Las noticias lamentan hoy la muerte de
una periodista ejemplar, Paloma Gómez Borrero, que había nacido en Madrid en
1934. Graduada en la Escuela Oficial de Periodismo, trabajó como enviada
especial del Semanario Gráfico en países europeos como el Reino Unido, Austria
o Alemania. También fue durante años corresponsal de TVE en Italia y el
Vaticano, de la emisora de radio COPE y del programa Ventana al mundo de la
Radio para Latinoamérica. Últimamente colaboraba en nuestro país en
diversos programas televisivos.
Paloma Gómez Borrero, además de ser una periodista respetuosa con las
opiniones de los demás, fue una aceptable escritora, a cuya pluma se
deben títulos como Huracán Wojtila, sobre la vida del papa Juan Pablo II, a
quien siguió en sus múltiples viajes pastorales por el mundo haciendo de
cronista de los mismos para España, Juan Pablo, amigo, o Una guía del viajero
para el jubileo. Caminando por Roma.
Ha recibido por su trabajo periodístico numerosos
premios y distinciones, entre los que destacan los siguientes: el Gold Mercury
Award, premio a la profesionalidad, por la cobertura de dos cónclaves y del
secuestro y asesinato de Aldo Moro; el Calabria, entregado por el presidente de
Italia al mejor corresponsal extranjero; el Adelaida Ristori, que se otorga a
las doce mujeres más destacadas en sus correspondientes oficios; la cruz de la
Orden de Isabel la Católica, entregada por Juan Carlos I o el nombramiento de dama
de la Orden de San Gregorio Magno por el papa Juan Pablo II.
De Una guía del viajero para el jubileo. Caminando por
Roma (Plaza y Janés, 2000), entresaco un párrafo del Prólogo que habla de las
diversas Romas que el turista puede encontrar durante su visita a la Ciudad
Eterna y que dice bien de la sensibilidad artística y humana que siempre mostró
Paloma Gómez Borrero:
“Este libro sirve para orientar a los viajeros o para
hacer que se pierdan por lugares insólitos. Para descubrir la Roma secreta,
cargada de historia, señorial y pueblerina. La Roma mística e inaccesible, en
perenne equilibrio entre el universo y la provincia. Para gustar hasta el color,
que forma parte indisoluble de ella: el rosa de las piedras de travertino,
acariciadas por el agua de las fuentes, o el de los mármoles de los palacios al
reflejarse el sol. El rosa que se vuelve gris en los días de lluvia y se
entinta de rojo en las horas mágicas del ocaso y del alba. Porque, como escribió
Stendhal, otro de los enamorados de Roma, en esta ciudad “es necesario
perderse, vagabundear por sus calles para conocerla, para amar sus virtudes,
sus defectos y sus vicios.”
Que su palabra delicada, justa, respetuosa, alegre sea recordada durante mucho tiempo como ejemplo de exigente profesionalidad.
No en balde su volandero nombre, Paloma, rima con la ciudad a la que dedicó mucho tiempo de su vida y de su oficio, Roma.
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