jueves, 6 de febrero de 2014

HEINE EXPLORA EL DESVÁN DE SU ABUELO




Cada vez que entro aquí,
me viene al encuentro todo el tiempo.
el Tiempo acumulado de cien tiempos.
Y a pesar de que hayan pasado
los tiempos de las hadas
y sean otros gatos estos gatos,
este desván me trae afectos,
recuerdos y vivencias…
Aquí sigue la cuna carcomida
que meció a mi madre y sofocó
sus llantinas nocturnas,
y sobre ella, la peluca de mi abuelo
--¡qué guiño del azar!—
que parece de tan vieja haber vuelto
a su infancia, y colgado
de la pared su oxidado espadín.

Paseo por el Tiempo
de la mano de los afectos
y la memoria,
y sale de repente a mi paso la tenaza
de la chimenea, manca de un brazo,
y me habla de las tardes
largas y frías del invierno
transcurridas al amor de la lumbre
mientras se desgranaba
el cuento del gato con botas
de labios de mi madre…
Y un poco más allá,
sobre un tablón caído asoma el loro
sin plumas, disecado de la abuela,
vuelto ceniza gris
su color verde irisáceo,
y un ojo de cristal, un solo ojo,
imitando a un pirata de los aires…
Más grave me parece ver de nuevo
el gran perro de aguas de porcelana,
o japonesa o china,
al que le falta una pata trasera.
Recuerdo con nostalgia
la zalamera devoción
que por él la gata de la casa sentía,
tal vez considerándolo
una deidad trascendental…

Cada vez que entro aquí,
en este recinto sagrado,
vuelvo a mi infancia,
a aquella candidez
donde cualquier cosa pequeña
lograba dimensiones de milagro,
de magia que hacía eternos los segundos…

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