PRIMER DÍA.
Mañana
A poco más de las ocho y media de este viernes
especial, 19, ya hemos despertado a medio mundo, tras ver amanecer en el piso
del ensanche. Lo digo porque sobre un mar de nubes estamos volando los Tres
hacia Bolonia (¿o debía decir Volonia? Jajajá).
Ya pasan de las tres y media de la tarde. Primera siesta en Bolonia y primera comida en nuestro apartamento de Cadutti di
Cefalonia, en el mismo corazón artístico de la ciudad docta, grossa y rossa. Desde el apartamento podemos ver importantes siluetas artísticas de la ciudad, entre
ellas la emblemática Torre Asinelli. Se trata de un acogedor apartamento con código personal de acceso que se halla en un palacio del siglo XIII en una de
cuyas esquinas se levanta otra de las monumentales torres de defensa. A la hora mencionada ya llevamos en la retina gran parte del
centro histórico (no en balde nos encontramos a unos pasos de la Piazza
Maggiore y de la Fuente de Neptuno, ahora cubierta por obras de restauración). Entre lo más significativo que hemos visto hasta ahora se halla la basílica gótica de San Petronio,
que no fue más allá en sus colosales dimensiones por disposición del Papa de entonces que no quería que ningún otro templo superase a San Pedro de
Roma y se quedó como se quedó, y a medio vestir la fachada de mármol, para
mayor vergüenza de su desnudez; menos mal que ya en las puertas puede admirarse
la mejor escultura de aquel tiempo (Quercia, Lombardi…), y en cuanto a su
magnífico interior, cuenta con un coro del Quattrocento, dos órganos
monumentales, el ciborio del altar mayor construido por Vignola y otras
bellezas artísticas como los frescos de las paredes pintados por Módena, el
mejor para mí el del Juicio Universal, o la Meridiana de Cassini, la más larga
del mundo; como curiosidad literaria, el poeta Carducci dedicó a la basílica el
poema titulado En la plaza de San Petronio:
“Surge
nel chiaro inverno la fósca turrita Bologna,
/e il colle sopra bianco di neve ride.
/È
l’ora soave che il sol morituro saluta /
le
torri e ’l tempio, divo Petronio, tuo; /
le
torri i cui merli tant’ala di secolo lambe, /
e del
solenne tempio la solitaria cima. /
Il
cielo in freddo fulgore adamàntino brilla; /
e
l’aër come velo d’argento giace /
su ’l
fòro, lieve sfumando a torno le moli/
che
levò cupe il braccio clipeato de gli avi. /
Su gli
alti fastigi s’indugia il sole guardando /
con un
sorriso languido di vïola, /
che ne
la bigia pietra nel fósco vermiglio mattone /
par
che risvegli l’anima de i secoli, /
e un
desio mesto pe ’l rigido aëre sveglia /
di
rossi maggi, di calde aulenti sere, /
quando
le donne gentili danzavano in piazza
e co’
i re vinti i consoli tornavano. /
Tale
la musa ride fuggente al verso in cui trema /
un
desiderio vano de la bellezza antica.”
Tarde
Tras la siesta, de nuevo en la calle, siguiendo la ruta que nos marca el familiar cicerone. Por Via Zamboni nos dirigimos a la zona universitaria, y sobre las cinco y
media de la tarde estamos sentados en la plaza de Verdi, junto a la ópera, en
una terraza de un bar plagado de estudiantes que charlan, beben y fuman sin
parar. Probamos los famosos “spritzs”, refrescos con alcohol que recuerda la
ocupación austriaca; esta parte histórica no nos interesa para nada en este
presente feliz y turístico, artístico y mundial que estamos viviendo en Bolonia;
sólo el espíritu juvenil que ha vuelto de repente a nuestras vidas. Mientras
bebemos y charlamos (el fumar ya no es tan importante), escuchamos el cántico de
las campanas de S. Giacomo Maggiore, que está aquí, cerca de nosotros y que yo
apunto en mi libreta de acuarela para inmortalizar un poquito este momento. Poco antes visitábamos por supuesto esta basílica románico-gótica, mucho
más pequeña que San Petronio, pero muy interesante (allí descubrimos un extraordinario
grupo escultórico de Alfonso Lombardi en la tumba del jurisconsulto Malavolta,
en la girola del templo. Acabado el placentero rato del rosado “Spritz”, nos
metemos por las calles silenciosas ahora cercanas a la Via de San Vitale,
adonde vamos buscando una heladería artesanal para degustar tan
emblemático producto de la tierra. Por San Vitale accedemos a la plaza de las Dos Torres
(la vuelta ha sido casi completa) y cerramos el círculo del paseo al pie de los
versos que Dante dedicó a la torre Garisenda, la mocha, la torcida, la que se
cae de vergüenza ante la esbeltez y valentía de su hermana la Asinelli, versos
del Infierno de su Divina Comedia:
“Qual
pare a riguardar la Carisenda / sotto ‘l chinato, quando un nuvol vada
/ sovr’essa sì ched ella incontro penda; / tal parve Anteo a me che
stava a bada / di vederlo chinare, e fu tal ora / ch’ i’ avrei voluto
ir per altra Strada.”
SEGUNDO DÍA
Mañana
El primer día en Bolonia se nos ha ido como un vuelo
de vencejo, como el sabor inconfundible del “spritz”. Y el segundo día, sábado
20, me despierta a las 7 y media de la mañana una franja de luz que entra por las cortinas de
la ventana de nuestro dormitorio.
Ardiendo de ilusión me levanto y abro la ventana a los tejados y al fornido
volumen cuadrado de la torre del palacio donde está el apartamento. Entre unos
y otra descubro un cielo azul purísimo poblado de vencejos que chillan y vuelan
sin parar dando la bienvenida al día. Y en cuanto a mí, aunque no he
pasado buena noche, pensando en la ruta que nos espera hoy, nuevas emociones,
otras calles, otros monumentos, lo vivo todo con buen espíritu. Y en espera de
que se haga el desayuno, me asomo al resto de las ventanas del apartamento para
saludar las partes más altas del palacio Podestá, del Ronzani, el trozo descarnado de San Petronio y la torre Asinelli, que aquí en Bolonia es como la
Torre Eiffel en París.
Puestos en camino, entramos en la calle de la
Independencia, pórticos a un lado y a otro (lo de los pórticos, la terracota,
los embutidos, las torres y los “spritzs” ya son un clásico para mí en Bolonia,
sin olvidar el románico, el gótico y el renacentista, que en sí mismos
formarían un volumen infinito). En los soportales de la derecha encontramos enseguida la
catedral de San Pietro. No pararía de visitar este hermoso templo, fachada
barroca con pilastras corintias, cuyo interior, una nave única con capillas
laterales que disponen de deambulatorio, encierra un tesoro de bellísimas
sorpresas, la principal de ellas para mí la constituye el grupo escultórico en
terracota de Lombardi Cristo muerto con las Marías que lloran, en el que
destacan las figuras de Cristo yacente tendido en primer término sobre un lecho
y las tres mujeres que lamentan la muerte de Jesús (el realismo de estas cuatro
figuras y el resto impresiona vivamente a quien nada más entrar en el templo
repara en el grupo, situado ya en la primera capilla de la derecha).
Son
curiosas también las figuras de leones en mármol rosa que, repartidos por el
templo apresan entre sus garras varios animales y sostienen con sus cabezas
sonrientes pilas de agua bendita o pequeños andamios para las velas. Sin
olvidar el magnífico órgano que muestra con orgullo a nuestro asombrado paso
sus enormes tubos grises, lápices gigantes que parecen esperar el momento de
dibujar la música solemne y sagrada en las altas bóvedas de la nave central.
Dispar contraste entre el silencio de San Pietro y el
barullo de gente que se arremolina en torno de los puestos de ropas del
mercadillo de la plaza del 8 de agosto, mientras el tráfico rodado pone su
discordante sinfonía de cláxons y rodar de ruedas. Al fondo descubrí el
arbolado del parque más importante de Bolonia, el de La Montagnola, de triste
recuerdo para nosotros, pues hace casi treinta años durante una rápida visita a
Bolonia, sufrimos el robo de una maleta que dejamos durante un rato en el
vehículo donde viajábamos en aquella ocasión, antes de continuar nuestro viaje
a Venecia y Florencia. Gracias a Dios, las circunstancias de este viaje de
ahora no tienen nada que ver con aquel. Aun así, dimos una vuelta por el
parque, árboles centenarios, fuentes esculturales (las de los leones cazando y
las gigantescas tortugas siguen en pie, pero el agua brilla por su ausencia) y
vagabundos, que a estas horas de la mañana, casi las once, están todavía en
alguno de sus duros sueños.
De vuelta hacia el centro, descubrimos viejos
canales que nos recordaron algunos de Venecia (el Reno, el río de Bolonia, no
anda lejos). Subiendo por Independencia, encontramos una tienda donde hacen a
la vista del público riquísimos tortellini y decidimos comprar una buena
cantidad para la comida de hoy en el apartamento. El cansancio del primer día, con una
noche regular por medio, ya va haciendo su efecto en las piernas y los pies,
por lo menos en mí. Así que sobre las doce, mientras ellos dos
hacen la compra para la comida, me meto en la iglesia de los Santos Gregorio y
Siro, situada en la calle Monte Grappa, a descansar y a escribir unos apuntes.
Hay un filipino haciendo la limpieza del templo y me temo que por sus miradas
me está diciendo que he llegado en una mala hora. Efectivamente, mientras
observaba una capilla dedicada al Santo del Opus Dei, al que llegué a conocer
en persona cuando yo era profesor en un Colegio de Barcelona que regía la Obra,
me avisó de que la iglesia iba a cerrarse al público (en Bolonia muchos templos
cierran a mediodía). Obedientemente recogí los bártulos y salí de nuevo a la
calle, desde la cual se puede contemplar en todo su esplendor el hermoso
campanario de la catedral de San Pietro, justo donde empezamos esta mañana el
“percorso”, como le gusta decir a nuestro querido cicerone familiar. Doy un
paseo en espera de que los dos acaben de comprar en el COOP y saludo nuevamente
a la estatua de bronce de Ugo Bassi, patriota religioso fusilado que, subido a
su pedestal en la calle de su mismo nombre, continúa señalando con su dedo
índice extendido un lugar fuera de la vía, ahora muy concurrida. A mí me parece
un dedo acusador de la intolerancia religiosa, a la vez que confirma su fe
independiente.
Con la compra en las manos, entramos en una gelatería artesanal a
tomarnos un helado de dos gustos (un helado al día y cada día dos gustos: hoy
he escogido pistacho y mango).
Tarde
Tras la comida en el apartamento, que nos sirve de
placentero descanso en medio de este ir y venir por las arterias de Bolonia
(también incluyo una pequeña siesta), revisamos las cosas que más nos han
gustado de la mañana y las fotos que hemos hecho, para borrar aquellas que no
nos gustan o que repiten los mismos motivos. Y a patear. Si quieres descubrir
una ciudad en su vida diaria y disfrutar a la vez de sus monumentos artísticos,
debes concienciarte para andar hasta el agotamiento siguiendo cada día, cada
mañana, cada tarde, un nuevo “percorso”, un nuevo itinerario o recorrido. Para
que puedas además premiarte con un helado, una buena comida, una “birra” y
también, como en nuestro caso, un “spritz”. Hoy toca, entre otras cosas,
visitar con la suficiente tranquilidad la zona de Santo Stefano.
Y sobre las 4 y media de la tarde estamos entrando en el complejo
religioso medieval que lleva el nombre de nuestro santo, el protomártir de la
Iglesia, complejo que ha sido bautizado más de una vez como la Santa Jerusalén
de Bolonia. Construido en el siglo V por el obispo Petronio, el de la basílica de la plaza Mayor, contiene una reproducción del Santo Sepulcro, que es lo
primero que vimos, siempre guiados estupendamente por nuestro especial cicerone, que me señala en la cripta la columna que se
trajo de Jerusalén y que recuerda la estatura que tuvo Jesucristo, que es la nuestra más o
menos.
El recorrido es emocionante: los ojos, ante tanta belleza artística y
significación humana, no dejan de mandar al corazón mensajes de ternura y
caridad. En las paredes del Crucifijo los frescos hablan de la vida de San
Esteban. Aquí estuvo enterrado san Petronio antes de que sus restos fueran
trasladados a la basílica que lleva su nombre. Nuevas emociones al pasar a la
iglesia de los santos Vital y Agrícola, cuyos sarcófagos, hoy vacíos, muestras
ricos relieves de leones, pavos reales, ciervos… Y la cruz que hay en una de
las paredes dicen que es la que portaba Agrícola cuando fue martirizado. Como
enamorado visitante de estas cosas, me dejo llevar gustosamente por el aire
encantador de las leyendas (¿y si fuera verdad lo que cuenta el pueblo devoto?).
Nuevas sorpresas nos esperan en el patio de Pilato. El cicerone nos llama la
atención sobre la pila de mármol que se levanta en el medio, ahora rodeada de
gente que quiere hacerse fotos con ella. Según la leyenda, en ella se lavó las
manos Pilato para dejar en manos de la chusma la pasión y muerte de Jesús. Más
real que eso… También hay un gallo de piedra del siglo XIV que recuerda el que
cantó por tres veces consecutivas mientras Pedro negaba conocer a Cristo otras
tantas. El claustro de San Esteban es un lugar apropiado para recapacitar en
todo lo que hemos visto. Me inspiro en las paredes, en las columnas, en el
espacio de cielo, como hizo Dante para escribir la Divina Comedia (salva sea la
diferencia) para redactar estas notas que morirán sin gloria pero que hasta ese
momento llegue me servirán para recordar una hora de una tarde de mayo de 2017
en este sagrado lugar donde las citas se repiten en las paredes. “El más rápido
en transformarse en cruz.” “Visten el color de la muerte, pero son la más bella
expresión de la vida.”
A las cinco y media nos sentamos en la terraza del bar
Agricola e Vitale, los dos protomártires cristianos cuyos sarcófagos acabamos
de ver en la basílica del conjunto de San Esteban, que inundados de sol y
visitantes muestra su estampa al otro lado de la explanada de cantos que nos
separa de ella. Tres, habituales ya, “spritzs” nos acompañan generosos en la
mesa, junto a la libreta de acuarela donde hago el segundo apunte de Bolonia. A
la izquierda de la explanada se levanta igualmente un edificio civil de hermosa
arquitectura, el Palacio Cavazza, con el remate lleno de cabezas de piedra que
se asoman a la plaza y la parte inferior abierta con airosos arcos apuntados.
Al acabar nuestras bebidas atravesamos el palacio por patios encantadores y
lugares de esparcimiento llenos de vida y salimos a la estrada Maggiore. Vista
de la omnipresente torre Asinelli. Recorremos nuevos rincones hasta ahora nunca
vistos y volvemos a la via Rizzoli, esquina con las Dos Torres. Un selfie de
los Tres nos parece necesario a estas alturas de nuestra estancia en la ciudad
de las torres.
Sobre las siete de la tarde entramos en la famosa
librería Feltrinelli en busca de algún libro especial sobre Bolonia y tras los
primeros tanteos encuentro uno cuyo título ya despierta mi curiosidad e
interés, detalles que casi siempre constituyen el punto de partida de una
lectura provechosa: 101 stori su Bologna che non ti hanno mai raccontato- c’é
un’altra città nella città; como se ve, un título harto elocuente de un libro
que contiene anécdotas, hechos curiosos, apuntes biográficos sobre las más
diversas figuras relacionadas con la historia de Bolonia y sobre las
adversidades sufridas por la propia ciudad. Un libro escrito por Margherita
Bianchini que me tendrá muy ocupado a partir de ahora mismo.
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