No necesito decir que,
aunque zamorano de la diáspora, soy un zamorano incondicional porque siempre
llevo a mi ciudad natal en mi vida, en mi recuerdo y en mis escritos. Y doy
gracias a Dios por haberme dado unos padres que supieron infundir en mi alma de
niño el amor a las cosas de Zamora y en especial a su Semana Santa en todas sus
manifestaciones, religiosas y humanas. ¡Con qué entrañable actualidad recuerdo
las palabras que mis padres me decían al paso de las procesiones! Uno y otra me
decían: “Mira cómo baila el Cinco de Copas.” “Este señor que abre el desfile
tocando sus campanas es el Barandales.” “Esos congregantes que caminan
descalzos detrás del Cristo de la
Injurias son los penitentes.” “Aquella Virgen de luto que
viene tan triste y tan sola es la
Virgen de la
Soledad.” “La música especial que suena allá lejos es la Marcha Fúnebre de Thalberg.”
Etcétera. Y yo miraba atento y escuchaba todo aquello que ocurría a mi
alrededor con los ojos y los oídos del cuerpo y del alma hasta empaparme del
fervor y de la admiración que mostraban ellos, mis padres, por la Semana Santa.
Y por eso y aunque tuvimos
que alejarnos de la Perla
del Duero para proseguir nuestro camino terrenal en Barcelona (mis padres ya
duermen el sueño eterno en el cementerio de Montjuic), todo aquello dejó en mí
un poso profundo que sigue intacto mientras el tiempo corre imparable. Con
breves y esporádicos regresos a Zamora (algunos estivales y la mayor parte
semanasanteros), mi vida ha seguido madurando lejos de ella en la distancia
física pero siempre inmersa en mi alma y en mis libros, en los que siguen vivos
los recuerdos de mi infancia, adolescencia y primera juventud referidos al
barrio y al Duero, a los Salesianos y al Instituto, a los amigos y a las
vivencias, como las de las Sacramentales, en que se engalanaban los balcones de
las casas, y se alfombraban las calles con tomillo y pétalos de rosa para que
pasara por ellas la procesión, y bailaban las gigantillas, y sonaban mezclados
en una música indescriptible la voz nasal de la dulzaina y los seco redobles de
los tamboriles, y todos los miembros de la familia estábamos felices, y el
cielo lucía azul, de eterna primavera.
Nada ha cambiado en mi alma
respecto a la Zamora
que siempre quise y querré, y creo que tampoco ha cambiado el alma de la ciudad,
pese al correr de los tiempos que le dio otro nombre, Ocellum Durii, Semure,
Azemur, Çamora… La Zamora que vio caer el puente de San Atilano que los romanos
tendieron entre San Frontis y Olivares y del que sólo quedan gloriosos molares
gigantescos que muerden la eterna corriente del Duero. La Zamora que ha movido de sitio,
pero no de su Plaza, la estatua de Viriato, el Pastor que fue el Terror de los Romanos.
La Zamora que fue testigo después de guerras que sembraron el dolor en nuestra ciudad, de
murallas que un día ufanas estrenaron sus almenas y hoy muestran mellada su
dentadura, incluso parciales desapariciones, de iglesias y palacios que fueron
antaño ejemplares rincones de actividad religiosa y civil, y hogaño, entre la
historia y la leyenda, guardan recogido silencio en el recodo de una plaza o en
la esquina ventolera de una calle.
Sí, puede que la piel y el
esqueleto de Zamora hayan variado en el correr de los tiempos. Pero permanece
su espíritu, su alma tranquila, soñadora, esforzada, mística, independiente. Y
a ello hemos contribuido todos los zamoranos: desde el pastor que lucha y muere
ante el invasor que intenta adueñarse de la tierra que es su vida, hasta el
escultor imaginero que con gubia milagrosa extrae de la madera y la escayola
rostros y gestos de Vírgenes y Cristos para que llenen de fervor las rúas
zamoranas durante las Semanas Santas, pasando por el cantero o el albañil que
restaura la cara de los monumentos o levanta nuevos edificios para dar cobijo a
las nuevas generaciones. Y los zamoranos que siguen viviendo en Zamora y cuidan
de ella como si fuera un miembro más de sus propias familias. Y también
nosotros, zamoranos de la diáspora, que mantenemos viva la memoria de la tierra
que nos vio nacer. Todos, gente dedicada a educar a los hijos en el amor a
cuanto sepa y hable de Zamora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario