Para mis nietos Xavi y Martí
Capítulo I. Xavi decide ir a explorar la casa embrujada
Xavi es un niño de diez años que vive en Cerdanyola del Vallés.
Tiene mucha imaginación y le gusta leer historias de miedo y
escuchar las que le cuenta su abuelo.
Un día que acababa de terminar de leer una de estas historias, le
entraron ganas de escribir la primera historia de miedo de su vida,
semejante a la de su lectura. La acción pasaba en una casa embrujada
donde ocurrían fenómenos extraños que asustaban mucho a la gente
que se acercaba a ella. De día brotaban de sus paredes cantos de
pájaros desconocidos, y de noche alguien gritaba en su interior
pidiendo socorro.
La casa, que se abría diciendo la palabra mágica “Diáspora” y
se cerraba pronunciando “Trapabajo”, temblaba cuando el viento
soplaba fuerte y se encogía cuando llovía más de la cuenta. Los
calores del verano hacían que la casa volviera a su tamaño habitual
y a recuperar su equilibrio. La vivienda se componía de un salón
lleno de armaduras oxidadas y tapices antiguos, y una habitación que
contaba con un viejo armario de madera oscura. Nada más.
En cuanto a los personajes de la historia, eran principalmente dos:
uno, el dueño de la casa, un ser misterioso que dormía en un
armario, de pie, como las capas que había colgadas en el mueble. Y
el segundo personaje era el propio Xavi, que empezó a actuar cuando
decidió ir a la casa embrujada para averiguar el origen de los
cantos de pájaros desconocidos y los gritos de socorro.
Xavi, que, además de imaginativo, es muy valiente, preparó una
mochila con todo lo que necesitaba para sus exploraciones y se
dirigió al lugar donde se encontraba la casa. El edificio estaba al
lado de un bosque, cerca de un río, y un silencio extraño se
extendía sobre ella. Era por la tarde y aún quedaba bastante luz de
día cuando Xavi llegó a los árboles que acompañaban a la casa.
Nadie habría dicho que aquella construcción estaba embrujada. Pero
cuando Xavi llegó junto a la puerta, empezaron a oírse los cantos de los pájaros. Lejos de asustarse, el niño valiente
pronunció la palabra mágica, “Diáspora”, y la puerta se abrió,
a la vez que cesaban los cantos de los pájaros.
Capítulo II. Las primeras sorpresas
Xavi, en cuanto hubo terminado de escribir el Capítulo I, lo repasó
muy bien para que no hubiera ninguna falta de ortografía y estuviera
contado como a él le gustaba. Y como todo estaba bien escrito, se
puso a planear lo que sucedería nada más pisar el umbral de la casa
embrujada. Evitó pronunciar la palabra “Trapabajo”, para que la
puerta permaneciera abierta, y dio dos pasos hacia delante. Y como el
vestíbulo estaba oscuro y no veía nada, el niño valiente sacó de
su mochila la linterna y empezó a enfocar las cosas que allí había
mientras seguía caminando. Al enfocar el cono de luz sobre una
armadura, le pareció que alguien estaba escondido dentro de ella. Su
primera reacción fue dar media vuelta y salir corriendo de la casa.
Pero cuando se está escribiendo una historia inventada, el que
escribe es más valiente que en la realidad.
Así que Xavi siguió alumbrando los tapices que colgaban de las
paredes, todas llenas de máscaras guerreras, algunas de las cuales
mostraban rara ferocidad. Por lo que el niño prefirió seguir
enfocando armaduras viejas y oxidadas que, como incansables y fieles
centinelas, parecían estar vigilando que ningún intruso molestara
la paz de la casa.
De pronto, cuando ya parecía que el niño se estaba acostumbrando al
ambiente y al silencio de la casa, afuera empezó a llover y a soplar
el viento en los árboles del costado del edificio. Y antes de que
Xavi se diera cuenta de que el temporal aumentaba, las paredes del
salón empezaron a temblar y los tapices que colgaban de ellas. Las
máscaras, con el movimiento, adquirían gestos y muecas terroríficas
que a otro niño habrían espantado y obligado a dejar para otro
momento mejor explorar el resto de la casa.
Pero Xavi, el niño valiente, estaba decidido a descubrir los
misterios que encerraba la vieja casa y siguió su camino hasta una
habitación donde sólo había un armario de madera oscura. Nada más.
Picado por la curiosidad, se dirigió hacia el mueble para abrirlo y
examinar su contenido. Y mientras que con una mano aguantaba la
linterna, con la otra empuñó el pomo de la puerta del armario y
lentamente empezó a tirar de él. Entonces una voz suave y delicada
sonó dentro:
--Es mejor que no abras, niño atrevido.
Lejos de acobardarse, Xavi respondió con un tono parecido al
anterior, como burlándose de la voz:
--Si he llegado hasta aquí es para adivinar qué misterios encierra
esta casa. ¿Eres tú, voz de niña, de muñeca o de lo que sea, uno
de esos misterios?
Capítulo III. El ser misterioso del armario
Xavi levantó el lápiz de la hoja donde estaba escribiendo para ver
entrar a su hermano pequeño Martí, que enseguida le preguntó qué
estaba haciendo.
--Estoy escribiendo una historia de miedo.
--No me gustan las historias de miedo.
--Ésta te gustará porque pienso sacarte en ella.
Martí, sorprendido:
--¿Y qué haré?
--Me ayudarás a descubrir el misterio que hay en el armario.
--¿Qué armario?
--Uno que hay en la casa embrujada que estoy explorando—contestó
Xavi--. ¿Y sabes qué pasó al irlo a abrir? Que de repente sonó
una voz ronca de vieja.
Martí dio un respingo.
--¿Una voz ronca de vieja? ¡Qué miedo! Y tú qué hiciste?
Saldrías corriendo, ¿no?
--Todo lo contrario. Me quedé allí para averiguar
de quién era aquella voz.
--Ya me lo contarás. Ahora me voy a jugar con los coches.
--¿No quieres que te avise cuando salgas en la historia?
--Bueno.
Y Martí salió como había entrado. Xavi volvió la mirada a la hoja
donde escribía y puso al lado del Capítulo III: “El ser
misterioso del armario”. Y en la línea siguiente empezó a
escribir.
“Cuando el ser misterioso del armario oyó lo que había respondido
Xavi a sus palabras, empujó de golpe la puerta, tirando al niño al
suelo. La linterna rodó por el polvo de las baldosas haciendo bailar
el cono de luz por la oscuridad de la habitación.
El niño vio desde el suelo, iluminados por la linterna, los extremos
de unos tentáculos de pulpo gigante terminados en unos pies
desnudos, grandes y deformes, mientras una voz, ahora ronca y muy
desagradable, le decía:
--Deberías hacer más caso a los buenos consejos. Ahora vas a pagar
los resultados de tu imprudencia.
Xavi, sin hacer mucho caso de sus palabras, se levantó rápidamente
y recogió del suelo la linterna. Enfocó con ella el resto del ser
del armario y lo que vio no le hizo ninguna gracia. Era una especie
de pulpo gigante que tenía por cabeza una calavera monda y lironda;
por las cuencas de los ojos salía una luz verdosa y por los agujeros
de la nariz un líquido grueso, a modo de moco, iba bajando hasta la
mandíbula superior y se colaba entre los pocos dientes que
permanecían enganchados a ella; mientras que la lengua parecía un
oscuro badajo dentro de su campana. El resto del cuerpo eran los
tentáculos de pulpo que hacían de manos y pies, unas y otros
provistos de dedos como morcillas y uñas negras y largas como
mejillones.
Al verlo, Xavi dio dos pasos hacia atrás.
--¿Ahora te vas a asustar?—dijo el monstruo avanzando hacia él--.
¿Ahora que te iba a contar quién soy y qué hago en esta casa?
Xavi se rehízo.
--¿Va a durar mucho tu relato?
--Lo que haga falta. No haber venido a molestarme y a arrancarme de
mi sueño de temporada.
--¿Es que duermes por tiempos?
--¡No te burles!—chilló el monstruo con voz atronadora mientras
daba una patada contra el suelo con uno de sus deformes pies y hacía
temblar la habitación como una hoja sacudida por el huracán.
Xavi salió rodando hacia el comedor hasta chocar con una de las
armaduras oxidadas que, con el golpe, cayó deshecha a su lado; el
casco golpeó su propia cabeza. Volvió a perder la linterna, que se
quedó alumbrando los pies deformes del monstruo caminando hacia
donde estaba él.
--Lo siento, niño valiente. No volveré a espantarte. Y en
compensación por el susto que te has llevado, te regalo el casco de
armadura que tienes junto a la cabeza. Hay una sorpresa dentro.
¿Quieres ver lo que es?
Xavi, sin decir nada, se levantó para recoger la linterna. Luego
volvió a donde estaba el casco de la armadura y, tras cogerlo con la
otra mano y oír algo rodar dentro, enfocó con la linterna la
extraordinaria cabeza del durmiente del armario. La luz verdosa de
las cuencas de los ojos de su calavera brilló extrañamente antes de
recorrer de arriba abajo el cuerpo del niño; enseguida la luz de los
ojos aflojó su intensidad y el oscuro badajo de la lengua se movió
para decir con voz tranquilizadora:
--Entonces ¿qué dices?
--¿Podemos sentarnos en algún sitio?—preguntó a su vez Xavi.
--Además de valiente, eres un niño algo burlón, ¿eh? Pero me caes
bien. El único sitio donde podemos estar algo más cómodos es
dentro de mi armario. Alucinarás cuando lo veas.”
Capítulo IV. Más sorpresas
En la realidad, Xavi no era tan valiente como cuando escribía,
aunque a veces volvía con Martí solo desde el colegio hasta la
plaza cercana de su casa, donde les esperaba su padre. Pensaba eso
mientras dejaba descansar un rato a su cuento de miedo para dedicar
otro tiempo a los deberes de la escuela. Tenía que hacer un
ejercicio sobre hiatos y diptongos. Al final distinguió
perfectamente unos y otros en la frase: “El agua del río está
fría en invierno”. Y escribió en la ficha: “Hay hiatos en río
y en fría, y diptongos en invierno y en agua.”
En ese momento entró Martí con un coche en la mano y haciendo el
ruido del motor con la boca.
--BUUUUURRRRRRRRRR. ¿He salido en la historia?—añadió.
--Aún no. Falta poco. Ya te dije que te avisaría.
--¿Dónde te has quedado?
--Cuando acabe los deberes del colegio, seguiré el cuento. Iré con
el monstruo a su armario y allí me contará quién es y qué está
haciendo en la casa embrujada. Ah, Martí, se me olvidaba decirte que
me ha regalado un casco de armadura con una sorpresa dentro.
--¿Qué sorpresa?
--Aún no he mirado dentro del casco. Ya te lo diré cuando lo haga.
--Vale, adiós. BUUUURRRRRR.
Martí desapareció de nuevo y Xavi siguió haciendo los deberes. Y
como era ya tarde cuando los acabó y su padre llamó a los dos niños
para cenar, tuvo que dejar la historia para la tarde del día
siguiente.
“El niño valiente, sin deshacerse de la linterna y del casco de
armadura, siguió al monstruo hasta su armario. Éste, muy educado,
le invitó a entrar. Xavi enfocó con la linterna una hilera de capas
colgando allí dentro, antes de que el habitante del mueble las
corriera a un lado para mostrarle el camino que debía tomar con uno
de los tentáculos rematado en una mano de seis morcillas con
mejillones en sus extremos.
Nada más ver lo que tenía delante, Xavi soltó un oh de admiración
al comprobar que se encontraba en un camino alfombrado de pétalos de
rosas y acompañado por árboles que tenían flores rosadas. Era un
día radiante de primavera, y el aire, suave, olía muy bien. Los
pájaros cantaban alegres y un calor agradable acariciaba la cara del
niño.
--Ya puedes apagar la linterna, niño valiente—oyó que alguien
decía a sus espaldas. Xavi se giró y vio a un hombre de mediana
edad, de rostro simpático y bien vestido.
El niño, muy sorprendido:
--¿Usted es el monstruo del armario?
--Pues aunque te parezca increíble, sí. Vamos a sentarnos en uno de los
bancos que hay en el jardín del fondo. Allí te contaré lo que
quieres saber de mí. Mientras llegamos puedes preguntarme lo que
quieras.
Los dos se pusieron a caminar. Xavi no se lo pensó dos veces antes
de preguntarle:
--¿Cómo un hombre normal como usted puede transformarse en un
monstruo tan monstruoso y desagradable? ¿Y cómo un monstruo tan
monstruoso y desagradable puede convertirse en un hombre normal?
--Muy fácil. Tú ya debes de saber qué es una maldición, ¿verdad?
Pues cuando yo tenía más o menos tu edad sufrí la maldición de un
brujo que vivía aquí. Yo era un niño muy travieso y desobediente
que no hacía caso a lo que me decían mis padres.
--¿Como qué?
--Pues por ejemplo que no viniera a esta casa sin su permiso. Claro
que nunca se lo pedí porque ya sabía que no me lo iban a dar. Y una
tarde, al salir del colegio, me vine solo a explorarla. Y como
estaba cerrada, no se me ocurrió otra cosa que romper un cristal de
la puerta y abrir el picaporte de dentro metiendo la mano por el
agujero.
A todo esto el hombre y el niño habían llegado al jardín indicado.
El hombre se sentó en un banco que había junto a una fuente de
sirenas que echaban agua sin cesar e invitó al niño a sentarse a su
lado. Xavi obedeció dejando a sus pies, sobre el césped, la mochila
y el casco de la armadura.
--¿Qué pasó?—preguntó enseguida.
--De momento, nada. Pero cuando a mi encuentro salieron tres niñas
muy guapas y empezaron a hablarme, su padre el brujo apareció hecho
una furia detrás de ellas. Les pidió que se fueran dentro
inmediatamente y luego clavó en mí su mirada de fuego.
--¡Tú no sabes lo que has hecho!—voceó--. Y me maldijo por haber
visto a sus hijas. Y añadió que yo nunca vería la luz verdadera.
Me condenó a vivir en este mundo irreal y a tener que alimentar esta
fuente trayendo diariamente agua de un pozo que está lejos. Sólo
así sus hijas, convertidas en sirenas, podrían crecer hasta hacerse
mayores, pero siempre sin dejar de ser de piedra.
--¿Y por qué en sirenas? ¿Y por qué de piedra?
--Te explico. El padre de las tres chicas, además de brujo era
amante de la escultura y siempre que podía compraba estatuas para
adornar su jardín. Y un día que se había encaprichado de una
estatua de delfín que poseía un mago rival suyo, como su dueño no
quería venderla, se la robó, con tan mala suerte que mientras la
traía a casa, se le cayó al suelo y se rompió en cien pedazos. Al
momento presintió que algo muy malo le estaba pasando a su familia.
Y así era porque al entrar en el jardín se encontró con que sus
tres hijitas estaban sobre el césped convertidas en sirenas de
piedra. Y a sus pies un papel, firmado por su rival el mago que
decía: “Si quieres ver crecer a tus hijas, ponlas sobre una fuente
y haz que echen agua todos los días. Crecerán, pero siempre como
sirenas de piedra. Así no te olvidarás del delfín que me robaste.”
Xavi le escuchaba con muchísima atención.
--¿Y el brujo cuándo murió?—dijo.
--Cuando vio que sus hijas habían crecido hasta hacerse mayores.
--¿Y a usted cuándo lo convirtió en un monstruo?
--Poco antes de morir me condenó a vivir siempre en este mundo del
armario y a salir de él sólo para vigilar que no entrara nadie en
esta casa. Y para asustar a los intrusos con la forma de pulpo
gigante y horrible que tú ya sabes, niño valiente. Dejó dicho a
las paredes que temblaran cuando soplaba fuerte el viento y se
encogieran cuando caía una lluvia prolongada. Y a los pájaros
cantar de día y a mí gritar pidiendo socorro de noche.
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