Capítulo V. Aún más sorpresas
Al oír esto último, Xavi se puso serio. El hombre lo notó
enseguida.
--¿Qué ocurre ahora para que pongas esa cara?—le preguntó.
--¿Y a mí qué me pasará? ¿Cómo puedo salir de aquí? Mis padres
y mi hermano Martí me echarán de menos y llorarán al ver que no
vuelvo a casa.
--Tú lo tienes más fácil que yo porque dispones de una opción
para dejar este sitio.
--¿Cuál?
--Mirar dentro del casco de la armadura y ver lo que hay en él.
El niño sonrió mientras cogía del suelo el objeto mencionado.
--Vamos a ver la sorpresa del casco.
-- Ábrelo levantando la visera, que es la pieza que corresponde a
los ojos.
Xavi obedeció y metió la mano por el hueco hasta el fondo. Sus dedos rozaron con un obejto circular con las dos caras pulidas. Lo sacó. Era un reloj de bolsillo. La cara del niño lo decía todo. El hombre asintió con la cabeza.
--Sí, es un reloj de bolsillo—dijo--. Si lo abres verás que marca
una hora. Siempre la misma. La hora en que yo entré en la casa.
El niño lo abrió, vio la hora que señalaban las agujas y preguntó:
--Ya la he visto. ¿Y ahora qué hago?
--¿Quieres salir de aquí?
--Ya se lo he dicho.
--¿Ahora mismo?
--Por supuesto. Ya tengo ganas de ver a mis padres y a mi hermano
Martí y abrazarlos con todas mis fuerzas.
El hombre consultó su reloj de muñeca.
--Bien. Ahora son las doce y media. Pon las agujas del reloj de
bolsillo en esa hora, la aguja pequeña en el doce y la mayor en…
--Sí, ya sé—le interrumpió Xavi--, en el 6.
--Eso es. Eres un niño muy listo. Pero hazlo rápido, porque si no coinciden las horas en el
momento de ajustar las agujas, no podrás salir nunca de la casa. Y
habrás perdido la ocasión que tenías.
Xavi, antes de hacer lo que le recomendaba el hombre, pensó en otra
opción mucho menos arriesgada. Con escribir en el cuento de miedo
que estaba redactando que a la casa la destruía un rayo durante una
terrible tormenta, bastaba. Y si no, escribiendo simplemente que
acababa de despertar de una de tantas pesadillas como tenía cuando
era más pequeño. O mandando a Martí que, si fallaban las otras
opciones, escribiera en el cuento la palabra FIN.
El niño que escribía cuentos de miedo levantó el lápiz de la hoja
para llamar a su hermano pequeño. Martí acudió corriendo.
--¿Qué quieres, Xavi? ¿Voy a salir ya en el cuento?
--Creo que sí. Antes voy a probar una cosa y, por si no sale bien,
estate preparado a las cinco y cinco de la tarde.
--¿Para qué? ¿Qué tengo que hacer a esa hora? ¿A qué hora has
dicho?
--A las cinco y cinco de la tarde. Para esa hora ya estaremos en
casa, seguramente merendando, jugando, haciendo los deberes o
escribiendo yo este cuento. Si estoy haciendo esto último, me quitas
el lápiz de las manos y, al lado de la última palabra que haya
escrito yo, vas tú y pones la palabra FIN. ¿Has entendido? FIN. Y
todo habrá acabado. ¿Lo harás?
--Sí.
--Prométemelo.
--Te lo prometo. Adiós, me voy a leer un rato el libro que me ha dejado el yayo.
--¿Te gusta?
--Bastante.
--¿De qué trata?
--De dos amigos que se llaman Sara y David a los que el abuelo de Sara les ha
regalado una semilla, de la que brotan siete caminos.
--¿Siete caminos? ¿Por qué siete caminos?
--Uno para cada color de los siete que tiene el arco iris.
--¿Y qué hacen esos niños? ¿Cómo has dicho que se llaman?
--Sara y David. Todavía no he llegado, pero deben encontrar la
solución del enigma que encierra cada uno de esos siete caminos.
--Muy interesante.
--Bueno, adiós—dijo Martí dando por terminada la conversación.
--Yo también leeré un poco
cuando acabe el párrafo que estoy escribiendo--dijo Xavi. Ah, Martí, y no te
olvides de lo que te he dicho.
--Vale, pesado.
Y desapareció.
Xavi siguió escribiendo.
“El niño valiente puso las agujas del reloj en la posición que el
hombre le había dicho.
--¿Y ahora qué?--le preguntó--. ¿Qué pasará cuando lleguen las cinco y cinco de
la tarde? ¿Me veré fuera de la casa así, sin más?
--Algo parecido. Pero antes debes hacer algo en lo que yo no podré
ayudarte.
--¿Por qué?
--Porque yo no estaré aquí. Tengo que hacer otra cosa para
volver a casa lo antes posible y averiguar qué ha sido de mi
familia. Pero eso es cosa mía. Tú, en cambio, lo tienes más
fácil.”
Xavi iba a escribir en su historia de miedo lo que debía hacer el
hombre para volver a su casa y averiguar qué había sido de su
familia, y luego qué tenía que hacer él, pero lo veía muy
difícil y no sabía cómo empezar; así que prefirió levantar el
lápiz de la hoja donde estaba escribiendo y cogió el libro que le
había dejado su abuelo algunos días antes para leer un rato y
aprender algún truco más de los escritores de historias. Y abrió el libro por la página donde se había
quedado la vez anterior, y empezó a leer en voz alta, que
era la manera que leía delante de su abuelo:
"--¡Ya! –dijo el detective--. Vayamos, pues, directamente al grano
sin dar más vueltas al asunto. Tengo que buscar y encontrar este
reloj de música para usted, ¿no?
--Sí, eso es. Su misión será conseguir la dirección del actual
dueño de este reloj –su dedo señalaba un punto de la
fotografía--. Aquí, en la parte superior, el reloj de música ha
sido marcado con una pequeña cruz para poder reconocerlo. Cuando
encuentre al dueño, yo me pondré en contacto con él.”
En ese momento Martí volvió a entrar en el cuarto.
--¿Qué? ¿Has pensado ya cuándo voy a salir yo en la historia?
La pregunta quedó florando en el aire como un aro de humo.
De repente el niño que escribía cuentos de miedo decidió no escribir más cuentos de miedo, al menos hasta que acabara de leer el libro que estaba leyendo. Así que se levantó con él par ir al comedor mientras su hermano pequeño iba detrás de él esperando una respuesta a su pregunta. Entonces se giró y le dijo:
--Martí, vuelve al cuarto de los deberes y coge el lápiz que hay sobre la hoja del cuento que estaba escribiendo. Y cuando te diga, pones FIN en la línea siguiente de la última palabra escrita.
El pequeño fue corriendo al lugar donde le acababa de decir su hermano.
Xavi se sentó en el sofá del comedor, abrió el libro y se puso a leer. De vez en cuando echaba una ojeada al reloj de pulsera.
Martí le gritó desde el cuarto:
--¿Cuándo?
El reloj marcaba las cinco y cuatro minutos.
--Espera unos segundos...
--Venga, que me canso.
--¡Ya!
--¿Y ahora qué?--preguntó Martí.
--¿Ya has escrito la palabra FIN donde te he dicho?
--Sí, pesado.
--Pues nada, tu trabajo ha terminado. Ya puedes seguir con lo tuyo.
La magia se cumplirá.
La pregunta quedó florando en el aire como un aro de humo.
De repente el niño que escribía cuentos de miedo decidió no escribir más cuentos de miedo, al menos hasta que acabara de leer el libro que estaba leyendo. Así que se levantó con él par ir al comedor mientras su hermano pequeño iba detrás de él esperando una respuesta a su pregunta. Entonces se giró y le dijo:
--Martí, vuelve al cuarto de los deberes y coge el lápiz que hay sobre la hoja del cuento que estaba escribiendo. Y cuando te diga, pones FIN en la línea siguiente de la última palabra escrita.
El pequeño fue corriendo al lugar donde le acababa de decir su hermano.
Xavi se sentó en el sofá del comedor, abrió el libro y se puso a leer. De vez en cuando echaba una ojeada al reloj de pulsera.
Martí le gritó desde el cuarto:
--¿Cuándo?
El reloj marcaba las cinco y cuatro minutos.
--Espera unos segundos...
--Venga, que me canso.
--¡Ya!
--¿Y ahora qué?--preguntó Martí.
--¿Ya has escrito la palabra FIN donde te he dicho?
--Sí, pesado.
--Pues nada, tu trabajo ha terminado. Ya puedes seguir con lo tuyo.
La magia se cumplirá.
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