jueves, 14 de agosto de 2014

DICCIONARIO PERSONAL DE ZAMORA Alfonso III, el Magno. Ramón Álvarez. Arias Gonzalo. Los Arribes. San Atilano



ALFONSO III, el Magno
Es, podemos decirlo bien alto, el rey de Zamora, pues no sólo nació en nuestra ciudad, sino que, gobernando Asturias, consolidó el río Duero como el límite sur del reino en torno a las capitales de Toro y Zamora. Y cuando el rebelde omeya Ibn al-Quitt predicó la guerra santa y atacó Zamora, que había sido reconstruida y repoblada por mozárabes toledanos, hizo que su ejército la salvara y hasta el rebelde moro murió en la batalla que se conoce desde entonces como el Día de Zamora. Al final de sus días su hijo García se sublevó contra él, peregrinó a Santiago, realizó una expedición militar autorizada por García por tierras de Mérida y murió a medianoche en Zamora de regreso de la expedición.
Luis Cortés Vázquez dijo en su mencionada obra:
“Así llegamos a nuestro señor el rey don Alfonso III, justa y hermosamente motejado el Magno, título que, al menos los zamoranos, no le hemos de regatear y discutir, pues es tan afortunado monarca quien no sólo conquista y repuebla Zamora, sino quien obtendrá una brillantísima victoria sobre los bereberes, que ha dejado su recuerdo hasta hoy. Ella hizo del nombre de Zamora el más execrado por los mahometanos, quienes perpetuaron tan dolorosa derrota en sus crónicas e historias con la denominación de Día de Zamora; Jornada del foso de Zamora, dicen de preferencia las cristianas.
“Gloriosa fue en cambio para los cristianos tal refriega, cuya jornada final y victoria aconteció un 12 de julio del año 901, cuando corría en tierra de moros el 288 de la Héjira.
“Enrojeció sus aguas el Duero con la mucha sangre que se derramó en los combates, pues hemos de asentar que precisamente los más enconados, tuvieron al puente como escenario principal.”


ÁLVAREZ, Ramón
Es el imaginero zamorano por excelencia y a él le debemos un buen número de pasos excelentes de nuestra Semana Santa. Nacido en Coreses, muy pronto se trasladó a la capital, viviendo en una casa de la cuesta de Balborraz, junto a la Plaza Mayor, donde la ciudad, en agradecimiento a su obra, le levantó un monumento.
Mi padre conocía a la perfección los pasos que de Ramón Álvarez esculpió para desfilar por las calles de Zamora durante la Semana Santa; de hecho, fue él quien, mientras veíamos determinadas procesiones, me iba diciendo cuáles eran y en qué detalles debía fijarme para valorar la magnífica ejecución de las imágenes, hechas con materiales ligeros y de poco coste como escayola, arpillera, tela encolada y madera. Entre ellas destacaban la Verónica, la Soledad, la Virgen de los Clavos, Nuestra Madre de las Angustias, el Longinos, el Jesús de la oración en el huerto de los olivos,  la Crucifixión, el Jesús Resucitado… Recuerdo que mi padre tenía hasta su paso favorito de entre los salidos de las manos prodigiosas de Ramón Álvarez, y no era otro que La Caída, inspirado en el cuadro El pasmo de Sicilia, de Rafael, y que mi padre reprodujo al carboncillo en un dibujo que estuvo colgado en mi casa natal durante mucho tiempo.

Dije en mi obra citada:
“Ahora entiendo por qué mi padre sentía verdadera devoción por este paso. Jesús, caído bajo el peso de la cruz, refugia sus fatigados ojos en la figura desconsolada de su Madre, que inútilmente le abre sus brazos. Mientras que San Juan, el discípulo amado, intenta también en vano consolar a la Virgen. Y Simón Cirineo pretende con su auxilio aligerar la carga del pesado madero. Por otro lado están las personas ajenas al dolor: el sayón que sujeta la cuerda atada al cuello del Nazareno; el otro sayón que oprime con el pie la espalda de Jesús aprestándose a azotarle con el látigo; y, sobre todo, ese niño que contempla la escena sonriendo mientras lleva en una mano la cesta de los clavos y en la otra el mazo que empujará el hierro carne adentro hasta clavarla en la indigna madera.
“Hay mucho más que arte en estas figuras de La Caída que el zamorano Ramón Álvarez cinceló para recorrer las calles de Zamora durante la mañana del Viernes Santo. Más que arte inspirado en Rafael, respira en esta composición escultórica la vida misma: el sufrimiento de los elegidos, la compasión de los que sienten el dolor de los demás y la crueldad de los que no tienen corazón.”


ARIAS GONZALO
Es el alcaide de Zamora en el momento en que el rey don Sancho sitia la ciudad, gobernada por su hermana la reina doña Urraca. Es tildado de traidor, junto con el resto de los zamoranos, y retado en duelo por el orgulloso castellano Diego Ordóñez tras saber que su rey don Sancho ha sido asesinado por un ciudadano gallego llamado Bellido Dolfos que vivía entonces en Zamora. Como doña Urraca no le permite responder personalmente al reto, el noble alcalde responde al desafío mandando al Campo de la Verdad a sus propios hijos, que uno tras otro van perdiendo la vida, hasta que Pedrarias, el tercero de ellos, antes de morir logra herir al caballo de Ordóñez, que en su dolor arrastra al jinete fuera de los límites del Campo, con lo que se da a los zamoranos como debidamente honrados y vencedores del desafío.

El Romancero dijo: 
“Tristes van los zamoranos   metidos en gran quebranto;
retados son de traidores,   de alevosos son llamados;
más quieren todos ser muertos   que no traidores nombrados.
Día era de san Millán,   ese día señalado,
todos duermen en Zamora,   mas no duerme Arias Gonzalo;
aún no es bien amanecido   que el cielo estaba estrellado,
castigando está a sus hijos,   a todos cuatro está armando,
las palabras que les dice   son de mancilla y quebranto:
—Yo he de lidiar el primero   con don Diego el castellano:
si con mentira nos reta,   vencerle he y haceros salvos;
 pero si cualquier traidor   hay entre los zamoranos,
y él nos reta con verdad,   muerto quedaré en el campo.
Morir quiero y no ver muerte   de hijos que tanto amo.
Las armas pide el buen viejo,   sus hijos le están armando,
las grebas le están poniendo;   doña Urraca que allí ha entrado,
llorando de los sus ojos   y el cabello destrenzado:
—¿Para qué tomas las armas?   ¿Dónde vas, mi viejo amo:
pues sabéis, si vos morís,   perdido es todo mi estado?
¡Acordaos que prometistes   a mi padre don Fernando
de nunca desampararme   ni dejar de vuestra mano!
Caballeros de la infanta   a don Arias van rogando
que les deje la batalla,   que la tomarán de grado;
mas él sólo da sus armas   a su hijo don Fernando:
—¡Dios vaya contigo, hijo,   la mi bendición te mando;
ve a salvar los de Zamora;   como Cristo a los humanos!”



ARRIBES, Los
El Duero, señor de Zamora, de la tierra del vino y del pan, poco antes de dejar atrás la provincia, a la vista ya de Portugal, entra en unos parajes descomunales y hermosos que lo encajonan en su marcha, formando lo que se llaman los Arribes del Duero, Parque Natural protegido, formado por barrancos, peñascos y bosques de flora diversa, en la que destacan los enebros, donde nuestro río se convierte en navegable a la vista de buitres leonados y cigüeñas negras, que lo sobrevuelan majestuosamente, y ante la presencia privilegiada de pueblecitos encantadores como Almendra, Fariza o  Fermoselle, entre otros.


            Viajes El País dijo:

"La envejecida y hospitalaria población pertenece a la cultura del sudor y la labranza, una tradición que se extiende de norte a sur del parque, y que se deja ver en la piel y los usos gastronómicos basados en la matanza, el pastoreo, la harina y la vid.
Gentes que se aferran a sus costumbres, la naturaleza, la ganadería y la agricultura, en un entorno descuidado, en lo que a comunicaciones por carretera se refiere, y que aprovechan sus escasos recursos al máximo. Una arquitectura popular basada en la piedra y unos cultivos que buscan desesperadamente el agua con pozos, cigüeños o cigüeñales y norias, o con bancales al filo de los acantilados. Un agua garantizada por la gran cantidad de embalses y presas de amamantan a las difrentes comarcas.

Por todo el parque natural de los Arribes del Duero, hay reminiscencias de las diferentes culturas que dejaron su huella en la zona: castros celtas, calzadas y estelas funerarias romanas y otros restos visigodos, musulmanes y cristianos del reino castellanoleonés, como ermitas e iglesias de los siglos X y XI.
Pero el impacto visual del visitante llega al borde de la garganta geológica de los Arribes, la parte que da nombre al parque. Un impresionante espacio natural de abruptos cañones y desfiladeros, por donde el río discurre formando un serpenteante y caprichoso cauce que puede alcanzar los 500 metros de desnivel. Estos enfilados barrancos bajan hasta el Duero, a cuyo paso crea una frontera natural con la vecina Portugal. "



ATILANO, San
Es el santo por antonomasia de nuestra ciudad. Fue en la antigüedad el primer obispo de Zamora, aquel obispo que, tras descubrir que no era digno de pastorear a su grey zamorana, un amanecer abandonó la ciudad por el puente que lleva su nombre, hoy en ruinas (sólo quedan volcados sobre la corriente del río, a la altura de Olivares, dos o tres de sus cortamares), y en medio de él, se despojó de su anillo episcopal y lo arrojó al Duero mientras pronunciaba la frase que todos los zamoranos recordamos tan bien: “Cuando volviere a ver este anillo y sólo entonces, pensaré que Dios se ha apiadado de mí y perdonado mis faltas.” Y cuenta la leyenda o el milagro que, después de recorrer el mundo haciendo bien a cuantos se encontraba en su camino, a escasa distancia de la ciudad, donde hoy se levanta el cementerio que lleva su nombre (durante mi infancia oía decir de una persona que acababa de morir que la llevaban a San Atilano), decía que a escasa distancia de la ciudad Atilano, vestido de mendigo, llegaba a una posada pidiendo alojamiento. La dueña, que en ese momento entraba en la cocina con unos barbos del río, accedió a dárselo y, mientras ella iba por agua al pozo, le pidió al vagabundo que fuera limpiando los peces, que comerían más tarde. Así lo hizo Atilano y al abrir el vientre de uno de los barbos, halló su anillo episcopal. Entendió que Dios deseaba que volviera a ser obispo de Zamora y se lo puso en el dedo mientras todas las campanas de la ciudad empezaron a darle la bienvenida y sus andrajos de mendigo se cambiaron por las sagradas ropas de Obispo. ¡Cómo me gustaba que el maestro nos repitiera una y mil veces aquel milagro o aquella leyenda de San Atilano!

Luis Cortés Vázquez dijo en su mencionada obra:

“Pero sigamos con Atilano que durante algunos años vivió de limosnas, hasta que una voz de lo alto así le ordenó en sueños: Atilano, vuelve a pastorear a tus ovejas, que tus preces han sido escuchadas.
“Fiel a este divino mandato volvió sus pasos a Zamora, deteniéndose antes de penetrar en ella, para pasar la noche, en una casa hospitalaria contigua a la capilla de San Vicente de Cornu, asentada extramuros y dando vista a la ciudad cercana, no lejos del arrabal del santo sepulcro, en el lugar que hoy ocupa el camposanto.
“Será aquí y ahora, como todos sabemos, donde entra en escena propiamente el primer pez de la historia zamorana, pródiga en ellos, el famosísimo barbo tragasortijas…”

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