sábado, 1 de diciembre de 2018

MEMORIAS DE UN JUBILADO. Elogio de la buena compañía (I)


La buena compañía es un bien irrenunciable y de todo punto satisfactorio para quien la disfruta. Dicho esto, debo aclarar antes de seguir adelante, que la buena compañía a la que me refiero no sólo puede ser humana, que reconozco que es la mejor con diferencia, y a ella volveré más tarde o más temprano en vaivenes de apoyo, sino a cualquier otra compañía que sea positiva y benefactora para la persona, y que puede ser múltiple y muy diferente. He aquí algunas de esas buenas compañías de cariz diverso y origen dispar: la siesta, la radio nocturna, la música, un libro, el bosque, la memoria y los recuerdos, el mar, una exposición de pintura, el mero hecho de ponerse a escribir un poema azuzado por una emoción repentina, el silencio, el cine, el teléfono, los amigos, un recital de poesía, una copa de vino, la familia, una pista de baile, una comida, un viaje, el acto de preparar el caballete y un lienzo para pintar alguna cosa, el ordenador…

Resultado de imagen de bosque bajo la lluvia 

Sin ir más lejos, ahora mismo, en medio de una tarde de noviembre en un hotel, mientras escribo estas notas, me acompaña la música de piano que, junto con la música natural de la lluvia que cae fuera, reproduce la atmósfera y las sensaciones de un bosque. El placer que siento al oír ese conjunto de notas y sonidos me transporta inmediatamente a cualquier bosque, arboleda, pinar, parque, monte… que yo haya podido visitar en persona o ver en un documental o una película. Y mientras dura el disco, mi mente, mi memoria, siguen allí, en ese lugar habitado por árboles que se concreta en la música que perciben mis oídos y siente mi corazón. Y luego, cuando el silencio sustituye a la música del USB, del dispositivo que conserva esa pieza musical, y mi sentido del oído deja de transmitírmela, mis ojos vuelven a ser los dueños de mi cuerpo y toda mi atención se fija en los renglones que van apareciendo en la pantalla de mi ordenador a la orden de los dedos que pulsan las letras del teclado, que no paran mientras mi mente va extrayendo las palabras del pozo de la lengua que forma parte de mis conocimientos, adquiridos tras muchos años de aprendizaje, lectura, experiencia…
Ya no siento la compañía de la música grabada, pero siento la compañía inapreciable de otros elementos, como mi ordenador, que fielmente reproduce mi pensamiento, como este silencio que reina en la sexta planta del hotel, que en los tiempos que corren, atiborrados de gritos, bocinazos, golpes…, es toda una bendición, como esta copa de Jack Daniels con agua fría que voy consumiendo lenta, gustosamente, al compás de los puntos y seguidos, puntos y apartes, pausas para pensar y elegir opciones ortográficas, semánticas, sintácticas.

Resultado de imagen de escuela de antaño 
Y aunque por momentos ya no sienta la buena y enriquecedora compañía de la música grabada en el USB que tengo conectado en mi ordenador, aún me dura en la mente el recuerdo del paseo que hemos dado hace un rato mi mujer y yo por las calles de esta población del hotel donde estamos alojados. Y los detalles que alimentan ese recuerdo me acompañan amablemente con sus colores, olores, sonidos, alumbrados, pasos de cebra, conversaciones, sensaciones de cansancio, emociones dispersas, acciones varias, la mano de mi mujer cogida a mi brazo, los objetos del pasado asomados al mismo escaparate después de cincuenta años, el pupitre de una escuela del siglo XX, los libros de lectura y de estudio y los utensilios de escritura que utilizaron niños que hoy son hombres de cierta edad como yo, la vaca de mentira que asoma su cabeza blanquinegra en la puerta de una tienda de objetos de regalo… Parece que los vuelvo a vivir…Ya es hora de bajar al comedor.


Resultado de imagen de lluvia tras los cristales 

Para variar, después de muchos días pasados por agua, tras la breve tregua que tuvimos ayer en esta población del mar a la que hemos venido a pasar ocho jornadas de otoño y tranquilidad en la mejor compañía que conocemos, que somos nosotros mismos; para variar, vuelve a llover. Desde el privilegio de las alturas que disfrutamos en esta sexta planta del hotel donde está nuestra habitación, vemos al alcance de la mano un cielo encapotado y los tejados vecinos charolados por la lluvia, fina lluvia, pero terca en su empeño de volverlo todo gris y triste.

Resultado de imagen de MONUMENTO A JAUME i EN SALOU 
Aun así, nosotros nos armamos de valor y ánimos para pasar la mañana como si la lluvia fuera con otros, con las araucarias, las palmeras o el paseo donde el rey Jaume I alzado en su monumento de piedra, parece una vela de barco, se mira el ombligo eternamente, por no hablar del mar, al que no le importa mojarse otra vez. Y en buena compañía, ella con su lector electrónico (Jane Austen con La abadía de Northanger le espera) y yo con mi amigo inseparable el ordenador, bajamos a la sala de baile, llena de grupos que juegan o charlan simplemente a la vista del tiempo que hace fuera.
Y sin darme tiempo a hacer, decir, pensar otra cosa, un chispazo de emoción, que no sé definir claramente, me empujar a escribir (¿un poema, una reflexión, un relángrafo…?)
Las fichas de dominó al resbalar sobre el tablero de las mesas silencian el llanto de la lluvia.
A través de los cristales de las grandes ventanas del salón de baile veo en lo oscuro de los pinos y las araucarias caer la lluvia; sólo la veo, y así, sólo vista, la lluvia es más hermosa, casi como una cortina de baño por donde resbala el agua tibia de la ducha, un vestido transparente, tejido con hilos de plata.
Pero le gana en hermosura la imagen de mi mujer leyendo junto a mí, un cuerpo que hace rico mi cuerpo, un alma que vela por mi alma, un ángel terreno que guía mis pasos sin pedir nada a cambio…
Y me quedo mirándola extasiado.

Resultado de imagen de LECTORAS PINTADAS POR ARTISTAS  
Así de perfil, con la cabeza ligeramente inclinada, como una dalia sobre la tierra que la alimenta, dándole la luz en las gafas, con los ojos puestos en el lector electrónico, elevando de la pantalla hacia su mente las ricas enseñanzas de Jane Austen, su autora favorita, no tiene nada que ver con las lectoras pintadas por los artistas, la pelirroja de Renoir, la soñadora de Fragonard, la de Van Gongh, la de este y de aquel, todas hermosas, pero ninguna sabe salir de su ventana eterna y hacer otra cosa que posar con un libro en la mano o en el regazo, todas congeladas en el ensueño imposible de las letras…
Mi mujer, al ruido de la lluvia, levanta la mirada del lector para clavar en la mía la impresión que le produce el aguacero.
La imagen del cuadro ha despertado y ha puesto punto final a esta reflexión. 



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