lunes, 16 de julio de 2018

LA LENGUA DIARIA


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Me temo que nos estamos alejando cada vez más del sentido común en lo que a la lengua diaria se refiere, tan necesario para una completa y eficaz convivencia, al afirmar con pancartas y manifestaciones más o menos populistas que nuestro lenguaje es machista y utiliza más de lo debido el género masculino, en detrimento del femenino. Nada más lejos de la verdad. Y todo se debe a que hemos olvidado, atendiendo a postulados partidistas, tres de los conceptos más básicos de la lingüística. 

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Me refiero, claro está, a los de lengua, habla y norma. La lengua es el idioma común de todo un país; el habla, el particular uso que hace de él cada persona de ese país; y la norma, el conjunto de pautas que regulan las correctas escritura y pronunciación de las palabras del idioma, la exactitud y precisión de su vocabulario y la construcción de las oraciones. De lo que se deduce que mientras la norma es el elemento coordinador entre los dos primeros, los tres son inseparables en el momento concreto en que hablamos o escribimos. Por ello, si hacemos caso omiso de la norma, y cada uno campa por sus respetos, convertiremos el idioma en un galimatías cada vez menos útil para una comunicación eficiente y normal. 
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Las arbitrariedades de miembros y miembras (según la norma, sólo es aceptable miembros), todos y todas (todos engloba por igual a masculinos y femeninos, ya sean personas, animales o cosas) y las últimas aberraciones de todos, todas y todes (este último para designar al género neutro) multiplicarán, si no ponemos un poco todos de sentido común y respeto a la norma (si bien esto de respetar hoy en día la ley, la regla o la norma, cualesquiera que sean, parece que atente contra nuestra sagrada libertad) en un futuro próximo, de palpable y deprimente actualidad en las redes sociales, la lengua será un conjunto de sonidos y grafías producto del capricho de los hablantes (¿o hablantas?) y el que tenga la mala suerte de tener como interlocutor a uno de ellos, ellas (¿o elles?, se verá obligado, obligada (¿u obligade?) a ejercer de detective (¿o detectiva?) lingüístico para poder descifrar su jeroglífico, acertijo o adivinanza ocasional. Que Dios nos coja confesados, confesadas (¿o confesades?). ¿Y la RAE? ¿Será rea de lavarse las manos en estas lides y convertir sus famosas sesiones de “limpia, fija y da esplendor” en charlas domingueras de chiringuitos de playa? Buen provecho.

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