Una experiencia inolvidable de arte puro entre tradicional y
surrealista hizo nuestras delicias el sábado 13 de octubre por la tarde en el MNAC. Se trataba nada más y nada menos que de la
exposición Gala-Dalí Una habitación propia en Púbol, que tantos deseos teníamos de ver. La cola que hicimos para
entrar en el meandro de salas donde tenía lugar valió la pena.
Allí, Gala la musa del pintor de Figueras (antes lo había sido del poeta francés Paul Éluard, su primer marido), es la verdadera
protagonista. Musa y reina del mundo creado por Dalí para venerarla en
retratos, en pinturas, en vestidos, en zapatos, en pequeños utensilios caseros...
Dalí, sin Gala, no sería Dalí. A través del mágico recorrido por las salas
vimos una hagiografía de la mejor Gala escrita y pintada por el pintor más
extravagantemente relevante que haya tenido nuestra historia de la pintura
contemporánea.
Entre óleos y dibujos, unas sesenta obras en total, pertenecientes
la mayoría a la Fundación Gala Dalí, unas cuarenta (el resto procede de
colecciones privadas y prestigiosos museos entre los cuales mencionamos el
Haggerty Museum of Art, de Milwakee, el Centro de Arte Georges Pompidou, de París,
el de Arte Moderna e Contemporanea di Trento e Rovereto o el Nacional Centro de
Arte Reina Sofía de Madrid.
Entre las obras pictóricas expuestas destaco las
siguientes: Gala de espaldas eternizada por seis córneas virtuales
provisionalmente reflejadas, Gala Placidia. Galatea de las esferas, Sueño
causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de
despertar, La Madonna de Portlligat, La memoria de la mujer-niña. Monumento
imperial a la mujer o, por no hacer larga esta enumeración, el molinito de café
que tiene pintada una copia soberbia del Ángelus de Millet.
Mientras
recorríamos las salas llenas, además de retratos y pinturas, de vitrinas con
libros, cartas y manuscritos que hacían relación a la etapa que vivieron juntos
en Púbol el pintor catalán y su musa
rusa que, a decir verdad, actuó con él como una inteligente araña que chupó el
jugo artístico del pintor hasta su muerte, recordábamos el día de excursión a
Púbol para ver el castillo de Gala y su artístico interior, sin advertir que las
visitas no se iniciaban hasta el domingo siguiente. Menos mal que no fue todo
un chasco ese otro domingo, pues suplimos la visita con otra al pintor
Casademont, antiguo compañero mío en la docencia en un Colegio privado del
Vallés, que vivía en La Bruguera, una bella finca de La Pera-Púbol y que nos
deleitó con su generosa charla en su estudio rodeados de la imponente presencia
de algunas de sus líricas pinturas de barcas varadas y cielos mediterráneos.
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