Acaba de dejarnos Carmen Alborch, defensora
de los derechos humanos y política importante de la época de Felipe González,
de cuyo gobierno llegó a ser Ministra de Cultura en 1993, aunque ya antes había
ocupado cargos culturales en la comunidad valenciana relacionados con la política:
como directora general de Cultura de la Generalidad Valenciana y directora del Instituto
Valenciano de Arte Moderno. Aprovecho la dolorosa circunstancia de su
desaparición aludiendo también a su vertiente literaria. Es autora de numerosos
artículos sobre cultura, política y feminismo y también de novelas y libros de
ensayo, entre otros, Solas: gozos y sombras de una manera de vivir,
La ciudad y la vida o Los placeres de la edad.
Tuve el honor de conocerla como jurado de premios literarios en dos
ocasiones para mí importantes e inolvidables: el primero, en 1997, cuando recibí
de su mano el premio de Poesía Taurina de Valencia por mi obra Toro de la noche
que me fue concedido por un jurado presidido por el poeta Francisco Brines. La
segunda ocasión tuvo lugar en 2002 en las Cavas Freixenet de San Sadurní de
Anoya, durante la cena de entrega del Premio de literatura gastronómica Sent
Sovi en el que resulté finalista con mi novela La balada de dos juglares y de
cuyo jurado formaba parte Carmen Alborch junto a novelistas de la talla de
Manuel Vázquez Montalbán o Narcís Comadira, entre otros.
Como homenaje a la escritora copio aquí un fragmento de Los placeres de
la edad (2014), que tiene que ver con la vejez, etapa no menos interesante que
las otras de nuestra vida:
“No hay una vejez, sino diversas vejeces. Envejecemos en buena medida
como hemos vivido, con multitud de matices y sin determinismos, porque hay
márgenes para el cambio, en función de distintos condicionantes y
circunstancias, como son la genética, la salud, el lugar del mundo en el que hayamos
nacido o vivido, la formación, las circunstancias vitales y sociales, la
situación económica, la profesión, el entorno y, por supuesto, la suerte. Pero
no hay duda de que la actitud y la voluntad son fundamentales. Heráclito decía
que la actitud es el futuro, es decir, es importante la manera en que
afrontamos esta etapa de nuestra vida, una etapa que tiene sus propias claves que
podemos descubrir si utilizamos los recursos vitales que están a nuestro
alcance: si escuchamos, aprendemos, observamos y reflexionamos sobre nuestra
vida. Si nos implicamos, podemos darle un nuevo significado y una perspectiva diferente
a esta etapa fundamental, sabiendo que cualquier proceso de cambio trae consigo
dudas e incertidumbres.
A sus ochenta y tres años Emilio Lledó decía que estaba en la “edad de la
esperanza de vida, a mí la edad me da la felicidad total”. Creo que esta es la
mejor actitud. Ni mucho menos esto significa que no nos encontremos con
dificultades para tener una buena vejez y continuar haciéndonos mayores con vitalidad,
dignidad y plenitud. La ley de la vida es el cambio, escribió Simone de
Beauvoir, y esto es así en cualquier etapa de la vida.”
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