El segundo libro, AGUA VIVIDA, no le va a la zaga al anterior, pues lo he reflejado con mayor intensidad como se puede ver ya en la sección titulada Año vivido, en la cual le dedico a la “Verde humareda” seis poemas, Almendro, Marzo, Primavera, Abril, En el día de la Madre y Canto al guano de seda. De los poemas mencionados entresaco los versos siguientes:
I
Árboles valientes,
árboles obreros,
ni el invierno ha podido
detener vuestros pasos seguros
ni amordazar vuestros clamores blancos.
Parecían sumergidos vuestros brazos
en una tristeza aletargada,
y de pronto una mañana fría
se han despertado en pañuelos jubilosos.
Árboles valientes,
árboles obreros,
vosotros sois quienes ponéis un poco
de primavera en los paisajes muertos;
vosotros sois quienes recordáis a vuestros hermanos
la verde resurrección que vivirán.
Por eso yo os saludo
y reanimo mi alma con vosotros.
II
Sube la primavera silenciosamente
por las húmedas gradas de las raíces
hasta llegar al aire alumbradoramente,
al caudaloso marzo inesperadamente.
Primavera y marzo se casan con asombro
de la lluvia y el trueno repentinos
y el urgente sol y el viento desatado.
Primavera y marzo, nido volandero,
lana de merino enganchada en mil ramas.
Sube la primavera en silencios de tallos
y en besos de rosas.
III
Si puedes, sal al campo
y déjate abrazar por el aire.
Contempla los botones de vida de las ramas
estallando en limpísimas hojuelas
como si en ellos la savia universal
buscara la salida a su prisión.
Toma en tus manos una porción de tierra
y goza con su tacto de ternuras de madre.
Escucha los cantos encendidos de mil pájaros
amordazados durante el invierno.
Mira, toma, escucha a tu alrededor.
Mira, toma, escúchate a ti mismo,
envuelto de una vida especial
emanada de la joven primavera.
IV
Abril campanillea en el aire perfumado,
en la lluvia obstinada, en el trueno imponente,
en el nido que engendra mil cantos.
Abril es nacimiento,
es muerte, es resurrección.
El cuerpo de Dios sobre unas andas
pasa por las calles de la Semana Santa,
y al tercer día Dios está otra vez en todas partes,
en la luz y en el cielo encendidos,
en el trigo que vuela hacia la espiga.
Dios está otra vez donando brillos,
aromas y esperanzas.
Abril adolescente,
rabia y deseo, pena y asombro, júbilo y condena.
Nacimiento, muerte y resurrección.
V
Yo hablo de ti como del aire
y de la luz.
Hoy es el día de la madre
y hablo de ti como del aire
y la luz de un recuerdo
de sonrisas, de abrazos,
de pasos por la casa
y de otro mayo,
sabiendo que otros hijos
se abrazan a sus madres
y el calor que mana de su piel
les renueva la fuerza de la vida.
Y yo me abrazo al aire
que me recuerda tu risa,
y a la luz
que me recuerda tu mirada.
Son preferibles a un retrato
donde una cara está detenida en el tiempo
y separada para siempre de una risa
y de una mirada,
y sólo me produce un dolor incurable
que rellena los rincones de mi carne.
Y hoy, que es el día de la madre de los otros,
yo me siento triste
a solas con tu recuerdo.
VI
El tiempo se sembraba en mí
viendo tu blanca fragilidad
llena de seda, de hilo jubiloso,
de dorada esperanza,
buscando luego un rincón
para tejer tu tumba de oro.
No cambiaba por nada
aquel tiempo de infancia.
En el desván,
viéndote desaparecer entre tu seda,
me convertía en algo antiguo,
algo perenne que nada destruye.
Y más cuando de aquel capullo de oro,
colgando del silencio del rincón,
aquel gusano obrero que tú fuiste
salió hecho volátil mariposa.
¡Qué sin par resurrección!
De un callado sacrificio
brotaba la vida limpiamente
mil veces repetida.
En abril sólo poda el ruin
En mi libro de 1982, LA DURA VIDA AMADA, también hablo de la primavera, como puede verse en los siguientes ejemplos;.
I
La casa de Zamora no tiene primavera,
ni sueños de desván,
ni aceitadas de fiesta
bajo el dulce baúl de la sala materna.
Aunque caiga la lluvia y huela el aire a flores,
a aquellos tres balcones no irá la primavera
--murió en sus cristales el sol de la plazuela--.
Durante un tiempo en las salas desiertas
sonaron todavía pisadas de querencia.
Pero luego el silencio llovió con agua muerta
y sembró en las paredes el invierno y la ausencia.
Desde entonces a la casa la olvidó la primavera.
II
En el núcleo perenne
de mi alma conservo
primaveras sin muerte,
manzanas sin invierno
y semblantes de amor
parados en el tiempo.
Tablones que elevaron
mi andamio duradero.
III
No estoy solo ya nunca
aunque siga lloviendo
soledad en mi entorno.
Tengo suerte de abril,
júbilo de primavera
navegando en mi cuerpo.
Fuera llueve el otoño,
pero dentro de mí
me llueve tu esperanza,
la savia que refuerza
la raíz de mi alma.
IV
Hoy canto la memoria de su presencia
en esta fiesta de primeras amapolas
que tiemblan de amor a la primavera,
a la vida
que repite su materna cosecha.
Hoy canto la esperanza
que me viene de ella,
las albas nuevas
donde se ve la presencia de su siembra.
Levántate
y ven conmigo a admirar la belleza
del regreso de la primavera.
V
Olían también las albas
a tierra fértil y a flores
que todo lo embalsamaban.
Sonaba la voz querida
de la madre de la casa
a misma gloria y a sueño
y a blanca luz de palabras,
mientras nosotros, anclados
en la más bendita calma,
dentro notábamos vuelos
de pájaros y campanas.
¡Qué brillo tenía la paz
de nuestras propias infancias!
VI
¿Qué habrá sido de aquella golondrina,
cuyo viejo cadáver asomado
quedó en el gris cristal de la ventana
como un fantasma fiel a su pasado?
¿Qué habrá sido de aquella claraboya
atenta siempre al cielo, de aquel marco
que llenaba mis ojos de altos vuelos
entre las blancas nubes de mi barrio?
¿Adónde van las plumas que volaban
en los cielos benditos de los barrios?
¿Adónde van las tardes que vivimos
de aquella primavera que soñamos?