Aunque estemos ya en octubre y el otoño de este año siga su camino hacia el futuro, me resisto a olvidar el bonito viaje camino del Duero que realicé con mi familia en septiembre del año pasado. Por eso no me canso de recordarlo aquí.
“Por
los puentes de Zamora,
sola
y lenta, iba mi alma.
No
por el puente de hierro,
el
de piedra es el que amaba.”
Blas de Otero
DE VUELTA A ZAMORA
Mientras
tomamos el vermú en la Plaza Mayor, rodeados
del bullicio de la feria, aprovecho
para quedar para esta tarde con
la pareja zamorana que más quiero. Ocellum
se llama el bar, donde el Café Durii estab cuando
yo mozo tomaba tarta y café los domingos con
los amigos del alma. Uno de ellos es el hombre que
voy a ver esta tarde después de un siglo de ausencia. De
vuelta al piso sufrimos otra vez al ver la ruina donde
la vida y el arte de Abrantes tuvieron alma
En
la mesa consagramos la mañana con
platos y vinos de la tierra recordando
los campos y horizontes de
San Pedro de la Nave y Moreruela. Vivir
Zamora es mirar al cielo y
ver en él el alma de sus templos, pasear
por sus calles y sentir los latidos de
su corazón despierto junto al Duero mientras
somos testigos de su éxtasis. Y
yo el primero que en septiembre he vuelto --veinte
años no es nada-- a mi tierra, y
no a revivir los antiguos recuerdos sino
a vivir Zamora, la Zamora de ahora, la
que me hace sentir y vivir de nuevo
SUEÑO
Siesta
redentora mientras nuestro hijo van
a recorrer las carpas de la oveja reproductora. A
la luz de la lámpara de la mesilla de noche, que
se enciende con un leve toque del índice en
el círculo superior de la tulipa, leo
las notas escritas durante el viaje hasta
que la modorra de la comida zamorana y
el orujo gallego que la dueña dejó a nuestro abasto adormece
mi mente y vuelve de plomo mis párpados. En
lo que fue uno de los claustros de Moreruela una
voz a mi espalda me llama por mi nombre. Me
giro para responder y descubro que estoy solo, --mi
familia se ha debido quedar en la girola, hechizada por
el revoloteo de las palomas--. Ha sido el viento entre
los palitroques del nido de la mediada espadaña. Mi
mujer entra en la habitación y yo salgo del claustro de
Moreruela. Toca salir de paseo por nuestra cuenta.
LA GOLONDRINA
En
el cine Ramos Carrión, tras
la estatua del dramaturgo, vemos
el cuadro de La Golondrina, un
clásico en Zamora, el
cuadro que pintó Antonio Pedrero para
hablar de personas emblemáticas que
construyeron gran parte de
su historia y su intrahistoria. Ahí
en esa barra de bar de
ciudad de provincias el
propio pintor, hijo del dueño, de
espaldas, sirve a la parroquia, y
mirándonos desde la muerte confirman
su vida Claudio Rodríguez y Ramón Abrantes, amigos
del alma, y con ellos, el
ciego y su lazarillo, el cantaor, el
Chuleta... personas de las calles de
Zamora de los años cincuenta, cuerpos
y almas que retrató Pedrero en
un momento eterno de sus vida
AL ENCUENTRO DE NUESTRO AMIGOS ZAMORANOS
Hemos
dejado atrás el Adán caído de Barrón en
su bronce inmortal siempre elevado como
su bien armado hermano Viriato. Y
por la calle de Santa Clara arriba, vamos
al encuentro de nuestros amigos zamoranos. Y
en la emblemática Farola del Parque de la Marina --¡menudo
cambio respecto del ayer de Instituto y templete!-- nos
abrazamos –los trabajos y el tiempo nos han castigado a los cuatro-- como
si las dos parejas volviéramos de la muerte y la nada. Luego
de bar en bar, de
confesión en confesión --para
recobrar el tiempo y la distancia--, editamos
una tarde gloriosa, tras la cual nos retratamos como amigos eternos delante del Ayuntamiento Viejo para
conjurar problemas nuevos. Nos
despedimos hasta siempre --al
día siguiente nos íbamos a Soria a
seguir viendo el Duero de vuelta a Barcelona-- y
otra vez el abrazo selló nuestra promesa.
SORIA
“...conmigo
vais, campos de Soria,
tardes
tranquilas, montes de violeta,
alamedas
del río, verde sueño
del
suelo gris y de la parda tierra.,
agria
melancolía
de
la ciudad decrépita,
me
habéis llegado al alma,
¿o
acaso estabais en el fondo de ella?”
Antonio
Machado
Antes
de llegar a Soria siguiendo al Duero, pasamos
por San Esteban de Gormaz --el
segundo juglar del Cid-- a
ver el Puente románico sobre dos cauces del río, uno
de ellos turbio y huérfano de álamos y
otro umbrío lleno de versos rojos que
dejó olvidado el juglar del Cid que
aquí nació. Gritos de las hijas del Campeador en
el robledal de Corpes –semidesnudas y
azotadas por sus maridos los Infantes de Carrión--:“...hasta
las aguas del Duero ellos arribados son; la
torre de doña Urraca de posada les sirvió. Y
a San Esteban se fue aquel buen Félez Muñoz.”
SAN MIGUEL
Por
la cuesta de San Miguel subimos
hasta la iglesia que besa el cielo al
que pertenecía el arcángel que le da nombre. La
piedra arenisca que la recubre se deshace al
sol como miel derretida, incluidas
las figuras de los capiteles de las columnas que
forman su bello pórtico, modelo de
futuras iglesias de Castilla. Incluido
el canecillo de la cornisa de la galería donde
un monje sostiene un libro abierto y
la inscripción donde se fecha el templo, que,
al ritmo que sigue el deterioro de esta joya, también
corre peligro. Pero siempre conservará
el espíritu del primer románico.
PASEO POR SAN ESTEBAN DE GORMAZ
Antes
de seguir nuestro camino del Duero hacia Soria, tomamos
en un bar de
la misma travesía de la ruta el
clásico rubio de la cerveza matutina mientras no dejo de recordar las lápidas, placas,
inscripciones antiguas que
hemos visto paseando incrustadas en las casas --ricas,
modestas, arroñadas-- de
camino hacia aquí, muestras seguras de
un pasado glorioso --no
en balde esta ciudad estuvo en rutas de
la Lana y el Cid. El cielo azul y
recortada en él la espadaña de Nuestra Señora del Rivero.
RECUERDO DE CAMINO A SORIA
Ahora marchamos a la Soria inmortal mientras
ayer empieza a ser pasado melancólico. Muchas
emociones se acumularon bajo
un cielo parecido sobre el Duero con
gente como nosotros. Zamora es
eso: emociones intensas recorriendo
las calles sin descanso. Nidos
de cigüeñas vacíos, pero
habitados de esperanza. Como
el “hasta pronto” de los amigos cuyas
palabras aún suenan en
nuestros corazones.
SORIA
Llego
a Soria con la misma ilusión que
llegó Antonio Machado al Instituto a
hacerse con su plaza de Francés. Sin
embargo, mi caso es muy distinto: yo
sólo vengo a recordar su huella --canto
y elegía; amor y muerte-- con
su esposa Leonor –tres años tuvo feliz
su corazón; después la niebla de
Dios nubló su vida para siempre dejándolo
tan solo como el mar--, Leonor,
que reposa en el Espino Aquí nos apeamos, en la altura de
Soria donde está la tumba de
la mujer que inspiró al poeta. Luego nos acercamos a la lápida sobre la que están escritos sus dos nombres --Leonor y Antonio--, que leemos como
si fueran dos versos del Poema de
la Vida, del Amor y la Muerte: “Vive,
esperanza, ¡quién sabe lo
que se traga la tierra!”
ELEGÍA
Duerme
su muerte Leonor
mientras
recuerda su amor
el
poeta del camino
que
basaba su destino
en
buscar al Creador,
que le pagó con dolor,
con soledad y viudez.
Las dos cosas a la vez.
Sólo le quedó el destino
de ser huella en el camino.
EL OLMO
A
un lado, separado
del asfalto por
una cerca de hierro, el
olmo, remendado
con cemento, inspira
ternura, y
aunque no haya ningún mayo que
lo haga rebrotar, no
dejarán de sonar los
versos de Antonio Machado: “Mi
corazón espera, / también
hacia la luz y hacia la vida, /otro
milagro de la primavera.”
CON EL DUERO
Es
tarde ya. Y el sol arriba nos
recuerda que debemos ocuparnos de
nuestro piso aquí en Soria, por lo menos para
dejar las maletas y el cansancio a
buen recaudo, y después de comer dar
el primer abrazo al
corazón de Soria. Así
que bajamos del alto Espino hacia
donde el padre Duero escribe las
estrofas de su romance limpio. Tras
dejar a un lado la concatedral de San Pedro --el
recuerdo del miedo que causó su incendio llevó
el centro de Soria al Collado--, enfilamos
la Calle San Agustín, donde finalmente aparcamos
el coche--nuestro
piso a unos pasos. Momentos
después buscamos
el centro histórico--de
paso, un bar para comer algo--.
ANTE LA ESTATUA DE LEONOR
¿Qué
hace aquí sola Leonor en
la Plaza Mayor, sin su poeta, delante
de la iglesia de Santa María la Mayor, donde
un día contrajeron matrimonio. ¡Qué
exento de emoción se queda el bronce de
la esposa ahora, tan
lejos del profesor de Francés que
enseñaba el idioma de Molière con
su deje andaluz tan sevillano! ¡Y
qué cerca de aquí siguen los álamos de
oro que flanquean el Duero, el río que
recogió con gratitud sus versos y
los llevó consigo entre reflejos puros de
almenas y espadañas! Mediodía.
GERARDO DIEGO
Soria
es una ciudad para poetas. A
cualquier paso que das te encuentras uno. En
la acera del Casino al
mismo Gerardo Diego sentado
leyendo un libro. Le
ofrecí mi petaca de Jack Daniel's mientras
le recordaba un verso suyo --"las
naves por el mar, tú por tu sueño"-- y
lo dejé soñando encerrándose en su bronce, con
su café y con su libro y
su romance del Duero.
A LEONOR Y MACHADO
Mirando
a Santo Domingo
--esa
joya del románico--,
sentado
también hallé
con
su bronce al buen Machado.
Detrás
tenía a Leonor
con
él viva en un retrato.
Medité
que así cualquiera
soporta
el tiempo y su paso
y
el dolor de haber perdido
lo
que da el amor alado.
Lo
dejé en el Instituto
con
su Francés sevillano,
buscando
el verso de Dios
que
rimara con los álamos.
SANTO DOMINGO
Es
la portada de Santo Domingo un
libro al sol de lectura sagrada con
el Pantocrátor mejor del mundo. Nos
lo traduce el guía familiar ilustrado
con arcos y dovelas, columnas
y arcos ciegos, rosetones, capiteles
y Nuevo Testamento... Me
pierdo en religiones y regreso a
la práctica, al latido de la vida vivida
con los míos, esta tarde en
que las piernas pesan y el cansancio exige
el fiel reposo de una siesta. El
libro de piedra de Santo Domingo tiene
el principio en
las cinco arquivoltas de
la puerta, y
final en
la rueda de luz del rosetón; el
tema central --la
bondad y la maldad-- en
el tímpano. Y
el mensaje eterno --la
piedad-- en
la capilla del Cristo.
LOS PISOS TURÍSTICOS
Los
pisos turísticos son, como los hoteles, de
todos y de nadie en particular, no
acaban de gustarte nunca porque
son impersonales, inquietantes y lejanos. Hay
alguno, sin embargo, como el de Zamora, que puede llegar a acariciarte el corazón con
la ilusión de volver a tus raíces y ver y sentir el Duero de tu infancia, o
la atención de la dueña con su bizcocho y
las palabras de bienvenida escritas
en el recibidor. Pero
el piso de Soria, tan moderno, tan
ordenado, tan completo, tan
indiferente, tan fantasmal... que
parecía esperarnos para vivir, para
aprender nuestros nombres y
respirar con nosotros cuando usamos el sofá y nos dormimos mientras
nuestros hijos se han ido a pasear y
a tomar algo hasta la hora de la cena. Y
sueño con el Duero de mi infancia que
pasa allá abajo, cerca de aquí, ahora que soy viejo y
me recuerda los versos de Machado y de Gerardo Diego y acabará dictándome los
míos algún día... Mientras siento en mi mano la
mano de mi mujer que descansa a mi lado...

NOCHE SORIANA
De
noche cerrada salimos los cuatro hacia
la Plaza Mayor envuelta en música --hay
concierto, dijeron los hijos--. n La
farola de la Iglesia alumbraba a Leonor, tan
sola, tan ajena al bullicio de la gente --público
enfebrecido--y a los cánticos de
los artistas que en el alto escenario se
acompañan de piano y violines, que
me acerqué para hacerme una foto con ella. Rayos
de luz espasmódica envolvían
de misterio a los cantantes y
a la gente que se arracimaba entorno a ellos. Las
terrazas de los bares hervían
de tapas y cervezas. Los
hijos encontraron una mesa libre y nos sentamos. Las
voces y la música destrozaban el palio de la noche. En
la Plaza la
noche soriana goza el concierto --sones de Paco Lucía y
requiebros de violín--. Leonor, delante
de la iglesia, duda
entre coger la silla y marcharse al
silencio de Antonio o
sentarse en ella y dejar que el piano acabe
convirtiéndola en la nota más
excelsa.
Detrás
del escenario, velada entre las sombras, a
medias se sostenía el Palacio de doña Urraca. A
ella no llegaría la charanga. Mi mujer y yo preferimos
oír la música silenciosa de la historia y
paseamos hasta allí. El caso Machado-Leonor dejaba
oír su dramático desenlace y
los versos de queja que el poeta dirigió a Dios. El
caso de Doña Urraca, esposa del Batallador, que
acusada de adulterio fue encerrada por el Rey, dejaba
oír el llanto lastimero de la Reina y
temblaban de miedo las llamas de los candelabros que
decoran las placas de piedra del balcón.
DE REGRESO A BARCELONA
Después
de desayunar, listos los equipajes, iniciamos
el regreso a Barcelona no
sin hacer las últimas visitas programadas en Soria, la otra ciudad del Duero, puesta la memoria en
Bécquer y Machado, en el río y los álamos, en
San Juan de Duero y en el Rayo de Luna --Manrique
el soñador, alma de las Leyendas, y
Leonor la musa de los Campos de Castilla--. Los
adioses, cuando se hacen por
la mañana temprano: saben
a punto y aparte, a
café caliente, nuevo, y
a esperanza de verdad. Y
así bajamos al Duero a
pasear por la orilla y
la alameda –parece que
Machado y Leonor van
con nosotros pisando el
verde de la ribera--.Descansa
el río en la azuda y
en él el Puente se mira, imitando
así a una garza que
acicala su plumaje sobre
las mojadas piedras. Es
el momento ideal para
sentir que el pasado vive
al lado del presente bajo
el hechizo del Duero.
BÉCQUER EN SORIA
El
pasado de Bécquer vive
en el claustro de San Juan de Duero --el
Puente Medieval y
el Monte de las Ánimas a un paso--. Entramos
los primeros y
felices saludamos a su bronce, sentado,
reflexivo. ¿Acaso
espera al iluso Manrique para
abrirle los ojos y
hacerle ver que la mujer de blanco de
quien se ha enamorado no
es más que un brillante rayo de luna? ¿O
sólo está pensando escribirle una rima al minino que
tan fijo le mira? Yo
lo haré por él en otro lugar. Los
gatos para Bécquer son
animales sabios y enigmáticos. Amparo,
la muchacha de
La venta de los gatos,
comprende el
lenguaje secreto de los gatos. Cuando
llega a la venta siembra
el temor en la comunidad desafiando
sus normas. La
presencia del monte de las Ánimas, tan
cerca, hace lo suyo.

El
claustro de San Juan de Duero, puzzle
románico donde los haya --arcos,
columnas, capiteles...--juega al desconcierto con nosotros --los
dos templetes de la iglesia iniciaron
las bazas--. Monasterio ayer,
hoy campo de luces y sombras vanos
de arcos de sol en la herradura que
mastican hierba, pisadas, recuerdos
de turistas. ¿De nosotros se
acordarán Machado y Bécquer, Claudio
Rodríguez y Gerardo Diego --y
las criaturas del aire que inventaron-- cuando
todos nos volvamos a ver en
el Valle de Josafat? No importa, me
consuela saber que aquí Manrique aprendió
a descubrir la poesía en
la contemplación de la naturaleza.
¡HACIA BARCELONA!
¡El
camino del Duero! Ya podemos reemprender
el retorno a Barcelona. Porque
ya el vivir y hacer este viaje por
el Duero --maestro indiscutible--, nos
ha enseñado a ser agradecidos, a
Soria, a Zamora y al río, ¡el Duero!, cordón
umbilical de tantos sueños y
tantas emociones, tantos nombres de
gentes que a su paso se rindieron y
en verso y prosa fieles lo cantaron. Y
tanto arte románico –murallas, templos,
puentes, castillos y palacios-- que
disfrazó en su espejo vida y muerte, odio
y amor, traición y lealtad. Y
siempre habrá emociones y recuerdos, experiencias,
anécdotas amables artísticas
y humanas que den lustre a
nuestra vida para siempre. Amén.