Laurence Breysse-Chanet, autor de Claudio Rodríguez,
pasos de una voz, inicia su artículo afirmando con relación al poeta zamorano
que “la herencia casi mágica de una doble luz, la que emana de una persona y de
una voz poética, es posible”. Y luego plantea el recibimiento que Francia hizo
de la poesía del zamorano, que no se valora por lo que dice sino “por la fuerza
del lenguaje, que es la misma poesía”. Y así define el primero libro de
Claudio, Don de la ebriedad: “luz de alba en los años negros de la España de la
posguerra, un milagro, cuando la poesía de la época, ‘poesía social’, se
escribía bajo el signo de la aspereza y la desesperanza.” Enseguida nos cuenta
cómo conoció la obra de Claudio y al propio poeta en persona (en 1989, en
Madrid, cuando el poeta le escribió en la primera página del ejemplar que había
adquirido de Desde mis poemas: “Con
amistad que espero sea duradera” y luego siguieron charlando un tiempo en un
café. De Don de la ebriedad entre otras cosas dice que “el compás (del libro)
lo dan los pasos del poeta caminante, como lo fue Rimbaud” y que “en saber
contemplar radica la tarea del poeta.” Sin alejarse del poder de exaltación de
la palabra poética del primer libro, el segundo, Conjuros, que es “el más arraigado en una tierra ancestral (…)
aunque su alcance sea universal”, se llena de interrogaciones hasta llegar a la
duda final, que abre “su propio reempezar”: “¿Es que voy a vivir?” Y así van
apareciendo un libro tras otro, Alianza y
condena (1965), El vuelo de la
celebración (1975)… hasta llegar a Casi
una leyenda (1991). Cinco poemarios (obra breve) que sugieren “la idea de
la constancia del don, en la mediada en que el don, otro nombre de la ebriedad
inicial y nunca apagada, es ademán en movimiento, hecho sonoridad.” En otro
lugar, hablando de las dificultades que
representa traducir la poesía de Claudio, Breysse-Chanet afirma que “la luz del
verso claudiano, de la voz claudiana, es sin duda un desafío para un traductor,
si tiene que inventar con medios propios, desde su exilio, otra tierra tan
sonoramente luminosa, con su propia armonía.” Aun así, mientras traducía a
Claudio descubrió que en su luminosidad “late una doble claridad (…): la
clarificación como revelación y manifestación de la presencia del mundo (…) y
la claridad que se vincula a la sombra (…), encuentra su fuerza desde la
sombra.” Y a las interrogaciones, tan recurrentes en la poesía del zamorano, se
le añaden los puntos suspensivos. Por otra parte apunta la articulista francesa
el interés que siempre mostró Claudio por el trabajo métrico de Rimbaud (llegó
a escribir una tesina universitaria titulada precisamente “Anotaciones sobre el
ritmo en Rimbaud”) y aclara: “lo que interesa básicamente a Claudio en Rimbaud
es el paso de un ritmo descriptivo, dinámicamente pensado, a la ruptura
rítmica, donde ve una característica esencial de la poesía de Rimbaud, un ritmo
afectivo puro, un ritmo que incendia zonas ocultas”. En los poemarios
siguientes a Don de la ebriedad
(donde el endecasílabo es el único verso que se emplea el poeta) Claudio
Rodríguez practica la polimetría basándose sin embargo en la combinación de
heptasílabos y endecasílabos “muy flexibles, fluidos, orales”. Pero lo que interesa a Breysse-Chanet es la voz y el ritmo
oral del primer poemario del poeta zamorano cuya versión al francés le ayudó a
ver que “el cuerpo poético (el conjunto de libros y cantos que componen Don de
la ebriedad) acoge la emoción del cuerpo físico que lo engendra (el poeta, su
caminar, su respiración) en sus idas y venidas, sus avances y retrocesos, lo
que le da al poemario la dimensión sobrecogedora de una experiencia”.
De la poeta extremeña Ada Salas es el artículo
siguiente titulado De “lo que importa”
según Claudio Rodríguez. Empieza su trabajo afirmando muy plásticamente que
la poesía de nuestro poeta “entra a saco en lo que ve, se deja las uñas
abriendo brechas en la apariencia de real que tiene lo real (…) y mete allí los
ojos, ojos como manos que palpan, como pulmones que respiran y que transcriben
lo que ven, aunque ese ejercicio extremo de visión implique ceguera.” Y
concluye: “Sus libros son el acta de una lucha continuada por llegar a ver, y
ver lo que en verdad importa (…) y la mirada que ve es la llave para acceder a
la verdad del mundo.” Y lo que ve Claudio es un darse cuenta de que “todo es
simple”. Es un darse cuenta de algo tan simple “como que está vivo, que estamos
vivos.” Aduce a los versos del poeta: “¿No sientes / junto al pinar la cura, /
el claro respirar del pulmón nuevo, / el fresco riesgo de la vida? Eso es lo
que importa.” Ada avanza en su razonamiento. Claudio Rodríguez no sólo se
preocupa de ver él; nos hace ver a los demás. De ahí que en ese sentido su
poesía puede ser considerada social, participativa y nos ayuda a desenmascarar
lo que parece real pero que no lo es. Esa labor de desenmascaramiento de lo que
parece real “compromete su lenguaje” y le obliga a postular que las palabras
“no disfracen, no rodeen o envuelvan, no eludan, que digan lo que tengan que
decir, que sean lo que nombran”. Por eso siempre en sus poemas está cruzando la
frontera que separa dos mundos contrarios o diferentes: falsedad-verdad,
apariencia-realidad, complejidad-sencillez, pureza-impureza, vecindad-compañía,
mirar-ver… Y tras dejar bien claro lo anterior recurriendo al mismo título de
su tercer libro, Alianza y condena,
se detiene en una alegoría repetida por Claudio en sus poemarios, alegoría
compuesta por los nombres casa, puerta, cerradura, llave. Aduce a varios versos
de otros tantos poemas para demostrarlo: “y cuando / se ha dado cuenta al fin
de lo sencillo / que ha sido todo, ya el jornal ganado, / vuelve a su casa (“Alto
jornal”); “Cierra su puerta y queda bien cerrada (…) Día largo y aún más larga
/ la noche. Mentirá al sacar la llave. / Entrará. Y nunca habitará su casa” (“Ajeno”);
“Pero / por el ojo de todas las cerraduras del mundo/ pasa tu llave, y abre /
familiar, luminosa, / y así entramos en casa/ como aquel que regresa de una
cita cumplida” (“Canto a Eugenio Luelmo”). Y por ejemplo en el último libro, Casi una leyenda, volverá a salir esa
alegoría: “Ahora es el momento de la llave, / de la honda cerradura.” Todo tiene un sentido religioso. Conclusión:
“La llave, la cerradura, serían entonces el paso, el tránsito imprescindible
para habitar la casa de la muerte”. Y la última advertencia, teniendo en cuenta
lo que el poeta piensa de los niños y la pureza de su mundo: “Sólo los niños no
precisan llaves; su mundo carece de cerraduras porque ellos no han dejado de
habitar el reino de la inocencia.” A continuación de su artículo, Ada Salas
incluye un poema suyo, de cuyos versos destaco los siguientes, que intentan
definir al poeta: “Un hombre canta / bajo las estrellas / su condición de
hombre (…) Y tú / querido Claudio /tú sordo de escuchar los clamores de un río
/ bailabas esa noche al son de qué / que no era la música.”
Y así llegamos a uno de los artículos más interesantes
de la Revista ,
el que su autor, Luis Ramos, dedica a otro zamorano ilustre, el escultor y
amigo de Claudio Rodríguez, Ramón Abrantes. Me refiero al titulado Presencia de la “semilla” y lo seminal en el “canto” fecundo de Claudio
Rodríguez. Relacionados con la idea de la “participación”, tan presente en
los libros del poeta, aparecen los conceptos simbólicos de semilla, siembra, surco,
almendra, germen, grano, polen…, hasta llegar al concepto de fruto, unido a los
de fecundación, fertilidad, primavera, cosecha…, todos ellos relacionados entre
sí y formando una de las bases de la poesía natural de Claudio Rodríguez y una
de las claves presentes a lo largo de su creación poética, ya desde antes de Don de la ebriedad en poemas andariegos
de adolescente hasta el inédito e incompleto Aventura, su última obra. Por ejemplo, en uno de esos poemas
adolescentes, “Iniciación”, que el propio Luis Ramos musicó e interpretó en su
CD “El aire de lo sencillo”, podemos ya leer: “desprender lo que se siembra”. A
partir de aquí seguimos a Luis Ramos en su recorrido por los libros de Claudio
buscando esos símbolos de siembra y de fruto en los poemas de Don de la ebriedad. Por ejemplo: “¿Quién
ha escogido a este arador, clavado / por ebria sembradura, pan caliente / de
citas, surco a surco, grano a grano?” (VII) “Invierno, aunque / no esté detrás
la primavera, saca / fuera de mí lo mío y hazme parte, / inútil polen que se
pierde en tierra / pero ha sido de todos y de nadie.” (IX) Y lo mismo en Conjuros, su segundo libro. En “Día de
sol”: “¿Por qué ha venido / esta mañana a darme a mí tal guerra, / este sol a
encender lo que he perdido? / Tapad vuestra semilla. Alzad la tierra. / Quizá
así maduraréis y habréis cumplido.” O en “A
las puertas de la ciudad”: “Años y años confiando / en nuestros propios
laboreos, como / si fuera nuestra la cosecha, y cuánto, / cuánto granar nos iba
/ cerniendo la azul criba del espacio, / el blanco harnero de la luz.” Y
hablando de cosecha (símbolo del fin último del hombre, que es salvarse), en el
tercer libro de Claudio, Alianza y
condena, el vocablo se repite muchas veces de forma significativa en poemas
como “Girasol”, “Frente al mar”, “Ciudad de meseta” o en “Oda a la niñez”,
donde leemos: “el viento templa Y en sus cosechas vibra / un grano de alianza,
un cabeceo / de los inmensos pastos del futuro.” Y en los siguientes libros, El vuelo de la celebración y en Casi una leyenda, lo mismo, con la
advertencia de que en este último “cosecha” aparece cercana “al espíritu del
momento vital próximo a la vejez de nuestro autor, que ahora en un tono claro
de meditación nos va a informar del ‘otoño del conocimiento”, como leemos en el
poema “Los almendros de Marialba”: “Sin prisa, modelada / con el río benigno /
entre el otoño del conocimiento / y el ataúd de sombra tenue, al lado / de
estos almendros esperando siempre / las futuras cosechas, / ¿todo es
resurrección?” Luis Ramos cita también, pese a los riesgos que ello implica, Aventura, libro incompleto e inédito
como queda dicho, y de la presencia en él de la palabra cosecha, que aquí es
maduración y germinación, referencia constante a la semilla, como aparece en el
poema “Sensación de simiente”. Y dicho esto vuelve a la senda de su trabajo,
que es revisar el concepto de semilla, que en Conjuros es a veces grano, a veces fruto, como en el poema “Contrata
de mozos”, donde el fruto que se ofrece será la vida que se entrega de forma
solidaria: “¿quién va a salir de casa / sólo por ver qué tal está la compra, /
sólo por ver si tiene buena cara el fruto / de nuestra vida?” En Alianza y condena disminuye la presencia
de esta simbología porque los temas tienen que ver más con lo urbano; sin
embargo, aparece el concepto de fruto en el poema “Cáscaras” : “muerde la dura
cáscara, / muerde aunque nunca llegues / hasta la celda donde cuaja el fruto.”
Y la siembra y la fertilidad en “Noche en el barrio” y en “Viento de
primavera”, respectivamente, mientras que en “Girasol” aparece el grano como
símbolo de plenitud. Y en Casi una
leyenda el concepto de fruto aparece en forma de uva, naranja, ciruelo o
almendra: “un sabor a almendra amarga / queda, un sabor a carcoma; / sabor a
traición, a cuerpo /vendido, a caricia pocha.” Así la relación entre la
almendra (sabor) y la muerte se convierte en una de las principales
características del libro, aunque la visión de la muerte será la salvación para
el hombre a partir del canto, como sucede en el poema ya citado “Los almendros
de Marialba”, que acaba con los siguientes versos: “Hay un suspiro donde ya no
hay aire, / sólo el secreto de la melodía / haciéndose más pura y dolorosa / de
estos almendros que crecieron antes / de que inocencia y sufrimiento fueran /
la flor segura, / purificada con su soledad / que no marchita en vano./ Y es
todo el año y es la primavera / de estos almendros que están en tu alma / y
están cantando en ella y yo los oigo, / oigo la savia de la luz con nidos.”
Para ir concluyendo, Luis Ramos cita las palabras de Sobejano sobre la poesía
de Claudio Rodríguez: “Si el paisaje de la naturaleza existe es por todo lo que
el poeta proyecta sobre él: sentimientos, ideas, imágenes, recuerdos,
vivencias…” Y luego las suyas propias: “Y esto es así porque para Claudio
siempre hay un sonido dentro de cada realidad, que no es otra cosa que su
materialidad; por ello quiere darle forma y hacerlo corpóreo a fin de convertirlo
en canto para salvar las cosas y salvarse él mismo dentro del propio canto.”
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