EL FANTASMA DEL CINE MARAGALL
Allá por los últimos años de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando aún nosotros íbamos a ver alguna que otra película al cine Maragall de Barcelona, una tarde de otoño un hombre de mediana edad encontró allí la muerte mientras veía La mujer X, de un infarto de miocardio, según dijeron las noticias de la noche en la Televisión. Desde entonces hasta el momento en que el cine Maragall se cerró para siempre, siguiendo el camino de tantos otros, como el Venecia, el Diamante, el Odeón, el Virrey Amat, etcétera, todos en la misma zona, no volvimos a ver una sola película en el Maragall.
La muerte repentina de aquel espectador anónimo nos quitó las ganas de volver. Justo una semana antes del triste suceso también nosotros habíamos ido a ver La mujer X, la historia extraña de Holly Parker, personaje encarnado por Lana Turner, una de nuestras actrices favoritas de entonces a la que llamábamos la estrella de la mirada triste y que habíamos visto en muchas otras películas, El cartero siempre llama dos veces, Imitación a la vida, Cautivos del mal, La senda prohibida, Brumas de inquietud, Retrato en negro… No dejábamos de hablar de la muerte de aquel hombre ni de la película. ¿En qué momento exacto de ella había dejado él de ver las imágenes proyectadas en la pantalla? ¿Su corazón había dicho basta cuando la modesta dependienta de San Francisco daba el sí quiero a Clyton Anderson en el mismo altar de la iglesia en que ambos contrajeron matrimonio? ¿O fue en la mansión de Connecticut donde el magnate establece su hogar familiar tras casarse al ser recibida la pareja por la madre de Clayton, una mujer dominante que viviría con ellos incluso después del nacimiento de su hijo Clay? ¿O acaso sus ojos sin vida se quedaron fijos en la terrible escena en que el divertido playboy Phil Benton, en quien Holly había buscado refugio para aliviar la soledad a la que la habían conducido las constantes ausencias de su marido, que muere en un accidente de coche?
Pasó el tiempo y aquel suceso de la muerte de un hombre mientras veía La mujer X en el cine Maragall se fue con él hasta perderse en el olvido al que suele envolver el polvo del pasado. Hasta que en junio de 1995 la Televisión dio la luctuosa noticia de la muerte, causada por un cáncer de esófago, de Lana Turner, símbolo sexual de los años cuarenta. Entonces irrumpió en nuestra memoria, con la violencia de la lava de un volcán, el recuerdo de La mujer X y el infarto fulminante que sufrió aquel espectador anónimo mientras veía la película. Y esa misma noche tuve una pesadilla que, para mi desasosiego, se repitió en varias ocasiones con tanta verosimilitud que me obligó a escribirla a grandes rasgos en una postal de Connecticut que luego quemé. Al poco tiempo dejé de tener aquel mal sueño. En él siempre veía yo las mismas escenas: Lana Turner bebía lentamente el contenido de un vaso de whisky mirando fijamente al espectador, que acababa de morir ligeramente ladeado en su butaca. Cuando la actriz acababa de beber acudía al lugar donde se encontraba el difunto, le daba la mano y lo invitaba a seguirla. Como dos fantasmas enamorados enlazados por la cintura atravesaban las paredes y salían a la calle. En la acera me cogían entre los dos y me elevaban en el aire a tanta velocidad que me obligaban a cerrar los ojos. Cuando los abría, sólo estaba a mi lado el hombre muerto, vestido con un lienzo traslúcido, que me decía: “Sólo podrás deshacerte de mí quemando mi nombre.”
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