viernes, 25 de julio de 2014

INFIERNO, IDA Y VUELTA




Aunque no se crea, la historia que voy a contar le sucedió a un sencillo ciudadano de Tordera llamado Pere Portes, el cual el 23 de agosto de 1608 recibió en su casa la reclamación de una deuda que ya había satisfecho tiempo atrás. La sorpresa que se llevó fue mayúscula, pero no desesperó porque sabía que el notario de la villa debía guardar en algún sitio el recibo con su deuda pagada. Sin embargo, su sorpresa aumentó cuando se enteró de que dicho notario había fallecido un mes antes y en su casa no se encontró por ningún lado el dichoso recibo. Así que desesperado de su mala fortuna, no pudo por menos de exclamar: “¡Ojala el diablo me acompañe al infierno para hablar con el maldito notario!”
No había acabado del todo de pronunciar la frase, cuando se le apareció un caballero ofreciéndose a llevarlo a lomos de su cabalgadura a donde había deseado ir. Con algo de miedo aceptó el ofrecimiento y en cuanto se hubo acomodado en la silla a espaldas del caballero, que no era otro que el Diablo, el caballo salió a galope y antes de que se arrepintiera de la locura que había hecho, Pere se vio entrando en la Cueva de Pau de Hostalric, a la que los lugareños consideraban una de las entradas naturales del infierno.
En el infierno, además de poder contemplar a sus anchas las horribles torturas a que eran sometidas las almas de los condenados, logró reconocer a algunos de sus paisanos que allí se quemaban eternamente entre estremecedores alaridos de dolor, y, lo que era más importante, por fin consiguió encontrar entre ellos a su notario Gelmar Bonsoms. Cambiaron algunas palabras y, entre gritos de dolor, el notario le dijo dónde podía encontrar el libro de actas donde aparecía el documento, la fecha y la firma de Pere conforme había sido satisfecha su deuda.
Una vez resuelto el motivo de su visita al infierno, Pere le pidió al Diablo que le ayudara a salir de aquel lugar de eterno sufrimiento. Pero el Maligno, tras lanzar una horrenda carcajada, le dijo: “Mi cometido es traer almas al infierno, no sacarlas de él.” De nuevo asediado por el miedo, Pere exclamó: “¡Dios me ayude!” Y al pronunciar el nombre del Altísimo, se le apareció un hombre vestido de peregrino, con capa y esclavina y ayudado de un bastón más alto que él, que le dijo: “Agárrate al extremo de mi bordón y sígueme.” Y empezó a caminar en medio de la oscuridad más cerrada por una cuesta muy empinada que, a las primeras de cambio, empezó a fatigarle las piernas y a robarle parte de la respiración. Pero no se quejó ni un instante porque sabía que más tarde o más temprano llegaría a ver la luz de la superficie.
Y pronto, mientras notó que ya nadie tiraba de él, sintió una ráfaga de aire fresco, una lucecita allá en lo alto y rumores de voces cada vez más cercanas, por encima de su cabeza. Finalmente, y sin apenas podérselo explicar, se vio caminando por una calle de una gran ciudad, que no era otra que Barcelona. Y a un transeúnte que se cruzó con él le preguntó: “Oiga, buen hombre, ¿podría decirme dónde me encuentro?” Y el interrogado le contestó con toda la naturalidad del mundo: “En la calle del Infierno.” Y es que aquella calle, hoy avenida de la Catedral, se llamaba entonces calle del Infierno.
Al día siguiente Pere Portes regresó a Tordera y a todo con el que se cruzaba, le contaba los extraordinarios acontecimientos que acababa de vivir. Pero nadie le creía; es más, se burlaban de él llamándolo loco. Para probar sus palabras, entró en la casa del notario y, mirando detrás de un mueble, tal como le había dicho aquél en el infierno, encontró el libro de actas y, con él en la mano, demostró a cuantos quisieron verlo, que era verdad lo que decía.
Sin embargo, la Santa Inquisición la tomó con Pere por lo que iba contando a todo el mundo sobre el Infierno y las eternas torturas que sufren los condenados en él, y lo encerró en la prisión. Entonces sí que se volvió loco y murió al poco tiempo. El inquisidor general, para que la gente no hablara más de Pere Portes, mandó quemar su cadáver junto con el libro de actas del notario.
Los lugareños contaban que los 23 de agosto de  los años siguientes habían visto salir del ventanuco de la cárcel donde había muerto Pere unas hojas de papel volando y oído los lamentos que el prisionero lanzaba quejándose de su mala fortuna. Después el silencio. Y ahora el eco de su triste historia recorre las líneas de este escrito.

miércoles, 2 de julio de 2014

VIVALDI EN EL PALAU







Ayer, martes primero de julio, tuvimos la suerte de contemplar a nuestras anchas el hermoso Palau de la Música, que sirvió de magnífico marco para escuchar Las Cuatro estaciones del año de Vivaldi y su Gloria en Re mayor, interpretadas las primeras por la Orquestra Camera Musicae, con la excepcional interpretación del violín Santiago Juan, que nos hizo vibrar de emoción en diversos pasajes del concierto, y la segunda a cargo del Cor de noies de l’Orfeó Català, con la participación de la Soprano Laia Frigolé y el contratenor Oriol Rosés, cuya cristalina y poética voz sabe llegar al corazón del espectador.
Bajo la cúpula del sol de oro del Palau y las rosas de cerámica de su florado techo, y envueltos por tanta belleza modernista, especialmente a la vista del ábside de iglesia que constituye el escenario, revestido de triangulares piezas de cerámica rosa, las bellas damas que tocan instrumentos musicales y cuyos sus bustos blancos brotan del mosaico como lirios sobre un campo alfombrado de pétalos de rosas, el imponente órgano del fondo y, sobre nuestras cabezas, los caballos desbocados de la pasión creadora; rodeados, digo, de tanta belleza diseñada por Domènech i Montaner, Vivaldi bajó a este mundo para mostrarnos cuatro estaciones de poesía auditiva donde los arcos  y los dedos de los violinistas arrancaban de las cuatro cuerdas de su instrumento (emoción, belleza, sugerencia y poesía), desde el murmullo de las flores al abrir sus pétalos en primavera o el suave caer de los copos de nieve sobre los silenciosos campos, hasta el rumor de las espigas ondeando en un mar sin naufragios, pasando por la lluvia golpeando en el río y en las hojas de los árboles o la tormenta desatada y furiosa sobre una granja solitaria.
Ver ayer el Palau, palacio de cristal donde se aúnan la escultura, las vidrieras, los mosaicos y la forja para dar cobijo a la Música, y escuchar a Vivaldi fue hacer realidad un doble sueño de hace mucho tiempo. Aún sigo despertando entre vibraciones de belleza y emociones.