I.
DESDE DOÑA
JIMENA A LA CELESTINA (1)
Hace poco leía yo en Cátedra, una buena revista de
educación donde las haya, que una profesora de Literatura se quejaba de la poca
presencia que tienen las escritoras españolas en los manuales de texto de dos de las editoriales españolas más importantes,
Santillana y Teide, en el siglo XIX, en el que, según ella, sólo
aparecen dos escritoras: Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán, frente a
siete escritores: Bécquer, Espronceda, Larra, Zorrilla, Duque de Rivas, Clarín,
y Galdós. Lamentable. Ha cambiado mucho
el sistema educativo, en la alternancia en el Gobierno de los dos partidos
políticos principales, y para mal. Cuando yo enseñaba procuraba hablar también
de las poetisas Carolina Coronado y Gertrudis Gómez de Avellaneda en el periodo
mencionado, siguiendo lo que había aprendido con mis profesores cuando yo estudiaba en el instituto de mi ciudad natal. Pero eso es una cosa, penosa desde luego, y lamentable, como digo: la escasa presencia de
las escritoras en los manuales de texto que hoy en día estudian nuestros
adolescentes, y otra bien distinta la que intento presentar aquí con el título que aparece arriba. Mujeres en la literatura española, como autoras (además de las mencionadas, María de Zayas, Teresa de Jesús, Rosa Chacel, Carmen Laforet, Ana María Matute y un largo etcétera) y como personajes, que será el cuerpo principal de mi modesto trabajo y algunos de cuyos nombres incluyo a continuación, presentes por otra parte en todos los géneros cultivados. Y así pasarán por aquí, entre
otras, doña Jimena, doña Elvira y doña Sol, esposa e hijas del Cid, del Cantar
de Gesta que lleva el nombre del Campeador, la Virgen María de Los Milagros de
Nuestra Señora de Berceo y de las Cantigas de Santa María de Alfonso X el
Sabio, la Trotaconventos del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, precedente
a su vez de la Celestina de Fernando de Rojas, Melibea, de la misma obra, Dulcinea
del Toboso, del Quijote de Cervantes, doña Inés, del drama Don Juan Tenorio de
Zorrilla, Fortunata y Jacinta, de la novela del mismo nombre de Galdós, Ana Ozores,
de La Regenta de Clarín, y así hasta llegar a otros tantos nombres ilustres de
nuestra más reciente literatura, como Bernarda Alba y sus cinco hijas, de la
tragedia La casa de Bernarda Alba de García Lorca, Andrea, de la novela Nada de
Carmen Laforet, o Carmen, de la novela Cinco horas con Mario de Delibes, sin
olvidar a las mujeres anónimas que siembran de sentimientos variados todas las
etapas de nuestra literatura. Nadie puede poner en duda ni su presencia ni su
importancia. Y a las pruebas nos remitimos.
Quejas y
razones de amor
La primera manifestación literaria se debió a una
mujer, que se quejaba de que su amado (amigo) se había alejado de su lado o se
había muerto. Las jarchas y las cantigas de amigo, son un buen ejemplo de ello.
En ellas la enamorada hace testigo de sus penas y lamentos a su propia madre, a
sus hermanas o a una amiga suya. Tres ejemplos:
“Merced,
amigo mío.
No me
dejes sola.
Hermoso,
besa mi boquita:
yo sé
que no te irás.”
“Decidme,
ay, hermanitas,
¿cómo
contener mi mal?
Sin mi
amado yo no viviré:
¿adónde
iré a buscarlo?”
“Tanto
amarte, tanto amarte,
amado,
tanto amarte,
enfermaron
mis ojos alegres.
Ya me
duelen con tanto dolor.”
Composiciones de parecido tema son, entre otras, Razón
de amor con los denuestos del agua y del vino, la Disputa de Elena y María y La
vida de Santa María Egipciaca. En Razón de amor, aparece un personaje masculino
que se retrata como culto, contando en primera persona que una tarde, mientras
dormía la siesta apaciblemente en un huerto ve en sueños un vaso de vino y otro
de agua que han sido colocados allí por una mujer para obsequiar a su marido. Éste
bebe del vaso de agua, que tiene poderes mágicos, y aparece una doncella que
canta penas de amor. Los dos enamorados se reconocen como tales mediante
prendas de amor e inmediatamente se produce el encuentro amoroso y la
separación consiguiente con la llegada del alba. Para finalizar aparece una
paloma que vierte el vaso de agua en el del vino. Dada la dificultad original,
copio un fragmento del relato más o menos versificado en castellano actual que
hace el protagonista:
“En
el mes de abril después yantar
estaba
bajo un olivar
y un
vaso de plata vi brillar.
Lleno
estaba de vino
que
era bermejo y fino;
Cubierto
era de tal mesura,
que
no lo toca la calentura.
Una
dama allí lo había puesto,
que
era señora del huerto,
para
que cuando su amigo viniese
de
aquel vino a beber le diese;
y que
de tal vino tuviese
en la
mano cuando comiese.
Y de
él tuviese cada día:
nunca
más enfermaría.
Bajo
el manzanar
me
deshice de la vestidura
para
que no me hiciese mal la calentura.
Me
acerqué a un manantial,
nunca
hubo hombre que tuviese suerte tal.
Tan
gran virtud su agua tenía
que el
frescor que de ella salía
en
todo su alrededor
no se
sentía el calor.
Todas
las hierbas muy bien olían
si a
la fuente cerca tenían:
allí
había salvias, había rosas,
lirios
y violas.
Tantas
hierbas allí había
que
solo nombrarlas no sabría.
Mas
el olor que de allí salía
a hombre
muerto resucitaría.
Tomé
del agua un bocado
Y fue
del todo refrescado.
Otro
vaso había allí
lleno
de un agua muy fría.
Bebería
de ella de buen grado,
mas tuve
miedo de ser encantado.
Sobre
un prado puse mi cabeza
para
que no me hiciese mal la siesta;
en mi
mano tomé una flor,
y
quise cantar amor,
pero
vi venir a una doncella,
que
nadie había visto más bella.
Blanca
era y bermeja,
cabellos
cortos sobre la oreja,
frente
blanca y lozana,
cara
fresca como manzana;
nariz
igual y derecha,
nunca
viste otra tan bien hecha;
Ojos
negros y rientes,
boca
a razón y blancos dientes;
labios
bermejos non muy delgados
verdaderamente
bien mesurados…”
En la Disputa de Elena y María, dos hermanas jóvenes y
de buena posición social discuten sobre si es mejor ser amiga de un clérigo o
de un caballero. Como es habitual en este tipo de obras, unas veces se alaban y
otras se denuncian las ventajas, con lo que se nos muestra el anverso y el
reverso de los dos estamentos sociales, si bien sólo se hace valorando tanto en
los pros como en los contras los aspectos materiales, dejando de lado los
espirituales. Como no se ponen de acuerdo las dos hermanas, deciden buscar un
árbitro, el rey Oriol, para exponerle el punto de su discordia. Y la
composición, incompleta, acaba ahí. Como muestra, copio el fragmento en el que
una hermana reprende a la otra por los argumentos empleados para defender a su
amigo.
“…somos hermanas e fijas de algo,
mais yo amo el mais alto,
ca es caballero armado,
de sus armas esforçado;
el mio es defensor,
el tuyo es orador:
quel mio defende tierras
e sufre batallas e guerras,
ca el tuyo yanta e yaz
e siempre esta en paz.
Maria, atan por arte,
respuso de la otra parte
Ve, loca, trastornada,
ca non sabes nada!
dizes que yanta e yaz
por que esta en paz!
ca el vive bien honrado
e sin todo cuidado;
ha comer e beber
e en buenos lechos yazer;
ha vestir e calçar
e bestias en que cabalgar,
vasallas e vasallos,
mulas e caballos;
ha dineros e paños
e otros haberes tantos.
De las armas non ha curar
e otrosi de lidiar,
ca mas val seso e mesura
que siempre andar en locura,
como el tu caballero
que ha vidas de garçon.
Cuando al palacio va
sabemos vida que le dan:
el pan a racion,
el vino sin sazon;
sorrie mucho e come poco,
va cantando como loco;
como tray poco vestido,
siempre ha fambre e frio.
Come mal e yaze mal
de noche en su hostal,
ca quien anda en casa ajena
nunca sal de pena.”
mais yo amo el mais alto,
ca es caballero armado,
de sus armas esforçado;
el mio es defensor,
el tuyo es orador:
quel mio defende tierras
e sufre batallas e guerras,
ca el tuyo yanta e yaz
e siempre esta en paz.
Maria, atan por arte,
respuso de la otra parte
Ve, loca, trastornada,
ca non sabes nada!
dizes que yanta e yaz
por que esta en paz!
ca el vive bien honrado
e sin todo cuidado;
ha comer e beber
e en buenos lechos yazer;
ha vestir e calçar
e bestias en que cabalgar,
vasallas e vasallos,
mulas e caballos;
ha dineros e paños
e otros haberes tantos.
De las armas non ha curar
e otrosi de lidiar,
ca mas val seso e mesura
que siempre andar en locura,
como el tu caballero
que ha vidas de garçon.
Cuando al palacio va
sabemos vida que le dan:
el pan a racion,
el vino sin sazon;
sorrie mucho e come poco,
va cantando como loco;
como tray poco vestido,
siempre ha fambre e frio.
Come mal e yaze mal
de noche en su hostal,
ca quien anda en casa ajena
nunca sal de pena.”
Finalmente, la Vida de Santa María Egipciaca es un
poema hagiográfico de la primera mitad del siglo XIII, emparentado con el mester
de clerecía y escrito en 1451 pareados de rima irregular en castellano con
rasgos de aragonés, que cuenta la vida de la prostituta y luego santa, María
Egipcíaca. La historia de María, bella y lasciva, que abandona su hogar para
dedicarse a la prostitución en Alejandría. Cuando envejece marcha hacia
Jerusalén, pero poco antes de llegar, unos ángeles se la llevan. Arrepentida, se retira al
desierto para hacer vida de eremita, donde contará su vida a un monje que será
el encargado de transmitir su historia. La estructura del poema alberga el
contraste entre la María joven y bella, pero corrupta internamente, y la
anciana que contiene un alma purificada. Así comienza la obra (adaptada al
castellano actual):
“Oíd, varones, una razón que guarda
en sí mucha verdad.
Escuchad de corazón si buscáis de
Dios perdón.
Todo es hecho de verdad y no hay nada
de falsedad.
Todos aquellos que a Dios amen estas
palabras escucharan
y los que de Dios no se preocupan
esta palabra les será muy dura.
Bien sé que de voluntad la oirán
aquellos que a Dios amarán
Y los que a Dios amen gran galardón de
Él recibirán.
Si escucháis esta palabra más os
valdrá que una fábula
de una dama que habéis oído quiero
contaros toda su vida
de santa María egipciaca que fue una
dama muy lozana
y de su cuerpo muy lozana cuando era doncella y niña
belleza le dio Nuestro Señor porque
fue hermosa pecadora.
Mas la merced del Creador después le
hizo gran amor.
Esto sepa todo pecador que fuere
culpado por el Creador
que no es pecado tan grande ni tan horrible
que no le conceda Dios su perdón.
Por penitencia o por confesión
quien se arrepiente de corazón
luego le perdona Dios.
Los que toman penitencia bien se
guarden de descreencia,
que quien descree del Creador no
puede tener su amor.
El pecado no es criatura, sino vicio
que viene de natura.
Dios del cielo non creó pecado, aunque
en todos está asentado,
es asentado malo nuestro pecado.
En todos puso enemigos obligados a
hacer todos los males,
que no hay hombre nacido que a ello
sea castigado.
Los apóstoles que a Dios sirvieron
pecaron mucho y mucho fallaron,
que no se debe maravillar si a un
hombre le ven pecar.
Mas de aquel es gran maravilla que
siempre duerme y nunca vela.
Quien en sus pecados duerme tan
fuerte no despierta hasta que muere…”
Destierros y traiciones
Y en el principal cantar de gesta de nuestra
literatura, el denominado Poema de Mio Cid, por seguir el hilo cronológico, el
elemento femenino es fundamental para el desarrollo del argumento y la
distribución de la estructura formal. Y si no, recordemos a la niña de nueve
años que aparece en la primera parte del Poema, la del Destierro del Cid por
orden de Alfonso VI, pidiendo por favor al Campeador que siga adelante en su
triste marcha hacia el destierro de Castilla si no quiere que el Rey la castigue
a ella y a cuantos intenten ayudarle dándole cobijo arrebatándoles lo poco que
tienen, incluidos los ojos de la cara. He aquí el texto:
“La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
"Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
el rey lo ha vedado, anoche a
Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y
fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte
asilo por nada,
porque si no perderíamos los
haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas."
Esto le dijo la niña y se volvió
hacia su casa.”
Algo parecido ocurre entre doña Jimena, la esposa del
Cid y las dos hijas de ambos, doña Elvira y doña Sol, cuando el Campeador,
antes de salir hacia el Destierro, oye misa con ellas en el monasterio de San
Pedro de Cardeña y luego se despide de sus seres queridos. Todos lloran en la
despedida y al separarse lo hacen, como dice el juglar anónimo, con el dolor
que produce separar la uña de la carne. La ternura con que el Cid mira a sus
hijas antes de partir hacia el destierro no ofrece dudas, ni la recomendación
que hace el Campeador al abad don Sancho para que cuide de las tres mujeres de
su vida durante su ausencia. Ver el framento correspondiente:
“Ya la oración se termina, la misa acabada
está,
de la iglesia salieron y prepáranse a
marchar.
El Cid a doña Jimena un abrazo le fue
a dar
y doña Jimena al Cid la mano le va a
besar;
no sabía ella qué hacerse más que
llorar y llorar.
A sus dos niñas el Cid mucho las
vuelve a mirar.
"A Dios os entrego, hijas, nos
hemos de separar
y sólo Dios sabe cuándo nos volvamos
a juntar."
Mucho que lloraban todos, nunca
visteis más llorar;
como la uña de la carne así
apartándose van.
Mío Cid con sus vasallos se dispone a
cabalgar,
la cabeza va volviendo a ver si todos
están.
Habló Minaya Álvar Fáñez, bien oiréis
lo que dirá:
"Cid, en buena hora nacido,
¿vuestro ánimo dónde está?
“Pensemos en ir andando y déjese lo
demás,
todos los duelos de hoy en gozo se
tornarán,
y Dios que nos dio las almas su
consejo nos dará”.
Al abad don Sancho vuelve de nuevo a
recomendar
que atienda a doña Jimena y a las
damas que allí están,
a las dos hijas del Cid que en San
Pedro han de quedar;
sepa el abad que por ello buen premio
recibirá.”
Sin salirnos del Poema, en la segunda parte, tras la
conquista de Valencia por el Cid y la reconciliación entre él y el Rey, las dos
hijas del Campeador, contraen matrimonio con los Infantes de Carrión, los
cuales, tras sufrir el escarnio del león a cargo de los hombres del Cid,
deciden fingir su marcha para vengarse de la burla atando a dos árboles del
robledal de Corpes a sus recientes esposas para azotarlas y dejarlas medio
muertas. He aquí el pasaje donde las insultan, las dejan en camisa y las azotan
bárbaramente; luego las abandonan a su suerte, medio muertas.
“Escuchadnos bien, esposas, doña
Elvira y doña Sol:
vais a ser escarnecidas en estos montes las dos,
nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no
tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.
Luego con estas noticias irán al Campeador
y quedaremos vengados por aquello del león.”
Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos,
sólo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión,
cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las damas así hablaba doña Sol:
“Vos, don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios,
sendas espadas tenéis de buen filo tajador,
de nombre las dos espadas, Colada y Tizona, son.
Cortadnos ya las cabezas, seamos mártires las dos,
así moros y cristianos siempre hablarán de esta acción,
que esto que hacéis con nosotras no lo merecemos, no.
No hagáis esta mala hazaña, por Cristo nuestro Señor,
si nos ultrajáis caerá la vergüenza sobre vos,
y en juicio o en corte han de pediros la razón.”
Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió;
empezaron a azotarlas los infantes de Carrión,
con las cinchas corredizas les pegan sin compasión,
hiérenlas con las espuelas donde sientan mas dolor,
y les rasgan las camisas y las carnes a las dos,
sobre las telas de seda limpia la sangre asomó.
Las hijas del Cid lo sienten en lo hondo del corazón.
¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador
que asomase por allí Mío Cid Campeador!
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son,
los briales y camisas mucha sangre los cubrió.
Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión,
esforzándose por ver quién les pegaba mejor.
Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol.”
vais a ser escarnecidas en estos montes las dos,
nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no
tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.
Luego con estas noticias irán al Campeador
y quedaremos vengados por aquello del león.”
Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos,
sólo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión,
cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las damas así hablaba doña Sol:
“Vos, don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios,
sendas espadas tenéis de buen filo tajador,
de nombre las dos espadas, Colada y Tizona, son.
Cortadnos ya las cabezas, seamos mártires las dos,
así moros y cristianos siempre hablarán de esta acción,
que esto que hacéis con nosotras no lo merecemos, no.
No hagáis esta mala hazaña, por Cristo nuestro Señor,
si nos ultrajáis caerá la vergüenza sobre vos,
y en juicio o en corte han de pediros la razón.”
Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió;
empezaron a azotarlas los infantes de Carrión,
con las cinchas corredizas les pegan sin compasión,
hiérenlas con las espuelas donde sientan mas dolor,
y les rasgan las camisas y las carnes a las dos,
sobre las telas de seda limpia la sangre asomó.
Las hijas del Cid lo sienten en lo hondo del corazón.
¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador
que asomase por allí Mío Cid Campeador!
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son,
los briales y camisas mucha sangre los cubrió.
Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión,
esforzándose por ver quién les pegaba mejor.
Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol.”
Continuando en
la Edad Media de nuestra Literatura, encontramos manifestaciones variadas donde
la mujer ejerce un papel importantísimo. Sin dejar los cantares de gesta, en el
del Cerco de Zamora, la reina de la ciudad, doña Urraca, a la que su padre el
rey de Castilla y León Fernando I le legó en su lecho de muerte la ciudad del
Duero, sufre el asedio de su ambicioso hermano Sancho II, que quiere reunir
bajo su cetro todos los reinos que separó su padre al morir, y ya sólo le falta
Zamora. Por suerte Bellido Dolfos acaba con Sancho y el Ojito del Duero
permanece libre. Durante el cerco entre Urraca y el propio Cid, que es seguidor
de Sancho II, surge un diálogo interesante en el que la reina de Zamora le
recrimina su acción y le recuerda su pasada relación amorosa. Ver el texto del
romance viejo que recoge dicho diálogo:
“—¡Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano!
Acordársete debría
de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero
en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino,
tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro
porque fueses más honrado;
pensando casar contigo,
¡no lo quiso mi pecado!,
casástete con Jimena,
hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros,
conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey
por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo
volvióse mal angustiado:
—¡Afuera, afuera, los míos,
los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha
una vira me han tirado!,
no traía el asta hierro,
el corazón me ha pasado;
¡ya ningún remedio siento,
sino vivir más penado!”
el soberbio castellano!
Acordársete debría
de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero
en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino,
tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro
porque fueses más honrado;
pensando casar contigo,
¡no lo quiso mi pecado!,
casástete con Jimena,
hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros,
conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey
por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo
volvióse mal angustiado:
—¡Afuera, afuera, los míos,
los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha
una vira me han tirado!,
no traía el asta hierro,
el corazón me ha pasado;
¡ya ningún remedio siento,
sino vivir más penado!”
En otro cantar de gesta, el de La condesa traidora y
el conde Sancho García, conocido por las versiones que se hizo de él en la
Crónica Najerense del siglo XII o en la Crónica General del XIII, entre otras,
trata de la perfidia que trama la condesa de Castilla, esposa del conde García
Fernández, la cual, seducida por el caudillo cordobés Almanzor a la que ofrece
ser su esposa y reina de Córdoba, maquina un plan para que su marido el conde
acabe siendo derrotado y muerto por las tropas de Almanzor tras alimentar
deficientemente al caballo que monta. Y no contenta con eso, trata de asesinar
al hijo de ambos, al sucesor en el condado, que es Sancho García. Pero éste,
con intervención divina, es avisado de la conspiración de su madre y acaba con
su vida.
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