En medio de la torpe niebla que irradia la política actual proveniente de uno y otro lado, he pensado que leer poesía despeja el ánimo y regala calma en el corazón. Para esta ocasión he elegido unas cuantas versiones castellanas que hice hace ya algún tiempo, de poemas escritos por las autoras catalanas Maria Antònia Salvà, Clementina Arderiu,
Roser Matheu, Simona Gay, Mercè Rodoreda, Rosa Leveroni, Montserrat Abelló, Felícia Fuster, María Beneyto, Carmelina Sánchez-Cutillas..., que pueden ayudar a conseguir lo que se dice al principio.
LA
ABEJA
Soñando,
habré pasado mi vida, volando por el viejo pinar o por la flor del
brezo. Y mi labor la de una abeja deslumbrada o encerrada en la
colmena.
Habré
sido una romera de vestido humilde o una vagabunda que pide limosna
en cada casa que encuentra en el camino, consiguiendo así gratis el
tomillo, la menta y el romero, y todos me habrán perfumado las alas.
Mientras,
el sol, mágico hechizo del momento, me habrá ido borrando la magia
de los placeres y las galas hasta robarme del todo la atención.
Ahora
que siento llegarme la hora del silencio, la hora de acabar mi
romería, recojo el eco de la jornada. Y aunque la gente de ahora
prefiera otra miel y crea que la abeja cada vez importa menos, yo
seguiré buscando por el cardo o por la rosa el camino del cielo.
(De Maria Antónia Salvà
(1869- 1958)
EL
NOMBRE
Clementina
me llamo, Clementina
me llamaba. En
otro tiempo fui un poco tímida; El
nombre me era largo como un lamento Y se
me encogía el corazón. Cuando
mis amiguitas, para
hacerme rabiar, muchas
veces me lo recordaban: “¡Qué
nombre más bonito! --decía
alguna de ellas--, Pero
no te conviene: Es
nombre de princesa.” “¡Ay
qué nombre más extraño!” Muchas
otras decían, Y yo,
en el fondo de todo, sentía envidia de sus
nombres tan claros de María o Pepa.
Clementina
me llamo, Clementina
me llamaba. Pero
un año se va y otro llega. Y
aquel nombre que ayer me hacía tímida se
volvió después un dulce rumor en los labios --yo
misma lo decía--, ahora me honra y me maravilla.
No hay
nombre más bello sobre la tierra como
el que el amado me canta al oído, y
entra en el claustro de mi nueva alma y me
sube al cerebro y me
cierra los párpados. Del
cielo del amor caía una estrella…
Ahora
el nombre me luce sobre la cabeza. Clementina
me llamo, Clementina
me llamaba
(De Clementina Arderiu (1889- 1976)
DE
QUÉ ME SIRVES
(Fragmento)
¡De
qué me sirves, frágil cosa, misteriosa
construcción donde
tengo mi alma recluida, cuerpo
mío, desesperante prisión!
¡De
qué te vale este orgullo y esta vanagloria y los
sentidos tan valientes y afinados, si
apenas sabes obedecerme y casi
nunca me haces feliz!
¡De
qué te vale sentirte maravilla entre
las maravillas de este mundo, si no
puedes alcanzar una chispa de estrella con la
inquietud y el sudor de tu frente!
¡De
qué te vale este freno que no descansa, y la
comedia y los finos ropajes, si no
puedes traducir ni con palabras ni con gestos la sed
inmensa que te grita dentro!
¿De
qué me sirves? ¿Cuándo llegará la hora en que
estemos de acuerdo en algo? Insaciable,
ambicioso, exploras ya el
deseo ya el recuerdo, que,
del campo de tus locas aventuras vuelves
mudo y desolado, hundida
la ilusión en las impuras manos, la
vergüenza estampada en la caída frente.
¿Por
qué te he regalado tantos momentos cuidando
de ti como de un enfermo, si
como pago ni escarmiento te das, soberbio,
y siempre a punto para el salto? ...
(De Roser Matheu, 1892- 1986)
LA
ESPERA
Del
tronco de la cepa aprende la paciencia cuando
espera la vida y sólo se bebe la ausencia de ella, en los
helados inviernos, brazos
desnudos al aire, parece
muerta la cepa, y en la tierra las raíces conocen
el esfuerzo callado de la primavera.
Subirá
la nueva savia y triunfal estallará en el brote, y el
día se aclarará con una tierna hoja. La
alondra hará su nido y en
el ramo se abrirá primero
la flor y luego el grano.
Yo
conozco la larga paciencia de la cepa.
La
eflorescencia se ha producido.
En
todo árbol frutal, tempranero o tardío, se
adivina el tiempo de la cosecha.
La
cepa, rama extendida, espera la visita del sol, cada
día del verano gana la uva color más vivo, y quiere para cada grano la fina transparencia donde
ríe la luz clara.
Yo conozco la paciencia en el
ritmo seguro; que
espere como la cepa el bello racimo maduro.
(De Simona Gay, 1898- 1969
LAMENTO DE CALIPSO
Veo tu
tierra desnuda y candente, desierta, junto
al mar violento bajo un acantilado, tu
palacio de piedra como una boca abierta, el
yermo donde zumba la avispa y pasa hambre el ganado.
Yo soy
lo que se deja, lo que deserta y pasa: la
muerte de las hojas, el rastro de un cometa, el
borbotón que ríe y llora y aquella tierna masa de las
abejas que hacen las horas más eternas.
Te he
querido mío para siempre, cansado de ola y mar, seguro
en mi carne, miel y curva exaltada, extranjero
que vuelves a tu muerte de hogar, querría
ser ahora león que juega y mata o el
olivo inmóvil en su furia torcida, pero
en el pecho se me muere un escorpión escarlata.
(De Mercè Rodoreda, 1909- 1983)
.TESTAMENTO
Cuando
me llegue la hora del descanso, quiero
solo el manto de un trozo de cielo marino; quiero
el dulce silencio del vuelo de la gaviota dibujando
el contorno de una cala finísima.
El
olivo de plata, el ciprés más valiente y la
rosa floreciendo al filo de la medianoche.
La
bandera de olvido de una vela blanquísima haciendo
más limpia y ardiente la blancura de la tapia.
Y
saberme que soy en el suave refugio sólo
una brizna de hierba de la divina paz.
(De Rosa Leveroni, 1910- 1985)
PLANTAR SOBRE LA TIERRA
Plantar
sobre la tierra los
pies. No volver jamás a tener miedo. Sentir cómo
sube la savia. Crecer
como un árbol. Y a su
sombra consolar a alguien que se sienta solo, sola
como tú y como yo.
(De Montserrat Abelló, 1918)
NO
ME DESNUDÉIS
Antes
que el gran compás me paralice con la
geometría de la muerte, no me
desnudéis.
No me
desnudéis del tiempo ni de
aquellas palabras, que,
incluso heladas, yo volvía calientes.
Sé
que mi canto hoy no
llegará ni a
las órbitas más bajas, y el
mundo me pesará.
No me
importa. Dejadme. Dejadme
el hormigueo de
esta cabeza llena de fiesta y las
alas de los puentes.
Dejadme
blanca, cal apagada, encendida,
poca cosa, nada, con
los pies desnudos.
Sé
caminar descalza. Y más. Y sé
aún: sólo lo que se borra tiene
importancia.
(De Felícia Fuster, 1921- 2012)
CIUDAD BOMBARDEADA
Se
rompía la paz blanca de las nubes.
La
alta muerte nos llovía hacia la vida, y la
infancia se hacía un grito de piedra, una
pequeña oscuridad.
Sólo
era cierto que el cielo, sobre el milagro de
otro día bienvenido, de otra esperanza iba
haciéndose fuego por el mundo donde estábamos la
reciente nidada.
Sólo
era cierto que no llegaba el ángel que
nos pudiese traer las letras de la alegría.
(Pensábamos
ángeles muertos, bajo la llama la
quemada pluma).
La
ciudad en el entorno. Y el cielo en la tierra, todo
él deshaciéndose en truenos desconocidos.
(¿Dónde
la cocas con miel? ¿Dónde la ternura? ¿Dónde
el Dios del pesebre?)
Gritábamos
bajo los relámpagos con voz de chispa.
Roto
el techo, acaso Dios miraba:
Sólo
respondió en derrumbes, en silencios, por la
ausencia más azul.
Era el
grito infinito. Nuestra tierra, herido
el corazón, nos decía sin palabras, pequeños
nombres de la sangre derramada.
La
tierra, desangrándose.
¡Ay,
la infancia cerrada en la penumbra, cómo
dejó marcadas con fuego sus señales!
Desde
un eco de llama, bajo la ceniza, los
pánicos ahogados todavía gritan.
(De María Beneyto, 1925- 2011)
EL
LASTRE DEL TIEMPO
Cuatro
y dos, seis a la mesa.
Pero
cogen los libros y salen a la vida los
hijos para hacerse mayores.
Y
ahora que te mira alerta, medio
pensando en tanta cosa inútil: los
domingos, la casa, acabar la faena, cocinar
el arroz de cada día, acostarme
en la cama para ti (tanta
cosa echada al viento), quisiera
decirte, si es posible, nuevas
palabras, pero tengo la garganta obstruida
de un amargo silencio, y es
falso incluso el ritmo de mi pulso, pues
esta señal que llevo sobre la carne (el
lastre del tiempo) no me deja reencontrarte.
(De Carmelina Sánchez-Cutillas, 1927- 2009)