viernes, 26 de abril de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. POETAS DE AZOR (V)



Otra nota común que nos relaciona a los cuatro poetas de Cerdanyola tiene que ver con la editorial Seuba, que fundó y dirigió desde los años ochenta un amigo nuestro, el escritor gallego Carlos de Arce Robledo, tristemente desaparecido hace pocos años, y autor de una extensa bibliografía que va desde el ensayo (La mujer en el Islam, El crimen de Níjar, Los generales de Franco…) a la narrativa (La nieta del Duque, La naranja, La ciudad desierta) pasando por libros de divulgación (El jardín en casa, Magia negra y hechicerías, Cárceles, verdugos y torturas…). Pues bien, para ampliar el campo de la labor literaria que Carlos de Arce llevó a cabo en Seuba, creó la colección de poesía titulada El juglar y la luna, en la que Encarna Fontanet, Antonio Matea y yo mismo publicamos obra poética nuestra: Encarna, Peramo, en enero de 1988, y Amaranto, en abril de 1991; Antonio, Cándalo, en julio de 1988; y yo, En el cristal del tiempo, en marzo de 1988.

Antes de seguir adelante, debo añadir que, paralelamente a Seuba, Carlos de Arce creó Argimo Editores, publicación destinada a dar a conocer Libros de Consulta, especialmente relacionados con la historia de la literatura y la teoría literaria. Y el mismo año 1988 publicó dos libros nuestros, uno de Encarna Fontanet, Desde oscuros limos- Aproximación al estudio de la poesía, en septiembre; y el segundo, mío, La lectura y la redacción- Matices y comentarios de texto, al mes siguiente. Con la particularidad de que, a petición del editor y de la autora, colaboré en el libro de Encarna escribiendo un Prólogo dirigido a profesores y alumnos de BUP, FP y COU con la intención de aconsejarlo como práctica del Comentario de Texto Poético. Yo estaba convencido de que en el mercado editorial faltaban libros como el de mi compañera y amiga. Pues Desde oscuros limos- Aproximación al estudio de la poesía, además de ser un libro de contenido unitario cuyos poemas, agrupados estructuralmente, justifican su presencia relacionándose unos con otros y todos son hijos de la misma voluntad creadora; además de esa ventaja, digo, aparecen acompañados de inteligentes y bien escogidas actividades para entender y disfrutar el hecho poético y desarrollar el espíritu creativo de los alumnos a quienes estaba encaminado. Respecto al cuerpo de poemas que forma el excelente libro de Encarna Fontanet, debo decir que, empleando sabiamente las tres personas gramaticales y teniendo como fuente principal el Génesis bíblico, la autora canta en breves y sentidos poemas (en eso consiste, como ya hemos adelantado en otro sitio de este estudio, uno de los rasgos más importantes de su estilo), pero preñados de alto pensamiento y lírica emoción, la creación de todo lo existente y del hombre como explicación de la vida. Desde el pájaro al océano, desde la palabra hasta la luz, desde el miedo a la soledad hasta la amenaza de la muerte, desde el barro hasta el hombre, todo es exaltado con voz atravesada por el dardo del amor, la comprensión y la esperanza más humanas. A continuación copio uno de los poemas, seguido de sus correspondientes actividades:
XVI
“En la forma, en lo informe,
en el humus y el yermo
se derraman los vientos
en semillas insólitas.
Llena la noche
un palpitar de soles.
El despertar,
en ti, fue luz.”
Actividades
1.      Explica el simbolismo de este poema
2.      Señala los recursos expresivos utilizados
3.      Haz un análisis estilístico del poema.
4.      Escribe dos versos que, a tu parecer, sinteticen el poema.


En cuanto a La lectura y la redacción, título que justifica mi modesta presencia en la Colección de Libros de Consulta de Argimo, afirma el editor que “facilita un método claro, sencillo y seguro, para desentrañar un texto literario: analizarlo, conocerlo, valorarlo y comentarlo. Comentar una obra es una actividad indispensable y tan generalizada en el aula como fuera de ella. Tanto a los estudiantes como a los buenos lectores, les permitirá obtener un conocimiento preciso y claro que favorezca y acreciente su capacidad intelectual.” De cualquier modo, en mi libro se incluyen varios bloques de materias, además del Comentario de Textos, acompañado de ejemplos explicados y ejercicios con sus correspondientes soluciones, como Esquematizar, Resumir y Titular textos,  La narración, la descripción, el diálogo, Los matices en la expresión y otras actividades creadoras (Realismo y fantasía, Objetividad y subjetividad, El humor, El misterio, El lirismo, etcétera), Del texto al cómic, Fotos que dan pie, La ficha de lectura… Como puede deducirse, en La lectura y la redacción se ofrece un gran abanico de sugerencias para entender un texto en todas sus aristas y crear otros con originalidad y corrección.

Volviendo a las publicaciones de Encarna Fontanet en la colección El juglar y la luna, mencionadas más arriba, Peramo es la primera en el tiempo, octubre de 1987. En realidad, Peramo es la unión de dos poemarios: Sobre la glauca mitad de nuestra luna, premio Wallada 1986 del Instituto Hispanoárabe de Cultura, y En vuelo de albas. Ambos participan, como dice el propio Carlos de Arce en la Introducción, “de la dualidad esencial del ser humano: la soledad y el intento de expresarse y romper la frontera del yo.” Sobre la glauca mitad de nuestra luna tiene una dimensión oriental e islámica pues en el poemario sobresale, entre otros, el sentimiento del desdén como motor del amor imposible.  Jesús Riosalido añade en la reseña que hace de él algo que me parece de suma importancia para entender el significado de este tipo de amor y es que el llevar implícita el libro la “reivindicación femenina,  del propio placer y de la propia realización de la mujer, resulta a todas luces heredero directo de una generación de mujeres  hispanomusulmanas más o menos liberadas en cuanto al lenguaje y en cuanto a los hechos, y de las que la autora se hace eco y acaso portavoz.”


También la revista Manxa, en su número 41, 1988, se hizo eco de la aparición de Peramo con esta reseña firmada por Beño: “Dos conjuntos de poemas de la poeta alicantina Encarna Fontanet: "Sobre la glauca mitad de nuestra luna", premio Wallada, 1986 del Boletín de la Asociación Española Orientalista" y "El vuelo de albas", en homenaje a Federico García Lorca; otros siete poemas inéditos forman el conjunto. Poemas breves, impresionistas, de imágenes conceptistas y predominio de los elementos nominales sobre los verbales, que en gran medida se corresponden con las casidas árabes clásicas y donde, no en vano, está presente la referencia al poeta cordobés Ibn Zaydun y donde el amor se revela como la realidad global, ensoñadora y distante, del amor."
“Evoco
(el recuerdo es mi sombra):
Mi amado olvida
el temblor de mis ojos.
fragmenta lunas nuevas
en espejismos ingrávidos.
En el desnudo alféizar
de la inocencia
gimen
nítidas golondrinas.”
“Cristalizada
ceniza de amapolas
sobre la zarza ardiente.
En la clepsidra,
el desengaño.”

Respecto a En vuelo de albas, Encarna trató en él de homenajear al Federico García Lorca de las Suites, que se publicaron en 1983. Conmovida por los anhelos, los temores, los sueños del poeta granadino, con los que se siente Encarna tan identificada, evoca la hondura lírica del verso del poeta y rinde como digo homenaje al hombre Federico. Sin embargo, como dice José Manuel Blecua Perdices en el brevísimo prólogo que le dedica, Encarna Fontanet “ha logrado escapar de los elementos lingüísticos e imágenes más extendidas para quedarse  con los aspectos más valiosos de sus lecturas: el intimismo y el análisis de los únicos grandes problemas que construyen paso a paso nuestro vivir personal.” Dicho intimismo lo expresa Encarna con la oposición noche-día, la afirmación de que el tiempo se escapa inexorablemente de nosotros y en la utilización de elementos naturales, todas ellas impregnadas de inteligentes sinestesias y personificaciones.
XI
“Quisiera llegar a ti
con un niño en la mirada.
En los lindes de la noche
sueñan lirios, nardos…
Insomnes alondras
entretejen cantos.
El alba me lleva a ti
--y es un niño la alborada.”
XXX
“Cubrió exuberante fronda
tu risa de verdes alas.
Nació el hijo hecho sollozo
entre amarantos y juncos.”



El segundo libro en el tiempo publicado por Encarna en la colección El juglar y la luna es Amaranto, abril de 1991, cuya presentación tuve el honor de hacer en el Ateneo de Cerdanyola un mes más tarde. Lo primero que llamó mi atención es la elección que mi amiga hizo de la flor que llevaba el título de su bello poemario, Amaranto, flor que significa por un lado amor duradero, fidelidad, constancia, y también inmortalidad. ¿Y el contenido? 45 brevísimas composiciones que a modo de perlas de un collar lírico reflejan el sentimiento amoroso más acendrado. El recuerdo del ser querido y del amor vivido junto a él se hace presencia vivísima aunque se nos diga que todo es pasado y el presente lo habitan su soledad y un libro, éste, Amaranto. Así pues es a la vez canto y elegía, donde se mezclan sentimientos de esperanza y desaliento, de tristeza inconsolable y de alegría casi en éxtasis. Canto porque evoca en entusiasmo amoroso al ser amado que un febrero negro olvidó los soles y las lunas y se alojó en el mundo de las sombras y el pasado. Y elegía porque el libro es un lamento, un paseo entre cipreses y evocaciones de desaparecidas flores de boda, certeza en definitiva de que la muerte es algo muy real que arrastra con ella a nuestros seres queridos.

Y sin embargo, de todos los libros de Encarna, es donde luce mejor que en ningún otro la esperanza, una esperanza cristiana, una confiada espera en el tiempo inextinguible. A propósito de la autora del libro, Enrique Badosa dejó escrito: “Lo que escribes es tuyo y eres tú, y así estás con nosotros, tan inciertos de toda claridad como te asiste por saber dar amor a la palabra. Tu libro encuentra luz donde tu luz, y leerlo es abrirlo con tus manos, bellas también de amor en la palabra (texto extraído de “Otra silva de varia lección”).
XVII
“Sigo buscando en el silencio
de las horas tardías,
al sentir en mis dedos
los pétalos de vidrio,
al saber que no sé
lo que busco.”

XLVIII
“De otros ojos, la luz
que da luz a sus ojos.
Yo que me pierdo en su palabra,
en sus recuerdos,
que en la pleamar de su nombre
me llegará la muerte.”


A Antonio Matea le llegó el turno de ver publicado en El juglar y la luna su poemario Cándalo en el verano de 1988. Y ya antes de entrar en materia, el poeta se retrata a sí mismo al dedicar su libro a los que, como él,
“naufragan en el llanto,
o se agarran al ígneo bordillo de otra boca
mientras sacan del pecho su ristra de palabras,
ordenando un océano disecado y sin peces.
A los que, como ahora,  destapan su torrente
y les salen palomas, o leones, o búfalos…
E inundan el paisaje con flores de hojalata,
o con gritos tristísimos que nadie, en fin, escucha,
si no es la brisa errante que cruza por la vida.”

Así es este Cándalo, un torrente de paz, de lucha, de lamentos…, la cruda realidad de un poeta que recoge en sus versos lo reseco y ya agostado (no en balde cándalo significa, según la RAE, rama seca; tronco seco, especialmente los de pino) para darle vida en unas páginas llenas de ternura, emoción y belleza. Dos son las partes en que se estructura Cándalo: la primera, Guerrero regresante, que, como dice el poeta Vicente Cano, es “un canto burlón, de juegos y promesas, de frustradas esperanzas que la vida ya ni consuela, y donde el autor cincela humanidad y hondura con una franqueza rabiosamente lúcida.” Si no se cree, léase el siguiente fragmento perteneciente a Guerrero regresante:
"Noche tras noche,
sueño,
imposible deseo de potra desbocada,
frustrado espejo de aguas que se diluyen.
Y ni el posible goce de lograr con palabras
el monumento de tu piel esquiva;
el sueño que sería
conseguir el fantasma de todos mis minutos;
el triunfo de ser hombre cabalgando en tus alas.
En el hechizo de tu pez de muérdago
devorando mi sombra.
 Mi rota soledad
noche tras noche.”

La segunda parte de Cándalo se titula E inventaba la mente catedrales, en la cual, se advierte el oficio y la veteranía de un poeta que mezcla socarronería con ternura para hablarnos de los atajos que debe recorrer en la vida para mantenerse a flote sin caer en el pesimismo. Hay mucha reflexión sobre el proceso vital y el compromiso humano, que siempre está sometido a los vaivenes de la fortuna. El tiempo que lo devora todo, el amor familiar y el erotismo corren por los versos de este poemario de Antonio Matea, formando una amalgama de autenticidad y realismo. Se trata de la emoción pura y dura del vivir, no en balde se titula así un poema de esta sección, del que no me resisto a citar este elocuente fragmento:
“Bajo lo ampuloso de la carne
--manos prensando el mosto de los glúteos
por abrevar delicias en el cáliz
mientras que nuestra vena se desangra--.
Ampulosos murmullos,
tibias cepas
gozando del celaje de los dedos.
Almohadas donde incrusto los sentidos,
turbado de avidez,
fundiendo en uno
el celo encadenado de dos cuerpos.
Si siento que en los brazos tengo el mapa
túrgido y entibiado de tu espalda
y en mis manos –que prensan y comprimen—
el inmenso almohadón de tus asientos,
preciso es que derrame,
como un beodo,
la líquida emoción de mis emblemas
en el cáliz que obturan mis trabajosos émbolos…”


En cuanto a mí modesta presencia en la colección El juglar y la luna, el conjunto de poemas que agrupé bajo el  título En el cristal del tiempo, vio la luz en la primavera de 1988, el mismo año que Cándalo, el libro del amigo Antonio Matea. El título se me ocurrió durante una relectura de las Memorias de mi profesor universitario don José María Castro Calvo, de las que extraje la cita con que encabezo el poemario: “Preferí seguir leyendo en el libro de los recuerdos. Allí todo tenía otra luz. Años pasados, vida pasada, los veía a través del cristal del tiempo, como desdibujados en una cierta bruma nostálgica y aún hoy me parece verlos así.” De ahí que aproveche la ocasión para dedicarle el libro, el libro que por otra parte es eso: una colección de recuerdos, de años pasados, de vida pasada, revividos con nostalgia. Recuerdos que tienen que ver, no sólo con la existencia personal y física compartida entre Zamora, la ciudad del alma, donde pasé los primeros veinte años, y Barcelona, la ciudad de adopción,  donde me casé y formé una familia, sino también con los libros que había ido publicando en años anteriores y que de algún modo constituyen el testimonio que yo pretendo hacer imperecedero (¿vana ilusión?) de mis inquietudes artísticas y literarias, proyección intimista a la vez de algunas de mis vivencias más personales.

En el cristal del tiempo está dividido en cuatro secciones, que tienen que ver con las cuatro estaciones del año: I, Invierno, Teatro vacío, que a su vez consta de dos secciones: Canciones para iniciar el año (sobre la vida, el amor y la muerte) y Seis olas para el mar. Pese a los golpes de la vida hay que conservar siempre intacta la esperanza y las ganas de vivir. En Seis olas para el mar se afirma, entre otras cosas:
“Nos pasamos la vida despidiéndonos,
abriendo en la amistad huecos y heridas.
Nos vamos apartando poco a poco
de las sendas comunes, compartidas.
Y quedan siempre gestos en el aire,
palabras en armarios y en esquinas;
restos de gentes que alzaron con nosotros
muros de historia, de existencia amiga.
Pero no conjuremos la tristeza
ni hagamos duelo con lo que es la vida:
siempre espera paciente una Penélope
y hay para volver siempre una Ítaca.”
En la II sección del libro, Primavera, alfar de vida, hay canto y elegía, canto a lo permanente y elegía a lo que pasa y muere, componentes lógicos de: existencia humana. Así queda dicho en los tercetos del primer soneto dedicado al hombre:
“Previsto todo está. La primavera
siempre envía felices mensajeros.
No así al hombre su misteriosa vida.
Porque sólo una vez en su carrera
vive un marzo y cultiva sus romeros.
El resto es un otoño sin salida.”

En la sección III, Verano, Tiempo de reflexión, se recogen poemas de libros anteriores lógicamente revisados para meditar sobre el tiempo pasado en la ciudad de la infancia y las partes que de las personas que fuimos se marcharon con él. Un ejemplo claro es la Meditación a la orilla de mi río, que empieza:
“¿Dónde estoy yo,
el niño que quedó atrás, en mi cuerpo,
perdido en los atajos de mi alma?
¿Dónde estoy yo en esta orilla
del río de mi infancia?
Yo me palpo las manos de mi ahora,
y ya no veo plumas,
y ya no veo lana de nidos en mis dedos,
ni agua de aquel Duero requerido
junto al pretil del barrio (…)
Yo busco en todas partes algún rastro
de aquel jirón perdido de mi vida,
un gesto de la hierba,
una arruga en el agua que me digan
que yo estuve hasta el júbilo asombrado
en este paraíso del pretérito…”

Finalmente, en la IV sección del libro, Poesía, estación sin otoño, el poeta se aferra con fuerza a lo único que le garantiza seguridad y paz consigo mismo y con sus semejantes, la poesía. Porque, como se afirma en los últimos versos de En el cristal del tiempo, escribiendo poesía,
“…estas cosas
que rodean al hombre
--su chaqueta, una carta,
una fiel herramienta,
el último cigarro de la noche,
el café que inaugura otra mañana,
un llavero, unos libros…--
respiran, se acrecientan,
propagan sin heraldos
la existencia del hombre
más allá de sí mismo.
Y se entiende mejor
la estela personal
que va dejando el barco
sobre el mar de los días.”


En la mencionada revista Manxa, en su número 41, 1988, una reseña firmada por el poeta Julián Márquez Rodríguez dice del libro: “Si alguna virtud hay que destacar de este libro que Esteban Conde ha depositado en nuestras manos, es la virtud de la sinceridad. "En el cristal del tiempo" está reflejada la imagen de un poeta honesto. Cosa importante en poesía, desde luego. Esteban Conde, utilizando un versolibrismo en el que palpita una cierta musicalidad, nos abre las puertas de su corazón de par en par. Hay también versos endecasílabos y algún que otro poema medido y rimado donde el autor da señal de su pericia. El libro, desde el principio al fin, es un hermoso cántico rebosante de entusiasmo, de fe, de esperanza, y sobre todo, de amor. El poeta se asoma a la vida, irrumpe en ella "como un agua de nieve" y con cálida voz canta: "El amor es un poema/ levantado con pétalos de lucha, / con telones de sueños / y umbrales de esperanza". El poeta sabe de sobra lo que la vida pesa y duele: "Sólo me une a vosotros una cosa: / la soledad irremediable de ser hombre". Sin embargo, el poeta, en perenne vigilia, no se deja vencer por el desaliento: "Pero a mí no me inquieta; / la acepto y la respiro como el aire / que sopla sobre el lago". Es decir, que apuesta por la vida. Así lo da a entender con meridiana claridad en el poema "Dioses contra la derrota" (pág. 91), donde escribe: “... la luz que justifica la existencia: / el gozo irrepetible de estar vivo". No es la resignación su principal punto de apoyo, aunque también se sirve de ella en su andadura humana. Es la fe en sí mismo, en los hombres, en todo cuanto le rodea. Su esperanza lo salva, lo redime. Por eso digo que Esteban Conde es un poeta lleno de optimismo. Aquí no importan las palabras, su acento, su trayectoria, más o menos apesadumbrada o jubilosa, aquí lo que de verdad importa "sentirse vivo", dar fe de que "la vida sabe a vida". Así de sencillo.”

De nuestro cuarteto de poetas de Cerdanyola, Carreta y un servidor de ustedes, Esteban Conde, publicamos en Ediciones Carena La voz que me habla y Estos octubres, respectivamente, mientras que Encarna Fontanet daba a conocer Cuando la lluvia quema en Editorial Libros PM, dándose la circunstancia de que ambas editoriales barcelonesas son dirigidas sabiamente por el también poeta José Membrive, antiguo componente del grupo Azor y asistente a la tertulia de José Jurado Morales en los años ochenta y hasta la muerte de este último, como ya hemos dicho. También se ha comentado en este ensayo que posteriormente Membrive fundó y dirigió otra tertulia llamada Diálogos Literarios que tenía su sede en el Real Círculo Artístico de la ciudad condal y a la cual asistimos durante algún tiempo los antiguos contertulios de la casa de la calle Borrell, Milagros Martín, Vicente Rincón, Visi Beato, y nosotros cuatro, además de otros poetas de nuevas generaciones como Ambrosio Gallego. Paralelamente a la tertulia, Membrive, como queda dicho, creó las editoriales mencionadas, que publicaban lo mismo libros en prosa (narrativa y ensayo, preferentemente) que libros de poesía. Sería largo enumerar autores y obras que han visto la luz en Carena y nos desviaríamos del objetivo principal de este trabajo. De modo que volvemos a él, no sin mencionar antes que Milagros Martín Carrera, poetisa del grupo de Barcelona, dio a conocer en Carena en 2013, como queda dicho en otro lugar de este ensayo, Descubriendo mi tiempo, un poemario que sigue la línea anterior de la autora, descripciones líricas de la naturaleza, reflexiones  sobre su experiencia personal, sentimientos, recuerdos, la vida familiar, etcétera, si bien con más profundidad y mejora del lenguaje expresivo.


Encarna Fontanet en su bello poemario Cuando la lluvia quema busca, como dice José Corredor Mateos en el prólogo, “la transparencia, tras lo que todo creador sabe que es un inútil combate, el que ha de ser renovado cada día, en cada poema.” Sea como fuera, en este libro de Encarna la naturaleza se espiritualiza en muchos de sus elementos, animales (mariposas, golondrinas, gaviotas), vegetales (olivos, tomillos, violetas), astros y sobre todo el mar y la noche, que se convierten en escenarios personales para habitarlos con la angustia, el amor o la soledad del sujeto poético, en este caso la propia Encarna. En resumen, Cuando la lluvia quema cuestiona, siguiendo a Corredor Mateos, “la realidad en que habita el poeta: su condición, su densidad, su trascendencia. El poeta sabe que ya no sueña y que tampoco está, en verdad, despierto. Llegado este punto, las mismas palabras se convierten en el problema (…). Al igual que la muerte es un límite, lo es el silencio. La vida va bordeando necesariamente la muerte, y el verso bordea el silencio, juega con él. Al final, el poeta, antes de volver a sus asuntos cotidianos puede decirse: ‘el poema se ha escrito’.” El poemario, rico además en una polimetría inusual en la obra de Encarna (sonetos, haikus, endecasílabos blancos…) se distribuye en dos grandes bloques: uno, Elegía a Blacky (Blacky era una dóberman, bella y negra como la noche, que tenía Encarna en su casa de Cerdanyola, a la que lógicamente quería mucho),
“Extraviada en el sordo laberinto
de un mundo que te ignora y te lastima,
el color de la noche te dio nombre.
Uniste tu tristeza a mi tristeza
y con qué sencillez diste tu tiempo.
Crepúsculos de rosas, fuego y oro,
abren hoy un abismo de ternura
y te adentras tú sola por caminos
de pertinaz, inacabable espliego.
Te has ido con la luz hacia la luz
y yo encuentro tu sombra entre las sombras."
Y dos, Rumor de olvidos (poemas brevísimos, chispeantes haikus):

“Voy hacia ti.
Tus huellas en el mar,
mudas gaviotas.”

“Nunca hay respuestas.
En el vacío inmenso,
los dioses duermen.”
“Vuelo de luz
de heladas mariposas.
Sol en la noche.”

En lo que respecta a José Carreta, el poeta no llegó a ver en vida su libro La voz que me habla, de cuya elaboración se cuidó el propio director de Ediciones Carena, José Membrive, el cual tuvo la gentileza de regalarme un ejemplar el mismo día del entierro en la iglesia de San Martín de Cerdanyola, el sábado 21 de febrero de 1998. Poco antes habíamos estado Matea y yo en su casa para interesarnos por el estado de su salud, entonces muy deteriorada ya, y sin embargo, allí en su casa, al calor de la chimenea, Carreta aún tuvo fuerzas de leernos un poema que aparece en La voz que me habla y de expresarnos la ilusión que sentía ante la inminente aparición del que sería su último libro. Dos días más tarde, nada más llegar a mis manos la tarjeta del Real Círculo Artístico de Barcelona, invitándome a asistir a la presentación del libro póstumo de nuestro amigo recientemente fallecido, empecé a pergeñar un poema en su honor, que si al final resultaba bueno, solicitaría leerlo durante dicha presentación, que tendría lugar el 27 de febrero Dios mediante. No pude leer el poema entonces por no haberlo acabado a tiempo, pero sí lo hice al año siguiente en el homenaje que nuestro grupo Viernes Culturales le hicimos a Carreta en la Biblioteca Popular de nuestra ciudad, Cerdanyola del Vallés. Entre otras cosas el poema dice, en referencia al libro La voz que me habla:
“Antes de marcharte para siempre
tornaste a lo sencillo,
a lo más elemental de tus raíces,
a la tierra y al cielo azul y limpio
de tu eterna Almería, la que te habla
de la luz del alba y del olivo,
de la noche en tu aldea,
de la granada y de los niños,
de las cosas pequeñas y profundas,
las que convierten al corazón en nido
de jilgueros cantores,
en surtidor, en río…” 

La voz que me habla es un poemario donde, siguiendo al propio Membrive, quien firma el prólogo, el poeta “mantiene un diálogo a corazón abierto con sus propias interioridades y con la naturaleza que, asimilada por su amor, pasa a formar parte de sí mismo.” Y es que Carreta en su poesía acostumbra incorporar  a su mundo afectivo todo lo que alienta vida a su alrededor. Eso siempre es propio de los que tienen, como él, un alma sabia y grande. El libro, estructurado en dos partes, muestra una poesía enjoyada de personificaciones y metáforas para vestir un contenido por donde va y viene el amor y la muerte con igual fuerza, un amor y una muerte expresados en canto y en elegía: las flores brillan y estallan en colores y aromas y los pájaros aman y cantan para morir, y tras la muerte se adivina un rayo de luz y de esperanza.
En A modo de preámbulo, Carreta asegura que:
“Hay en nuestras interioridades anímicas,
en la garganta de cada uno de nosotros,
una voz que nos habla quedamente al oído,
que nos pronuncia y toma, nos abraza
como se abraza el trueno y la alta nube
con la lluvia sonora y con el agua.
Es la fértil voz de nuestro subconsciente:
brevedad ilustrada
que dice de ella misma
y nos señala
la forma, el corazón con que respira
ese quehacer dolido que nos gana…”



“La forma, el corazón con que respira ese quehacer dolido que nos gana”. He aquí la definición que me parece más fiable de la poesía que alienta como un ser vivo en La voz que me habla. Lo mismo da que sea una granada, un árbol plantado por el poeta, un hormiguero o el canto de su jilguero. Tuve el honor de recitar también el día de su homenaje en nuestra Cerdanyola el poema dedicado a su jilguero, del que destaco el siguiente fragmento:
“…No sé con cuántas
ternuras componía mi jilguero
su musical romanza,
ni qué doble trompeta,
ni qué pito soplaba
lengua adentro de él, mundo adentro
del aire y su palabra,
para pulsar sus cantos
más allá del silencio, más allá de la alzada
canción del infinito.
El jilguero cantaba
y el viento recogía su trinar misterioso
para unirlo a un cómputo de líricas nostalgias:
reflejos de alta luz, donde la aurora
engarza su vidrio vespertino al pentagrama
que copia las notas desprendidas
de la inerme, de la esclava
dimensión del tiempo ido.
¡Ay tiempo que nutre nuestra voz y la acapara!”

Son muchos los temas de que se nutre el libro y muchas las formas métricas elegidas para arroparlos como se merecen. Pero de todos los vestidos acaso sea el más apropiado el que cubre El último poema, un poema profundamente emotivo y rico en recursos expresivos. Así acaba:
“Un ramaje de frío toma mi cuerpo,
una soga de luz ata mi espalda,
cuelgan los últimos gorriones
el tronco de su vuelo en las grisáceas
curvas de los tejados; piolan
detrás de las cornisas, junto al agua
que destila el rocío, donde el moho,
vestido de alta piedra, se descalza
para escalar los muros, subir hasta las torres
y abrir en las veletas su ventana.
Anochece,
el ángelus acaba
de agredir el silencio,
un campanario colgó sus campanadas
de bronce en las alturas
mientras yo abro mi corazón a la guitarra
sonora de estos versos
escritos con las plumas del alma,
como se escribe el llanto:
a golpe de suspiros y de lágrimas.”

El libro que yo publiqué en Ediciones Carena se titula Estos octubres, que vio la luz en la primavera de 2015, y es, de momento, mi último libro. Sin embargo, Estos octubres no es un poemario al uso ya que responde a un deseo familiar de reunir en libro todos los poemas que durante casi cuarenta años escribí para festejar el cumpleaños del hermano mayor que nos reunía a toda la familia desde que nuestros padres nos dejaron. Además hay otra circunstancia que quiero destacar del libro, y es que muchos de esos poemas han ido apareciendo en libros anteriores míos. Así pues, puede decirse que Estos octubres serían la clave más importante para detectar la evolución de mi trayectoria poética desde aquel primer poema escrito y leído en la fiesta de cumpleaños de 1978, justo el año de la aparición de Cangilones de vida (volveré a este libro en otra parte de este estudio), que sirvió de puente para llegar a la tertulia de José Jurado Morales.

Volviendo a Estos octubres, debo dejar la palabra a Ambrosio Gallego (poeta extremeño nacido en 1963), que fue quien me hizo el gran favor de presentármelo en El Corte Inglés de Barcelona, el cual entre otras cosas dice de mi obra y de mi persona que el autor presentado “no oculta su honda espiritualidad, así que resulta una edificante enseñanza sin moralina, desde la humildad del autor, hacia un optimismo constructivista de todo lo humano, y más en este libro que presentamos, centrado en lo familiar.” Y más adelante: “Buen conocedor de nuestra tradición literaria, Esteban Conde, sin dejarse llevar por modas, toma aquello que hondamente ha asimilado, construyendo una poesía limpia en el decir, precisa en su significado, con gran sentido de la musicalidad, del ritmo, a veces tomado de la tradición métrica, pero también del vesolibrismo. Trabaja los símbolos (árbol, río, andamio…) de modo personal, utiliza la metáfora sin abusar, y lo mismo hace con la adjetivación. El poeta persigue una claridad que salga de la prosa, directa, de acercamiento, de un cálido humanismo.” Y concluye: “Yo lo definiría como un humanista del siglo XXI. Estamos ante una poesía que ha de entrar por el espíritu, sin olvidar los sentidos, y así no se hace seca.”

No sé si ya se ha dicho que los poemas que componen Estos octubres (no en balde quise significar con el título su acercamiento y sobre todo el hecho de que lo vivido en ellos permanece en un presente durativo en mi interior) nacieron para ser leídos en voz alta y en un ámbito familiar y festivo. El libro está estructurado en tres apartados que llevan títulos de sendos lugares comunes en el mundo literario. El primero, Tempus fugit, agrupa poemas donde el lema es, como muy bien dice Ambrosio, “vivir la vida como momentos presentes y no como metas lejanas”.  Una muestra:
"Parece que fue ayer cuando, de pronto,
tuviste que marchar a las Asturias
para educar infancias y curar
heridas de cuadernos y lecturas.
Parece que fue ayer cuando, de un brinco
de magia y poesía hasta mis ojos
saltó desde tus manos aquel Bécquer
de amor y sueños rotos.
Y hoy aquí, sin nostalgias,
contando entre los dos más de cien años,
mordemos satisfechos la manzana
madura de la vida…, y aún soñamos.”



En el segundo apartado, Locus amoenus, los poemas cantan el lugar apartado de los ruidos, de las ambiciones materiales, de los viejos odios y las traiciones, donde se serena el espíritu y se disfruta de las buenas lecturas, de las auténticas amistades, del fecundo amor… Pero también celebran los recuerdos de Zamora, la infancia, la familia, como en los siguientes versos:
“No volveremos a oír aquellas voces
que llenaron de luz nuestras infancias,
que alzaron nuestros nombres al andamio
del cariño y el alma;
ni aquel clamor del río y la arboleda
--cantos de pájaros, diálogos del agua
y gritos de sartenes enredados
en las mágicas liras de las ramas.
No volveremos a ver aquellos ojos
que con sólo mirar resucitaban
los vasos, los balcones, los destinos
diarios de la casa;
ni tampoco la casa en que crecimos
tan llena ahora de ausencias y distancias,
oliendo siempre a invierno irreversible
tras el silencio gris de nuestra marcha.”

Por último, en los poemas que componen Carpe diem expresan el gozo de vivir al día, de mirar adelante, de construir nuevos caminos, de soñar en ser felices, de aprovechar, en suma, al máximo el tiempo presente, aunque sin olvidar los cimientos que nos sostienen en pie. Tal como se dice, entre otra cosas, en el poema siguiente:
"...que, aunque aguda es la espina,
sigue la rosa
perfumando la mano
de quien la toca.
Ese es el precio
que pagamos gustosos
por tener tiempo,
por tener aún mañanas
en el camino,
una caricia nueva
y un nuevo libro,
y la cerveza
que nos sabe a esperanza
y a vida buena. (...)
Vivir, sólo vivir,
y alguna vez soñar.”
Concluyendo, Estos octubres es, siguiendo a Ambrosio, “un libro que trasciende la anécdota familiar” porque “va más allá de lo puramente festivo y familiar al tratar temas universales, como lo son el paso del tiempo, las posibles pérdidas, las buenas nuevas, el amor a los hijos y a los nietos, el espíritu de lucha y sacrificio.”


El propio fundador y director de Ediciones Carena, el ya mencionado poeta José Membrive, también ha dado a conocer en su editorial dos poemarios de estructura parecida pero de intenciones diferentes: Besos.com y El pozo.
Besos.com es, con palabras de su autor, “una historia de amor platónico que comienza un tanto metafísicamente (…), pero que al tratar de dotarla de una lógica literaria, se fue contaminando por la realidad y fue derivando en crónica de desasosiego: letras de cambio, soledad, cartas (…), traiciones políticas, desastres humanos y ecológicos…” Y Membrive concluye, en la especie de prólogo que encabeza el libro, diciendo que Besos.com, compuesto de textos en verso y en prosa, “puede leerse como una novela con un argumento lógico. Al final es la memoria, la esperanza, el cultivo de afectos lo que nos puede salvar, lo que puede dar sentido y hacer bellas nuestras derrotas.” Una muestra:
“Volaba como ángel poseído
por la sedienta sombra de la noche
hacia tu luz alcohólica y esquiva.
Sólo veía tu rostro
(como eterno arco iris)
en una catarata
de vino iluminado.
Y cuanto más bebía
más soledad me quemaba las alas,
más sed de tu dulzura y
más azul de tus ojos me envolvía...."
El pozo, por su parte, es un poemario tremendo, autobiográfico y profundamente sincero. Como muy bien dice Membrive, también en el prólogo que antecede a los versos de El pozo, “es un fragmento de historia actual, con estructura narrativa, con rasgos teatrales (mezcla principalmente de monólogos), pero con registro lírico, porque sólo desde una voz interna se pueden expresar las particulares visiones que sufre la protagonista. El tema central es la enfermedad mental y sus efectos en la vida cotidiana. He tratado de no opinar ni teorizar, sino de reproducir algunas escenas de una vida que me ha afectado muy de cerca.” Se da la trágica circunstancia de que esa vida que le ha afectado tanto al poeta es la de su propia compañera y madre de su hijo, a quien precisamente va dedicado este libro tan especial.
“Tras la ventana blanca
los bloques se despiertan
bailando al son del viento
para festejar mi cárcel.
El mundo ruge mientras yo sucumbo.
El Sol es el gran ojo de la sombra:
desde el infierno escruta
mis pensamientos íntimos.
Con la vista quemada
puedo sentir la corriente de aire
eyaculando humo en mis pulmones;
puedo oler el relincho de sábanas
bajo efluvios de fiebre y de sudores..."

Amparo Cervantes también publicó en Carena su último poemario Verbo y brisa (1999). Se trata de un libro curiosísimo en el que incluye versos ajenos y versos propios. En efecto, la primera parte, titulada precisamente Poesías clásicas, muestra una antología poética de autores pertenecientes a los siglos XV a XIX (desde Jorge Manrique a Vicente Medina, paisano de Amparo, pasando por poetas tan significativos como Garcilaso, San Juan de la Cruz, Cervantes o Quevedo). Mientras que la segunda parte recoge poesías de Amparo Cervantes. Arriba decía que Verbo y brisa es un libro curiosísimo, y lo decía porque es el contenido de un conjunto de poemas propios y ajenos que Amparo recita en un cassete, que se vende junto con el libro.
A propósito de la grabación de la voz de la poetisa, me sumo a las palabras que el prologuista del libro M. F. Ruiz de Villalobos, dice: “En esta cuidada cinta, donde música y poesía forman un todo armónico y completo, nos ofrece con su bella dicción, su palabra desnuda, entregada, firme y dúctil, una bellísima selección de una parte muy pequeña, pero muy representativa, de su extensa y rica obra poética. (…) Rapsoda a la vez que poeta, Amparo Cervantes nos ofrece, a través de sus melódicas palabras, toda la profundidad de su poesía, marcada por dos elementos fundamentales: el amor y la religiosidad.”