Recojo aquí algunos apuntes realizados in situ.
BERLANGA DE DUERO
En coche a San Baudilio de Berlanga; en el cielo buitres, en la tierra girasoles. Berlanga, ciudad con historia –el Rollo, el castillo y la muralla, y siempre vivo al lado, el Duero. Monteagudo de Vicarías, frío, ave rapaz-- ¿un alimoche?--, templo, más girasoles, hélices eólicas, ruinas de adobes... y Almazán –el fraile mercedario--. Nos sigue el río Duero, agua con alma..San Baudilio de Berlanga, baúl austero --como los alrededores de tierra de labor y escaramujos-- de la joya que oculta en su interior, original prerrománica soriana, pilar central en forma de palmera con arcos de herradura, figuras policromas que respetó el expolio: escenas bíblicas, de caza...Perfume sutil-- divino y humano-- metido en un modesto frasquito. Y ya fuera, vosotros comentabais el milagro de piedra y de pintura que habíamos dejado, como antes, seguir latiendo dentro, antes de que el expolio acabe de una vez con todo.
El aire de la mañana en el paisaje, lamiendo las tumbas junto a la ermita, era la voz del tiempo pidiendo justicia. Nosotros asentimos.
Sigue el coche paralelo al Duero hacia el Burgo de Osma.
EL BURGO DE OSMA
“Vuelve la yunta de ganar el valle
con su lanza arrastrada y la campana
vuelve a pasar entre la luz y el puente.”
Dionisio Ridruejo
AL POETA DE BURGO DE OSMA
He oído tu verso hondo y herido
frente a la que fue tu casa, Ridruejo,
en la Plaza Mayor del Burgo de Osma.
Los soportales... Capitol...
Y vuelve a manar
“el para siempre ayer eternamente”.
Sin embargo, Dionisio, el fiel presente
nos recuerda la urgencia del estómago
y el cansancio. Calle del Seminario,
terraza al sol, torreznos de Soria
y cerveza total.
Nuevo renglón.
LA CATEDRAL
Palabras mayores: La catedral de la Asunción, todo misterio, grandiosidad, la portada gótica--la Virgen ascendiendo al cielo, libro de piedra en el dintel templando la orgullosa subida de la piedra de la torre barroca. El Duero pasa humilde y generoso entre los álamos llevándose en sus aguas el misterio del Santo Cristo del Milagro.
VANIDAD DE MURALLAS
¿A qué viene esa vanidad tan propia de las murallas, muralla de la ciudad, si ya desde la Puerta del Puente Viejo, bordeando el río aprietas fuerte la calle Mayor, el Seminario y el Carmen? Tenías que haberte ido tras proteger a tu gente de la peste. Basta la puerta de San Miguel con su muro y sus almenas, su cubo y su cruz en alto, para conservar tu nombre. Un deseo siembro aquí antes de irme a Zamora: detenerme en San Esteban de regreso a Barcelona.
DESDE EL BURGO HASTA ZAMORA
Desde el Burgo hasta Zamora acompañamos al Duero
en su marcha sin retorno entre chopos y viñedos,
bajo puentes de ciudades que son puros monumentos.
San Esteban de Gormaz --puente, castillo y templo
de San Miguel, que se lleva, románico, el primer premio--.
Soria –Leonor y Machado, Bécquer y Gerardo Diego,
Santo Domingo y el Claustro brujo de San Juan de Duero--.
Aranda de Duero sigue al río con sus viñedos
--las bodegas y los vinos son también dos monumentos,
como lo son sus palacios, su muralla y sus conventos--.
Peñafiel –castillo que abre sus alas a tierra y cielo
bendiciendo el beso puro entre el Duratón y el Duero--.
Tordesillas –soportales, Santa Clara y el Museo--.
Toro – ya la Colegiata lo hace todo un monumento--.
Y Zamora --el Duero asiste a nuestro amado reencuentro--.
EN ZAMORA
Ya estoy aquí, en la ciudad del alma, viendo, en mi Zamora eterna, a través del mirador, el ábside de Santa María la Nueva, la del milagro de las sagradas formas, la del motín de la trucha y el incendio, donde brillaron la voz justa de Dios y la mano intercesora de su Madre. Ahora me toca sentir la otra Zamora, la Ocellum de mis años.
Y comienzo.
Agradezco la atención de la dueña del apartamento que hemos alquilado, los bombones, el rebojo zamorano, el orujo gallego y su “Bienvenidos” en la entrada. Esta es la Zamora que no cambia, la del alma amable, austera, la enamorada del Duero, la que cantó el Romancero, mística, noble y guerrera. Dejé su verde ribera cuando aprendí a ser romero, pero nunca la olvidé y, leal a su nevero, su nombre siempre llevé.
Lamento ver derrocado el Museo de Semana Santa a través de los cristales del mirador. Donde hubo cuarenta "pasos" que desfilaban por las calles en primavera, hay ahora escombros, cascotes, indiferencia y olvido. ¿Cuándo volverá a estar rehecho ese nido de recuerdos, desde donde un abril inolvidable salí para desfilar como cofrade--túnica de terciopelo, vara rematada en cruz-- en la procesión del Santo Entierro del Viernes Santo por la tarde?
BARANDALES
El Barandales me espera en un ángulo de la plaza de Santa María la Nueva, donde está nuestro apartamento, con las campanas de bronce ligadas a sus muñecas. Nosotros los chavales, cuando el Barandales era de carne y hueso y abría las procesiones, le cantábamos: “Barandales, dales, dales”. Ahora la estatua de bronce, obra del escultor Flecha--discípulo de Abrantes--,mira al cielo conjurando el olvido, que es tan fácil, y me inspira una gran tristeza.
LA CIUDAD EN FERIA
1
Ahora que toda la ciudad está en FERIA, FROMAGO se llama, carpas de productos de la tierra invisibilizan los monumentos y las estatuas. El Viriato y el Adán de Barrón, dichosos de las miradas, son pasto de la omisión, de la indiferencia más rancia. Pena me da la Maternidad de Lobo, rodeada de carpas con quesos de toda España, delante del palacio de los Momos, todo gótico y justo como la ley y su balanza.
La feria del queso ocupa toda Zamora, desde la Plaza Mayor a la Catedral, por un lado, y por el otro hasta el Parque de la Marina. La oveja zamorana bala por todas partes y los zamoranos que se han quedado a oírla picotean aquí y allá y beben cerveza como si no hubiera un mañana.
Mientras el Duero, visto desde la calle Pizarro, sigue su marcha impertérrito hacia San Frontis, tras dejar atrás el Puente de mi barrio y luego islotes, azudas y aceñas. Y en La Magdalena sigue durmiendo la dama su muerte de piedra.
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Pero ya es hora de que cenemos. Tras merodear por las carpas, nos abraza la noche junto al Merlú, que es una buena señal. Enfrente, la emblemática calle de los Herreros; y bajamos en busca de una mesa. La encontramos en una antigua posada vuelta ahora un bar de picoteo. Hablamos poco --”Oveja que bala...--. Comemos y al fin brindamos por lo que estamos viviendo y por lo que viviremos. Para nada echo de menos que yo por aquí pasaba de chico hacia el Instituto y que mayor practicaba el rosario de los vinos.
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Yo que nací junto al Duero, en una humilde plazuela, con fragua y potro de herrero y un Comedor del franquismo, vivo y duermo en una plaza del centro de la ciudad junto a una iglesia románica.
Campanas por la mañana, camino de la Catedral, entre las carpas blancas y a pie de calle, justo en frente del primer Colegio descubro el bronce del maestro amigo Herminio Ramos. Lo saludo lamentando que los vándalos le hayan arrancado las gafas.
Más olores de quesos y embutidos, San Ildefonso, fray Diego de Deza, el Mirador del Troncoso, recuerdo escrito de Lorca en un mingitorio nocturno --los borrachos no entienden de lírica--.
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De nuevo el Duero, el río Duradero de Claudio, el poeta de Zamora, y mi barrio a la vista al otro lado del Puente en obras. Leemos la puerta del Obispo traducida por el guía familiar. El Castillo y los jardines, el Postigo de la Traición --el alcalde quiere cambiar la historia--. Cuenta el presente. Nos espera la primera iglesia gratis--¡qué vergüenza!--.
La iglesia de San Isidoro --espadaña con nido de cigüeña, vacío como todos--, románica, como casi todas, edificada en el primer recinto amurallado, iba a contener las reliquias del santo, pero se quedó en un romántico deseo, pese a que su interior es original--el arco triunfal apuntado y el hastial con rosetón--. Salimos junto al ábside moderno y nos llaman los higos de una higuera pegada a la muralla. Y yo les cuento a los míos la muerte paródica del Rey que sitió sin ninguna ley la ciudad de su hermana doña Urraca.
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Al final picamos en la Feria y compramos un lote de embutidos, quesos y vino de la tierra. De vuelta al piso de Santa María la Nueva pasamos por la calle Sacramento y me llevé el primer cañonazo en el pecho: el taller y la casa de Abrantes aparecen derribados (sólo junto a la puerta de hierro aún puede leerse: “R. Abrantes, escultor”)
En la calle Sacramento
vivía un artista puro
que convertía en verdad
la piedra y el barro oscuro.
UNA VISITA MEMORABLE A TORO
“Fue fray Diego de Deza
obispo de Zamora,
confesor de la reina
Isabel la Católica...”
Bandeya
Camino del parquin, pasamos por delante de Santa María la Nueva, cuya puerta está abierta. Me asomo a su interior de leyenda y veo la decepcionante realidad en estos "pasos" de Semana Santa que convierten el templo en un sustituto del vecino Museo derruido. Aquí están Las tres Marías y San Juan, la Verónica, el Yacente... la Pasión y la Muerte de Cristo resumidas, en la iglesia del Milagro y del Motín, que la realidad de la piqueta los ha convertido en mera exposición para ansiosas miradas de turistas.
2
Maizales y pinares, pinares y maizales, sin prisa reverdecen mientras vamos a Toro. El tiempo vuela en coche y el sueño en nuestros cuerpos por ver la Colegiata asomándose al Duero. Y el Duero, a nuestro lado, parece que nos dice: “El templo está esperando;allí su Virgen sigue.”
3
En la Colegiata Toro es oro de piedra románica, y en San Lorenzo ladrillo mudéjar de oro y plata. Toro, además, tiene una cosa que calma al habitante con alma que sabe ver y admirar: el río Duero que pasa debajo del mirador de la esbelta Colegiata repartiendo lozanía de su Vega en derredor. Viéndolo, nuestras palabras son versos del corazón.
4
Recuperando el sentido, nos volvemos a la plaza donde está la Colegiata con su románico fino de cimborrio y rosetón, y allí sentados al sol de una terraza de bar, alegramos la carrera con un vermú Quitapenas y unos torreznos de más. Hay que darse bien la cuenta de qué significa haber vuelto a la tierra donde uno gracias a Dios fue a nacer. Entonces yo me pregunto: ¿aquí volveré otra vez?
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Cerca de la ciudad en la ermita de la Vega el Cristo de las Batallas duerme la paz de sus guerras al amparo de su Madre, que siempre tiene faena, y al sonido de los álamos que actúan de centinelas. Luego dejamos atrás el románico mudéjar en un paraje encantado de viñedos y bodegas. La Divina Proporción --¿no humana?-- nos espera.
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A la mesa dispuesta por el guía nos sentamos los cuatro sorprendidos. Llegan pronto los platos requeridos. El arroz a la zamorana abría la escala hacia la luz que más lucía. Subían los sabores encendidos y con rabo de toro los sentidos alcanzaron la miel que más ardía. Los vinos de la tierra, finalmente, Tío Babú y Madre Mía, juntamente, acabaron llevándonos al cielo, Éramos cuatro almas, puro vuelo. Sin embargo, acabada la comida, salimos al jardín con nuestra vida.
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A la sombra de un ciprés, sobre el césped de la finca --Humana Desproporción--, sorbemos la Madre Mía que en las copas nos quedaba --espíritu de la comida pantagruélica de Toro--, a la vista de la ermita mudéjar entre los álamos que le dan fiel compañía. Y al fondo, la silueta, sobre un azul de película, de la torre y el cimborrio de la Colegiata, insignia de la ciudad. Y en el medio el río Duero, agua viva que camino de la muerte siembra en todas partes vida.
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Mientras hablamos de buena vida, hermana de la muerte, con una copa en la mano, pasa cerca de nosotros un camión con la vendimia de la que ha nacido el vino que estamos bebiendo ahora.