jueves, 20 de febrero de 2025

LECTURAS PARA EL INVIERNO (IV) TEATRO INVERNAL

       


      Para mí no hay ejemplo mejor para hablar de Teatro Invernal que El cuento de invierno, una de las últimas obras de William Shakespeare, donde en cinco actos se alían la fantasía y el realismo, la tragedia y la comedia, la antigüedad con la actualidad del autor..., cuya acción se desarrolla en dos tiempos con un intervalo de dieciséis años entre Sicilia y Bohemia y cuya temática trata de las relaciones entre padres e hijos y entre los propios cónyuges, principales protagonistas de la obra, Leontes y Hermiona. El título hace referencia a algo parecido a un cuento que podría ser contado al amor de la lumbre, en el cual intervienen desde espíritus a profecías, pasando por el capricho del destino...

    La trama comienza en la corte de Leontes, rey de Sicilia, casado con la virtuosa Hermiona, cuando ambos reciben la visita de Polixenes, rey de Bohemia, que es como un hermano para Leontes. Pero resulta que este último, presa de celos porque cree que Polixenes y Hermiona le están traicionando, le pide a Camilo, fiel consejero suyo, que envenene a Polixenes mientras que él ordena que Hermiona, embarazada, sea encerrada en un calabozo donde dará luz a una niña. Paulina, mujer del noble siciliano Antígono, intenta conmover al rey presentándole a la recién nacida. Sin embargo, Leontes, furioso porque cree que es fruto del adulterio, manda a Antígono que abandone a la niña, que recibirá el nombre de Perdita por su triste destino, en una playa desierta de Bohemia. 


      No sigo contando el argumento, que más bien parece propio de una novela bizantina como Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de Cervantes, para incluir parte del final de la obra de Shakespeare, en la cual, arrepentido Leontes de todo el mal que ha hecho, se reconcilia con Hermiona y recupera a Perdita, la hija legítima de ambos. Cosa que ocurre en Sicilia en la capilla de la casa de Paulina.

“LEONTES: ¡Oh Paulina! No os honramos sino con el enojo que os causamos; pero hemos venido a ver la estatua de nuestra reina. Hemos atravesado vuestra galería no sin sentir gran placer al admirar sus numerosas rarezas. Sin embargo, no hemos visto lo que mi hija venía a contemplar; es decir, la estatua de su madre.

PAULINA: Así como vivió sin igual, así también su imagen muerta sobrepasa, creo, todo lo que habéis ya visto, todo lo que ha salido de la mano del hombre. Por ello la guardo sola y aparte. Pero está aquí. Preparaos a ver la vida representada con tanta vivacidad como el tranquilo sueño representó jamás la muerte. (Paulina descorre una cortina y aparece HERMIONA como una estatua) Me agrada vuestro silencio. Me muestra mejor vuestro asombro. Pero, no obstante, hablad; vos, el primero, mi soberano. ¿Es que esta imagen no se halla muy cerca de la realidad?

LEONTES: ¡Su actitud natural! ¡Acúsame, querida imagen de piedra, para que pueda decir que eres verdaderamente Hermiona! ¡O más bien tú le pareces más, no reprochándome, pues era dulce como la infancia y como la gracia! Pero, sin embargo, Paulina, Hermiona no estaba tan llena de arrugas, no era de edad tan avanzada como aquí parece. (...)

PAULINA: Eso no hace sino honrar más la excelencia del artista, que ha hallado el medio de dejar correr dieciséis años y de crear la imagen de la reina tal como sería si viviera ahora.

LEONTES: ¡Tal como podía vivir ahora, tanto para mi ventura como su ausencia es hoy cruel a mi alma! ¡Oh! Así estaba, con esa plenitud de vida en la majestad, ¡cálida vida, como es fría ahora!, cuando le hice la corte por vez primera. Me siento lleno de vergüenza. ¿Cómo no me rechaza éste mármol siendo yo más duro que él? ¡Oh obra maestra real! ¡Reside en tu majestad la magia, una magia que ha evocado mis faltas ante mi memoria y que se ha apoderado tan fuertemente del espíritu de tu hija, absorta de admiración, que adquiere como tú, la inmovilidad de la piedra!...


       PERDITA: Permitidme que me arrodille, e implore su bendición, y no me digáis que es superstición obrar así. Señora, cara reina, que habéis terminado vuestros días cuando yo apenas comenzaba los míos, dadme a besar vuestra mano.

PAULINA: ¡Oh calma! La estatua se ha colocado recientemente y aún no están secos los colores.

CAMILO: Mi señor, es un pesar demasiado profundamente doloroso aquél que no han podido llevarse los huracanes de dieciséis inviernos, ni desecar los ardores de tantos calurosos estíos. Apenas existe en el mundo una alegría que haya durado tanto tiempo, ni dolor que no se haya suicidado más pronto.

POLÍXENES: Mi querido hermano, permitid al que fue la causa de todo esto que use de su poder para aliviaros de tanto pesar tomando una parte de él para sí.

PAULINA: En verdad, mi señor, si hubiera pensado que la vista de mi pobre imagen os había de afectar así, como la estatua es de mi propiedad, no os la hubiera mostrado.

LEONTES: ¡No corráis la cortina!

PAULINA: No la miraréis más. Tengo mucho miedo de que vuestra imaginación se figure que va a moverse de un momento a otro.

LEONTES: ¡Sea! ¡Sea! ¡Ojalá hubiese yo muerto, visto que...! Pero, ¡cómo!, me parece que ya... ¿Quién es el autor de esta estatua? Ved, mi señor: ¿no afirmaríais que respira y que la sangre corre verdaderamente en esas venas?

POLÍXENES: ¡Es una obra magistral! Sus labios parece que tienen el calor mismo de la vida.

LEONTES: ¡Los ojos inmóviles parecen moverse! ¡Tan grande es la ilusión del arte!

PAULINA: Voy a correr la cortina. Su imaginación le lleva tan lejos, que pronto va a pensar que vive.

LEONTES: ¡Oh mi dulce Paulina! ¡Dejadme pensarlo veinte años seguidos! ¡Los razonamientos más sabios del mundo no valen el placer de semejante locura! Déjala como está.

PAULINA: Estoy desolada, señor, de veros entregado a tales emociones. Pero podía afligiros aún más.

LEONTES: Hazlo, Paulina, pues semejante aflicción tiene un sabor más delicioso que cualquier consuelo cordial. Continúo creyendo que emana de ella una respiración. ¿Qué cincel delicado pudo nunca dibujar esos labios? Que nadie se burle de mí. ¡Quiero besarla!

PAULINA: ¡Cuidado, mi buen señor! El rojo se halla todavía húmedo en los labios. Lo borraréis si la besáis y mancharéis los vuestros de pintura grasa. ¿Corro la cortina?

LEONTES: ¡No, en veinte años!

PERDITA: Otros tantos estaría yo aquí mirándola.

PAULINA: Cuidado el uno y la otra. Abandonad inmediatamente la capilla, o preparaos a nuevos asombros. Si podéis sostener este espectáculo, voy a hacer, en efecto, que se mueva la estatua. Descenderá y os cogerá de la mano. Pero entonces pensaréis, aserción contra la cual protesto, que estoy asistida por potencias malvadas.


LEONTES: Todo cuanto podáis hacerle ejecutar seré feliz de verlo. Todo cuanto podáis hacerle decir seré feliz de oírlo, pues tan fácil es hacerle hablar como caminar.

PAULINA: Es necesario que despertéis en vos todo lo que tenéis de fe. Permaneced todos tranquilos; o los que crean ilícita la obra que emprendo, que se retiren.

LEONTES: ¡Hacedlo! Nadie se moverá.

PAULINA: ¡Tocad música, despertadla! (Música) Ya es tiempo. Desciende. Cesa de ser de piedra. Acércate. Hiere de asombro los ojos de los que te contemplan. Venid; cerraré vuestra tumba. Moveos. Vamos. Avanzad. Legad a la muerte vuestro entumecimiento, pues una vida preciosa se redime de ella. (HERMIONA desciende lentamente del pedestal) ¡No os sobrecojáis! Sus acciones serán tan santas, que os declaro que mi mandamiento es legítimo. No os apartéis de ella antes de haberla visto morir de nuevo, pues entonces la mataríais dos veces. Vamos, presentadle vuestra mano. Cuando era joven la cortejabais. Ahora que tiene más edad es ella la que hace las insinuaciones.

LEONTES: (Abrazándola) ¡Oh! ¡Siento su calor! ¡Si es cosa de magia, que sea un acto tan ilícito como la acción de comer!

POLÍXENES: ¡Ella le abraza!

CAMILO: ¡Se suspende de su cuello! ¡Que hable también y pertenezca a la vida!

POLÍXENES: ¡Sí; y que nos manifieste dónde ha vivido o cómo se ha escapado de entre los muertos!

PAULINA: Si se dijera que está viva, esta afirmación sería silbada como un viejo cuento. Pero parece que vive, aunque no hable. Esperad todavía un poco. Procurad intervenir bella princesa. Arrodillaos e implorad la bendición de vuestra madre. Volveos, buena señora y reina. Nuestra Perdita es hallada. (PAULINA presenta a PERDITA, que se arrodilla delante de HERMIONA)

HERMIONA: ¡Oh vosotros, dioses, dirigid aquí abajo vuestras miradas y verted de vuestras sagradas urnas vuestras mercedes sobre la cabeza de mi hija! Dime, hija mía: ¿dónde has sido conservada? ¿Dónde has vivido? ¿Cómo te has encontrado en la corte de tu padre? Pues debes saber que, informada por Paulina de que el oráculo había dado la esperanza de que tú vivías, me he conservado en la vida, a fin de ver el desenlace.

PAULINA: Tenemos tiempo para todo ello. Sería de temer que por esa demanda estos señores turbasen vuestras alegrías, exigiendo de vos una relación semejante. Id juntos, ilustres y felices ganantes, mientras lo sois. Cambiad vuestros regocijos con compañía. Yo, vieja tórtola, iré a suspenderme de alguna rama seca y allí lamentaré hasta el fin de mis días la pérdida de mi compañero que nunca será hallado.

LEONTES: ¡Oh, silencio, Paulina! Debes acceder a recibir un esposo de mi mano, como yo recibo una esposa de la tuya. Es un contrato a que estamos unidos los dos bajo juramento. Tú has encontrado a mi esposa. ¿Cómo? Está aún por saber, pues la creí muerta, como muerta la vi, y en vano dije no pocas plegarias sobre su tumba. No tendré que buscar lejos para hallarte un honorable esposo, pues conozco en parte sus sentimientos. Avanza, Camilo, y toma por la mano a esta dama, cuya nobleza y virtud notoriamente célebres, son atestiguadas aquí por nosotros, pareja real. Abandonemos este sitio. Vamos, vuelve tus ojos sobre mi hermano, perdonadme los dos haber colocado mis malas sospechas entre vuestras castas miradas. He aquí a vuestro yerno, el hijo del rey, que por el favor del Cielo es el prometido de vuestra hija. Buena Paulina, condúcenos fuera, a un lugar donde a satisfacción podamos interrogarnos y respondernos el uno al otro sobre nuestras aventuras durante este largo espacio de tiempo que ha transcurrido desde nuestra separación. Guíanos pronto."








jueves, 6 de febrero de 2025

LECTURAS PARA EL INVIERNO (III) POESÍA INVERNAL

 


La estación invernal es uno de los temas más cultivados por los poetas de todo el mundo y los españoles no iban a ser menos. Aquí incluyo poetas españoles y extranjeros contemporáneos. Entre los españoles, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Antonio Colinas; y entre los extranjeros. William Shakespeare, Robert Frost y Williams Carlos Williams.

Antonio Machado en “Sol de invierno” describe con notas impresionistas, la estampa invernal de un parque a mediodía. Paseos blancos, elevaciones iguales, árboles de hoja caduca... Sólo parece haber vida en el invernadero (macetas con naranjos, una palmera metida en un tonel verde). En el exterior, mientras unos niños juegan, un viejecillo se alegra de sentir la caricia del sol. Un romance sencillo que elogia también de modo sencillo la presencia del astro rey en el invierno.



Sol de invierno


“Es mediodía. Un parque.

Invierno. Blancas sendas;

simétricos montículos

y ramas esqueléticas.

Bajo el invernadero,

naranjos en maceta,

y en su tonel, pintado

de verde, la palmera.

Un viejecillo dice,

para su capa vieja:

«¡El sol, esta hermosura

de sol!…» Los niños juegan.

El agua de la fuente

resbala, corre y sueña

lamiendo, casi muda,

la verdinosa piedra.”



Juan Ramón Jiménez en “Canción de invierno” realiza un juego fonético a partir del canto de unos pájaros cuya procedencia ignora el propio poeta ( el juego se resume en los tres último versos del poema: “Yo no sé dónde cantan/ los pájaros -cantan, cantan-/los pájaros que cantan”) En este poema, aparentemente sencillo, cuyos versos tienen todos la misma rima (asonante en a-a) el autor de una obra tan musical, poética y entrañable como Platero y yo nos muestra su habilidad de maestro de la poesía al componer toda una canción basándola fundamentalmente en la repetición de la forma verbal “ cantan”. Y en cuanto a las referencias que hace el poeta al invierno, bastan para situarnos en la estación dos o tres rasgos invernales ( la lluvia, la ausencia de hojas nuevas, la lejanía del valle...)

 

 

Canción de invierno

“Cantan. Cantan.

¿Dónde cantan los pájaros que cantan?

Ha llovido. Aún las ramas

están sin hojas nuevas. Cantan. Cantan

los pájaros. ¿En dónde cantan

los pájaros que cantan?

No tengo pájaros en jaulas.

No hay niños que los vendan. Cantan.

El valle está muy lejos. Nada…

Yo no sé dónde cantan

los pájaros -cantan, cantan-

los pájaros que cantan.”



Respecto a Antonio Colinas, en su poema “Invierno tardío” habla de un invierno concreto en que su ánimo se semeja a una primavera que se ha adelantado o a un almendro en flor bajo la nieve y aunque la estación invernal muestre sus rasgos más negativos: nevar sobre el almendro florido (“nieva sobre la nieve”, paranomasia, aliteración, metáfora, imagen... todo unido) o haga demasiado frío (metáfora de indiferencia, insensibilidad, dureza inhumana) en el mundo la tarde de su contemplación, al abrir la puerta a su perro, entra con el fiel animal el calor (nótese la antonimia frío-calor, inhumanidad-humanidad), calor (metáfora de benevolencia, caridad, compasión, misericordia, piedad humana). 

 


Invierno tardío

No es increíble cuanto ven mis ojos:

nieva sobre el almendro florido,

nieva sobre la nieve.

Este invierno mi ánimo

es como una primavera temprana,

es como un almendro florido

bajo la nieve.

Hay demasiado frío

esta tarde en el mundo.

Pero abro la puerta a mi perro

y con él entra en casa calor,

entra la humanidad.



William Shakespeare en los versos de su “Viento invernal” trata un tema parecido al de Antonio Colinas, pero a la inversa. Aunque un fenómeno meteorológico de la estación (aquí el viento helado) aun personificado, cause daños, no será tan negativos como la ingratitud. El poeta convierte en un tú animado al viento invernal (“sopla... pues nunca harás tanto daño...”; “tu diente...”, “nadie te ve”, “por rudo que seas”). Y eso en la primera parte del poema, separada de la segunda por un estribillo, que se repite al final, donde el bosque es el principal escenario para hacer el amor que, además de ceguera y traiciones, es vida y placer.  En la segunda parte, se repite la estructira y el tratamiento verbal de la primera ( el tú del viento glacial: "hiela...",  "no podrás cortar como lo hace el olvido", "puedes el agua herir...", "no eres tan hostil... como el pérfido amigo").  En resumen, el viento invernal puede causar daños, pero nuca serán equiparables con la ingratitud o con el olvido, mientras el amor reine en el mundo, que además de vida y placer provoca indiferencia y traiciones.

 



Viento invernal

Sopla, viento invernal,

pues nunca harás tanto daño

como la ingratitud.

Tu diente es menos cruel,

porque nadie te ve,

por rudo que seas tú.

¡Eh, oh, el verde del bosque!

Amor es ceguera; amigos, traiciones.

¡Eh, oh, el bosque!

Es vida y es goce.

Hiela, aire glacial,

pues no podrás cortar

como lo hace el olvido.

Puedes el agua herir,

mas no eres tan hostil

como el pérfido amigo.

¡Eh, oh, el verde del bosque!

Amor es ceguera; amigos, traiciones.

¡Eh, oh, el bosque!

Es vida y es goce.

 

Robert Frost en su poema "La noche invernal de un anciano", de Robert Frost, tiene dos espacios, el exterior y el interior de la vivienda, que se alternan en los versos para hablar del grado de soledad en que vive ese anciano : el exterior de la vivienda (el frío que barre la ventana, las sombras, el mundo que mira su rostro); el interior (la habitación vacía, lámpara inclinada sobre su rostro mientras duerme que le impide ver el mundo el anciano ha perdido la memoria y ya ni recuerda "en qué tiempo llegó hasta estos lugares y por qué está aquí solo, rodeado de barriles se encuentra perdido”; el exterior (el aullido de los árboles, el crujido de las ramas... Sólo la luna, de cuyo amparo el viejo espera que la nieve no hunda el tejado ni los carámbanos se descuelguen del muro, existe para su rostro inmóvil.); el interior (al anciano, dormido, lo despierta un leño que se cae en la estufa, y tiene miedo. Conclusión: un viejo solo no puede llenar una casa solitaria, una parcela del campo, y menos en una noche de invierno. “No puede./ Así un anciano guarda la casa solitaria,/ en la noche de invierno. Y está solo. Está solo.”

 


 

La noche invernal de un anciano

Más allá de las puertas, a través del frío

que barre la ventana formando unas estrellas

dispersas, en la sombra, el mundo observa su cara.

La habitación está vacía. Y duerme.

La lámpara inclinada muy cerca de su rostro

le impide ver el mundo, Ya no recuerda.

La vejez le impide recordar en qué tiempo

llegó hasta estos lugares y por qué está aquí solo.

Rodeado de barriles se encuentra perdido.

Los árboles aúllan allá fuera;

todas las ramas crujen. Tan solo hay una luz

para su rostro, inmóvil, una luz en la noche.

A la luna confía –en esa luna rota

que ahora vale más que el sol-- el cuidado

de velar por la nieve que yace sobre el techo,

de velar los carámbanos que cuelgan desde el muro.

Sigue durmiendo. Un leño se derrumba en la estufa.

Despierta con el ruido. Sobresaltado se agita.

Es la noche. Respira suavemente.

Un viejo solo no puede llenar toda una casa,

un rincón de los campos, una granja. No puede.

Así un anciano guarda la casa solitaria,

en la noche de invierno. Y está solo. Está solo.

 

Williams Carlos Williams, en su poema “Ventisca” pinta un paisaje igualmente personificado, ahora en la nieve, que al caer desata la ira después de un tiempo que parecía paralizado. Y es la ventisca que arrastra su pesada profundidad de tiempo indefinido e indefinible (“¿tres días/ o sesenta años?”). Y cuando vuelve la calma (“¡Después/ el sol!”), irrumpe en la mirada del poeta la soledad salvaje de la naturaleza, y en medio de ella, destacando sobre todo lo demás, la soledad del género humano (“su huella solitaria extendida/ sobre el mundo”).

 



Ventisca

Cae la nieve:

años de furia detrás de

horas que flotan perezosas

la ventisca

arrastra su peso

más y más hondo ¿tres días

o sesenta años, eh? ¡Después,

el sol! una maraña de

copos azules y amarillos

árboles que parecen hirsutos

sobresalen en los callejones largos

por encima de una soledad salvaje.

El hombre se da vuelta y ahí

su huella solitaria extendida

sobre el mundo.”