Y cerca de la sinagoga, se levanta el sencillo
románico de la iglesia más antigua de Viena, San Ruperto, Ruprechtskirche en
alemán, construida sobre los restos de una puerta romana. Ahora, aislada en
esta recoleta plaza, la iglesia se acerca al cielo a través de un campanario de
ventanales de medio punto, y en un ángulo del exterior, aguanta con la
paciencia de un mártir el cáncer del verdín la estatua de un prelado. Mientras
que delante de la entrada al templo otras dos lápidas doradas denuncian la
injusticia atroz de las deportaciones y asesinatos en los campos de exterminio.
Café Central. Repetimos nada más entrar el saludo a
Altenberg y ocupamos el reservado ahora presidido por otro escritor vienés, el
novelista Musil, el hombre ocupado en escribir sobre el hombre desocupado. Los
platos que hemos elegido saben a lo mejor de las plantas y los animales de esta
tierra, mientras las lámparas, las maderas nobles, las cristaleras, las
columnas o los cuadros que decoran este santo recinto conservan en silencio las
animadas conversaciones de otros tiempos más nobles y elegantes pero también
decadentes o transgresores. De eso sabe mucho el Altenberg de la entrada, que
sobre los libros apoya un brazo y con los ojos no pierde detalle de la vida que
entra y sale del Café.
No puedo creerme que me encuentre sentado ahora quizá
a la misma mesa que ocuparon ayer figuras tan importantes del arte, la música o
la literatura como Otto Wagner, Gustav Mahler, August Klimt o los citados
Altenberg y Musil y hasta el checo Kafka, que también respiró el aire de Viena
y habló de su luz y su sombra. Y a pesar de todo, la comida me ha sentado
perfectamente. ¿O por eso mismo? ¿O ha sido la pinta de cerveza tostada que ha
acompañado de manera especial los poderosos raviolis de ganso que me he metido
entre pecho y espalda?
Por las galerías del palacio Ferstel, reverberación
del agua de la fuente de la ninfa del río, juegos de cristales de los
escaparates, poses para fotografías y ganas de siesta, salimos a lugares que ya
conocemos buscando una sombra, un sitio donde comentar lo vivido hasta el
momento para poderlo asimilar mejor y desembocamos en la plaza de la
Bolsa. El cicerone familiar no descansa y
prepara el recorrido de la tarde: Gutenberg en el Lugeck, exteriores de San
Esteban, Casa de Mozart, los Jesuitas y su cúpula pintada a la manera de Roma
San Francisco, parada y pasta Sacher con café y cubilete de cristal de agua en
otro Aida que encontremos de camino…
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