viernes, 23 de febrero de 2018

EL PODER DE LA MÚSICA EN LA ANTIGÜEDAD



El pasado 22 de febrero estuve en Caixa Forum de Barcelona visitando la exposición "Músicas en la antigüedad" y viví emociones que no me había imaginado, caminando por miles de años atrás entre las civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma principalmente, gracias a la generosidad de la Obra Social de la Caixa y los museos del Louvre y el Louvre-Lens, este último subsede del famoso museo de París y enclavado en la ciudad de Lens (Paso de Calais), sin olvidar las valiosas aportaciones de museos de la importancia del Arqueológico Nacional de Atenas o el Metropolitan de Arte de Nueva York.
Mientras hacía el recorrido por las salas de la exposición, salían a mi encuentro instrumentos musicales de hueso, caña, madera, cuero, bronce o marfil, que me desvelaban no sólo la habilidad de los artesanos que los habían construido, sino también los músicos, unos profesionales y otros meramente aficionados, que los habían tocado para alegrar y consolar en diversas etapas de la vida y de la muerte de sus coetáneos, desde el mismo momento de abrir los ojos al mundo en su nacimiento hasta el triste instante de cerrarlos antes de enfrentarse con el misterio del más allá, pasando por el campo de batalla, los casamientos o las celebraciones políticas y religiosas.
En estelas funerarias, relieves monumentales, sarcófagos, papiros egipcios, tablas cuneiformes, vasijas griegas, joyas, objetos, tallas y esculturillas de las más diversas formas y volúmenes, ante mis ojos desfilaban en mayestático silencio pero sugiriendo músicas y sonidos desaparecidos para siempre desde sonajeros hasta arpas, pasando por cuernos de guerra, liras, cítaras, trompetas, aulós, laúdes, flautas, platillos, tambores o los misteriosos sistros, uno de los cuales sostiene el dios egipcio Osiris, señor del silencio y de la muerte.
Un paseo por las músicas del pasado que ya no suenan pero que fueron cuna y origen de las que hoy nos acompañan en la alegría y la tristeza con su imparable poder evocativo.



ANTE EL SARCÓFAGO DE JULIA TYRRANIA

Tenías veinte años y te llamabas Julia.
Eras rubia y menuda como un aro de oro
y rïendo ocultabas como una niña el miedo.
Cantabas en el templo y tocabas la cítara.
Soñabas que la vida era siempre un altar
que te lo daba todo con sólo desearlo.
Comparabas los besos con frambuesas bebidas,
y en tus ojos el cielo aprendía otro azul.

Tenías veinte años y te llamabas Julia,
y el sol copiaba el brillo del oro de tu pelo.
Andabas por el foro como en el mar las olas,
Y los hombres volvían la cabeza al pasar,
Soñando con tu abrazo de Venus impugnable.
La vida te envidiaba y te ansiaba el amor.
Eras siempre verano y parecías eterna,
y tus padres tejían su vejez con tu sueño.

Pero el tiempo es un soplo que transcurre volando,
y los cuerpos cenizas de un efímero fuego.
Y hoy, después de mil años, en el frío silencio
de un museo lejano, contemplo tu sarcófago.
En la estela central leo “Julia Tyrrania”,
y a los lados, silentes, instrumentos de música.
Tu pasión por la vida sonó y guardó silencio.
De largo pasó el miedo. La paz siga contigo.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario