lunes, 13 de abril de 2015

TROZOS DE UN ESPEJO I



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1.

Mi etapa final en el Colegio Privado fue la más nefasta para mí y no sólo por el hecho traumático de haberme visto en la calle con el pretexto pueril que el último director, Canal, un hombre blando y redondo como un "donuts", que en vez del agujero en el medio lo llevaba en el cerebro, me planteó en su despacho; ese pretexto, tan infantil como sobado, fue que había que sanear económicamente el Colegio, que entonces pasaba por una mala racha. Mala racha según se mire porque los gerifaltes “religiosos” del Colegio Privado no tuvieron ningún empacho en desembolsar cantidades astronómicas de dinero para indemnizarnos a los despedidos, que fuimos entonces cerca de una docena de personas, entre profesores y personal no docente.
En una de nuestras reuniones posteriores al naufragio humano, que nosotros bautizábamos como sesiones terapéuticas para acabar con los fantasmas del pasado, el amigo Llerón se refirió a su salida involuntaria del Colegio Privado como “Gran putada" y añadía sin cortarse un pelo: “La que me hicieron aquellos cabrones mandándome a la biblioteca, animus meminisse horret, fue de las que hacen época. Recuerdo muy bien los detalles de la conversación que mantuve con el entonces director, Deus (el apellido debía haber sido Diablus), ab uno disce omnes. Esa conversación no tiene desperdicio, créeme. ¿Y las visitas que me hacíais algunos de mis amigos a la biblioteca para darme ánimos en contraste con el desaire de otros que hasta entonces consideraba mis amigos, donec eris felix, multos numerabis amicos, y que no dieron señales de vida mientras permanecí confinado entre aquellas cuatro paredes silenciosas y aburridas? Para un libro.”
Yo le dejaba hablar. Sabía de sobra que Llerón hablaba y hablaba explayándose en largas intervenciones y, de interrumpirlo, nada habría conseguido sino alargar más su perorata. Lo mejor era dejarle hablar hasta que, como las ballenas, se tomase un descanso para salir a la superficie del diálogo para respirar. Y eso ocurría cuando se ponía a contar chistes. Como cerezas enzarzadas los contaba, asociados por temas o por tonos. Sólo sobre sexo sabía más de mil.  
Llerón llegó al Colegio Privado un año antes que yo. Venía de la Pública y había estado enseñando en una escuela unitaria de Mérida. A Barcelona vino ya casado y con un hijo en camino. Al principio de su estancia en el Colegio Privado y durante varios años Llerón se encargó de gestionar las admisiones de nuevos alumnos y después fue Jefe de Sección de los pequeños. Pero con el tiempo pasó a ser sólo profesor y encargado de curso de Bachillerato. Durante los primeros años todo parecía sonreírle, pero con el cambio experimentado por el Colegio Privado a finales de los ochenta, en que los puestos de responsabilidad académica recayeron también en manos de los "religiosos", la gracia del principio se trocó en imparable desgracia, y con el penúltimo director, el mencionado Deus, lo pasó tan mal, que sus compañeros más cercanos pensamos que  acabaría arrojando la toalla ante la clara intención de los gerifaltes de ponerlo de patitas en la calle. Sustine et abstine, como habría dicho él.

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