I.
EDAD MEDIA (SIGLOS XII-XV)
- EL POEMA DE MIO CID (SIGLO XII)
Fue escrito
hacia 1140 por autores desconocidos (se cree que debieron de ser dos juglares de
las zonas donde tiene lugar la acción del Poema, por la fidelidad geográfica
manifestada en la obra). En la Biblioteca Nacional se guarda una copia del
Cantar, obra de un tan Per Abat, fechada en 1307. Gracias a Menéndez Pidal,
conocemos el Poema de Mío Cid en sus
aspectos histórico, lingüístico y literario. Consta de 3.730 versos irregulares
(los hay desde 10 a
20 sílabas), con cesura, dos hemistiquios y rima asonante.
El Poema de Mio Cid consta de tres partes:
Cantar del
destierro: el héroe castellano Rodrigo Díaz de Vivar es desterrado de Castilla
por el rey Alfonso VI. Le acompañan caballeros leales. A su paso por Burgos
nadie se atreve a alojarlo porque el pueblo ha recibido amenazas severas del
rey. En el monasterio de Cardeña se despide de su esposa doña Jimena y de sus
hijas Elvira y Sol, a las que deja al cuidado del abad don Sancho. Luego lucha
y vence en varias batallas a los moros en su camino hacia Valencia y también al
conde de Barcelona.
Cantar de las bodas: tras conquistar
Valencia, el Cid envía al Rey a su fiel Alvar Fáñez para donarle parte del
botín obtenido tras los combates. Como consecuencia de ello, señor y vasallo se
reconcilian. En Valencia se reúne el Cid con su mujer e hijas, y los ambiciosos
infantes de Carrión solicitan al Soberano casarse con Elvira y Sol. Alfonso VI
accede con reservas, y las bodas se celebran con gran fastuosidad.
Cantar de la afrenta de Corpes: los
infantes son objeto de burla y tildados de cobardes por parte de algunos
caballeros del Campeador tras lo ocurrido con el león que se escapa de su
jaula. Entonces los burlados piden a su suegro que les permita irse con sus
mujeres a Carrión. En el robledal de Corpes, camino de sus tierras, atan a las
mujeres a unos árboles, las azotan y, finalmente las abandonan. Enterado el
Cid, exige justicia al Rey y el monarca se la concede en la Corte. Los
caballeros del Campeador derrotan a los Infantes en un torneo. Finalmente,
Elvira y Sol contraen matrimonio con los príncipes de Aragón y Navarra.
En el Poema de Mio Cid aparece el personaje
principal, Rodrigo Díaz de Vivar, como un modelo de esposo, padre, vasallo y
estratega militar, cualidades que se ven acompañadas de otras virtudes humanas,
como la generosidad, la nobleza, la valentía y la religiosidad.
El estilo del Poema presenta, entre otros,
los siguientes rasgos característicos del lenguaje épico y de obras de
transmisión oral: empleo de epítetos épicos, como
“Campeador”, “el de la luenga barba”, “el bienhadado”…, enumeraciones
(abundantísimas), fórmulas del tipo “de muy buen
grado”, estilo directo (asistimos constantemente a las
palabras de los personajes), diversidad de tiempos verbales
con abundancia del presente histórico (“esto le
contesta entonces”, “le dice”, “le va a besar”, “las
vuelve a mirar”…), llamadas al público para atraer su atención,
como “ved”, “nunca visteis más llorar”…
El tema del Cid aparece en posteriores
producciones literarias: en el Romancero, en el teatro
del valenciano Guillén de Castro (Las mocedades del Cid)
o en el poema Castilla, de Manuel Machado; y, fuera de
nuestras fronteras, en el francés Corneille (El Cid),
por ejemplo.
El texto escogido
trata el momento en que el Cid Campeador se despide de su mujer e hijas en San
Pedro de Cardeña, camino de su destierro. Debemos recordar que nadie ha acudido
a socorrerle porque el rey lo ha prohibido tajantemente; hasta una niña de
nueve años, que abre la puerta de su casa para verle pasar hacia el destierro,
le dice que en el mal de las gentes del pueblo él no gana nada pidiendo
alojamiento, ya que el Rey ha amenazado a los lugareños hasta con sacarles los
ojos. Tras esa emotiva escena, el Cid manda a sus huestes seguir la marcha
hasta Cardeña, donde se hallan alojadas su mujer doña Jimena y sus hijas doña
Elvira y doña Sol.
Los versos que siguen (versión de
Pedro Salinas) recogen dicha despedida.
“Con luces y con candelas los
monjes salen al patio.
“Gracias a Dios, Mio Cid, le dijo
el abad don Sancho,
puesto que os tengo aquí, por mí
seréis hospedado”.
Esto le contesta entonces Mio Cid
el bienhadado:
“Contento, de vos estoy agradecido,
don Sancho,
prepararé la comida mía y la de mis
vasallos.
Hoy que salgo de esta tierra os
daré cincuenta marcos,
si Dios me concede vida os he de
dar otro tanto.
No quiero que el monasterio por mí
sufra ningún gasto.
Para mi esposa Jimena os entrego
aquí cien marcos;
a ella, a sus hijas y damas podréis
servir este año.
Dos hijas niñas os dejo, tomadlas a
vuestro amparo.
A vos os las encomiendo en mi
ausencia, abad don Sancho,
en ellas y en mi mujer ponedme todo
cuidado.
Si ese dinero se acaba o si os
faltare algo,
dadles lo que necesiten, abad, así
os lo mando.
Por un marco que gastéis, al
convento daré cuatro.”
Así se lo prometió el abad de muy
buen grado.
Ved aquí a doña Jimena, con sus
hijas va llegando,
a cada una de las niñas la lleva
una dama en brazos.
Doña Jimena ante el Cid las dos
rodillas ha hincado
Llanto tenía en los ojos, quísole
besar las manos.
Le dice: “Gracias os pido, Mio Cid
el bienhadado.
Por calumnias de malsines del reino
vais desterrado.
Y acabada la oración y tras la misa
escuchar,
Salen todos de la iglesia, ya van a
cabalgar.
El Cid a doña Jimena un abrazo le
fue a dar
y doña Jimena al Cid la mano le va
a besar;
no sabía ella qué hacerse más que
llorar y llorar.
A sus dos niñas el Cid mucho las vuelve
a mirar.
“A Dios os entrego, hijas, nos
hemos de separar
y sólo Dios sabe cuándo nos
volvamos a juntar”.
Mucho que lloraban todos, nunca
visteis más llorar;
como la uña de la carne así
apartándose van.
2. GONZALO DE BERCEO. Milagros de Nuestra Señora
(SIGLO XIII)
Gonzalo de Berceo (1180-1246) es el
primer poeta castellano de nombre conocido, el cual tomó el apellido de la
localidad riojana donde nació. Se educó en el monasterio de San Millán de Suso
y estuvo vinculado con los monasterios de San Millán de la Cogolla y Santo
Domingo de Silos. Se ordenó de diácono y de sacerdote. Hacia 1235 comenzó a
escribir, tarea que no abandonaría hasta su muerte.
Podemos
clasificar su obra de la siguiente manera:
Vidas de santos:
Vida de Santo Domingo de Silos, Vida de San Millán y Vida de Santa Oria.
Obras
relacionadas con la Virgen : Milagros de
Nuestra Señora, Loores de Nuestra
Señora y Planto que fizo Nuestra
señora el día de la Pasión de su Fijo.
Otros temas: Martirio de San Lorenzo, Sacrificio de la Misa y Los signos que aparecerán antes del
Juicio.
Pero en Berceo
lo más interesante, poéticamente hablando, son los Milagros de Nuestra señora, 25 casos de vidas pecadoras de devotos
de la Virgen, a quienes la Gloriosa salva con su infinita bondad en momentos
muy delicados. Los Milagros se inscriben en el marco de la literatura mariana
que en esos momentos abunda en Europa. Era fácil entonces rastrear por todas
partes relatos piadosos escritos en latín, que fueron traducidos a varias
lenguas, sobre todo, al francés. Se cree que nuestro poeta se basó en los Miracles, de Gautier de Coincy para
redactar 24 milagros de los 25 de que consta su obra. Aunque Berceo sabe darles
un sello personal inconfundible. Los Milagros
aparecen precedidos de una Introducción,
especie de alegoría que representa al hombre como un romero camino de su
salvación.
El mérito de Berceo consiste en haberlos
hecho accesibles al pueblo por medio de un lenguaje ingenuo y realista, dotado
a veces de una gran fuerza dramática. Esto, unido a su humanidad candorosa y su
fervor religioso humano y sencillo, convierten al poeta en una figura admirada
por toda la literatura posterior.
Entre los
milagros destacan los siguientes:
La casulla de San Ildefonso (la Virgen
le entrega al santo una casulla como premio y que, en cambio, asfixia a uno de
sus sucesores), El
milagro de Teófilo (este vicario del obispo pacta con el diablo, herido en
su orgullo por no habérsele entregado la plaza de su antecesor, que había
muerto; pero recuperado el puesto y arrepentido de su pecado, hace que la
Virgen rescate la cédula donde había renegado de sus creencias), El ladrón devoto (un malhechor es
condenado a la horca por sus crímenes, pero la Virgen impide que muera ahorcado
poniendo su mano entre la cuerda y el cuello del bandido devoto), La iglesia robada (el único que es
cosecha personal, cuenta cómo un clérigo que se dispone a robar en un templo
castellano no consigue impedir que su mano quede pegada a la toca de Nuestra
Señora y así lo pueda prender la justicia).
Otros igualmente
conocidos son La imagen respetada, El niño judío o El clérigo ignorante. En todos ellos descubrimos los mismos rasgos
de ingenuidad y realismo, y así vemos a la Virgen hablar como una mujer que
tiene sentimientos humanos (enfados, celos…), a los diablos jugar al balón con
las almas de los hombres o a los obispos hacer caso de habladurías de terceras
personas.
El texto
seleccionado pertenece al Milagro IX, titulado El clérigo ignorante, historia que relata la destitución de un
clérigo por su obispo, tras oír la acusación de que sólo sabe cantar la misa de
la Virgen. Apenado por su situación, el clérigo acude en busca de ayuda a su
Señora, la cual, tras escucharle, se aparece al obispo visiblemente molesta, le
reprende duramente por su fea acción y le obliga a restituir al sacerdote a su
iglesia; una vez recuperado su puesto, el clérigo continúa cantando su peculiar
misa a la Virgen como siempre ha hecho.
“Ante el obispo vino el cura
pecador;
había por el miedo perdido su color;
No podía, de vergüenza, mirar a su
señor;
Nunca sudó el mezquino tan amargo
sudor.
El obispo le dijo: “Pater, di la
verdad,
Si es tal como me dicen tu enorme
necedad.”
El buen el hombre le dijo: “Señor,
por caridad,
Si dijese que no, diría falsedad.”
El obispo le dijo: “Ya que no
tienes ciencia
De decir otras misas, ni sentido o
potencia,
Te prohíbo que celebres y te doy la
sentencia:
Por el medio que puedas busca tu
subsistencia”.
Salió el cura a la calle triste y
desamparado;
Tenía gran vergüenza y daño muy
marcado;
Volvióse a la Gloriosa lloroso y
aquejado,
Que le diese consejo, pues estaba
aterrado.
Esta Madre preciosa que nunca le
faltó
A quien de corazón a sus plantas
cayó,
El ruego de su clérigo en seguida
escuchó,
Y sin tardanza alguna al punto
socorrió.”
3. ARCIPRESTE DE HITA (1283?-1350?). El
Libro de Buen Amor (SIGLO XIV)
Los datos que
nos han llegado de este autor proceden la mayoría de su obra. Sabemos que nació
en Alcalá de Henares, fue Arcipreste de Hita (Guadalajara) y padeció prisión
por orden del arzobispo de Toledo Gil de Albornoz.
Su obra capital recibe
el nombre de Libro de Buen Amor, que
contiene, como dice Menéndez Pelayo, toda la sociedad española del siglo XIV.
Se trata de casi dos mil versos distribuidos en los siguientes apartados:
Narrativos:
aventuras, la mayor parte amorosas, que narra el propio Arcipreste de manera autobiográfica;
andanzas también amorosas habidas entre don Melón y doña Endrina y mediadas por
la vieja Trotaconventos (antecedente de la Celestina); fábulas o apólogos de
fuentes clásicas (ejemplo, la disputa entre
los griegos y los romanos); o la batalla entablada entre don Carnal y doña Cuaresma),
etc.
Líricos: loores
a la Virgen, de la que el Arcipreste se cree juglar; canciones populares de
estudiantes, de ciegos; cantigas de serrana, en las que un caballero pide a una
de estas moradoras de la sierra que le ayude a pasar algún puerto serrano y, de
paso, la corteja; pero la moza no atiende a sus requiebros amorosos y le obliga
a seguir su paso (la cantiga de serrana es una versión ruda de la delicada serranilla,
género cultivado por el Marqués de Santillana un siglo después).
Didáctico-morales:
reflexiones de tipo ético y moral sobre la muerte (a raíz de la de
Trotaconventos); moralejas que acompañan a los apólogos del libro; comentarios
críticos sobre aspectos diversos: la vida de los clérigos, el poder del dinero,
el amor de la mujer pequeña; reflexiones irónicas acerca del loco amor del
mundo y sus engaños, etc.
El Arcipreste es,
ante todo, un moralista, pese a lo desenvuelto de su lenguaje. Así, él mismo
nos dice en el prólogo que compone su libro para convencer a las gentes de la
poca consistencia que posee el amor terrenal. He aquí sus palabras: “Donde yo
de mi poquilla ciencia y mucha rudeza, entiendo cuántos bienes hacen perder al
alma o al cuerpo en los muchos males que les apareja el loco amor del pecado
del mundo, escogiendo y amando con buena voluntad salvación y gloria del
paraíso para mi alma, hice esta chica escritura en memoria de bien y compuse
este nuevo libro en que son escritas algunas maneras y maestrías y sutilezas
engañosas del loco amor del mundo, que usan algunos para pecar.”
El Arcipreste en
el Libro de Buen Amor se vale de un lenguaje
fuerte, directo, variado y colorista. Es bien sabido que, además de ser una
persona con una cultura sólida y extensa, se muestra en ocasiones como un autor
popular. Por eso unas veces se expresa como un poeta
exquisito, y sigue empleando la estrofa propia del mester de clerecía, esto es,
la cuaderna vía, y otras, dado su espíritu alegre y campechano, su expresión
recuerda la de un juglar, y, como tal, utiliza
variedad de ritmos y expresiones populares y coloquiales para acercarse a todas
las gentes, sea la que fuere su condición social y cultural. Y así, al lado de
la citada cuaderna vía, emplea otras estrofas más flexibles y nuevas que
muestran el rumbo hacia escuelas poéticas posteriores, como el zéjel.
El Libro de Buen Amor contiene variedad de
temas, desde reflexiones morales sobre la maldad del dinero o del amor sensual,
hasta lamentos funerarios, parábolas sobre el Carnaval y la Cuaresma, fábulas o
Cantares de todo tipo: de estudiantes, de serranas, de ciegos… Pero también se
incluyen en el libro canciones de alabanza a la Virgen y otras composiciones de
carácter positivo, como los elogios. Entre ellos destaca el Elogio de la mujer pequeña; en este
delicioso pasaje se ensalzan las virtudes y los rasgos físicos de la mujer
chica, comparándola con los de algunos objetos valiosos, exquisitas especias y
ciertos vegetales y animales, que poseen todos caracteres positivos referidos
al color, el olor, el brillo, belleza, etc.
El texto
corresponde al Elogio de la mujer
pequeña; en este delicioso pasaje se ensalzan las
virtudes y los rasgos físicos de la mujer chica, comparándola con los de
algunos objetos valiosos, exquisitas especias y ciertos vegetales y animales,
que poseen, todos, caracteres positivos referidos al color, el olor, el brillo,
belleza, etc.
“Quiero abreviar, señores, esta
predicación
porque siempre gusté de pequeño
sermón
y de mujer pequeña y de breve
razón:
pues lo poco y bien dicho queda en
el corazón.
Del que mucho habla, ríen; quien
mucho ríe es loco;
tiene la mujer chica gran amor y no
poco.
Yo di grandes por chicas sin el
menor sofoco,
mas dar chicas por altas es trueque
que no evoco.
De que ensalce a las chicas el Amor
me hizo ruego,
que diga sus noblezas; las quiero
decir luego.
Loaré las chiquitas, y lo tendréis
por juego.
¡Son frías como nieve y arden más
que el fuego.
Son frías por defuera; en el amor
ardientes;
en la cama solaz, placenteras,
rientes;
en la casa hacendosas, cuerdas y
complacientes;
mucho más hallaréis en cuanto
paréis mientes.
En pequeño diamante yace gran
resplandor,
en muy poquito azúcar yace mucho
dulzor,
en la mujer pequeña yace muy grande
amor,
pocas palabras bastan al buen
entendedor.
Es muy pequeño el grano de la buena
pimienta,
pero más que la nuez reconforta y
calienta:
así, en mujer pequeña, cuando en
amor consienta
no hay placer en el mundo que en
ella no se sienta.
Como en la rosa chica está mucho
color,
como en un poco de oro gran precio
y gran valor,
como en poco bálsamo yace muy buen
olor,
así, en la mujer chica, yace muy
gran amor.
Como el rubí pequeño tiene mucha
bondad,
Color, virtud y precio, nobleza y
claridad,
Así la mujer chica tiene mucha
beldad,
Hermosura y donaire, amor y
lealtad.
Bien chica es la calandria y chico
el ruiseñor,
pero cantan más dulce que otra ave
mayor;
la mujer cuando chica por eso no es
peor,
con amor es más dulce que azúcar y
que flor.
…………………………………………………..
Para mujer pequeña no hay
comparación:
terrenal paraíso y gran
consolación,
alegría y solaz, placer y
bendición;
vale más en la prueba que en la
presentación.
Siempre quise a la chica más que a
grande o mayor;
¡nunca fue mala cosa del mal ser
huidor!;
del mal tomar lo menos, dice el
entendedor;
por ello, entre mujeres, ¡la menor
es mejor!”
4. JORGE MANRIQUE. Coplas por la muerte de su padre. (SIGLO XV)
Jorge Manrique
(1440-1479) equilibró su vida entre las armas y las letras. Nació en Paredes de
Nava (Palencia), fue maestre de Santiago, defendió el bando del infante don
Alfonso y, a su muerte, el de doña Isabel, por la que luchó contra el marqués
de Villena. También ayudó a liberar el sitio de Uclés. Estuvo casado con doña
Guiomar de Castañeda. Finalmente, murió peleando en el castillo de Garci-Muñoz
(Cuenca).
Jorge Manrique
también fue poeta de Cancionero, lo mismo que Juan de Mena o Íñigo López de Mendoza,
marqués de Santillana, pues muchos de sus poemas amorosos teñidos de una
tristeza profunda fueron recogidos en ese tipo de colección de poesías. Se
trata de una cincuentena de composiciones de temática obsesiva sobre la muerte
y expresadas con excesiva retórica. También escribió poesía satírica. Así pues,
podemos clasificar su producción cancioneril en tres partes: amorosa, satírica
y doctrinal.
La amorosa (Castillo de amor o Ni vivir quiere que viva) se nutre de la lírica provenzal, y según
ella la fidelidad del amante a su amada debe ser igual que la del siervo a su
señor. La poesía satírica (Coplas a una
beoda que tenía empeñado un brial en la taberna, por ejemplo) es de menor
calado que la anterior.
Pero la obra que
le dio verdadera fama es la de tono sentencioso y doctrinal, representada
especialmente por las Coplas a la muerte
de su padre (la edición príncipe apareció en Zamora, 1480),
una de las más hermosas elegías de nuestra Literatura. Está formada por 43
estrofas dobles de pie quebrado o coplas manriqueñas, nombre debido a su autor,
cuyo esquema estrófico básico es 8a, 8b, 4c, 8a, 8b, 4c. Las cuales
desarrollan, entre otros, los siguientes temas: la
caducidad de los bienes temporales, la añoranza del tiempo pasado, el poder
igualatorio de la muerte, la fama, la estoica conformidad ante el final de la
vida o los cambios caprichosos de la fortuna.
Las Coplas se inician con una
consideración general sobre la fugacidad de la vida, proponiendo ejemplos de
personajes ilustres del pasado más inmediato; continúan con la semblanza
del padre del poeta, don Rodrigo, y se cierran con un diálogo
entre la muerte y el Maestre, que acepta morir con resignación, “pues querer
hombre vivir / cuando Dios quiere que muera / es locura”.
De lo que se deducen los tres tipos de vida presentes en la obra: la inmortal,
la perecedera y la de la fama.
A caballo entre
la Edad Media y el Renacimiento, Manrique recoge al principio de las Coplas una idea de la Biblia, presente
en la tradición cristiana: la vida terrenal es un puente hacia la muerte
(espíritu medieval); pero, por otra parte, se refleja también en ellas el
entibiamiento religioso que tiene lugar al final de la Edad Media y, sobre
todo, la idea de que el hombre puede lograr en vida algo que puede legar a sus
descendientes: la fama (espíritu renacentista).
El lenguaje de
las Coplas es sencillo y en
ocasiones sentencioso, mientras que el tono, en consonancia con el contenido
luctuoso del poema, es sereno, reflexivo, sentido y a veces severo. Con todo,
encontramos en los versos metáforas, personificaciones, anáforas y otros
recursos literarios que les confieren no pocas veces una contenida belleza.
El texto escogido
abarca unas cuantas estrofas del final de la elegía de Jorge Manrique, las
coplas que se refieren a la caracterización moral del difunto padre del poeta y
a su conversación con la muerte (está muy lejos de aquí el tono sombrío de las Danzas de la muerte, aunque recuerda el
asunto, tan manido durante toda la Edad Media, según el cual la muerte arrastra
a una danza macabra a personas de distintas clases sociales, sin tener en
cuenta tampoco a las más altas jerarquías humanas (papas, emperadores…).
“Aquel de buenos abrigo,
amado por virtuoso
de la gente
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
y tan valiente;
sus grandes hechos y claros
no cumple que los alabe,
pues los vieron,
ni los quiero hacer caros;
pues que el mundo todo sabe
cuáles fueron.
……………………………….
Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero;
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta:
en la su villa de Ocaña
vino la muerte a llamar
a su puerta,
diciendo: “Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero,
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hicisteis poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os reclama.
No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
acá dejáis
(aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera);
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal
perecedera.
Que la otra temporal
Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos;
y con esta confianza
y con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera
ganaréis.”
“No gastemos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo.
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura.”
5. EL ROMANCERO VIEJO (SIGLO XV)
Los romances,
creaciones poéticas propiamente españolas, son composiciones épico-líricas
formadas por octosílabos, cuyos pares riman asonantemente. Los romances se
desgajaron probablemente de los antiguos Cantares
de Gesta, se transmitían oralmente y eran anónimos; de ahí que se hayan
conservado multitud de variantes. La colección que los reunió en un principio
recibió el nombre de Romancero. Para
estudiarlos adecuadamente los dividiremos en los siguientes grupos:
Romances históricos, pertenecientes a los
siguientes ciclos: de don Rodrigo, el último rey godo; de Bernardo del Carpio,
de Fernán González, del Cid y del Sitio de Zamora, de los Infantes de Lara…
Romances juglarescos, muchos de cuyos temas se
refieren a las guerras fronterizas entre moros y cristianos (el de Abenámar, por ejemplo) o a las cortes
carolingia y bretona (el que comienza “De Francia partió la niña” es una
muestra muy conocida).
Romances líricos, de gran belleza y profundos
sentimientos, entre los que destacan el del Conde Arnaldos y el del Prisionero.
Con un lenguaje sencillo,
de escasa adjetivación pero de gran fuerza dramática, los romances de esta
época se caracterizan por el repentino comenzamiento y el misterio de muchos de
sus finales, la repetición de ciertas fórmulas, como “ya veréis lo que pasó” o
“tal respuesta le fue a dar”, cambios bruscos de los tiempos verbales,
descripciones copiosas introducidas por anáforas, diálogos que aportan a los
pasaje narrativos dramatismo y emoción, etc.
Los textos
seleccionados corresponden a tres ejemplos típicos de romances. En el primero
se recoge la soledad y la tristeza de un prisionero que sólo llegaba a conocer
el nuevo día por una avecilla que cantaba al amanecer. En el segundo, el poder
y el misterio que tiene la canción de un marinero que viaja a bordo de una
galera. Y en el último, el diálogo romántico que entablan el Cid y doña Urraca,
reina de Zamora, en un momento del asedio que sufre la ciudad del Duero
Del Prisionero
“Que por mayo
era por mayo,
cuando hace la
calor,
cuando los
trigos encañan
y están los
campos en flor,
cuando canta la
calandria
y responde el
ruiseñor,
cuando los
enamorados
van a servir al
amor,
sino yo triste,
cuitado,
que vivo en esta
prisión,
que ni sé cuándo
es de día,
ni cuándo las
noches son,
sino por una
avecilla
que me cantaba
al albor.
Matómela un
ballestero,
¡déle Dios mal
galardón!”
Del conde Arnaldos
“¡Quién hubiera
tal ventura
sobre las aguas
del mar,
como hubo el
conde Arnaldos
La mañana de San
Juan!
Con un halcón en
la mano
la caza iba a
cazar,
vio venir una
galera
que a tierra
quiere llegar.
Las velas traía
de seda,
la jarcia de oro
cendal,
marinero que la
guía
diciendo viene
un cantar
que la mar ponía
en calma,
los vientos hace
amainar,
los peces que
andan al hondo
arriba los hace
andar,
las aves que van
volando
las hace al
mástil posar.
Allí habló el conde
Arnaldos,
bien oiréis lo
que dirá:
“-Por Dios te
ruego, marino,
dime ahora ese
cantar.”
Respondióle el
marinero,
tal respuesta le
fue a dar:
“-Yo no digo mi
canción
sino a quien
conmigo va.”
Del cerco de Zamora
“Apenas era el
rey muerto
Zamora ya está
cercada;
de un cabo la
cerca el rey,
del otro el Cid
la cercaba.
Del cabo que el
rey la cerca
Zamora no se da
nada.
Del cabo que el
Cid la aqueja
Zamora ya se
tomaba.
Doña Urraca en
tanto aprieto
asomóse a una
ventana,
y allí de una
torre mocha
estas palabras
le hablaba:
“-Afuera,
afuera, Rodrigo,
el soberbio
castellano,
acordarte ahora
debías
de aquel buen
tiempo pasado
cuando fuiste
caballero
en el altar de
Santiago,
cuando el rey
fue tu padrino
y tú, Rodrigo,
el ahijado;
mi padre te dio
las armas,
mi madre te dio
el caballo,
yo te calcé las
espuelas
porque fueras
más honrado:
pensé casarme
contigo,
no lo quiso mi
pecado;
te casaste con
Jimena,
hija del conde
Lozano:
con ella hubiste
dinero,
conmigo tendrías
estado
porque si la
renta es buena,
mucho mejor el
estado.
Bien te casaste,
Rodrigo,
mejor te
hubieras casado;
despreciaste
hija de rey
por tomar la de
un vasallo.
Volvióse presto
Rodrigo
y le dijo muy
angustiado:
“-Afuera, afuera
los míos,
los de a pie y
los de a caballo,
pues de aquella torre
mocha
una flecha me
han tirado.
No traía asta de
hierro,
el corazón me ha
pasado,
ya ningún
remedio siento,
Sino vivir más
penado…”
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