Como este año se cumple el bicentenario del nacimiento
del poeta y dramaturgo vallisoletano José Zorrilla y siempre lo he admirado
mucho, quiero dedicar una página a ensalzar su vida y su obra, así como su
contribución a hacer del Romanticismo español un movimiento literario muy
conocido, respetado y admirado dentro y fuera de nuestro país. Según queda anunciado, Zorrilla nació en Valladolid en 1817. Estudió leyes en Toledo y en su ciudad
natal. Trasladado a Madrid, abandonó su carrera de derecho y se dio a conocer
como poeta en 1837, al declamar ante la tumba de Larra, que acababa de
suicidarse, unos versos dedicados a la vida y a la muerte que comienzan:
“Ese
vago clamor que rasga el viento
es la
voz funeral de una campana,
vano
remedo del postrer lamento
de un
cadáver sombrío y macilento
que en
sucio polvo dormirá mañana.
Acabó
su misión sobre la tierra,
y dejó
su existencia carcomida,
como
una virgen al placer perdida
cuelga
el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
vacío ya de ensueños y de gloria,
y se entregó a ese sueño sin memoria,
¡que
nos lleva a otro mundo a despertar!”
Además de dedicarse al periodismo, fue poeta y un
excelente dramaturgo. Como cultivador de poesía lírica, destacó en Poesías,
Cantos del trovador o Flores perdidas. He aquí un ejemplo, entresacado de su
poema Corriendo van por la vega:
Corriendo
van por la vega
a las
puertas de Granada
hasta
cuarenta gomeles
y el
capitán que los manda.
Al
entrar en la ciudad,
parando
su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que
entre sus brazos lloraba:
“Enjuga
el llanto, cristiana,
no me
atormentes así,
que
tengo yo, mi sultana,
un
nuevo Edén para ti.
Tengo
un palacio en Granada,
tengo
jardines y flores,
tengo
una fuente dorada
con
más de cien surtidores,
y en
la vega del Genil
tengo
parda fortaleza,
que
será reina entre mil
cuando
encierre tu belleza.”
También escribió leyendas en verso como Margarita la
tornera, El capitán Montoya o A buen juez mejor testigo. De esta última
copiamos la Conclusión tras oír todos el testimonio del Cristo de la Vega de
que Diego Martínez había prometido a Inés de Vargas casarse con ella a la
vuelta de la guerra delante de la imagen sagrada:
“Las
vanidades del mundo
renunció
allí mismo Inés,
y
espantado de sí propio
Diego
Martínez también.
Los
escribanos, temblando,
dieron
de esta escena fe,
firmando
como testigos
cuantos
hubieron poder.
Fundóse
un aniversario
y una
capilla con él,
y don
Pedro de Alarcón
el
altar ordenó hacer,
donde
hasta el tiempo que corre,
y en
cada año una vez,
con la
mano desclavada
el
crucifijo se ve.”
Como autor de teatro, le debemos obras inmortales como
El puñal del godo, El zapatero y el rey o Don Juan Tenorio, pieza dramática que
se solía representar en la televisión española durante la festividad de Todos los
Santos y en que se han inspirado escritores, cineastas, músicos y artistas de
todo el mundo. Sólo en el cine español, junto al Quijote de Cervantes, es la
obra que más se ha rodado y estrenado. Y respecto al resto de los campos
antedichos, encontramos sin hacer demasiado extensa la lista, en la música Don
Giovanni de Mozart, en literatura Don Juan ou le festin de pierre, de Moliere,
Don Juan, de Lord Byron, Don Quijote, Don Juan y la Celestina, de R. de Maeztu,
y en la pintura han tratado el tema de Don Juan, los artistas españoles Dalí y
Picasso, entre otros. He aquí unos versos del drama de Zorrilla sacados de la
escena XII en que Don Juan relata a Don Luis sus hazañas amorosas ante otros
caballeros entre los que se encuentran, también con sus disfraces
correspondientes, Don Diego y Don
Gonzalo:
“Por
donde quiera que fui,
la
razón atropellé,
la
virtud escarnecí,
a la
justicia burlé,
y a
las mujeres vendí.
Yo a
las cabañas bajé,
yo a
los palacios subí,
yo
los claustros escalé,
y en
todas partes dejé
memoria
amarga de mí.
Ni reconocí
sagrado,
ni
hubo ocasión ni lugar
por
mi audacia respetado;
ni en
distinguir me he parado
al
clérigo del seglar.
A
quien quise provoqué,
con
quien quiso me batí,
y
nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel
a quien yo maté.
A
esto don Juan se arrojó,
y
escrito en este papel
está
cuanto consiguió:
y lo
que él aquí escribió,
mantenido está por él.”
Viajó a Francia, donde conoció entre otros a Dumas,
Gautier o Muset, y a México donde el emperador Maximiliano lo nombró director
del Teatro Nacional. De regreso a España volvió a casarse e ingresó en la Real
Academia de la Lengua. Murió en Madrid en 1893.
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