«Alzada
en limpia sinrazón altiva
–pedestal de crepúsculos
soñados–,
¿subes orgullos? ¿Bajas derrocados
sueños de un
dios en celestial deriva?
¡Oh,
tantálico esfuerzo en piedra viva!
¡Oh, aventura de cielos
despeñados!
Cuenca, en volandas de celestes prados,
de peldaño
en peldaño fugitiva.
Gallarda
entraña de cristal que azores
en piedra guardan, mientras plisa
el viento
de tu chopo el audaz escalofrío.
¡Cuenca,
cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del
lamento.
Cuenca, cierta y soñada, en cielo y río».
Cuenca en la lluvia:
¿quién se atreve a
reír
mientras escucha
el llanto humilde
que abrillanta la
pena
de los jardines.
I.
Llovía cuando
salimos de casa. Era de noche cerrada.
Y ahora, dos horas
más tarde, con la primera luz temblorosa del día,
el autobús que nos
lleva
se abre paso hacia
el sur entre neblinas.
El paisaje apenas
tiene color.
Sólo el verde, bajo
el gris difuminado de la niebla,
va despertando poco
a poco.
Tras desayunar y
estirar las piernas,
reemprendemos la
marcha.
Vamos dirección a
Valencia.
A ambos lados de la
ruta, desde hace un buen rato,
nos acompañan, a un lado y a otro, extensos
y verdes naranjales.
Sobre nuestras
cabezas,
grandes y grises
manchas de nubes
y escasos milagros de
azul.
Leemos, para que el
tiempo no se nos haga tan largo,
alguna información
histórica,
artística y
literaria relacionada con Cuenca.
Dos horas más tarde
el autobús abandona
la dirección a Valencia
para tomar la de
Madrid.
La escasa luz
anterior
empieza a apagarse
ante las cada vez
más espesas capas de nubes.
Vídeo en la
pantalla del autobús.
Y enseguida,
para hacer caso a
los pronósticos del tiempo,
la lluvia hace su
aparición en el parabrisas del autobús.
Y sólo media hora
más tarde diluvia.
Los viajeros nos
hacemos lenguas de lo que está cayendo.
La película del autobús sigue
su propio camino:
amores y
descubrimientos.
Continuamos por la
Autovía del Este dirección a Madrid.
La lluvia cesa y
aparece el sol momentáneamente
como un intruso en
el paisaje,
habitado ahora, a un
lado y a otro, por extensos viñedos.
Esto es lo que tiene
atravesar media España.
Lluvia, sol,
naranjos, viñedos.
Cielo caprichoso,
clima y cultivos variados.
La una del mediodía y vuelve a
llover cuando vamos,
definitivamente, por la N. 320
dirección a Cuenca
mientras acaba la película
felizmente.
Nueva visita de la
lluvia
cuando recorremos
las últimas curvas de la carretera.
Cuenca se palpa en
todos los ánimos.
Sol de nuevo.
Amplios espacios azules en el cielo.
Amplios pinares a
ambos lados de la carretera mojada.
Según lo previsto,
sobre las dos atravesamos Cuenca
por la carretera que
bordea la hoz del Huécar.
Camino del Hotel, La
Cueva del Fraile,
que se halla a
escasa distancia de la ciudad,
estallan las
primeras
exclamaciones de
admiración entre los viajeros
ante la vista de las
Casas Colgadas,
el Puente de San
Pablo,
las colosales rocas
calcáreas y otros detalles de Cuenca
que tendremos
ocasión de ver con más detenimiento.
De momento la
primera impresión:
Cuenca en volandas,
como dijo su poeta
Federico Muelas.
La carretera que
lleva al Hotel está llena de sorpresas:
Huertas junto al
salvaje Huécar, cascadas increíbles,
Rocas voladizas al
borde de la ruta,
pinos y… ansias de
llegar.
II.
El hotel donde nos
alojamos fue un antiguo convento.
De él queda aún el
patio con su pozo
y la galería adonde
se asoman las puertas de las celdas,
el comedor en cuyas
paredes cuelgan pinturas sacras,
las vigas de los
techos, rincones de estudiado sosiego,
el ladrillo asceta y
los sencillos aperos de labranza,
los trillos, los
arados, los fuelles, las cerandas…
Nuestra celda es un
trozo de silencio
Con vistas a la
lluvia y al charol
De los rojos tejados
Y al perfume
labriego del tomillo.
La primera tarde en
la Cuenca más nueva
se ha pasado por
agua.
Armados de paraguas
y paciencia,
nos arrimamos al
moderno Auditorio
y escuchamos la
música que toca
en su oboe el músico
de hierro de la lonja.
Bajo el óxido rojo
de la estatua
suena maga la lluvia
y el rumor
encajonado del
Huécar.
Junto al puente, el
convento de clausura
de la Concepción,
el silencio del torno
Y la muda imprenta
en lo alto de la escalera.
Lo demás, el vuelo
de la piedra, el cielo oscuro
Y las petacas de
resolí.
III.
Llueve. De la noche
pasada bastará recordar
que dormimos en un
antiguo convento:
la penitencia…
románticas apariciones…
Bromas aparte, lo
que nos espera hoy
sigue siendo cosa de
encantamiento.
¡La Ciudad
Encantada!
Desde alturas
escalofriantes
el autobús nos
permite hacer de pájaros
y admirar paisajes
extraordinarios.
Altos farallones de
piedra erosionada,
Abajo el río Júcar
salido de madre
Y la ciudad de
Cuenca como un lugar de cuento.
Estamos en el reino
de la niebla.
El árbol y la
piedra son los reyes.
Y en medio, la
serpiente oscura de la carretera.
El autobús
asciende, asciende…
Y de repente, la
Ciudad Encantada.
Dos horas de
recorrido por el mundo de la imaginación.
Nuestros únicos
acompañantes, la niebla y la lluvia
…y al final hasta
unos cuantos copos de nieve.
Aquí, en la Ciudad
Encantada, a 1500 metros de altura,
en plena Serranía
de Cuenca, todo es posible.
La piedra calcárea,
ciclópea y erosionada,
es la verdadera
protagonista de la mañana.
Puentes, arcos,
gargantas, barcos varados,
cabezas de persona,
animales fantásticos,
caminos de cuento,
jardines imposibles,
musgos, líquenes,
tomillos...
y hasta algún
pájaro despistado
que de pronto rompe
este profundo y pétreo silencio
con un gorjeo que es
sorpresa y llamada del más allá.
IV.
A mediodía, aún
sin desencantarse del todo los viajeros,
son llevados por el
autobús casi en volandas,
a ras de precipicios
vertiginosos,
hacia otro
encantamiento: la Ventana del Diablo.
A la derecha queda
el nacimiento del río Cuervo.
Y por un tobogán de
escalofrío
vamos recordando
el Paraíso anterior
de la Ciudad Encantada
hacia los dominios
del Diablo.
Pinos y más pinos,
rocas y más rocas
abren paso al autobús
que en manos del conductor
convierte el mareo y
el vértigo en aventura.
Desde la Ventana del
Diablo,
en contra de lo que
pudiera esperarse,
admiramos un nuevo
paraíso:
un Paisaje de
alturas silenciosas y violetas,
vuelos de lluvias y
nieblas.
Desde los arcos de
piedra de la Ventana
del Diablo los ojos se
emocionan tanto como el corazón.
Abajo, muy abajo,
entre paredes de roca,
taludes de pinares enriquecidos por las lluvias,
baja formidable,
retorciéndose en olas y en espumas,
el valiente Júcar.
V.
Ya en carretera
plana, de vuelta a la Cueva del Fraile,
nos saluda
momentáneamente el sol,
en otra tregua de la
lluvia.
La única, la verdadera tregua la
disfrutamos ahora,
a las ocho de la
tarde,
cuando estamos de
nuevo en nuestra celda de convento,
intentando asimilar
las emociones vividas en Cuenca,
en el casco antiguo
de la ciudad de Federico Muelas,
sosegando la miranda
en la galería del patio
que, acostados en la cama, vemos a través del ventanal.
Las tejas, las
chimeneas, el cielo calmado…
VI.
La tarde, entre
lluvia y lluvia, nos ha regalado.
alegría en el tren que
nos llevó al Castillo,
la zona más alta de
la ciudad en volandas
En el
recorrido,
historia, arte, folclore...
Y la Casa Azul y San
Felipe Neri
y el Ayuntamiento con sus tres arcos
y la Catedral y San
Pedro…
Alegría que culminó
en el Mirador del Castillo,
donde, bajo la
lluvia ,
como un personaje sacado
de una leyenda,
nos esperaba el guía
artístico
para desvelarmos secretos y misterios
del casco antiguo.
En el Mirador, bajo
la lluvia,
recortado por unas
vistas impresionantes,
El Sagrado Corazón
del otro lado
de la hoz del
Huécar, sobre los farallones
donde anidan los
buitres leonados,
nos habla de la hoz
del río abajo,
del Puente de San
Pablo que en la altura
su hierro hipotecado
salva abismos
entre el Parador
Nacional, ayer convento,
y las Casas Colgadas
y el gemido
de la Sirena en
noches destempladas,
Nos habla de la
historia y la leyenda
que conserva como
oro en paño Cuenca,
tesoros de
arquivoltas y retablos,
de amores y
batallas, almenas y sillares
de esta parte más
alta
que como proa de
barco gigantesco
avanza en mares de
vientos y celajes.
No nos damos sosiego
y entre abrir y
cerrar de paraguas
por escalinatas,
callejas, pasadizos
desfila ante
nosotros la historia de esta Cuenca
que parece soñada
en ocasiones.
Los templos, los
museos, los palacios…
Los personajes que
tejen a la vez
amores, guerras,
muertes y milagros.
Desde San Pedro a La
Merced
desenrosca su vida
antigua Cuenca.
En medio del camino,
la belleza
y la ruina de la
Catedral,
las vaquillas de San
Mateo,
la Torre de Mangana
que marca la hora
que le da la gana
y los tiros de la
plaza señalados
en la vieja piedra
de las portadas,
sin que falte el
alajú y el resolí
para cerrar con buen
sabor el recorrido.
VII.
Cuenca en volandas
que soñó el poeta,
misteriosa y
monumental,
casi pájaro, casi
ciprés, casi cielo…
Cuenca volada sobre
piedra herida
de viento, agua y
hielo…
Pensamos mientras el
autobús nos lleva
de vuelta a nuestra
Cueva del Fraile
y vemos, desde la
carretera que sigue al Huécar,
las casas asomadas
al abismo.
Repaso la emoción
de la Plaza de la Merced
donde Tirso de Molina vivió un tiempo,
y las huellas de la
guerra estropeando
la paz del Seminario,
el eco antiguo del
barrio judío
que estuvo en estos
lares,
la Torre de Mangana,
luz en medio
de las sombras de la
calle…
Ya está cerca la Cueva
del Fraile,
las huertas, la
cascada,
la roca que vuela
sobre la carretera.
Y damos un descanso a la mirada.
Pero aún resuena
bajo nuestros pies
el alto puente de
hierro de San Pablo
mientras buscábamos
el lugar adecuado
para inmortalizar en
nuestra cámara
las góticas Casas
Colgadas.
Aquí llevo la
cámara, abrazada.
¡Cuánto amor,
cuánta admiración,
cuánto desvelo
esperan en la galería callada
de la memoria de
esta máquina!
Instantáneas y recuerdos
de momentos
contemplados
por la atónita
mirada.
Mañana, pasado
un tiempo,
cuando volvamos a
ver
estos paisajes,
monumentos,
esquinas de calles y
piedras extasiadas,
volverán a nosotros
retazos de vida
vividos estos días
en la Ciudad del Vuelo.
y VIII.
Los últimos días
de todos los viajes
se parecen en la
tristeza
que representan
todas las despedidas.
Pero también reflejan
la satisfacción
de
conservar
como en un tesoro de recuerdos
cada segundo vivido
intensamente
en el tiempo que
duró el viaje,
siempre
un paréntesis
de sorpresas y
aventuras
ajenas a la rutina
de la vida cotidiana.
Y mientras el
autobús nos devuelve a nuestra vida,
más significación
adquiere este mágico paréntesis.