión --para recobrar el tiempo y la distancia--, editamos una tarde gloriosa, tras la cual nos retratamos como amigos eternos delante del Ayuntamiento Viejo para conjurar problemas nuevos. Nos despedimos hasta siempre --al día siguiente nos íbamos a Soria a seguir viendo el Duero de vuelta a Barcelona-- y otra vez el abrazo selló nuestra promesa.




SORIA


...conmigo vais, campos de Soria,

tardes tranquilas, montes de violeta,

alamedas del río, verde sueño

del suelo gris y de la parda tierra.,

agria melancolía

de la ciudad decrépita,

me habéis llegado al alma,

¿o acaso estabais en el fondo de ella?”

                             Antonio Machado



Antes de llegar a Soria siguiendo al Duero, pasamos por San Esteban de Gormaz --el segundo juglar del Cid-- a ver el Puente románico sobre dos cauces del río, uno de ellos turbio y huérfano de álamos y otro umbrío lleno de versos rojos que dejó olvidado el juglar del Cid que aquí nació. Gritos de las hijas del Campeador en el robledal de Corpes –semidesnudas y azotadas por sus maridos los Infantes de Carrión--:...hasta las aguas del Duero ellos arribados son; la torre de doña Urraca de posada les sirvió. Y a San Esteban se fue aquel buen Félez Muñoz.”




SAN MIGUEL

Por la cuesta de San Miguel subimos hasta la iglesia que besa el cielo al que pertenecía el arcángel que le da nombre. La piedra arenisca que la recubre se deshace al sol como miel derretida, incluidas las figuras de los capiteles de las columnas que forman su bello pórtico, modelo de futuras iglesias de Castilla. Incluido el canecillo de la cornisa de la galería donde un monje sostiene un libro abierto y la inscripción donde se fecha el templo, que, al ritmo que sigue el deterioro de esta joya, también corre peligro. Pero siempre conservará el espíritu del primer románico.




PASEO POR SAN ESTEBAN DE GORMAZ

Antes de seguir nuestro camino del Duero hacia Soria, tomamos en un bar de la misma travesía de la ruta el clásico rubio de la cerveza matutina mientras no dejo de recordar las lápidas, placas, inscripciones antiguas que hemos visto paseando incrustadas en las casas --ricas, modestas, arroñadas-- de camino hacia aquí, muestras seguras de un pasado glorioso --no en balde esta ciudad estuvo en rutas de la Lana y el Cid. El cielo azul y recortada en él la espadaña de Nuestra Señora del Rivero.


RECUERDO DE CAMINO A SORIA

Ahora marchamos a la Soria inmortal mientras ayer empieza a ser pasado melancólico. Muchas emociones se acumularon bajo un cielo parecido sobre el Duero con gente como nosotros. Zamora es eso: emociones intensas recorriendo las calles sin descanso. Nidos de cigüeñas vacíos, pero habitados de esperanza. Como el “hasta pronto” de los amigos cuyas palabras aún suenan en nuestros corazones.


SORIA

Llego a Soria con la misma ilusión que llegó Antonio Machado al Instituto a hacerse con su plaza de Francés. Sin embargo, mi caso es muy distinto: yo sólo vengo a recordar su huella --canto y elegía; amor y muerte-- con su esposa Leonor –tres años tuvo feliz su corazón; después la niebla de Dios nubló su vida para siempre dejándolo tan solo como el mar--, Leonor, que reposa en el Espino Aquí nos apeamos, en la altura de Soria donde está la tumba de la mujer que inspiró al poeta. Luego nos acercamos a la lápida sobre la que están escritos sus dos nombres --Leonor y Antonio--, que leemos como si fueran dos versos del Poema de la Vida, del Amor y la Muerte: Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra!”




ELEGÍA

Duerme su muerte Leonor

mientras recuerda su amor

el poeta del camino

que basaba su destino

en buscar al Creador,

que le pagó con dolor,

con soledad y viudez.

Las dos cosas a la vez.

Sólo le quedó el destino

de ser huella en el camino.


EL OLMO

A un lado, separado del asfalto por una cerca de hierro, el olmo, remendado con cemento, inspira ternura, y aunque no haya ningún mayo que lo haga rebrotar, no dejarán de sonar los versos de Antonio Machado: Mi corazón espera, / también hacia la luz y hacia la vida, /otro milagro de la primavera.”




CON EL DUERO

Es tarde ya. Y el sol arriba nos recuerda que debemos ocuparnos de nuestro piso aquí en Soria, por lo menos para dejar las maletas y el cansancio a buen recaudo, y después de comer dar el primer abrazo al corazón de Soria. Así que bajamos del alto Espino hacia donde el padre Duero escribe las estrofas de su romance limpio. Tras dejar a un lado la concatedral de San Pedro --el recuerdo del miedo que causó su incendio llevó el centro de Soria al Collado--, enfilamos la Calle San Agustín, donde finalmente aparcamos el coche--nuestro piso a unos pasos. Momentos después buscamos el centro histórico--de paso, un bar para comer algo--.


ANTE LA ESTATUA DE LEONOR

¿Qué hace aquí sola Leonor en la Plaza Mayor, sin su poeta, delante de la iglesia de Santa María la Mayor, donde un día contrajeron matrimonio. ¡Qué exento de emoción se queda el bronce de la esposa ahora, tan lejos del profesor de Francés que enseñaba el idioma de Molière con su deje andaluz tan sevillano! ¡Y qué cerca de aquí siguen los álamos de oro que flanquean el Duero, el río que recogió con gratitud sus versos y los llevó consigo entre reflejos puros de almenas y espadañas! Mediodía. 




GERARDO DIEGO

Soria es una ciudad para poetas. A cualquier paso que das te encuentras uno. En la acera del Casino al mismo Gerardo Diego sentado leyendo un libro. Le ofrecí mi petaca de Jack Daniel's mientras le recordaba un verso suyo --"las naves por el mar, tú por tu sueño"-- y lo dejé soñando encerrándose en su bronce, con su café y con su libro y su romance del Duero.


A LEONOR Y MACHADO

Mirando a Santo Domingo

--esa joya del románico--,

sentado también hallé

con su bronce al buen Machado.

Detrás tenía a Leonor

con él viva en un retrato.

Medité que así cualquiera

soporta el tiempo y su paso

y el dolor de haber perdido

lo que da el amor alado.

Lo dejé en el Instituto

con su Francés sevillano,

buscando el verso de Dios

que rimara con los álamos.


SANTO DOMINGO

Es la portada de Santo Domingo un libro al sol de lectura sagrada con el Pantocrátor mejor del mundo. Nos lo traduce el guía familiar ilustrado con arcos y dovelas, columnas y arcos ciegos, rosetones, capiteles y Nuevo Testamento... Me pierdo en religiones y regreso a la práctica, al latido de la vida vivida con los míos, esta tarde en que las piernas pesan y el cansancio exige el fiel reposo de una siesta. El libro de piedra de Santo Domingo tiene el principio en las cinco arquivoltas de la puerta, y final en la rueda de luz del rosetón; el tema central --la bondad y la maldad-- en el tímpano. Y el mensaje eterno --la piedad-- en la capilla del Cristo.




LOS PISOS TURÍSTICOS

Los pisos turísticos son, como los hoteles, de todos y de nadie en particular, no acaban de gustarte nunca porque son impersonales, inquietantes y lejanos. Hay alguno, sin embargo, como el de Zamora, que puede llegar a acariciarte el corazón con la ilusión de volver a tus raíces y ver y sentir el Duero de tu infancia, o la atención de la dueña con su bizcocho y las palabras de bienvenida escritas en el recibidor. Pero el piso de Soria, tan moderno, tan ordenado, tan completo, tan indiferente, tan fantasmal... que parecía esperarnos para vivir, para aprender nuestros nombres y respirar con nosotros cuando usamos el sofá y nos dormimos mientras nuestros hijos se han ido a pasear y a tomar algo hasta la hora de la cena. Y sueño con el Duero de mi infancia que pasa allá abajo, cerca de aquí, ahora que soy viejo y me recuerda los versos de Machado y de Gerardo Diego y acabará dictándome los míos algún día... Mientras siento en mi mano la mano de mi mujer que descansa a mi lado...

            


NOCHE SORIANA

De noche cerrada salimos los cuatro hacia la Plaza Mayor envuelta en música --hay concierto, dijeron los hijos--. n La farola de la Iglesia alumbraba a Leonor, tan sola, tan ajena al bullicio de la gente --público enfebrecido--y a los cánticos de los artistas que en el alto escenario se acompañan de piano y violines, que me acerqué para hacerme una foto con ella. Rayos de luz espasmódica envolvían de misterio a los cantantes y a la gente que se arracimaba entorno a ellos. Las terrazas de los bares hervían de tapas y cervezas. Los hijos encontraron una mesa libre y nos sentamos. Las voces y la música destrozaban el palio de la noche. En la Plaza la noche soriana goza el concierto --sones de Paco Lucía y requiebros de violín--. Leonor, delante de la iglesia, duda entre coger la silla y marcharse al silencio de Antonio o sentarse en ella y dejar que el piano acabe convirtiéndola en la nota más excelsa.


Detrás del escenario, velada entre las sombras, a medias se sostenía el Palacio de doña Urraca. A ella no llegaría la charanga. Mi mujer y yo preferimos oír la música silenciosa de la historia y paseamos hasta allí. El caso Machado-Leonor dejaba oír su dramático desenlace y los versos de queja que el poeta dirigió a Dios. El caso de Doña Urraca, esposa del Batallador, que acusada de adulterio fue encerrada por el Rey, dejaba oír el llanto lastimero de la Reina y temblaban de miedo las llamas de los candelabros que decoran las placas de piedra del balcón.


DE REGRESO A BARCELONA

Después de desayunar, listos los equipajes, iniciamos el regreso a Barcelona no sin hacer las últimas visitas programadas en Soria, la otra ciudad del Duero, puesta la memoria en Bécquer y Machado, en el río y los álamos, en San Juan de Duero y en el Rayo de Luna --Manrique el soñador, alma de las Leyendas, y Leonor la musa de los Campos de Castilla--. Los adioses, cuando se hacen por la mañana temprano: saben a punto y aparte, a café caliente, nuevo, y a esperanza de verdad. Y así bajamos al Duero a pasear por la orilla y la alameda –parece que Machado y Leonor van con nosotros pisando el verde de la ribera--.Descansa el río en la azuda y en él el Puente se mira, imitando así a una garza que acicala su plumaje sobre las mojadas piedras. Es el momento ideal para sentir que el pasado vive al lado del presente bajo el hechizo del Duero.



BÉCQUER EN SORIA

El pasado de Bécquer vive en el claustro de San Juan de Duero --el Puente Medieval y el Monte de las Ánimas a un paso--. Entramos los primeros y felices saludamos a su bronce, sentado, reflexivo. ¿Acaso espera al iluso Manrique para abrirle los ojos y hacerle ver que la mujer de blanco de quien se ha enamorado no es más que un brillante rayo de luna? ¿O sólo está pensando escribirle una rima al minino que tan fijo le mira? Yo lo haré por él en otro lugar. Los gatos para Bécquer son animales sabios y enigmáticos. Amparo, la muchacha de La venta de los gatos, comprende el lenguaje secreto de los gatos. Cuando llega a la venta siembra el temor en la comunidad desafiando sus normas. La presencia del monte de las Ánimas, tan cerca, hace lo suyo.


El claustro de San Juan de Duero, puzzle románico donde los haya --arcos, columnas, capiteles...--juega al desconcierto con nosotros --los dos templetes de la iglesia iniciaron las bazas--. Monasterio ayer, hoy campo de luces y sombras vanos de arcos de sol en la herradura que mastican hierba, pisadas, recuerdos de turistas. ¿De nosotros se acordarán Machado y Bécquer, Claudio Rodríguez y Gerardo Diego --y las criaturas del aire que inventaron-- cuando todos nos volvamos a ver en el Valle de Josafat? No importa, me consuela saber que aquí Manrique aprendió a descubrir la poesía en la contemplación de la naturaleza.




¡HACIA BARCELONA!

¡El camino del Duero! Ya podemos reemprender el retorno a Barcelona. Porque ya el vivir y hacer este viaje por el Duero --maestro indiscutible--, nos ha enseñado a ser agradecidos, a Soria, a Zamora y al río, ¡el Duero!, cordón umbilical de tantos sueños y tantas emociones, tantos nombres de gentes que a su paso se rindieron y en verso y prosa fieles lo cantaron. Y tanto arte románico –murallas, templos, puentes, castillos y palacios-- que disfrazó en su espejo vida y muerte, odio y amor, traición y lealtad. Y siempre habrá emociones y recuerdos, experiencias, anécdotas amables artísticas y humanas que den lustre a nuestra vida para siempre. Amén.