La Troya del presente
Salió, como Telémaco, en tu busca
la infancia que dejaste junto a un soto,
un río y una casa.
Y te encontró cambiado por el tiempo,
la prisa y la distancia.
Venía para hablarte de las cosas
que habías habitado con tus sueños,
y no reconociste sus señales.
De pronto el corazón viró su rumbo
hacia el puerto sagrado de la infancia.
Te vestiste de Ulises
y dejaste la Troya del presente,
que en sueños arde siempre y quema y deja
sangre y miel en la boca,
para volver a casa como un niño
que aún espera el abrazo materno.
Pero era ya muy tarde.
Se había quemado casi en el hogar
la leña que los días van dejando
en el fuego insaciable.
Y tornaste a tu Troya porque guarda
madera que quemar en su leñera.
Sigue vivo el viaje y en tu alma,
intacto tu destino de viajero.
La esperanza
Este es mi barrio ahora.
Os presento su gente y su viaje,
su lucha y su destino.
Testifico que el paro se asoma a los balcones
con la misma fiereza que los tiestos vacíos,
con la misma desesperación
que las sábanas muertas bajo el polvo y la ruina.
Testifico que el hambre se aposenta
en las bocas del metro
con una mano abierta en el olvido
y la otra empapada por cien lluvias.
Tras esos edificios desahuciados
donde ya no florecen las macetas,
ni en los cuartos vacíos los retratos,
veo afilarse las navajas,
los dientes de la pobre libertad,
el odio de Caín,
el abismo sin fondo
entre el lujo y el hambre.
Este es mi barrio ahora.
Os presento su asombro y su aventura,
el duelo a vida o muerte a pleno día,
entre adultos dejándose la piel en la herramienta
y mujeres milagrosas recorriendo el mercado
para multiplicar los panes y los peces,
entre estudiantes gritando con pancartas y libros
y mayores callando
bajo el peso del miedo y la pensión de arena,
entre niños que miran escaparates mágicos
y ancianos que se apoyan en bastones de aire.
Os presento a mi barrio,
una lírica lucha entre luces y sombras,
la rabiosa esperanza de un niño
que sueña pese a todo
y aprende todavía.
El regreso inútil
Y regresaste
al tallo y a la savia de tu infancia
creyendo que el deseo obra milagros.
Pero una vez allí, viste que sólo
te quedaba de aquel árbol primero
el eco de sus hojas y los nidos vacíos
y la raíz al aire, sin la tierra primera,
aquella que te daba luz y alma.
Y volviste de nuevo a este paisaje
de tarde que se cae sobre tus ramas
y las besa con un poco de sol.
Y sueñas todavía en que algún canto
nacerá entre tus hojas y algún vuelo
mientras clava en la tierra de tu otoño
la raíz de aquel árbol que es tu árbol.
Mientras piensas que el regreso es inútil
y la nostalgia un cálido veneno.
En un tren de tercera
Tal día como hoy,
en un tiempo sin sol ni pan ni paz,
hiciste las maletas del futuro.
Y adiós a las moreras,
a los cromos de fútbol
y a la infancia.
En un tren de tercera,
de noche y carbonilla,
cruzaste de oeste a este España,
la tierra de penumbra.
Era un cuatro de julio,
un día casi bíblico
para dejar atrás todos los juegos,
abrir bien la mirada
y ver la claridad de los andamios
y el abrazo del mar que te esperaba.
Era un día para empezar caminos
adultos y reales
y empezar a borrar
algunos falsos sueños de la infancia.
Última noche de un viaje
Esta noche es la última.
Dios sabe cuándo habremos de sentirnos
tan libres y tan niños como ahora.
Los pinos y sus besos
serán versos un día, pero ahora, esta noche
son testigos de vida.
Como el orujo ardido por el fuego,
el azúcar quemado, los granos de café
o la olla donde cantan las brujas.
La fórmula hechicera, la joven hierofante,
las sombras como hiedras trepando en las columnas
del salón. Y nosotros,
rezando la oración de la memoria,
endulzando las hieles del pasado
con estas mieles. Bebo
lentamente la taza de los ritos
sin que se cuele aquí el granizo oscuro
de lo que espera luego. Sólo cuenta
este embrujo de ahora,
caliente y duradero, de la maga Galicia
que nos da en un instante la luz de su misterio.
En Santiago
La lluvia bajo el brazo.
El corazón mirando al cielo de ceniza.
Y el Parque
de silencio, palomas y camelias,
surcos donde siembra el cielo versos
de la gran Rosalía. Ahora vengo
de aquel corazón frío, traigo el alma
con media pulmonía y pido vino
y una tapa de pulpo que sufraguen
el rescate que me tiene cautivo.
“Jacobus” es la magia.
En sus cuatro paredes resucito
recitando las sombras de aquel ángel
que fue extraño en su pueblo.
Luego pago, estornudo y vuelvo a ser
un fiel enamorado de Santiago.
Aunque llueve y me duele el rezo oscuro
del pino en los cantiles de la ría,
aunque llueve y escucho,
entre el hondo gemido de los bronces,
cómo el clavo de amor de la poeta
taladra el cuerpo blanco de mi vida.