domingo, 1 de septiembre de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO, EL NIÑO QUE ESCRIBÍA CUENTOS DE MIEDO (2)

Capítulo V. Aún más sorpresas

Al oír esto último, Xavi se puso serio. El hombre lo notó enseguida.
--¿Qué ocurre ahora para que pongas esa cara?—le preguntó.
--¿Y a mí qué me pasará? ¿Cómo puedo salir de aquí? Mis padres y mi hermano Martí me echarán de menos y llorarán al ver que no vuelvo a casa.
--Tú lo tienes más fácil que yo porque dispones de una opción para dejar este sitio.
--¿Cuál?
--Mirar dentro del casco de la armadura y ver lo que hay en él.
El niño sonrió mientras cogía del suelo el objeto mencionado.
--Vamos a ver la sorpresa del casco.
-- Ábrelo levantando la visera, que es la pieza que corresponde a los ojos.


Xavi obedeció y metió la mano por el hueco hasta el fondo. Sus dedos rozaron con un obejto circular con las dos caras pulidas. Lo sacó. Era un reloj de bolsillo. La cara del niño lo decía todo. El hombre asintió con la cabeza.
--Sí, es un reloj de bolsillo—dijo--. Si lo abres verás que marca una hora. Siempre la misma. La hora en que yo entré en la casa.
El niño lo abrió, vio la hora que señalaban las agujas y preguntó:
--Ya la he visto. ¿Y ahora qué hago?
--¿Quieres salir de aquí?
--Ya se lo he dicho.
--¿Ahora mismo?
--Por supuesto. Ya tengo ganas de ver a mis padres y a mi hermano Martí y abrazarlos con todas mis fuerzas.
El hombre consultó su reloj de muñeca.
--Bien. Ahora son las doce y media. Pon las agujas del reloj de bolsillo en esa hora, la aguja pequeña en el doce y la mayor en…
--Sí, ya sé—le interrumpió Xavi--, en el 6.
--Eso es. Eres un niño muy listo. Pero hazlo rápido, porque si no coinciden las horas en el momento de ajustar las agujas, no podrás salir nunca de la casa. Y habrás perdido la ocasión que tenías.

Xavi, antes de hacer lo que le recomendaba el hombre, pensó en otra opción mucho menos arriesgada. Con escribir en el cuento de miedo que estaba redactando que a la casa la destruía un rayo durante una terrible tormenta, bastaba. Y si no, escribiendo simplemente que acababa de despertar de una de tantas pesadillas como tenía cuando era más pequeño. O mandando a Martí que, si fallaban las otras opciones, escribiera en el cuento la palabra FIN.
El niño que escribía cuentos de miedo levantó el lápiz de la hoja para llamar a su hermano pequeño. Martí acudió corriendo.
--¿Qué quieres, Xavi? ¿Voy a salir ya en el cuento?
--Creo que sí. Antes voy a probar una cosa y, por si no sale bien, estate preparado a las cinco y cinco de la tarde.
--¿Para qué? ¿Qué tengo que hacer a esa hora? ¿A qué hora has dicho?
--A las cinco y cinco de la tarde. Para esa hora ya estaremos en casa, seguramente merendando, jugando, haciendo los deberes o escribiendo yo este cuento. Si estoy haciendo esto último, me quitas el lápiz de las manos y, al lado de la última palabra que haya escrito yo, vas tú y pones la palabra FIN. ¿Has entendido? FIN. Y todo habrá acabado. ¿Lo harás?
--Sí.
--Prométemelo.
--Te lo prometo. Adiós, me voy a leer un rato el libro que me ha dejado el yayo.
--¿Te gusta?
--Bastante.
--¿De qué trata?
--De dos amigos que se llaman Sara y David a los que el abuelo de Sara les ha regalado una semilla, de la que brotan siete caminos.
--¿Siete caminos? ¿Por qué siete caminos?
--Uno para cada color de los siete que tiene el arco iris.
--¿Y qué hacen esos niños? ¿Cómo has dicho que se llaman?
--Sara y David. Todavía no he llegado, pero deben encontrar la solución del enigma que encierra cada uno de esos siete caminos.
--Muy interesante.
--Bueno, adiós—dijo Martí dando por terminada la conversación.
--Yo también leeré un poco cuando acabe el párrafo que estoy escribiendo--dijo Xavi. Ah, Martí, y no te olvides de lo que te he dicho.
--Vale, pesado.
Y desapareció.
Xavi siguió escribiendo.

“El niño valiente puso las agujas del reloj en la posición que el hombre le había dicho.
--¿Y ahora qué?--le preguntó--. ¿Qué pasará cuando lleguen las cinco y cinco de la tarde? ¿Me veré fuera de la casa así, sin más?
--Algo parecido. Pero antes debes hacer algo en lo que yo no podré ayudarte.
--¿Por qué?
--Porque yo no estaré aquí. Tengo que hacer otra cosa para volver a casa lo antes posible y averiguar qué ha sido de mi familia. Pero eso es cosa mía. Tú, en cambio, lo tienes más fácil.”

Xavi iba a escribir en su historia de miedo lo que debía hacer el hombre para volver a su casa y averiguar qué había sido de su familia, y luego qué tenía que hacer él, pero lo veía muy difícil y no sabía cómo empezar; así que prefirió levantar el lápiz de la hoja donde estaba escribiendo y cogió el libro que le había dejado su abuelo algunos días antes para leer un rato y aprender algún truco más de los escritores de historias. Y abrió el libro por la página donde se había quedado la vez anterior, y empezó a leer en voz alta, que era la manera que leía delante de su abuelo:

"--¡Ya! –dijo el detective--. Vayamos, pues, directamente al grano sin dar más vueltas al asunto. Tengo que buscar y encontrar este reloj de música para usted, ¿no?
--Sí, eso es. Su misión será conseguir la dirección del actual dueño de este reloj –su dedo señalaba un punto de la fotografía--. Aquí, en la parte superior, el reloj de música ha sido marcado con una pequeña cruz para poder reconocerlo. Cuando encuentre al dueño, yo me pondré en contacto con él.”
En ese momento Martí volvió a entrar en el cuarto.
--¿Qué? ¿Has pensado ya cuándo voy a salir yo en la historia?
La pregunta quedó florando en el aire como un aro de humo.
De repente el niño que escribía cuentos de miedo decidió no escribir más cuentos de miedo, al menos hasta que acabara de leer el libro que estaba leyendo. Así que se levantó con él par ir al comedor mientras su hermano pequeño iba detrás de él esperando una respuesta a su pregunta. Entonces se giró y le dijo:
--Martí, vuelve al cuarto de los deberes y coge el lápiz que hay sobre la hoja del cuento que estaba escribiendo. Y cuando te diga, pones FIN en la línea siguiente de la última palabra escrita.
El pequeño fue corriendo al lugar donde le acababa de decir su hermano.
Xavi se sentó en el sofá del comedor, abrió el libro y se puso a leer. De vez en cuando echaba una ojeada al reloj de pulsera.
Martí le gritó desde el cuarto:
--¿Cuándo?
El reloj marcaba las cinco y cuatro minutos.
--Espera unos segundos...
--Venga, que me canso.
--¡Ya!
--¿Y ahora qué?--preguntó Martí.
--¿Ya has escrito la palabra FIN donde te he dicho?
--Sí, pesado.
--Pues nada, tu trabajo ha terminado. Ya puedes seguir con lo tuyo.
La magia se cumplirá.


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