Y si hablamos de procesiones, quizá una de las más representativas de nuestra Semana Santa,
junto a las del Cristo de las Injurias, del Miércoles Santo, del
Yacente, del Jueves Santo, la de Jesús
Nazareno, del Viernes Santo, o la de la Santísima Resurrección, del Domingo de
Gloria, sea la procesión de las Capas
Pardas, nombre popular que recibe la Hermandad Penitencial del Santísimo
Cristo del Amparo, que todos los Miércoles Santos a las doce de la noche sale
en procesión de la iglesia de San Claudio de Olivares, acompañando a la imagen
de Jesús en la cruz. El Crucificado, que data del último cuarto del siglo XVIII y atribuido a José Cifuentes Esteban, posee
tamaño natural. Va colocado sobre una sencilla mesa que representa el Gólgota, con
el único adorno de una calavera y unos cardos. Su aspecto sobrio
resultaba plenamente adecuado para la procesión que se estaba diseñando, y por
ello fue elegida esta imagen.
El hábito de los cofrades es la capa alistana (la de los pastores de
Aliste, Carbajales y Sayago, aunque no la de trabajo, sino la utilizada en días
especiales), que por su color oscuro
da nombre a la denominación popular de Capas
Pardas. Los cofrades, que además portan un farol de hierro forjado,
desfilan dispuestos en forma de cruz latina. El Cristo es llevado sobre unas
sencillas andas portadas por doce hermanos a dos hombros, con la iluminación de
sólo cuatro faroles rústicos, para realzar el patetismo de la imagen en la
oscuridad de la noche. Las matracas anuncian el paso de la procesión. Un
bombardino y un cuarteto de viento interpretan piezas fúnebres a lo largo del
recorrido, marcado por las calles en torno al Castillo, produciéndose su
momento más significativo al pasar bajo la Puerta del Obispo. Y cuando la Cofradía
regresa al templo de salida, un coro entona el Miserere Popular Alistano, cuyas
dos primeras estrofas son las que siguen:
I
“Ten mi Dios, mi
bien, mi amor,
misericordia de mí.
Ya me ves postrado aquí,
con penitente dolor:
ponga fin a tu rigor
una constante concordia,
acábese la discordia,
que causó el yerro común,
y perdóname según
tu grande misericordia.
II
Y según la multitud
de tus dulces y adorables
misericordias amables,
sácame de esclavitud.
Ya me ofrezco a la virtud,
misericordia de mí.
Ya me ves postrado aquí,
con penitente dolor:
ponga fin a tu rigor
una constante concordia,
acábese la discordia,
que causó el yerro común,
y perdóname según
tu grande misericordia.
II
Y según la multitud
de tus dulces y adorables
misericordias amables,
sácame de esclavitud.
Ya me ofrezco a la virtud,
y protesto a tu bondad,
que con letras de verdad,
caracteres de mi fe,
yo tu amor escribiré,
borra tú mi iniquidad.”
que con letras de verdad,
caracteres de mi fe,
yo tu amor escribiré,
borra tú mi iniquidad.”
No quiero desaprovechar la ocasión que se me
brinda en este apartado para hablar, aunque sea brevemente, de otro momento solemne,
como pocos durante las procesiones de la Semana Santa, que tiene lugar durante
el desfile de la Hermandad Penitencial
del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, cofradía que se fundó diez años
después de mi marcha de Zamora, es decir en 1974, y que no presencié hasta los
años 90, en uno de mis felices retornos a la ciudad del alma. La Hermandad,
formada por unos cuatrocientos miembros, tiene su sede en la iglesia de San
Vicente Mártir, de donde sale y adonde regresa la procesión. El Crucificado,
cuya autoría se reparte los nombres insignes de Gaspar Becerra y Ruiz de
Zumeta, es una talla en madera policromada que ha sido sometida a varias
restauraciones por el pésimo estado de conservación que tenía cuando se
descubrió. Lo curioso además es que la imagen es portada por ocho cofrades
(hábito monacal blanco con capucha, sandalias y faja y una tea) en unas
sencillas andas diseñadas para transportar al Cristo en posición inclinada.
La procesión comienza a las doce de la noche del Lunes Santo, y tras
callejear por el casco antiguo hasta llegar a la plaza de Santa Lucía, se
produce el momento solemne al que me refería más arriba. Detenido el desfile en
la emblemática plaza mencionada, un coro entona el tradicional “Jerusalem, Jesuralem”:
“Jerusalem Jerusalem
Jerusalem Jerusalem,
Convertere convertere
ad dominum deum tuum
tristis est anima mea
usque ad morten
sustinete hic
et vigilate mecum
nunc videbitis turbam
que circundebit me
o vos omnes qui transitis per viam
attendite et videte
si est dolor si est dolor
si est dolor si est dolor
Sicut dolor meus
Jerusalem Jerusalem…”
El coro entona también otras composiciones como, Pater, Sitio o Tenebrae
a lo largo del recorrido hasta que se recoge hacia las dos de la madrugada en
la misma iglesia de San Vicente donde se entona el Vexila Regis:
“Vexilla regis prodeunt,
fulget crucis mysterium,
quo carne carnis conditor
suspensus est patibulo…”
Y ya puestos a hablar de otros momentos clave de nuestra Semana Santa, quiero despedir este apartado mencionando el momento y la música que forman un matrimonio especial en el interior de San Juan Bautista poco antes de la salida del templo de la procesión de la cofradía de Jesús Nazareno (vulgo, Congregación) en la madrugada del Viernes Santo. Ese momento y esa música perfectamente ensamblados se producen cuando el paso denominado el Camino del Calvario (popularmente, Cinco de Copas, por la disposición de sus figuras en el paso a semejanza del naipe) obra de Justo Fernández y guión de la procesión, se pone a bailar en el interior del templo de un modo singular que todos los zamoranos conocemos a la perfección, acompañado de la fúnebre Marcha de Thalberg. El paso representa el momento en que Jesús, cargado con la cruz es conducido al calvario escoltado por un centurión romano, que apunta hacia delante con el brazo extendido, un sayón que tira de la cuerda atada al cuello de Jesús, y dos soldados. Quien ha vivido ese momento del baile majestuoso de las cinco figuras del zamorano Justo Fernández y oído esa música que taladra el corazón de los tiempos, no los olvidará en su vida. Después a lo largo del recorrido del desfile formado por miles de cofrades (hábito de percal negro con cola, sin capa y el rostro cubierto con un caperuz sin punta) y por numerosos pasos (entre otros, además del mencionado, La Caída, La Redención, La Crucifixión, La Elevación de la Cruz, La Agonía y la Virgen de la Soledad), seguirá sonando, junto con otras músicas, la marcha fúnebre de Thalberg. Los muchachos aprendimos una letra jocosa para acompañar los sones de lamento de la Marcha, cuya frase más repetida (en realidad es lo único que recuerdo de la canción) era algo así como “Y no tenía jabón pa lavar.” Bromista, puede, pero constituye la providencial muleta para recordar esa música que ya es inmortal para el zamorano que se precie.
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