Soneto LXXIII de W. Shakespeare
En mí puedes ver esa época del año
cuando las hojas mustias con el frío tiritan
en las ramas y, como coros apagados,
lamentan su amor las tristes aves.
En mí ves el crepúsculo de ese día,
cuando el sol agoniza en occidente
y lo cubre muy despacio la noche,
signo de la muerte que da a todo reposo.
En mí ves los fulgores del rescoldo
que dormita en las cenizas de la juventud
como en un lecho de muerte,
consumido por la llama que lo nutrió.
Lo que ves tu amor refuerza para amar
tiernamente lo que perderás muy pronto.
Nada dorado permanecerá, de Robert Frost
De la naturaleza el primer verde es oro,
su matiz más difícil de percibir;
su más temprana hoja es flor,
pero por una hora tan sólo.
Luego la hoja en hoja queda.
Así se abate el Edén de tristeza,
así se sume en el día el amanecer.
Nada dorado puede permanecer.
Caed, hojas, caed, de Emile Brontë
Caed, hojas, caed;
marchitaos, flores, desvaneceos;
alargad la noche y acortad el día;
cada hoja me habla de dicha
en su airosa caída del árbol otoñal.
Sonreiré cuando guirnaldas de nieve
florezcan donde debería crecer la rosa;
cantaré cuando el ocaso de la noche
dé paso a un día más sombrío.
Día de otoño, de Rainer Maria Rilke
Largo fue el verano, Señor; ya es hora
de que pongas tu sombra en los relojes solares,
y dejes libres los vientos por las llanuras.
Haz que maduren las últimas uvas,
regalándoles dos días más del sur,
llévalas a su sazón y vierte luego
en el vino espeso el postrer azúcar.
Ya no hará casa el que no la tiene aún,
el que ahora está solo siempre lo estará,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las calles
inquieto como el rodar de las hojas.
El otoño, de Emily Dickinson
El otoño -- La hoja que no se aferra al árbol, cayendo –
El otoño -- El sol que no se desvanece al ocaso, sino que se desliza detrás de las colinas –
El otoño -- El viento que sopla antes de que llegue la tormenta, anunciando su llegada con un susurro --
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