1. Antes que nada, quiero adelantar que Gustavo Adolfo Bécquer es uno de los autores españoles que más ha influido en mi poesía. Y debo añadir, al respecto, que fue mi hermano mayor quien puso en mis manos el primer libro de Bécquer, que ya como objeto es una verdadera joya que acaricio cada vez que lo tengo en mis manos para enseguida enfrascarme en su contenido. Y como libro de lectura se convirtió pronto en mi mejor compañero y amigo durante aquel verano inolvidable de 1962 en que llegó de Barcelona dentro de un paquete cuyo remitente era mi hermano mayor, que ha sido mi mejor mecenas desde entonces y al que le debo, entre otras generosidades, la mayor parte del coste de la edición de mi último poemario publicado hasta la fecha, Estos octubres. Dicho esto, me centro en ese libro del poeta sevillano, Obras de G. A. Bécquer (Plaza Janés, Barcelona Primera Edición, Enero 1961), que venía en un estuche de cartón abierto por el lado del lomo del volumen, un lomo negro adornado de cuadritos dorados con águilas y leones insertos en ellos, además del título de la obra y la editorial escritos con letras igualmente doradas. El estuche, también dorado, representa la escena de una joven hermosa que toca el arpa ante un cuadro oval que contiene el retrato del poeta (la misma escena se repite en el interior de las tapas delanteras y traseras del volumen.
2. El libro, con hojas de papel biblia, contiene los siguientes apartados: un breve Prólogo que presenta al poeta y sus principales escritos; las Leyendas, con su famosa Introducción ("Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía...") y casi todos sus títulos principales (desde La creación a El Cristo de la calavera, pasando por Maese Pérez, el organista, Los ojos verdes, La ajorca de oro, El rayo de luna, La cruz del diablo, La rosa de pasión, La promesa, El beso, El monte de las ánimas y El miserere, añadiendo otros títulos como La arquitectura árabe en Toledo, que bien podría incluirse en otra sección); las nueve Cartas desde mi celda que escribió en el monasterio de Veruela tras ingresar en él para curarse de su tuberculosis; 91 Rimas (las reproducidas generalmente), seguidas de rimas con título (A Elisa, A Casta, Amor eterno, La gota de rocío y Es un sueño la vida) y otros poemas (A Todos los Santos, Oda a la muerte de don Alberto Lista, fragmentos de Elvira, Oda a la señorita Lenona en su partida, Trozos poéticos de la adolescencia, el juguete romántico ¡Las dos!, Anacreóntica, Al céfiro y La corona de oro que contiene los apartados "A Quintana", "Osián", "Herrera", "Petrarca" y "El Ángel").
3. El volumen se cierra con la sección titulada Artículos varios, que ocupa bien bien un tercio del contenido de todo el libro y que incluye hasta cuarenta títulos que van desde La pereza a Revistas contemporáneas, pasando por El aderezo de esmeraldas, La venta de los gatos (para mí es una de sus mejores leyendas), El Retiro, Una calle de Toledo, El pordiosero, El Dos de Mayo en Madrid, Tipos de Soria, Tipos de Ávila, A la memoria de Miguel de Cervantes o La voz del silencio (que es otra buena leyenda). sin olvidar títulos que podrían formar su propia sección, como Un drama, Prólogo a La Soledad, de Augusto Ferrán, o las cuatro excelentes Cartas literarias a una mujer, en las que Bécquer habla magistralmente de la poesía y del amor; a una de ellas pertenecen estas palabras: "El amor es el manantial perenne de toda poesía, el origen fecundo de todo lo grande, el principio eterno de todo lo bello; y digo el amor, porque la religión, nuestra religión, sobre todo, es un amor también, es el amor más puro, más hermoso, el único infinito que se conoce, y sólo a estos dos astros de la inteligencia puede volverse el hombre, cuando desea luz que alumbre su camino, inspiración que fecundice su vena estéril y fatigada." Fragmento que siempre he tenido presente, como algunos otros pertenecientes a las Cartas desde mi celda, donde Bécquer desnuda su alma ante sus presuntos lectores. Y de las que copio el pasaje que sigue, perteneciente a la Primera de dichas Cartas y con el que concluye la misma: “En el fondo del melancólico y silencioso valle, al pie de las últimas ondulaciones del Moncayo, que levantaba sus aéreas cumbres coronadas de nieve y de nubes, medio ocultas entre el follaje oscuro de sus verdes alamedas y heridas por la última luz del sol poniente, vi las vetustas murallas y las puntiagudas torres del monasterio en donde, ya instalado en una celda, y haciendo una vida mitad por mitad literaria y campestre, espera vuestro compañero y amigo recobrar la salud, si Dios es servido de ello, y ayudaros a soportar la pesada carga del periódico en cuanto la enfermedad y su natural propensión a la vagancia se lo permitan.”
4. Pero es en las Rimas donde abre verdaderamente su corazón y su vida el poeta. “Mientras la humanidad siempre avanzando/ no se sepa a dó camina;/ mientras haya un misterio para el hombre,/¡habrá poesía!/ Mientras sintamos que se alegra el alma,/ sin que los labios rían;/ mientras se llore sin que el llanto acuda/ a nublar la pupila;/ mientras el corazón y la cabeza/ batallando prosigan;/ mientras haya esperanzas y recuerdos, ¡habrá poesía!” (IV) “Oigo flotando en olas de armonías/ rumor de besos y batir de alas;/ mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?/ ¿Dime?... ¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!” (X) “Los suspiros son aire y van al aire./Las lágrimas son agua y van al mar./ Dime, mujer: cuando el amor se olvida,/ ¿sabes tú adónde va?” (XXXVIII) “¡Llora! No te avergüences/ de confesar que me has querido un poco./ ¡Llora! Nadie nos mira./ Ya ves: yo soy un hombre... ¡y también lloro!” (XLIV)
5. Y muchas veces, en las Leyendas. Léase, si no, lo que dejó escrito Bécquer en Tres fechas: “Hay en Toledo una calle estrecha, torcida y oscura, que guarda tan fielmente la huella de las cien generaciones que en ella han habitado, que habla con tanta elocuencia a los ojos del artista y le revela tantos secretos puntos de afinidad entre las ideas y las costumbres de cada siglo, con la forma y el carácter especial impreso en sus obras más insignificantes, que yo cerraría sus entradas con una barrera, y pondría sobre la barrera un tarjetón con este letrero: «En nombre de los poetas y de los artistas; en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica».
6. En realidad, en cualquier género que toca Bécquer, hay siempre un temblor de sentimiento y musicalidad. Hasta en sus artículos puede encontrarse nidos de emoción, de reflexión y eufonía, como podemos comprobar en el principio de La mujer de piedra, un artículo que bien podría ser considerado una exquisita leyenda: “Yo tengo una particular predilección hacia todo lo que no puede vulgarizar el contacto ó el juicio de la multitud indiferente. Si pintara paisajes, los pintaría sin figuras. Me gustan las ideas peregrinas que resbalan sin dejar huella por las inteligencias de los hombres positivistas, como una gota de agua sobre un tablero de mármol. En las ciudades que visito, busco las calles estrechas y solitarias; en los edificios que recorro, los rincones oscuros y los ángulos de los patios interiores, donde crece la hierba, y la humedad enriquece con sus manchas de color verdoso la tostada tinta del muro; en las mujeres que me causan impresión, algo de misterioso que creo traslucir confusamente en el fondo de sus pupilas, como el resplandor incierto de una lámpara, que arde ignorada en el santuario de su corazón, sin que nadie sospeche su existencia; hasta en las flores de un mismo arbusto, creo encontrar algo de más pudoroso y excitante en la que se esconde entre las hojas y allí, oculta, llena de perfume el aire sin que la profanen las miradas. Encuentro en todo ello algo de la virginidad de los sentimientos y de las cosas.”
(Si se quiere, véase también en este mismo blog la entrada del jueves, 2 de mayo de 2013 que titulé MIS POETAS Gustavo Adolfo Bécquer.)