Fernando Martos Parra se interesa en la Revista por contestar a la
pregunta ¿A quién se dirige la voz de
Claudio Rodríguez? (así se titula su artículo). Y empieza anticipándose a
la conclusión diciendo que lo que busca el poeta en el lector es un cambio
profundo, radical y social para poder comprender su poesía. Luego cita la
experiencia del director de cine Fernando León, expuesta por el creador de Los lunes al sol en las I Jornadas del
Seminario Permanente de Claudio Rodríguez de 2005, según la cual el libro que
le había servido “de botiquín espiritual, de brújula” durante el rodaje de la
película había sido Desde mis poemas (1983),
con el que el poeta zamorano había conseguido el Premio Nacional de Literatura,
pues no en balde el film refleja la lucha que realizan los dos personajes
principales que están en paro por el futuro de los demás trabajadores; “no es
una lucha personal, es una lucha social.” (Que es a juicio de León lo que predica el poeta zamorano en muchos de sus poemas: solidaridad con los otros.) También incluye Parra la experiencia de la hermana María
Mayo en el Congo “en lucha abierta a favor de las mujeres oprimidas en África.
La monja se apoya para realizar sus reivindicaciones sociales y humanitarias en
tres poemas de Claudio Rodríguez: partiendo del primero, que empieza “Siempre
la claridad viene del cielo; / es un don”, habla de una luz interiorizada,
compartida y dialogada que permita la transformación de la realidad”. De los
versos “como avena / que se siembra a voleo y que no importa / que caiga aquí o
allí si cae en tierra” extrae la esperanza de que su discurso llegue a prender.
Finalmente, de “nunca arderá bastante / la lumbre, aunque se haga con
estrellas” saca la fuerza y sabe en qué manos amigas se sostiene. Para concluir
este aspecto social de la poesía de Claudio Rodríguez, Martos Parra recurre a
las propias palabras del poeta zamorano: “En mi obra siempre existe la
preocupación por el hombre aunque no se hable del hombre explícitamente. El
hombre vive en una sociedad y la poesía tiene que reflejar ese tipo de
situación.” Luego entra en otros terrenos de la poesía de Claudio Rodríguez,
como en el trabajo artesanal de la creación poética, que es muchas veces un
tantear y no saber muy bien por qué caminos se va, o que el poema es un
“organismo vivo”, una metáfora del corro infantil “donde palabra y ritmo
generan salud y armonía”. ¿A quién dirige, pues, su voz el poeta?, se pregunta el propio
Parra para contestarse inmediatamente: “A alguien siempre renovado que celebra la vida (…) y no siente su
limitación como desesperanza dolorosa.”
El ojo de la
cerradura: un nuevo acercamiento a Casi
una leyenda, es el siguiente artículo, que firma Michael Mudrovic, el cual
comienza recordándonos que el poeta llevaba quince años sin publicar debido a
que “estaba tratando de resolver varios problemas estéticos que se le habían
presentado tras la publicación de El
vuelo de la celebración. Como todo el mundo sabe Casi una leyenda se
configura en tres secciones de cinco poemas cada una. Y aludiendo al título
puesto a su ensayo, Mudrovic plantea la cuestión de que “se puede trazar una
línea recta –el ojo de la cerradura- formada por la introducción y los dos
interludios y que las otras secciones son las tres vueltas a la llave que abren
una brecha cada vez más ancha entre éstas y la línea recta.” Pero antes de
seguir con su tesis, el articulista nos llama la atención sobre los versos que
encabezan las tres secciones en que se estructura Casi una leyenda, respectivamente “De noche y por la mañana”, “De
amor ha sido la falta” y “Nunca vi muerte tan muerta”; y lo primero que afirma
de ellos es que encierran en sí equívoco o ambivalencia: el primero, oposición
entre la claridad y la sombra, “el deslumbramiento que ha venido
desconstruyendo desde Don de la ebriedad”
Claudio Rodríguez; el segundo puede ser interpretado bien como la falta como
carencia de amor, bien como que el amor ha sido el culpable de lo que ha
ocurrido; finalmente, el tercero, contradicción entre la muerte y la eternidad.
Dicho esto, Mudrovic recurre a la metáfora del círculo para afirmar cada
sección del libro guarda dicha estructura, y así nos recuerda que, por ejemplo,
el último poema de cada parte nos remite al primero y a la vez sirve de
“trampolín” para el siguiente apartado. Y va más lejos cuando asegura que “para
rematar la lectura de Casi una leyenda
es imprescindible volver a leer ‘Calle sin nombre’ (…), aunque ‘Secreta’
también nos impele y conduce hacia el próximo libro del autor,
desafortunadamente inconcluso, Aventura”.
Y el ensayista continúa desarrollando su pensamiento poniendo el acento en el
‘Segundo interludio de enero’ (sección de dos poemas), que además de presentar
ese diseño circular recurre a la imagen de una puerta; de ahí a la cerradura y
a la llave que cierra o abre puertas hay sólo un paso, y la conclusión de
Mudrovic no se hace esperar. “En el caso de Casi
una leyenda (último libro publicado por Claudio Rodríguez cuyo valor
reivindica el articulista frente a quienes ven en él mengua de las habilidades
poéticas del autor por “la edad o por cualquier otro motivo, más o menos
peregrinos”) la cuestión es a mi juicio encontrar esa llave que nos permita
abrir la cerradura y lanzarnos al futuro.”
Natalia Carbajosa en su artículo Claudio Rodríguez y Gerard Manley Hopkins: el lenguaje de las estrellas
considera al poeta zamorano uno de esos vates visionarios que han nacido para
“descifrar y celebrar el misterio ontológico que anida en la naturaleza” y en
eso lo compara con Hopkins, uno de los poetas ingleses más admirados por el
autor de Don de la ebriedad y cuya
influencia se nota en la visión del mundo que ambos muestran en sus respectivas
poesías. Y para demostrarlo pone en comparación dos poemas de sendos poetas: “A
las estrellas”, de Claudio Rodríguez, que aparece en Conjuros (1958), y “Noche estrellada”, de Hopkins, escrito en 1877.
En primer lugar Carbajosa afirma que ambos poemas (mucho más extenso el de
Claudio) “comparten en su inicio el estado de arrobamiento con que el poeta
contempla el cielo estrellado.” Y aduce para demostrarlo a la cantidad que en
uno y otro poema aparecen las interjecciones, los vocablos referidos a la luz
que emana de las estrellas (fuego, claro, diamante, oro vivo, en llamas,
multicentelleante… en Hopkins; resplandezca, lumbre, queme, hierro al vivo,
resplandor, luz, arda, fuego… en Claudio); también para ambos el mapa del cielo
es otra naturaleza, y en ambos aparecen los mismos imperativos o exhortaciones
(“¡Mirad, mirad…!”, en el poeta inglés; “¡Ved, ved…!”, en el poeta español).
Una vez enunciadas las semejanzas entre ambos poemas,
Carbajosa pasa a mostrar la diferencia que existe entre la actitud creadora de
ambos poetas. Mientras que Hopkins, identificando en su poema el cielo con las
cosas de la tierra, “constituye un proceso metafórico por el que el sujeto que
la describe también parece fundirse con el cosmos” en un éxtasis propio de los
místicos (no hay que olvidar que Hopkins se ordenó sacerdote y cultivó la poesía religiosa trascendente), en el poema de
Claudio Rodríguez las cosas de la
tierra, la meseta, los sembrados…, siguen aquí abajo, sin fusionarse nunca con
el cielo estrellado, que está siempre muy distante (“¡No me queme su lumbre /
sino su altura…”). Sin embargo, concluye la articulista, la influencia del poeta
inglés en el poeta español es en parte cierta: “dos poetas que miran a las
estrellas y, en su mirar, traducen el lenguaje en que éstas hablan.” Un pero al
artículo de Natalia Carbajosa: el poema de Hopkins no se incluye en la Revista acompañando el de
Claudio Rodríguez. Me hubiera gustado mucho leerlo, aunque fuera traducido al
castellano.
Por eso, para quien quiera leerlo, copio debajo el poema de Hopkins:
"¡Mirad los astros! ¡Mirad, mirad los cielos!
¡Mirad todos esos duendes de fuego sentados en el aire!
¡Allí los claros arrabales, las curvas ciudadelas!
¡En foscos bosques el diamante escarba! ¡Élficos ojos!
¡Los grises prados fríos donde hay oro, oro vivo!
¡Batir del viento en la mojera! ¡Aéreos álamos en llamas!
¡Copos que flotan, las palomas, después del susto en el corral!
¡Ah, todo es beneficio, todo es premio!
¡Pujad, pues, comprad! ¿Qué? Rezos, paciencia, fines, votos.
¡Mirad, mirad la mezcla en mayo de ramas de frutales!
¡Mirad la flor de marzo, los sauces tintos de amarillo!
Son sin duda el granero, y, adentro, las gavillas.
Se encierra en esta cerca multicentelleante
el lar de Cristo esposo, y su madre, y sus santos."
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