lunes, 29 de enero de 2024

TEATRO NEGRO (III) EL HECHIZO

 


EL HECHIZO

Adaptación libre del cuento Vampiro, de Emilia Pardo Bazán



PERSONAJES

Por orden de aparición


CURANDERO, varón de mediana edad, con aspecto de extranjero sin serlo, barba y quevedos, lleva una consulta semiclandestina en una cabaña de monte

DON NATO, varón de ochenta años, de aspecto caduco y atrabiliario, poseedor de una gran fortuna

DON CARLOS, cura de pueblo y tío de Inesiña, que vive a su cargo

INESIÑA, joven de veinte años, guapa y de aspecto lozano, sobrina de don Carlos y devota de Nuestra Señora,

BOTICARIO del pueblo, varón maduro, con bata blanca

PARROQUIANA 1

PARROQUIANA 2

Ambas mujeres, mayores de edad, típicas cuzas de pueblo

MARGA, amiga inseparable de Inesiña, algo mayor que ella, con una experiencia muy dura a cuestas

JUGADOR 1

JUGADOR 2

JUGADOR 3

Varones de cierta edad, solteros, vividores y amigos de la burla


PRIMER CUADRO

Cabaña en el monte

El curandero y don Nato



La cabaña, pequeña y de un solo espacio, no es más que la consulta de un curandero desconocido en el pueblo. El mobiliario se reduce a una mesa con un sillón para el curandero, situada en la pared de la izquierda cerca de la embocadura, y una silla para el paciente opuesta al sillón. En la pared del fondo habrá una estantería llena de tarros con plantas, pócimas, etcétera y, un poco separada de la estantería una ventana abierta a través de la cual se verán algunos árboles. Y en la pared de la derecha, al lado de una cabeza de ciervo colgada del muro, se situará la puerta de entrada.


El curandero y don Nato, sentados en sus respectivos asientos, hablan en el momento en que se ilumina el escenario.


CURANDERO Creo que lo que usted, don Nato, desea es que la boda con esa chiquilla, Inesiña me ha dicho que se llama, le resulte redonda. ¿Voy bien encaminado?

DON NATO Se podría decir que sí. Pero redonda, redonda, lo que se dice redonda, no lo creo posible. Me conformaría con recuperar, por medio de los brebajes y pócimas que usted guarda ahí (Señala con su mamola seca y puntiaguda la estantería de los tarros), la fuerza y el vigor necesario para ser un buen marido, al menos hasta que expire mi último aliento que, dada mi edad, no creo que dure mucho.

CURANDERO (Niega con la cabeza) Ya hemos empezado…, ya ha empezado usted con mal pie. Aún no le he dicho qué remedio puedo ofrecerle a cambio de la cantidad de dinero que piensa pagarme por mis servicios y empresas. Cuando se lo diga, siga usted mis indicaciones durante un tiempo y compruebe las primeras reacciones de su naturaleza, mudará de pensamiento. Mi remedio, junto con el convencimiento de que, puesta en contacto su senectud con la fresca primavera de Inesiña, producirán un misterioso cambio en su organismo, harán posible el milagro que usted desea.

DON NATO Pues no esperemos más. Proporcióneme de una vez ese remedio, brebaje, receta, fórmula mágica o lo que sea para ponerlo en práctica lo antes posible. Ya sólo queda una semana para que Inesiña y yo contraigamos matrimonio.

CURANDERO De acuerdo, don Nato. Pero antes déjeme que le diga que hace  tiempo traté un caso como el suyo y el resultado, aunque salió bien…

DON NATO (Le interrumpe, impaciente) Con eso me basta. Adelante.

CURANDERO Permítame que concluya mi exposición: aunque salió bien al principio, iba a decir, uno de los dos cónyuges no…

DON NATO (Ídem) No me interesa oír la segunda parte de su frase. “Nunca segundas partes fueron buenas”, dijo Sansón Carrasco al referirse a la Segunda Parte del Quijote. Además la vida crece en interés si encierra algo de misterio en su discurrir, y a mí no me gusta, y creo que a nadie, saber lo malo que le va a suceder.

CURANDERO Como quiera, don Nato. Usted paga. (Se levanta para coger de la estantería un tarro pequeño de color verde y, una vez sentado de nuevo, coloca el recipiente en la mesa delante de don Nato). Cada día, a partir de hoy, no importa la hora en que lo haga, debe untarse con el dedo corazón de la mano izquierda las siguientes partes del cuerpo, y por este orden: la frente, el esternón, el hombro izquierdo, el hombro derecho y el bajo vientre. Cinco toques, ni uno más y, repito, por ese orden. ¿Me ha entendido, don Nato?

DON NATO Sí, perfectamente. (Coge el tarro y hace gesto de levantarse de la silla para irse)


 

CURANDERO (Pide calma con un gesto de la mano) Perdone, don Nato; eso sólo es el principio. Hay más cosas que quiero decirle. Guárdese el tarro si quiere.

Coge una libreta de espiral de la mesa, arranca una hoja y empieza a escribir en ella.

Don Nato, mientras tanto, fija sus ojos acuosos en la barba del curandero y luego en la cabeza del ciervo colgado en la pared de la derecha. Se queda absorto mirando la cornamenta del animal disecado.

DON NATO (Que, finalmente, repara en el tarro que tiene delante, alarga la mano, lo coge y se lo guarda en el bolsillo. Luego ve que el curandero ha terminado de escribir y lo está mirando con la hoja cogida en la mano para dársela) Perdone, me he distraído. Cosas de la vejez. (Pausa para señalar la hoja) ¿Ya está?

CURANDERO (Sonríe) Nos pasa a todos, don Nato; a jóvenes y a viejos. Sí, ya he terminado de apuntarle aquí las instrucciones que debe seguir nada más volver a casa. No olvide untarse antes con la pomada del tarro las partes del cuerpo que le he dicho, y por el orden indicado, no lo olvide. (Pausa) Léase bien las instrucciones y apréndaselas de memoria sin olvidarse ninguna. Son pocas pero muy importantes. Cuando esté seguro de haberlas aprendido todas, queme la nota nada más hacerse de noche en el cementerio del pueblo al pie del ciprés de la fosa común. Tome. Léalas en voz alta y deténgase cuando no acabe de entender alguna instrucción.

DON NATO (Coge la hoja y lee) Primera: “Desnudo de cuerpo entero, mírese al espejo y dígase: ‘Untadas las partes de mi cuerpo con la pomada del olivo puedo ser cada día menos viejo y cumplir con los deberes de un marido’ “Segunda: Concierte una entrevista con su prometida y obtenga de ella voluntaria o involuntariamente cabellos, lágrimas, saliva, recortes de uñas y unas cuantas gotas de sangre, y emplee como bolsita de todo ello un pañuelo usado de Inesiña, a poder ser con su inicial.” (Pausa para mirar al curandero) Aquí tengo una duda.

CURANDERO (Lo mira fijamente por encima de los quevedos) Me imagino que está pensando en las gotas de sangre, ¿verdad? (Don Nato asiente) Comprendo que es lo más comprometido de conseguir. Pero por otra parte es el ingrediente sin el cual el milagro que espera usted, don Nato, no se realizará. De todos modos bastará un ligero pinchazo de alfiler. ¿Quiere leer las dos instrucciones que faltan?

DON NATO (Ídem) “Tercera: Hecho con el envoltorio, vuelva a casa y entre en el dormitorio de la noche de bodas, colóquelo sobre la almohada que ocupará su esposa y pronuncie, durante tres noches seguidas, la siguiente frase: ‘Inesiña, Inesiña, por esta bolsita serás siempre miña.’ “Y cuarta y última instrucción: Un día antes de la boda, desnudo ante el espejo, pásese el envoltorio de Inesiña por la frente el pecho, los hombros y el bajo vientre tres veces seguidas, sin dejar de repetir ‘Inesiña, Inesiña, por esta bolsita serás siempre miña.” (Pausa) ¿Me quedo con el envoltorio escondido en algún sitio de la casa?

CURANDERO (Tajante) ¡No! Deberá deshacerse de él junto con la nota, la misma noche que vaya al cementerio, quemando los dos al pie del ciprés de la fosa común. ¡No lo olvide! Si no, toda esta empresa se irá al traste.

DON NATO (Convencido) Destruirlo todo para reconstruirme a mí mismo, también del todo. Sea.

Fundido





SEGUNDO CUADRO

Unos días después. Y antes de la boda de Inesiña y don Nato

Rectoral de don Carlos

Sala de estar. Habrá lo necesario en una estancia así, como en la ilustración.

Don Carlos e Inesiña


DON CARLOS Entonces quedamos en que aceptas casarte con don Nato. ¿Alguna objeción, querida sobrina?

INESIÑA No, tío. Ninguna. Salvo lo que ya le dije el otro día.

DON CARLOS ¿Que os case yo? Ya te dije que sí.

INESIÑA Y que lo haga en el Santuario de Nuestra Señora. Ya sabe usted que soy muy devota de la Virgen (le enseña a don Carlos su escapulario).

DON CARLOS No te preocupes. Eso lo arreglo yo en un santiamén.

INESIÑA Y no olvides, querido tío, que mi futuro esposo es ya un anciano y no podrá subir a pie la cuesta del santuario ni sostenerse a caballo.

DON CARLOS Tampoco tienes que preocuparte por ese detalle. Dos mozos fuertes de Gondelle llevarán a don Nato en la silla de la reina hasta la misma iglesia.

INESIÑA Gracias, tío (le da un par de besos en sendos carrillos). Ya me quedo más tranquila.

DON CARLOS (Sonríe) Por mi sobrina hago yo cualquier cosa.

INESIÑA (Sonríe también aunque pálidamente) Sin embargo, tío, siento un temor que no soy capaz de explicarme.

DON CARLOS ¿Cuál es, hija?

INESIÑA Temo que, después de darle el sí quiero a don Nato en el altar de Nuestra Señora, una vez en casa recién casados, no sea todo lo feliz que espero junto a él. Mi amiga Marga no hace más que recordarme lo que le pasó a ella y está diariamente rezando a Nuestra Señora

DON CARLOS No tengas miedo, boba. Cásate tranquila. Lo de tu amiga Marga fue una desgracia, pero también una prueba que le mandó la Virgen para demostrarle que la gracia se consigue a veces con grandes sacrificios. Lo demuestra la fe que sigue teniendo en Nuestra Señora al seguir rezando por ti. Ya verás cómo cuando estéis a solas en vuestro hogar, felizmente casados, tu anciano marido te regalará dulces y paternales razonamientos que disiparán todos tus temores. Y sólo te pedirá un poco de cariño y de calor, que suelen ser los incesantes cuidados que necesita la extrema vejez. El tuyo, mi pequeña niña, será un oficio piadoso; ejercerás algo así como el papel de enfermera y de hija, y sólo por algún tiempo, quizás muy corto.

INESIÑA (Sonríe abiertamente) ¡Asistir a un viejecito! Sí. Eso sí que lo haré con mucho gusto. Durante el día y durante la noche. Sobre todo durante la noche, que será cuando me necesite más a su lado, pegada a su cuerpo como un abrigo amable. Sí, me comprometo a atenderle, a no abandonarle ni un solo momento. ¡Pobre don Nato, que ya tiene un pie metido en la sepultura! Yo que nunca conocí a mi padre, ya me figuro que Dios me ha deparado uno. Me portaré con mi marido como una hija con su padre.

DON CARLOS Y como esposa que serás ya de él, te portarás mejor que una hija con su padre porque las hijas no prestan cuidados tan íntimos, no ofrecen su calor juvenil, los tibios efluvios de su cuerpo; y en eso justamente creerá don Nato hallar algún remedio a la decrepitud. Pero eso ya se verá, cuando llegue ese momento. Ahora, Inesiña, deja a un lado tus temores.

Fundido




TERCER CUADRO

Pocos días después de la boda.

Botica del pueblo

Boticario y dos parroquianas


BOTICARIO (Ve entrar en la tienda a dos parroquianas que hablan entre ellas y siguen conversando dentro. Se abotona la bata) ¿Desean alguna cosa?

PARROQUIANA 1 (Deja de hablar con su interlocutora para dirigirse al boticario) ¿Ya se ha enterado usted?

BOTICARIO (Con asombro) ¿De qué?

PARROQUIANA 2 ¿De qué va a ser? Es la comidilla del pueblo.

BOTICARIO Pues si no es más clara, sigo sin enterarme.

PARROQUIANA 1 De la boda de don Nato con Inesiña, la sobrinita del cura.

BOTICARIO Buen matrimonio donde los haya. Vaya por delante mi enhorabuena. (Pausa) ¿Y ustedes? ¿Desean alguna receta de mi humilde botica?

PARROQUIANA 2 (Con lo suyo) Hay que convenir en que el pueblo caza muy largo, y en que a Inesiña le ha caído el premio mayor.

BOTICARIO Habrá que alegrarse de ello, ¿no les parece, vecinas?

PARROQUIANA 1 Porque ¿quién es Inesiña, vamos a ver?

BOTICARIO Que yo sepa, una jovencita fresca, llena de vida, de ojos brillantes, de carrillos como rosas…

PARROQUIANA 2 ¡Qué demonios! Como ella hay un montón en la provincia.

PARROQUIANA 1 En cambio, capital como el de don Nato no se encuentra otro igual en toda Galicia.

BOTICARIO Eso es harina de otro costal porque los que vuelven del otro lado del charco con tantísimos miles de duros, sabe Dios qué historia ocultan en la maleta… Sin embargo, ¿quién se mete a investigar el origen de una fortuna como la suya? Por otra parte, esas clases de fortuna son como el buen tiempo: se disfrutan y no se preguntan sus causas.

PARROQUIANA 2 ¿No le bastarían a ese viejo chocho siete pies de tierra?

PARROQUIANA 1 El caso es que don Nato ha dotado espléndidamente a Inesiña.

PARROQUIANA 2 Más aún: la ha hecho su heredera universal.

BOTICARIO Pues que tenga cuidado don Nato con los berridos que deben estar soltando ahora sus parientes.

PARROQUIANA 2 Sí, eso es algo que ya se rumorea por el pueblo; ya han salido a relucir los tribunales y la locura senil de don Nato, así como su posible encierro en el manicomio.

PARROQUIANA 1 Pero de locura senil, nada. Ahí sigue don Nato tan acabadito y hecho una pasa seca, pero conservando íntegras sus facultades, al lado de Inesiña, en la casona de su propiedad.

PARROQUIANA 2 Sin embargo, no ha podido evitar la monstruosa cencerrada que le han preparado delante de la mansión renovada, decorada y amueblada sin reparar en gastos.

BOTICARIO (Interesado) ¿Puede saberse qué ha ocurrido?

PARROQUIANA 2 Más de cincuenta bárbaros se han juntado armados de sartenes, cazos, trípodes, latas, cuernos y pitos y no sé cuántos trastos más, y se han puesto a alborotar cuanto han querido sin que ninguna autoridad se lo impidiese.

BOTICARIO (Ídem) ¿Cómo acabó todo? ¿Qué hicieron los felices contrayentes?

PARROQUIANA 2 Nada. En la casa no se entreabrió una ventana, no se filtró luz por las rendijas; así que cansados y desilusionados, los alborotadores se retiraron a dormir ellos también. Y aún hay más: aunque habían acordado seguir cencerreando toda la semana, ya la misma noche de tornaboda dejaron en paz a los recién casados.

BOTICARIO (Asiente con la cabeza) Como debe ser. Y colorín colorado este cuento se ha acabado. Y ahora, vecinas, ¿me pueden decir qué les sirvo?

PARROQUIANA 2 (A su amiga) Pide tú, que yo sólo he venido a acompañarte.

PARROQUIANA 1 De acuerdo. (Al boticario) Quería algo para las quemaduras; mi marido se quemó ayer en el fuego de tierra mientras apartaba de las brasas el puchero.

BOTICARIO Para eso tengo una pomada de aloe y caléndula que es mano de santo; ya verá.

El boticario desaparece por la puerta de la rebotica y las dos parroquianas se ponen a hablar otra vez.

Fundido.




CUARTO CUADRO

Un par de semanas después de la boda.

Casa de don Nato e Inesiña

Dormitorio de Inesiña

Inesiña y Marga


Dormitorio amueblado y decorado con todo lujo de detalles, donde destacará la cama donde yace Inesiña, de cuatro chirimbolos dorados rematando las cuatro esquinas. Al lado derecho de la cama habrá una silla de estilo renacentista que ocupará en todo momento Marga, su amiga.


INESIÑA (Pálida y débil, levemente incorporada sobre amplios y esponjosos almohadones. Mantendrá cogidas por sus cinturas a dos muñecas que habrá a ambos lados de joven) No sé cómo, Marga, podré agradecerte tus atenciones y tu reconfortante compañía en estos momentos tan difíciles.

MARGA (Sentada en la silla muy cerca de la cama, sonríe) No podía dejarte sola, Inesiña, en este duro trance que estás viviendo; tú eres mi mejor amiga y estaré a tu lado siempre que me llames y me necesites. Porque no sé si lo sabrás, Inesiña de mi alma; pero es que tú sigues siendo una chiquilla: no hay más que verte con estas dos muñecas tan grandes, vestidas de sedas y encajes y que, dicho sea de paso, mi querida amiga, tienen caras de tontas.

INESIÑA (Mohín de desagrado) Tampoco es para tanto, Marga. Estas muñecas que aquí ves abrazadas por mí, mucho me temo que serán las únicas criaturas que haya en mi casa, criaturas de fina porcelana, y no criaturas humanas engendradas por este cuerpo mío tan decaído y frágil.

MARGA Ahora que has tocado ese delicado tema, y viendo tu estado actual, todavía me pregunto qué te ha podido pasar en tu matrimonio para llegar a tal debilitamiento. (En voz baja) ¿No habrá tenido algo que ver en todo ello el trato que te ha dado tu marido?

INESIÑA (Niega con la cabeza) Mi marido siempre me ha tratado bien, mejor que bien, Marga. Y te lo digo de verdad. Y no te puedes imaginar con cuánta ternura. Y yo, como esposa suya, le correspondía. Al principio de casarnos solía repetirme: “Inesiña, querida, lo que yo tengo es frío, mucho frío; es la nieve de tantos años que ya está cuajada en mi venas.” Me decía muchas cosas bonitas, Marga. Por ejemplo, me decía unas frases románticas parecidas a la que leíamos en el colegio y a las que aprendí cuando representé a doña Inés, ¿recuerdas? Mi marido me decía: “Te he buscado como se busca el sol; me arrimo a ti como si me arrimase a la llama bienhechora en mitad del invierno. Acércate, échame los brazos; si no, tiritaré y me quedaré helado inmediatamente. Por Dios, abrígame; no te pido más”. Y cosas así. (Pausa para recuperar la respiración.)

MARGA (Con cariño) No deberías hablar tanto, Inesiña. Estás muy débil y muy demacrada. Descansa. Yo vengo a verte para acompañarte y atenderte por si sufres algún ataque de los que ha dicho el médico y suministrarte los medicamentos que te ha recetado. Y hablarte. También hablarte para entretenerte. Y hay una cosa que llevo tiempo querer decirte y si no te la digo, me moriré. Y es, Inesiña, y te pido que no te enfades conmigo, que mientras tus fuerzas han ido desapareciendo, tu marido las ha ido recuperando de tal manera que he llegado a creer que su decrepitud y agotamiento se han trasladado a tu cuerpo de flor temprana hasta ajarla del modo que lo ha hecho, como si él, cuando os besabais los dos y hacíais el amor, absorbiera a través de tu aliento, tu saliva y tus efluvios, todas tus energías vitales. He visto cómo don Nato ha rejuvenecido y recuperado el color sonrosado de la lozanía. Ya no parece un anciano y hasta tiene un aura viva, ardiente y pura, tan contraria a la tuya. Inesiña, que muestras una postración agónica que me apena y me asusta mucho…

INESIÑA (Con voz débil) ¿Es que ya me espera la losa sepulcral?

MARGA (Quita hierro a la situación) Claro que no. Te curarás de la enfermedad cualquiera que sea la que te está consumiendo. (Pausa) Pero a veces, sobre todo últimamente, he soñado que tú eras una víctima, una oveja que don Nato había traído a su matadero particular y con el egoísmo sin límites propio del acabamiento de la vida en que se hace cualquier cosa con tal de prolongarla, se arrimaba a ti, Inesiña de mi alma, para absorber tu lozana respiración y beber tu saliva perfumada para sostenerse en pie, y no satisfecho con eso hizo un pequeño corte en tu cuello y chupó la sangre que brotó de él, ¡horror, Inesiña mía, horror! (Pausa) ¿No habrá hecho un pacto con el diablo? Te lo digo con horror, Inesiña, ¿no habrá algún tipo de magia en todo esto? Oí hace días que el curandero inglés de la cabaña del monte ha desaparecido de la noche a la mañana y de la cabaña no ha quedado nada tras un misterioso incendio al parecer provocado…

INESIÑA (Ídem) Has hablado de magia, y ahora recuerdo que antes de que nos casáramos don Nato me pidió algunas cosas mías, pelos de la cabeza para llevarlos siempre encima, unas cuantas gotas de sangre que conseguí pinchándome con un alfiler, un pañuelo con mi inicial…

MARGA ¡Ya me lo imaginaba!

Fundido




ÚLTIMO CUADRO

Tres semanas después de la boda.

Casino del pueblo

Sala de juegos

Tres jugadores de dominó


En la sala se verán en la pared del fondo dos o tres mesas vacías y un reloj de estación, cuyo tictac no dejará de sonar durante todo el cuadro. En la pared de la izquierda estará la entrada en arco, sólo semicubierta con una cortina verde atada a los lados con cordones del mismo color. En el centro de la estancia se encontrará la mesa de billar, también sin usar. Y en la pared de la derecha cerca de la embocadura se instalará la mesa de mármol blanco a la que estarán sentados los jugadores de dominó 1 y 2, de lado y uno enfrente del otro, con la caja de dominó sin abrir. Están esperando, para iniciar la partida, al jugador 3, el cual, cuando haga su entrada por la puerta de la izquierda, se sentará de cara a los espectadores. En las tres paredes habrá colgadas fotografías grandes y medianas de vistas del pueblo, y en la del fondo, además, e reloj de estación mencionado arriba.


JUGADOR 1 (Acaricia la caja de madera del dominó y corre y descorre con parsimonia la tapadera de la caja) Así que la última historia de amor del pueblo ha terminado de la forma más trágica posible.

JUGADOR 2 Y estrambótica. Y con ella la última ocasión de reírnos un poco e inventar nuevos chistes a costa de nuestros paisanos. Y, la verdad, la cencerrada que montanos la noche de bodas de sus protagonistas fue sonada. Lástima que no pudiéramos repetirla en la tornaboda. Yo la echo de menos.

JUGADOR 1 Y yo, claro. Pero no dejo de pensar el triste desenlace de ese matrimonio. El viejo carcamal acabó haciendo suya a la bella Inés.

JUGADOR 2 Sí, no dejo de recordar la obra de teatro que representamos en esta casa el Día de los Difuntos del año pasado, en la que ella encarnó divinamente a la doña Inés del Tenorio.

JUGADOR 1 Sí que era hermosa, sí. Y tú hiciste el papel de Don Juan bastante pasable, y te llevaste sus caricias, cabroncete.

JUGADOR 2 Y ahora, ya ves. Muerta como el mejor personaje que creó Zorrilla. Y el viejo cumpliendo el dicho “El muerto al hoyo y el vivo al bollo.”

JUGADOR 1 Ni que lo digas. Ahí tienes a don Nato pizpireto y tieso como un lirio, el octogenario a quien tenían pronosticada a los ocho días la sepultura.

JUGADOR 2 Recuerdo que recién casado ya empezó a dar señales de mejorar y hasta de rejuvenecerse. Al principio salía a pie un ratito, apoyado primero en el brazo de Inés, después en un bastón, a cada paso más derecho, con menos temblequeteo de piernas…

JUGADOR 1 Y al poco tiempo se presentó en nuestro casino y jugó su partida de billar en esa misma mesa, quitándose la levita, hecho un hombre. Habría jurado que le soplaban la piel, que le inyectaban jugos. Y a ojos vistas sus mejillas perdían las hondas arrugas anteriores, su cabeza se erguía, sus ojos se llenaban de brillo y de vida, lejos ya de aquellos ojos muertos, sumidos en el cráneo con que lo habíamos conocido.

JUGADOR 2 Ahora que lo dices, recuerdo lo que el médico del pueblo dijo horrorizado al ver el rápido rejuvenecimiento que había experimentado el carcamal: “Mala rabia me coma si no tenemos aquí un centenario de esos de quienes hablan los periódicos.”

JUGADOR 1 Y puede que algún día los periodistas logren averiguar algo más sobre la verdadera causa de su muerte a raíz del certificado de defunción firmado por el médico del pueblo: “Consunción, fiebre hética.”

JUGADOR 2 Algo así como “La muerte de la joven Inés… etcétera, pone de manifiesto que la ruina de un organismo ha regalado a otro su capital.” O cosas parecidas. Pero entonces, ¿a quién le interesará eso? (Pausa)

(Se oye insistentemente el tictac del reloj de estación de la pared del fondo)

JUGADOR 1 (Mira al reloj y hace una mueca) Tu compadre tarda. ¿A qué hora era el entierro?

JUGADOR 2 A las cinco de la tarde.

JUGADOR 1 Como las corridas de toros,

JUGADOR 3 (Mira al reloj) Si todo va como se espera y don Carlos el cura no se alarga en el sermón y en los requiems por su sobrina, estará aquí en diez minutos o un cuarto de hora máximo.

JUGADOR 1 (Abre de una vez la caja de las fichas de dominó y las deja extenderse sobre el mármol de la mesa) Podemos hacer tú y yo una partida mientras él llega. Sin robar fichas, sólo con las siete que escojamos, y el que pierda de los dos paga la consumición de los tres. ¿Te parece bien?

JUGADOR 2 ¿Qué prisa tienes?

JUGADOR 1 No mucha, pero he quedado a las siete y media en ir a la ciudad a recoger a un amigo que viene en tren desde Zamora. Ya te lo presentaré. Es un poco pardillo, pero majo; se las da de buen jugador, pero no sabe ni tenerlas. Nos divertiremos a su costa y podremos desgustar varias rondas sin perder una sola partida.

JUGADOR 2 Bueno, alguna dejaremos que gane para que se confíe. Venga va, empecemos ahora esta partida. (Se pone a mover las fichas con las palmas de las manos). Coge tus siete fichas, y que sean buenas; porque si no... ya sabes qué te pasa.


(Ambos cogen sus respectivas fichas, las ponen de pie y las colocan en arco tras sus manos)

JUGADOR 1 ¿No has cogido la que menos pesa? (El jugador 2 niega con la cabeza) Pues empiezo yo con el cinco doble (pone la ficha sobre la mesa con un golpecito triunfal mientras mira fijamente a su contrario con ojos risueños).

JUGADOR 2 ¿Qué pasa fantasma? ¿Cuántos cincos llevas?

JUGADOR 1 Los suficientes para cerrar antes de que des cuenta. Sólo juegan catorce fichas. Pon.

JUGADOR 2 ¿Que ponga? No he cogido ningún cinco. Paso. A ver cuál pones tú ahora.

JUGADOR 1 (Suelta una risilla) Ésta misma, que sin duda te hará daño, el cinco seis.

JUGADOR 2 (Levanta una ficha sin enseñar) Espero que no porque me quito de encima diez puntos cosa que al final me ayudará a ganar la partida; siempre, claro, que juegues mal, como supongo. El seis cuatro.

JUGADOR 1 (Risa abierta) Se acabó: el cuatro cinco. Cerrado (Y enseña sus fichas) ocho puntos. ¿Y tú? ¿Cuántos tienes?

JUGADOR 2 (Enseña sus seis fichas) Quien ríe último ríe más.

JUGADOR 1 (Visiblemente molesto) ¡Todas blancas! Así cualquiera. El dominó tiene esas cosas. Deberías saberlo.

Entra el jugador 3

JUGADOR 3 (Se sienta en la silla que da cara a los espectadores) ¡Que cagaprisas sois!

JUGADOR 1 Estábamos probando las fichas. A ver si rodaban bien.

JUGADOR 2 Y ruedan bien... sobre todo para mí, que le he ganado la primera jugada por sabihondo. (Pausa) Bueno, cuenta cómo ha ido todo,

JUGADOR 3 Buen entierro y buen mausoleo no le ha faltado a Inés. Pero me ha dicho Marga que don Nato anda ya buscando otra novia.

JUGADOR 2 (Se sorprende) ¿Otra novia?

JUGADOR 1 (Ídem) ¿Otra novia?

JUGADOR 3 Sí, otra novia, como lo oís. Así que o se marcha del pueblo ese viejo mamón o nuestra cencerrada siguiente acaba con la quema de su casa.

JUGADOR 1 Con él dentro.

JUGADOR 2 O mejor aún, antes de quemarle la casa, sacarlo de ella a rastras y darle una paliza de muerte mientras ve cómo toda su fortuna es devorada por las llamas.

JUGADOR 3 Y mientras lo ve, echará de menos aquellos días en que sonriendo mascaba con la dentadura postiza el extremo de uno de sus pestilentes puros habanos. ¡Estas cosas no se toleran dos veces! (Pausa) Y ahora, mientras jugamos nuestra partida de dominó de costumbre, maduramos el plan. (Se pone a mover las fichas)

Fundido

Fin






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