Hace poco acabé de releer el preciado y precioso libro de Natalie
Goldberg sobre el gozo de escribir, que, pese a la horrorosa edición en español
(fallos de sintaxis, léxico y especialmente de ortografía, de lo que el original no tiene ninguna culpa), ofrece innumerables
aciertos sobre el acto de la creación literaria, de los cuales me he permitido
entresacar los que más han llamado mi atención y con los que estoy
absolutamente de acuerdo.
Los he reconstruido a mi manera.
Escribir puede ser todo lo que nos queda y puede ser que no sea
suficiente.
Escribimos porque sufrimos y escribir es un modo de transformar el
sufrimiento en un tesoro.
Nosotros somos el producto de la era moderna; ella es a la vez nuestra
riqueza y nuestro problema.
Todos poseemos una voz auténtica capaz de expresar los diversos aspectos
de nuestra existencia de modo honrado, digno y preciso.
Si nos acostumbramos a apreciar la calidad de nuestros escritos,
reduciremos progresivamente el desfase entre nuestra verdadera naturaleza y
nuestra capacidad de ser conscientes de ella.
La relación entre nuestra riqueza interior, el concepto que tenemos de
nosotros mismos y lo que producimos nos dará la tranquilidad y la confianza que
tan difícil les resulta encontrar a muchos artistas.
Nosotros escribimos en el instante presente, y en lo que escribimos
reflejamos el ambiente, las emociones y lo pensamientos del momento.
Lo que escribimos es siempre verdad.
Desnudarse escribiendo es renunciar a cualquier control.
Cada verso de un poema tiene que estar vivo.
Escribimos porque dar forma a una palabra con los labios y la lengua, o
pensar algo y a continuación atrevernos a escribirlo para no volver a pensarlo
otra vez es la experiencia más intensa que conocemos. Porque estamos intentando
convertirnos en algo vivo, descubrir lo que se esconde en los rincones de
nuestra interioridad, sacarlo a la luz y proporcionarle forma y color.
Hacer algo con la totalidad de nuestro ser es algo así como emprender un
viaje solitario.
Todo cuanto veamos debe estimular en nosotros la curiosidad y empujarnos
a observar de cerca lo que se encuentra dentro de ello.
Debemos apreciar lo que escribimos en su justo valor, y no debe
importarnos tanto que los demás lo aprecien.
Aunque pensemos que el éxito es
sinónimo de felicidad, también puede significar soledad, aislamiento,
desilusión. Por eso tiene sentido que el éxito sea todas estas cosas.
Escribimos porque en secreto querríamos vivir eternamente. Nos hace daño
la provisionalidad, el paso del tiempo. Dentro de cada una de nuestras alegrías
asoma el continuo tormento de que todo pasará.
Dedicarse a la práctica de la escritura significa en última instancia
dedicarse a la propia existencia en su integridad.
Cuando escribimos conviene que seamos extremadamente precisos y
detallados y procuremos extirpar el vicio de las divagaciones abstractas y
generalizadas.
A veces, en la práctica de la escritura debemos abandonar el control y
escribir dejándonos llevar por el oleaje de las emociones.
Siempre tenemos que buscar la profundidad de las cosas para poder
escribir con libertad lo que tenemos que escribir.
Pese a todo, escribamos con claridad y con honestidad.
Cada vez que nos ponemos a escribir iniciamos un nuevo viaje sin guías ni
mapas.
La poesía es portadora de vida; ella
misma es como un vehículo de vitalidad.
En el proceso de nuestra escritura debemos pretender mostrar y transmitir
el equilibrio interior.
Para nuestra seguridad artística, no debemos tener miedo de nuestras
voces interiores ni de las críticas exteriores. No podemos perseguir
afanosamente la belleza con el miedo pisándonos los talones.
Escribir debe ser para nosotros una actividad sencilla, fundamental y
austera.
Cuando nos ponemos a escribir, escribamos. Dejemos de enredarnos en los
sentimientos de culpa, las acusaciones y las amenazas.
Tengamos en cuenta que una poesía es un breve momento de iluminación.
Escribir posee una energía increíble. Nuestra fuerza reside siempre en la
acción de escribir.
La belleza, que es un fin en sí misma, no necesita ninguna razón para
existir.
La verdadera vida está en escribir, no en leer infinitas veces las mismas
poesías durante años y años.
Debemos aceptar que cuando escribimos un libro, estamos completamente
solos, y aunque también aceptemos el amor y la ayuda que nos dan, no podemos
albergar demasiadas expectativas respecto a ello.
Cuando escribimos hay momentos en los que conseguimos disipar nuestras
nieblas mentales y alcanzar cierta claridad.
Un verso puede ser todo el poema si en él se conserva toda la energía de
esa composición.
Desde el principio hemos de estar convencidos de que escribir es hermoso
y placentero.
Nosotros y nuestras palabras no somos la misma cosa. Las palabras que
escribimos representan un momento importante que nos atravesó. En ese momento
estábamos despiertos y al escribir sobre él conseguimos capturarlo.
Escribir es todo, sin condiciones. No existe separación entre la
escritura, la mente y la vida.
La práctica de la escritura ablanda el corazón y la mente, y ayuda a
mantenernos flexibles.
Cuando escribamos, dejémonos llevar completamente y, para expresar lo que
tenemos dentro, recurramos a un comienzo sencillo, con palabras de siempre. No
olvidemos que estamos poniendo al desnudo nuestra existencia, no la manera que
el ego quiere vernos representados, sino como somos en nuestra esencia humana.
Por eso debemos considerar el acto de escribir como un acto religioso.
Si al escribir aceptamos la verdad de lo que somos, conseguiremos
alcanzar un punto de ayuda que nos permitirá crecer como escritores.
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