domingo, 24 de marzo de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. POETAS DE AZOR (I)




Corría el año 1978. Yo contaba treinta y cuatro años de edad, vivía en Barcelona, estaba casado y tenía dos hijos, era profesor de Lengua y Literatura española y acababa de publicar mi primer libro, Cangilones de vida. Como puede imaginarse, deseaba ardientemente que todo el mundo conociera mi poemario recién salido de la imprenta. Y como al poco tiempo de salir el libro, me enteré de que en Barcelona existía una tertulia de poetas llamada Azor dirigida por el poeta de Linares, José Jurado Morales, lo mandé allí con una carta solicitando a los poetas componentes de la tertulia y a su director se dignasen, si les venía bien, opinar sobre el libro. Enorme fue mi sorpresa cuando, a escasos días de mandar el libro y la carta, recibí otra misiva invitándome a asistir a la tertulia porque, según decía la carta, querían conocerme y saber de primera mano por qué había escrito Cangilones de vida. Evidentemente, como novel autor que era, acepté gustoso la invitación y el sábado siguiente me presenté allí nervioso, como una hoja de otoño a punto de caerse de su árbol, ante la idea de ser el centro de atención de poetas tan distinguidos.

Ese fue el principio de mi relación y pertenencia a la tertulia Azor, dirigida, como queda dicho, por José Jurado Morales, tertulia que duró para mí desde ese mismo sábado de 1978 hasta el fallecimiento del poeta de Linares en 1991.

Antes de hablar de los poetas que a lo largo de ese tiempo formaron parte de la tertulia Azor, que entre otros y por orden alfabético, fueron Isabel Abad, Esther Bartolomé, Visi Beato, Cristóbal Benítez, José Carreta, Amparo Cervantes, José Díaz Borges, José Antonio Espejo, Encarna Fontanet, Dora Huerta, Milagros Martín, Antonio Matea, José Membrive, Juan Pastor, Vicente Rincón y Sofía Sala. Antes de referirme, decía, a los poetas de la tertulia Azor, es necesario hablar de la figura del que fue su director.

José Jurado Morales nació en Linares en 1900, y como su padre y su abuelo fueron mineros, siempre tuvo un hueco en sus versos para cantar el duro mundo de las minas. Muy joven su familia se trasladó a Lérida cuando José contaba diez años de edad. Allí estudió comercio con los maristas y empezó a familiarizarse con la literatura. Los primeros clásicos que leyó fueron, entre otros, Bécquer, Espronceda y Gabriel y Galán. Fundó dos revistas donde trató temas muy dispares: en la primera, El Oportuno, publicaba gacetillas sobre estudiantes y modistillas, y en la segunda, Bohemia, trató de literatura en general y de poesía en particular, ahora con más altos vuelos en compañía de Homero, Virgilio, Horacio y Dante… A los 18 años se estableció en Barcelona, donde permaneció el resto de su vida, salvo en dos o tres ocasiones por circunstancias personales, sociales y políticas. La primera, a los 21 años, para realizar el Servicio Militar en Las Palmas. Etapa importantísima para enriquecer su mundo poético. Allí entró en contacto con poetas isleños de la talla de Félix Delgado, Fernando González, Pedro Perdomo, Alonso Quesada o Saulo Torón. De la relación con dichos poetas surgió la idea de publicar en 1923 su primer poemario Las canciones humildes, del que ya hablaremos en estas páginas, lo mismo que del resto de su producción poética. A partir de ese momento, como puede deducirse, su vida estuvo ligada siempre a la poesía. También en las islas ejerció de periodista en el diario Las Provincias.

 
Cumplidas sus obligaciones militares, regresó a Barcelona, y en 1924 contrajo matrimonio con Paquita, la que sería la mujer que le acompañaría toda su vida. Metido de lleno en el mundo literario creó en 1932, junto con los autores amigos Luys Santamarina, Max Aub y Félix Ros, la revista literaria Azor, que sufrirá duros reveses y esporádicas desapariciones, como ocurrió al declararse la guerra civil en 1936 y tener que abandonar el poeta Barcelona cuando en 1938 los aviones rebeldes bombardearon la ciudad condal. Acabada la contienda regresó a Barcelona y continuó cultivando su propia poesía y difundiendo la de otros poetas. Asimismo resucitó la revista Azor a principios de los sesenta, y finalmente en la década siguiente le dio un impulso tan enorme que en ella han llegado a colaborar los escritores y poetas más prestigiosos del mundo, sobre todo de Hispanoamérica. Para entonces la revista ya se llamaba Cuaderno Literario Azor. Además de convertirse en el más importante promotor del Cuaderno, fue director literario de la editorial barcelonesa Rondas, creada especialmente para dar a conocer jóvenes valores de la poesía española contemporánea. Y, especialmente, fundador de la tertulia Azor que en su casa de la calle del Conde Borrell de Barcelona dirigió con su proverbial y amable generosidad, hasta que a finales de los ochenta, mayor, cansado y enfermo, sus hijos se lo llevaron a Puente la Reina (Navarra), donde murió en merecida  paz en enero 1991.
En marzo de ese año se publicó un Cuaderno Literario Azor póstumo con su necrológica en la que se decía de él, entre otras cosas: “Años atrás anunció una interrupción circunstancial en la publicación de su querida Revista, escribiendo en ella ‘AZOR rinde vuelo, esperamos que la suspensión no sea larga’. Hoy debemos comunicar su “último vuelo”, el definitivo, por mor de la ley de vida que impone la muerte corporal. Cuantos tuvimos la dicha de conocerle, supimos admirar sus dotes personales: era inteligente, probo, alejado de extremismos, y ello tanto en el aspecto físico como en el moral.”



Aunque José Jurado Morales cultivó también la novela, género en el que destacó con títulos como La hora de anclar, Un hombre de la CNT y La vida juega su carta (finalista del Premio Ciudad de Barcelona), el género para el que había nacido fue la poesía.
Hagamos un breve repaso de su amplia trayectoria  poética. Según adelantamos más arriba, Pepe Jurado se dio a conocer como poeta con Las canciones humildes, cuando tenía 23 años y estaba cumpliendo el Servicio Militar en Las Palmas de Gran Canaria. Al comienzo del libro, compuesto de 87 poemas agrupados en seis partes, Jurado dejó escrito: “No creas, lector, que en estos versos míos encontrarás la grandeza de un ingenio. Yo no soy ingenioso. No tengo fama de sabio, ni me he parado a pensar si llegaré a serlo. Soy un hombre íntegro, con un corazón sereno, hecho de una bondad desconocida; nada más soy eso.” Y tenía razón, como quedó demostrado en el conjunto de su producción poética. “Versos que tienen aroma / de algún solar campesino, / de un hogar hecho de barro / junto a un arroyo dormido.” 
El segundo poemario, Hora morena, vio la luz en Barcelona en 1935 en la colección Biblioteca Azor, en cuyo prólogo escribió su amigo Luys Santamarina: “Este andaluz del Santo Reino trata con incansable cariño un puñado de temas eternos: el agua, las mocitas morenas, la majeza, la rebeldía de los oprimidos, las soledades del primer cariño”. Trece años más tarde publicó Manantial soleado, donde la naturaleza continúa teniendo poderosa presencia y el poeta inicia su perfección poética (aparecen sus primeros y bien trazados sonetos. Mi añorado profesor Castro Calvo definió así el libro: “Poesía extraordinariamente fina, que ha captado los motivos, a veces pequeños pero insinuantes, que en el mundo serán siempre manantial de belleza.” La pisada en el viento (1951), aunque contiene acentos machadianos, es, como dice Pepe Jurado, un afianzamiento de su poesía, un claro asentamiento de su propia personalidad. Es destacable el tema del amor, que será ya constante en la poesía de Jurado, así como un romance soberbio dedicado a la muerte de Manolete en la plaza de Linares. Mi ser y mi sendero (1953) es el siguiente poemario, del que dijo el crítico literario Rafael Manzano: “Frente a esa poesía de cerradura de caja de caudales, de imposible combinación alfabética, se levanta este libro, abierto de par en par, como un patinillo andaluz, blanco y azul…” 
Cuatro años más tarde sale a la luz Nostalgia iluminada, cuyo tema central es el que se menciona en el título. En marzo de 1958 Dámaso Santos escribió: “Jurado Morales va ganando nuestra emocionada atención. Sin buscar imágenes, lisa y sencillamente –‘Hoy vamos a enterrar todas las rosas’, ‘Feliz el hombre a quien el tiempo deja un celemín de grano bien molido’—el poeta expresa poéticamente sus dolores, menudas esperanzas y fugaces complacencias”. Cuenco de arcilla (1960) es un poemario donde predomina el tema del paisaje. De él se escribió, entre otras cosas, en El Correo Catalán: “La lírica de José Jurado Morales es serena, reposada y grave. Canta la hondura del vivir, del sentir y del caminar. El paisaje se hace lúcido y emotivo. Las sensaciones, las intelecciones, las vivencias alcanzan ritmos sonoros de una gran elevación.” Un año más tarde el poeta publicó Pena y llanto de la casada infiel, definido por el propio Jurado como un Romance para recitar. Extenso romance de más de 200 versos dedicado a homenajear a Federico García Lorca, autor de aquel otro romance tan famoso de La casada infiel, que comenzaba “Y que yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela, / pero tenía marido.”

 
Ese mismo año de 1961 apareció uno de los poemarios más importantes del poeta de Linares, Sombras anilladas, que obtuvo por unanimidad del jurado el Premio de Poesía “Ciudad de Barcelona”. Entre los 46 poemas que lo componen hay sonetos de andadura impecable, meditaciones ante el paisaje, coplillas de viaje y hasta poemas para un exiliado. A propósito de la poesía que Jurado muestra en Sombras anilladas, Ángel Marsá dejó escrito, entre otras cosas, que “es intimista, confidencial, evocadora. Mantiene una estricta fidelidad al orden estrófico, a la rima, a las estructuras formales, a las consonancias ceñidas y a los ritmos asonantados. Es más sensible que intelectiva, y canta la soledad y se erige en testimonio de ella, como uno de los signos más representativos de nuestra época.” He aquí una muestra:

“Las sombras, anilladas,
lo queramos o no, van con nosotros;
están en nuestra carne, en nuestros huesos
y del pozo del alma en lo más hondo.
Sombras vagas, las unas son fugaces,
y son las otras densas como el plomo.
Las sombras anilladas, en cadena,
unas tras otras van: van a su modo
velando auroras o arropando ocasos;
son humo muerto, pesadumbre, agobio…
Mas sin ellas, decidme, qué sería
de los ahormados hombres silenciosos
que por hábito antiguo andamos siempre
por los caminos, solos?”

Y continuaron saliendo de la pluma del poeta nuevos poemarios. En 1964 le tocó el turno a Llanto y cántico, del que en marzo de ese año la revista Garbo escribió del libro que, como indica el título, “tiene algo de elegía y algo de gozo de resurrección. Hay una constante poética bien definida: el sentimiento del instante fugitivo, del tiempo que pasa, del hoy que se hace ayer a cada vaivén del péndulo, motivo sinfónico que vemos aflorar con insistencia en los compositores más preocupados por lo eterno, lo inefable y lo inaprensible, trinidad augusta de trascendencias neblinosas.” Dos años después La voz herida, cuya aparición celebró poeta leonés Victoriano Crémer diciendo que era como “un fluir cálido, entrañable y gozoso de recuerdos, de paisajes, de sentimientos, de nostalgias, de esperanzas, de cantares…Todo ello brota despacio, se presenta humilde y sorprendente, se deja acariciar, se deja sentir, obliga al acompañamiento.” De ese mismo año de 1966 data Breviario de amor, un poema donde se conjugan el amor, la amada y el amado, publicado en los Cuadernos Literarios Azor y que once años más tarde formaría parte del libro Poemas del Amor Radiante, del que hablaremos en su momento.

En medio de ese tiempo aparecieron otras publicaciones y poemarios, como Sabores del sosiego (1969), donde el poeta vuelve a tratar los temas del amor y el paisaje y ahora también el de la propia poesía, y en el que el soneto es la composición poética más empleada. La revista Álamo de Salamanca lo considera uno de los mejores libros de Jurado “por su medida precisión, por su decantada belleza, por la gracia y el ángel atrayente de su perfección formal, por la autenticidad de las evocaciones.”

“¿Quién me dará la mano
llevándome otra vez hacia la aurora?
¿Qué estrella va guiando
mis pasos?
                   ¿Y quién toma
de mi ser nuevamente la dulzura
rebosada, que aflora
en poética imagen
con la palabra, al borde de mi boca?”

O Dolorido sentir (1971), inspirado en las palabras de su admirado Garcilaso de la Vega: “No me podrán quitar el dolorido / sentir, si ya del todo / primero no me quitan el sentido.” El crítico literario y poeta Luis López Anglada dijo en La Estafeta Literaria del “dolorido sentir” de Jurado que no era “un atormentado modo de discurrir por la vida, sino como una dulce melancolía que permite al poeta sonreír con cierto dejo de tristeza, sin acritud, mansamente y como en sueños.” O los Sonetos de mala uva, de ese mismo año, donde se satiriza con fina ironía a ciertos personajes de moda en la sociedad: el nuevo rico, el criticastro, el pedante, el tecnócrata, etcétera (en 1979 aparecerán Nuevos sonetos de mala uva). O Aliento remansado (1974), publicado por la Editorial Rondas de Barcelona (de la que Jurado será ya siempre su director literario y en la que muchos de los asistentes a su tertulia publicaríamos parte de nuestra obra), donde destaca el amor a la tierra andaluza, especialmente a Linares, su ciudad natal, a la que dedicará al año siguiente todo un libro de bellos y entrañables versos titulado precisamente  Poema de Linares, donde canta la historia de la población, los tipos populares, el paisaje, las minas, los mineros, las coplas, los toros, los toreros, las grandes figuras, las costumbres, la gracia de sus mujeres…

 
Antes de terminar este recorrido por los principales títulos de Jurado Morales, resaltaremos en primer lugar el anunciado Poemas del Amor radiante (1977), poemas “hondos y sentidos ( que) en este mundo desangelado de hoy son un remanso de verdad y de belleza”, como dice el escritor F. D. de Molina. Por su parte, el poeta Nicolás del Hierro en La voz de Albacete afirma del libro: “Enteramente formalista y clásico, su palabra y su concepto poéticos, nos sabe a actualidad cada poema. La habilidad, el oficio y el dominio del poeta, son como si Lope renaciera y, enamorado y joven, desplegara su fecunda inspiración a favor de un tema eterno.”
Al año siguiente salió Acordes a la puesta del sol, libro de madurez, en el que Jurado se muestra con el saber y el sentir serenos, y joven de entusiasmo con el gozo de cantar estremecido en todas las formas poéticas, desde los poemillas a lo Machado o los romances a lo Juan Ramón Jiménez hasta los sonetos que dedica  al amor casero y conyugal, por ejemplo, o a las cosas del poeta (el espejo, el cenicero, el cortaplumas, el bastón, las gafas, la pipa…), las cuales, según Vicenso Josia (Diario Jaén, 1979), “bajo el mágico influjo de la palabra poética, también parecen cobrar vida, compartir con el poeta la nostalgia de las cosas pasadas, llorar juntas con él la tristeza de la despedida que el tiempo con su pulsar implacable hace cada vez más cercana.”

“Rojo color de sangre
tiene una rosa.
Cúspide, sobre el tallo
se mece airosa.”
 
Tenía el poeta 78 años. Pero ni el tiempo ni la edad podían frenar aquel manantial infinito de versos que manaba de su corazón joven y enamorado de la Poesía. No en balde poco después el Frente de Afirmación Hispanista de México le otorgaba el Premio José Vasconcelos por toda su extensa obra poética y su meritoria labor de acercamiento entre los escritores de aquí e Hispanoamérica, como había hecho Jurado a través de los Cuadernos Literarios Azor, donde publicaban al unísono sus versos poetas españoles y de allende el Atlántico.
Y aún, hasta poco antes de morir, nos dio a conocer nuevos poemarios tan encendidos de sinceridad, emoción y belleza como los anteriores. Fueron los casos de Cuenco de soledades (Rondas, 1981), Remansada armonía (Rondas, 1982), Poética andadura (Rondas, 1983), Desde el alba carnal a la agonía (Rondas, 1985), Fuego, ceniza, viento (Rondas, 1987) y Oreo otoñal (Rondas, 1988). De los cuales quizá sea Remansada armonía, título- fórmula que reúne la principal característica de la poesía de Pepe Jurado Morales: belleza sentida y rimada con serenidad. Como afirma en el prólogo muy acertadamente la poetisa y amiga Sofía Sala, de quien guardo un recuerdo muy entrañable, la obra de Jurado Morales “tiene la gracia y la música del hombre de Andalucía, que cae bien a todos los oídos. Es más amigo de la inteligencia que de los ideales aleatorios, experto en pasiones contenidas y a la vez desbordantes. Hombre sencillo, afable, con una delicadeza que atrae y con una constante expresividad de buen tono.”
He tenido presente para redactar la vida y la obra de Jurado el libro de Severino Cardeñoso Álvarez, al que tuve la suerte de conocer cuando se presentó con él en la tertulia, titulado José Jurado Morales. Poeta de Linares. Poeta del Amor. Ensayo Antológico, que vio la luz en Ediciones Rondas, Barcelona, 1980.

 

 
Aprovecho la ocasión para unir, ahora más que nunca, las voces de dos viejos amigos y maestros míos: uno en la poesía, el propio José Jurado Morales, y el otro en la Universidad, José María Castro Calvo. Y lo hago de la manera que mejor se me ocurre: Hablando uno, el profesor, como crítico literario, del otro, el poeta, en un memorable artículo que publicaría algún tiempo después en uno de sus libros selectos, El Agualí (Ed. Ínsula, Madrid, 1973). En dicho artículo Castro Calvo, tras afirmar que Jurado escribe prosa y verso, pero que es ante todo poeta. “No hay página suya, añade el profesor universitario, sin honda emoción; nada se ha visto, sin la mirada acariciadora con que contempla las cosas. Poesía es, en un sentido muy amplio, generosidad del corazón. Nadie ha podido desmentir hasta hoy el concepto clásico de poesía y bondad. Nadie, desde luego. Si alguien intentase borrarlos, desuniéndolos, la poesía solamente en un campo limitado y áspero tendría que lucir.(…)  Que su poesía sea sentimiento dice bien a las claras que su obra es enteramente sensitiva, que la inteligencia quedará reducida a poco; el andamiaje lógico imprescindible a todo poema. Con lo cual nos hallamos en pleno cauce del modernismo. Desde las frías auras de Salvador Rueda, a las notas de suave pincelada nostálgica de Juan Ramón, hay casi la misma distancia que de Antonio Machado, a las formas nuevas de García Lorca; punto de arranque de las innovaciones poéticas de nuestros días. Nada más que eso. Al considerar ahora el libro Cuenco de arcilla, de Jurado, nos parecen mucho más definitorias las Galerías y pequeños poemas que leímos con aquella mezcla de melancolía y goces años ha, y nos parecen ahora llenos de una nostalgia irreparable.

“Jurado ha ido más lejos; no está en los límites del ensueño; peregrino de este mundo, de éste, tan convulso, ha reflejado igualmente inquietudes, dolores, añoranzas de aquel pasado, en la cuerda tensa de la nostalgia.

“Jurado vive así en el ámbito de sus poemas. Nada quiere, nada desea, sino respirar el aura cálida de sus propias creaciones poéticas. Una gran vocación, canos los cabellos, alegre el corazón, sin hiel, ni amargura para nadie.”

En esto, en la vocación y en el corazón bondadoso, sin hiel ni amargura para nadie, están unidos el poeta José Jurado Morales y el profesor universitario José María Castro Calvo, amigos y maestros míos ambos.

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