Todo sigue igual. Los escalones de la escalera limpios, fregados con amor, musicales y tan queridos que a todos nosotros nos identifican con sus gemidos dulces, de familia, vivos. El calendario de la cocina se sabe de memoria todos los días del verano. Los vencejos chillan en el cielo pequeño de los corrales. La casa huele a leche. Estoy enfermo y mis amigos han venido a verme. La bombilla derrama su paz amarillenta sobre el prado lunar de la camilla. El día ya ha pasado. La noche nos acuesta maternal... Todo sigue igual, como entonces, aunque ya no vuelva a ser como entonces.
Y sin embargo, aún oigo los pasos de mis amigos, perdiéndose entre los algodones de la tarde. ¿Adónde irían? ¿A las eras? ¿A las tartanas del señor Rafael, el carretero? ¿Y qué dirían de mí, de mi fiebre, del peligro que corría mi salud? Ellos, los compañeros de la correrías por las huertas, saltando las tapias más difíciles, trepando a los árboles más altos para ganar los laureles de la aventura. Hoy serán como yo. Tendrán esposa. Acaso hijos que con sus mismos ojos alegrarán su casa. Y acaso como yo también tendrán clavado en sus almas el incansable puñal de la nostalgia. ¿Y habrán al fin también sentido ellos la amenaza terrible de que algo feliz que antes tuvieron, aquel humo sutil, el brillo hermoso, a punto está de marchitarse solo?
Vosotros ya sabéis cómo es el camino del presente y cuántas son las profundas celadas que socavan las raíces de nuestros árboles hasta dejarlos a expensas de un mal viento o de un invierno más duro que los otros. Vosotros ya sabéis cómo se vive, cuántos pactos y plazos nos subastan o hipotecan nuestras esperanzas, qué miedos nos asaltan por la noche y qué difícil es tragar el vino peleón de los días. Aun así aguanto y sobrevivo recorriendo el camino de los días, mirándome en los ojos de mi mujer y mis hijos y soñando con el mañana en la sonrisa que brilla en sus miradas .¡Cuánto me gustaría ahora que mis padres me vieran hasta dónde he llegado!, ¡cuántos andamios he subido! y ¡cuántas ganas pongo todavía en levantar nuevos puentes para seguir salvando los cotidianos abismos de la vida.
¿Y por qué entonces nos viene a visitar? ¿Por qué surge de pronto en un recuerdo algo que fue nuestro, algo muy vivo, fresco y reciente como si fuera de ahora? Vosotros lo decís: es sólo un ruido que os suena muy adentro sin motivo alguno, un maullido de gato, una copa al caer o el gemido de una puerta al cerrarse. Tal vez una fragancia que de pronto manda mayo una noche desde el campo, a través del balcón abierto donde respira el carmín oloroso de los geranios. A veces es el brillo, el color entrevisto de un objeto que clama entre los otros al abrir un cajón. O quizás un sabor que en un instante se eterniza en los labios, o la fugaz caricia en nuestro rostro de la brisa de un verano. O como ahora, en octubre, el susurro triste de una hoja seca, muerta, al caer de la rama que la ha mantenido verde, viva en su rama. Y todo esto nos hace volver por un segundo a ser el niño que late agazapado entre las sombras del desván del alma.
Lucho contra el idioma para enfocar el mundo que me viene de entonces bajo el poso donde duermen las vetas de los nombres, y extraigo con las manos del recuerdo aquellos que formaron parte de mi vida, columna visceral de mi destino humano. Y recorro galerías intrincadas para encontrar las fajas de adjetivos que fueron cualidades inocentes, atributos de mi clara niñez. Y busco en las paredes entibadas verbos puros, acciones que pautaron aquel tiempo del barrio bendecido por el Duero y esmaltado de huertas y aventuras. Lucho con el idioma para encontrar las sílabas mágicas, las palabras sugeridoras, las frases ardientes para abrazar el mundo que me viene de entonces.
Y armado sólo de amor, regreso a mi infancia como un río a su montaña. No tomo ningún tren para recorrer la distancia que me separa de lo que fue tan mío. Me subiré a lomos del caballo de la memoria y con las doradas espuelas del deseo, castigaré sin daño sus ijares de emociones y llegaré a cualquier hora, con el sol de las huertas o la luz plateada de las noches acariciando el rostro de las calles. Llegaré sin pregones y asistiré a los juegos de los niños, la rueda de la aceña y el chirriar de los carros en la plaza. No es la meta la victoria, sino el deseo de descubrir ese algo bueno que un día poseímos y que quizás a punto está de marchitarse solo.
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