domingo, 4 de febrero de 2018

A PROPÓSITO DE LA ÚLTIMA GALA DE LOS GOYA



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Anoche, 3 de febrero, tuvo lugar la tan esperada “gala” de los Goya para premiar nuestro cine último. Y a la vista de lo ocurrido durante el espectáculo, se me ocurre hacer una breve reflexión. En primer lugar es muy importante recordar la definición de la palabra “gala” y pensar seriamente sobre algunos de sus adjetivos: “Fiesta o ceremonia de carácter extraordinario, elegante y con muchos invitados que se organiza para celebrar o conseguir una cosa”, para ver si se cumplen los dos señalados en negrita. Y en cuanto al término “ceremonia”, también la definición de la palabra se las trae: “Acto o serie de actos públicos y formales de acuerdo con reglas o ritos fijados por la ley o por la costumbre”. ¿Se cumplió plenamente el adjetivo en negrita?
Y ya dejándonos de aclaraciones y paréntesis, para volver al acto de entrega de los premios Goya y a la forma de conducirse los dos monologuistas encargados de su presentación, se me ocurre sacar a colación la diferencia que existe entre un buen monologuista y un buen presentador para desterrar la idea que últimamente se está extendiendo sin rigor alguno, según la cual un buen monologuista siempre puede ser un buen presentador. Como poder ser, no me pronuncio. Lo que sí quiero exponer, como he dicho más arriba, es la diferencia que separa al menos las definiciones de una y otra actividad. Empecemos por el monologuista, que es una persona que pronuncia ante un público, generalmente predispuesto a escucharle (entendiendo por “escuchar” prestar la máxima atención), un discurso (sobre un tema o situación de la que va haciendo diversas observaciones) que pretende hacer pensar y sentir con el fin primordial de entretener y divertir a su auditorio. Sin que en ningún momento formule enunciado alguno o pregunta que espere del público una intervención o respuesta; y eso porque lo que practica es un monólogo, alocución que genera una sola persona y cuya diferencia principal respecto del diálogo es que resalta el papel del monologuista, que no se dirige a un interlocutor concreto, sino que habla o piensa para sí mismo con autenticidad y desinhibición donde, como queda dicho más arriba, las observaciones personales de todo tipo son frecuentes, así como cualquier entonación exclamativa de sorpresa o de cualquier otro sentimiento experimente a lo largo de su elocución.
En cuanto al presentador, se trata de una persona encargada de conducir programas de televisión, radio o cualquier otro evento público o privado, desde dar a conocer un libro hasta presentar a un personaje más o menos célebre perteneciente a un área de la cultura, las artes o la literatura. Suele ser un profesional, es decir, alguien que se dedica a ese oficio y vive de él, y posee ciertas cualidades como buena dicción, carisma o conocimientos del tema presentado. Y la concreción de su trabajo recibe el nombre de presentación, que siempre es resultado de una investigación previa. Y precisamente en la investigación previa y en las cualidades del presentador se encuentran los elementos que diferencian la presentación del monólogo, así como la ausencia de la espontaneidad de las observaciones y la desinhibición del monologuista. El presentador, sin dejar de ser ameno durante su intervención, ha de mostrar durante su transcurso corrección en la expresión lingüística y rigor científico en la exposición de ideas.

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Dicho lo cual, la pregunta que formulo es la siguiente: ¿las dos personas, reconocidos monologuistas (nadie lo discute), que se encargaron de conducir anoche la gala de los Goya, anoche fueron buenos presentadores?

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