Bien diferente es el ensayo que le sigue, obra de José
Manuel Trabado Cabado titulado La escasez
suficiente. (Po)ética en la obra de
Claudio Rodríguez. La afirmación más importante nada más comenzar el
artículo es que en varios poemas del poeta zamorano se advierte en primer plano
“una preocupación esencial en todo poeta: la de contemplar desde una visión
crítica las palabras y su eficacia como trasmisoras de conocimiento y
comunicación.” Y de ahí brota el problema entre el lenguaje normal y el
poético. Trabado acude al poema “Voz sin pérdida” de El vuelo de la celebración para demostrarlo. Aquí la voz de la
amada es lo que el poeta destaca más de ella, y además la pone en contacto con
la naturaleza, haciéndola funcionar como “casi luz”, “almendra abierta”, en su
vuelo rasero “es como un vencejo” y a media altura “como una alondra”; su
sonoridad es “terreno rocoso” y el paisaje que evoca “es el de la serranía”.
Todo contado como un recuerdo visto “desde la ciudad de un mundo sencillo
perdido”. Pero en la segunda parte del poema se abre una clara oposición entre
lo natural y lo convencional. “He oído y he creído en muchas voces / aunque no
en las palabras. / He creído en los labios / mas no en el beso”. Donde
“palabras” y “beso” adquieren significado de “convenciones y contratos
establecidos entre los hombres”, mientras que las voces y los labios, lo
natural para el poeta, no pueden disfrazarse ni encerrar ocultas intenciones.
De ahí que la amada vuelva a ser su voz, que además es “entonación”, “aire”,
“presencia y cercanía” para el poeta. “Que mientan ellas, las palabras tuyas. /
Yo quiero su sonido: ahí, en él / tengo / la verdad de tu vida, como el
viento.” Trabado afirma: “A través del poema se presenta una forma de entender
los afectos, pero también una forma de estar en el mundo y acompañarse de lo
esencial.” Y más adelante añade que lo que parecía un poema de circunstancias
con anécdota amorosa incluida acaba siendo un pensamiento “que denota una ética
entre las cosas y una poética ante las palabras (de ahí la segunda parte del
título)” porque el poeta lo que hace realmente es someter al lenguaje “a una
postura de profunda vitalidad que se ferra a un mundo cercano, nada sublime
pero suficientemente consolador con su presencia (de ahí la primera parte del
título). Una ética, la del poeta zamorano, “que muestra siempre una vía para
seguir”. Las palabras sirven como bálsamo consolatorio y no, como en otros
casos, para trascender la materia. Y si llevan música, mejor todavía, como
ocurre en las canciones infantiles, a las que recurre tantas veces Claudio
Rodríguez como el ideal que conseguir. Porque sabe que le ponen en relación con
la inocencia de nombrar, que es “una forma de esquivar las trampas que acechan
al lenguaje”. Una inocencia reclamada por el poeta no sólo como “una actitud
ante la palabra sino como una forma ética de estar en el mundo a la que el
escritor aspira.” Con todas estas afirmaciones Trabado nos va acercando a lo
que en resumen es para él la concepción de la poesía de Claudio Rodríguez, una
alianza “con las cosas y los sucesos mínimos para ver en ellos la honda verdad
de nuestras vidas.” Y aclara que eso se debe a la ética que empuja al poeta de
Zamora a recatar al mundo por medio de la palabra para entregárselo a los demás
“a media voz, fabricando esa verdad que queda dicha como si fuera de paso.”
Por su parte Andrés Sorel en su trabajo Claudio Rodríguez. Caminando en silencio y
buscando sus palabras, que ocupa las páginas centrales de la Revista y que
incluye fotografías del propio Claudio, una luciendo su eterno cigarrillo entre
los labios o posando delante del mar Cantábrico y otras formando parte de un
equipo de fútbol o acompañado de los poetas Hierro, Aleixandre y José Ángel
Valente o de su esposa Clara, cuando no ilustraciones de calles emblemáticas de
la ciudad del alma (una de ellas hecha por el fotógrafo zamorano Quintas a
principios de los 60). ¿Y cómo no?, una vista del Duero a su paso por Zamora.
Sorel en su trabajo se limita a hacer una semblanza de la vida y la obra del
poeta zamorano, articulada en varios apartados: En el primero, “Zamora, ciudad
del alma”, recoge algunos datos de la vida del poeta, fecha y lugar de su
nacimiento, nombres y dedicaciones de sus padres, y gentes zamoranas y
naturaleza y trabajos agrícolas y libros de poesía de la biblioteca paterna
(Rimbaud, san Juan de la cruz, Verlaine, fray Luis de León, santa Teresa de
Jesús, Baudelaire…). Y sus estudios de Bachillerato en el Instituto Claudio
Moyano y la progresión en conocimientos literarios de la mano de su profesor de
Literatura (y mío) don Ramón Luelmo, y sus partidos de fútbol (Claudio, Callín
para nosotros y sus amigos, tenía un toque de pelota mágico) y sus trabajos de contable de las
fincas de su madre (su padre había muerto algunos años antes). Y sus primeros
poemas (a los 15 años publica el titulado “Nana de la Virgen María ” en El correo de Zamora). Y cuando publique
en 1958 Conjuros, la
Zamora recordada con el Duero y la vida vivida junto a ellos
serán los protagonistas del libro. Para entonces ya ha conocido a Clara
Miranda, que será su mujer y le acompañará en otros viajes a la ciudad del
Duero, a Inglaterra, a Cantabria…
En el segundo apartado, “Educación y sensibilidad. Los
primeros libros. Algo más que un amigo”, aparecen nuevas fechas, nuevas
experiencias: por ejemplo, 1951; becado, se traslada a Madrid para estudiar Filología
Románica. 1953, se presenta al Adonais y lo gana con Don de la ebriedad, que impresiona a Aleixandre. “La poesía es
canto, celebración, conocimiento amoroso, meditación, lenguaje como
experiencia, expresión de la realidad a través de la palabra poética…” El
recuerdo de Zamora y de las canciones infantiles que oyó allí y que siempre le
provocaron una atracción sin límites le lleva a escribir su tesis de
licenciatura sobre El elemento mágico de
las canciones infantiles de corro castellano. La milicia universitaria, el
Congreso Universitario de Escritores jóvenes, la breve afiliación al Partido
Comunista, alguna fugaz detención… Madrid y sus tabernas, pero también las
visitas a Aleixandre, un verdadero maestro y amigo. Reencuentros con Zamora
(Blas de Otero le acompaña en sus visitas al vino). 1958, publicación de
Conjuros, que dedica a Aleixandre.
El tercero, “Inglaterra. Poetas. Libros. Añoranzas”,
empieza hablando del viaje de Claudio a Inglaterra. Le incitaron a hacerlo los poetas Aleixandre y
Dámaso Alonso y le ayudaron para que una vez allí ejerciera de lector de español entre 1958 y 1964 en las Universidades de Nottingham
y Cambridge. Durante su estancia gestó su tercer poemario, Alianza y condena, y
se empapó de los poetas ingleses, entre ellos, Elliot, a quien tradujo. En 1959
se casó con Clara Miranda, que ya estaba en Cambridge, donde permanece desde 1960 a 1964. Correspondencia
con Aleixandre, que le aconseja que incluya la palabra “alianza” en el título
del libro que va a sacar a la luz. Regresa a España (tiene ya 30 años) y en
1965 publica Alianza y condena, por
el que recibe el Premio de la Crítica. Al
año siguiente publica Poesía, libro
en el que recoge los tres poemarios publicados hasta ese momento.
Profesionalmente se dedica a la enseñanza universitaria. Regresa nuevamente a
Zamora para participar en el homenaje que se hace al viejo y querido profesor
de Instituto don Ramón Luelmo.
En el cuarto apartado, “El vuelo de la celebración. El dolor, el no buscado reconocimiento”, irrumpe la tragedia en la vida de Claudio: su hermana María del Carmen es asesinada y al año siguiente fallece su madre. Pero su obra sigue su marcha. En 1976 aparece su cuarto libro, El vuelo de la celebración. Palabras del poeta: “Celebrar lo que se abre o lo que se cierra desde todas las posibilidades vitales: la figura de las cosas, el poderío de las sensaciones. Celebración como conocimiento y como remordimiento.” Llegan nuevos premios: el Nacional de Literatura en 1983 por Desde mis poemas, donde reúne sus cuatro libros publicados hasta el momento, y en 1985 el de las Letras de Castilla y León. Al año siguiente es elegido miembro de
Finalmente, en el último apartado, “Y cuando llegue la muerte no vendrá el olvido”, Sorel nos recuerda la fecha de la muerte del poeta, 22 de julio de 1999 (contaba Claudio 65 años de edad) y que fue enterrado en el cementerio de Zamora. Su legado es recogido por la Biblioteca de Zamora. “El Seminario Permanente de Claudio Rodríguez es su memoria viva, el albergue de su palabra.”
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