“He declarado ya que toda poesía
es plena confesión de un yo,
de un carácter, de una aventura humana.”
Jorge Luis Borges
Parodiando a Borges,
el tamaño de mi esperanza
es este rato de sol y vida en la playa
mientras leo al gran cuentista argentino
y aprendo con él a conversar con el mundo,
conmigo, con Dios y con la muerte.
Parodiando a Borges,
mi Zamora innumerable es amor de árboles
en la orilla del Duero,
tristeza tradicional en su Semana Santa,
mucho cielo de vencejos en el verano
y bendita querencia en los chatos de los Herreros.
Borges monta un número
con lo de ocuparse de algo y ocuparse con algo,
y yo toco las pelotas añadiendo ocuparse en algo.
Pero sí estoy de acuerdo con el escritor matero
en lo grandioso es amillonar el idioma,
es instigar una política del idioma.
Y además gracias a Borges
recuerdo aquella duda idiomática de Baroja:
¿Qué escribo: bajar en zapatillas o bajar con zapatillas?
En serio: siguiendo el artículo de Borges,
El idioma infinito, pido desde aquí
no poner barreras a la vida del castellano,
Me pregunto si es muy conveniente
proponer como sinónimo
de mujer mala, o meretriz, o cortesana
el sintagma mujer horizontal,
que me parece tan profunda y bellamente
polisémica como injusta.
Borges me entiende desde sus páginas:
“Ya he reconocido, entre miles, las nueve o diez palabras
que se llevan bien con mi corazón.”
Pero no en lo que opina
de los poetas antiguos y los actuales
--como si tuviera que haber alguna diferencia--:
“Los poetas actuales hacen del adjetivo
un enriquecimiento, una variación;
los antiguos, un descanso, una clase de énfasis.”
Los poetas verdaderos hacen de las palabras
una ocasión para enriquecer
la forma de sentir, de mirar, de ser
la humanidad de todos los tiempos.
Borges es un poeta verdadero
al que no le da vergüenza reconocer
el agua que ha bebido de la Biblia.
Lo reconoce y aprovecha la ocasión
para recordarnos a todos los que queremos serlo
que sin la Biblia la poesía carece de raíz.
Y no espera para repetirnos
que todos los grandes, antes de escribir,
han bebido en las sagradas fuentes.
De los nuestros, además de los místicos,
lo han hecho profanos como Cervantes, Quevedo...
y por supuesto el mismo Borges.
Y un día, al anochecer,
tras la esquina del barrio
en la mano callada de la plaza
donde el balcón conversa con el tiempo...
Un día tal vez el ángel blanco,
aquel que le escribía a Borges versos
sobre el yeso silente de la alcoba...
Tal vez me venga a dar el adjetivo exacto
o el verbo de la esperanza,
y el poema que jamás he escrito
--y no importa que lo acabe--
tal vez lo empiece a ver,
como se ve el azúcar de una fruta madura.
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