Recibimos con tristeza la noticia de la
desaparición de Johan Cruyff, excelente jugador y entrenador del Fútbol Club
Barcelona, a causa de un cáncer de pulmón que se le declaró en octubre del año pasado.
Lo recuerdo con muchísima admiración por su juego eléctrico y rompedor y sus
goles casi mágicos. Con Cruyff el Barça se convirtió en el equipo de fútbol
grande que es hoy, y sin él no habría conseguido cuatro ligas españolas
seguidas y un campeonato de Europa. Su velocidad, sus regates al filo de la
magia, sus goles de todas clases y en todas las acrobacias posibles no se olvidarán en mucho tiempo. Por lo menos
yo no pienso hacerlo. Aún tengo muy presentes las tardes de gloria que hizo vivir a
las gradas del Nou Camp, cuando él empezó en los años 70 a pisar el césped de las
grandes victorias como jugador y después, desde el banquillo, como entrenador,
con grandes jugadores a sus órdenes, entre los españoles, Guardiola, Iniesta,
Xavi, Abelardo o Luis Enrique, por citar unos cuantos, y también algunos compatriotas holandeses como Neeskens,
los hermanos Ronald y Frank de Boer o el gran Koeman, que marcó el gol que le
dio a Barça la primera copa de Europa. Y sus declaraciones por televisión tan
sinceras como acertadas, con aquel español suyo tan peculiar y lleno de faltas
de concordancias. El ángel de Cruyff
seguirá volando sobre el Nou Camp, inspirando a los futbolistas de ahora,
Messi, Neymar, Suárez, Piqué, Alba, Busquets y un largo
etcétera, para que el quipo de nuestros sueños adolescentes, aquel que empezó
con los Kubala, Ramallets, Gensana, Segarra, Manchón, Biosca…, siga
regalándonos momentos de alegría.
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