martes, 26 de agosto de 2014

JULIO CORTÁZAR, FELICIDADES







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Hoy habría cumplido 100 años Julio Cortázar. Sus lecturas sirvieron durante mucho tiempo de disfrute estético para muchas generaciones y lo seguirán haciendo. De niños jugábamos a la rayuela en la plaza o en la calle de nuestros barrios natales. De mayores el escritor argentino, cuyo arco vital se extiende desde Ixelles (Bélgica), 1914, a París, 1984, dejando en medio Argentina y el mundo, jugó con nosotros con su Rayuela, novela de laberintos y navegaciones por el mundo de la conciencia (ese mismo rumbo o parecido sigue en otras como 62 Modelo para armar o Libro de Manuel).
Sus razones tendría para cambiar su nacionalidad argentina por la francesa (supongo que la mayoría políticas, y en ese mar revuelto y personal nunca me meteré), pero nosotros tenemos mil razones claras para seguir confiando en su obra escrita. Desde siempre he frecuentado especialmente sus cuentos, la mayoría de ellos retos para la sensibilidad y la inteligencia (juegos de palabras, de sintaxis, de punto de vista de narrador, de alienación de los personajes o de trasposición de lugares y tiempos, entre otros caracteres del estilo de Cortázar que exigían constantemente la participación incondicional del lector).
Aunque últimamente releo cosas de su Obra crítica, muchos de cuyos ensayos arrojan luces nuevas sobre temas archimanoseados como el surrealismo o el existencialismo, y otros sobre autores señeros en la literatura universal de todos los tiempos y lugares (los de política prefiero dejarlos para quienes deseen sufrir leyendo sobre diferentes maneras de matar y alambradas culturales), como Huxley, Cernuda, Baudelaire, Alfonso Reyes, Rabindanath Tagore, Allan Poe, Keats, Gelman, Neruda, Lezama Lima, Callois y un largo etcétera, me gusta recordar el género en que destacó más, el cuento.
Tengo muy presentes especialmente media docena de cuentos (Casa tomada, Instrucciones para subir una escalera, La isla a mediodía, La señorita Cara, Lejanao Página asesina).
Por eso no tengo ningún reparo en afirmar ante quien sea que disfruto con párrafos como los dos que siguen del primero de los cuentos citados en el último paréntesis, párrafos que el autor precisamente escribe también entre paréntesis:
“(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
“Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)”
FELICIDADES, CORTÁZAR

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