Vamos buscando el Danubio Viena arriba, afluente
condenado a ser cubierto para convertirse en cauce de coches y tranvías, hasta
dar con el parque de Strauss, el Stadtpark, arca de secretos para la vista y el
corazón. Espejos de lagunas, blancas garzas, pinos, mirlos… Con una pequeña
decepción: la torpe y sucia canalización del río Viena paralela al principal
camino del parque, que apenas logra paliar el conjunto modernista formado por
escaleras, pabellones y columnas realizado por Ohmann, el discípulo más
aventajado de Wagner. Tres músicos vieneses disfrutan de esculturas con distinta
suerte dentro del parque: la más fotografiada, la chillona de Strauss, situada
en un lugar estratégico para que todo el mundo la vea y se retrate junto a ella;
más tranquila, la de Schubert, que invita al recogimiento; y la más
desgraciada, la de Bruckner, buen seguidor de Wagner, cuya cabeza aparece
pintarrajeada por las incontinentes palomas.
Cuando el sol se va de las bellas fachadas y aparece
tímidamente el neón en los escaparates, entonces Viena empieza a ceder su
actualidad vertiginosa y moderna al pasado sentimental y artístico. El viajero
está tan pleno de emociones que el cansancio acumulado es el precio que más
gustosamente paga, y más cuando las farolas del Burggarten de vuelta al
apartamento ponen punto final a la segunda jornada.
Bien empezamos el tercer día mezclando la realidad con
la mitología: la emperatriz María Teresa, Hitler y Teseo, los dos primeros
separados por una monumental puerta neoclásica, y el tercero en el Jardín del Pueblo,
muy cerca de Sisí, otra realidad de película, y los rosales brotando por todas
partes. Columnas y frontón blancos al sol de la mañana recién estrenada y ganas
de caminar en busca de nuevas emociones.
Junto a Grillparzer, el poeta sueña versos que no
acaban de brotar, como la rosas de los rosales cercanos, abrumado por la grandiosidad
del monumento que la madre Viena levantó a su hijo dramaturgo, donde Medea y
Safo excelentes relieves de mármol realizados por Rudolf Weyr, ocupan lugares
destacados por referirse a dos de sus personajes femeninos más emblemáticos de
sus tragedias. Los versos del poeta nadan entre el sueño de la vida de Calderón,
admirado por Grillparzer, y Raquel, la judía de Toledo, de Lope, otro de los dramaturgos
que el vienés llevó a su propio teatro.
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