10. A
la meva filla Maria quan tenia un any, en temps de guerra,
de Marià Manent
Se nos acercan al alero las ramas del
abeto
y, lejos, ¿qué sonido estremece la
ventana?
Es triste la montaña en el corazón del
frío
y es triste este olor de la pobre
vianda.
Tal la raíz o el fruto en la niebla del
huerto,
te vas adormeciendo sobre la ropa clara,
y semeja al silencio de la muerte
tranquila
este tibio silencio de la existencia
amada.
de Bartomeu Rosselló-Porcel
Verdean aún aquellos campos
y duran aquellas arboledas
y sobre el mismo azul del cielo
se contornean mis montañas.
¡Allí las piedras invocan siempre
la lluvia azul, la lluvia difícil
que
brota de ti, cadena clara,
sierra, placer, claridad mia!
¡Soy avaro de la luz que me queda
todavía dentro de los ojos
y que me hace estremecer cuando
te recuerdo donde quiera que esté!
Ahora allí los jardines son músicas
y me alteran la calma, me fatigan
como en un dilatado aburrimiento.
El corazón del otoño se marchita,
concertado con tristes humaredas.
Y las hierbas se incendian en montes
de caza, entre sueños de septiembre
y nieblas teñidas de crepúsculos.
Toda mi vida está ligada a ti,
como en la noche a las sombras las
llamas.
12.
Ara mateix,
de
Miquel Martí i Pol
Justo ahora mismo enhebro esta aguja
con el hilo de un propósito que me callo
y me pongo a analizar. Ningún prodigio
que insignes taumaturgos anunciaron
se ha cumplido. Y pasan los años de
prisa.
Con muy poco, y con el viento de cara,
qué larga senda de angustias y
silencios.
Y estamos donde estamos. Más nos vale
saberlo y pronunciarlo y ponernos
de pie y proclamarnos herederos
de un tiempo de dudas y renuncias
en que los ruidos ahogan las palabras
y medio imitamos la vida con espejos.
No nos sirven el llanto o la añoranza,
ni el toque de indolente tristeza
que nos pongamos por jersey o corbata
cuando salimos a la calle. Apenas
tenemos lo que tenemos y nos sobra:
el espacio de historia material
que nos pertenece y un territorio
minúsculo para vivirla. Pongámonos
otra vez de pie y que se oiga la voz
de todos clara y solemnemente.
Gritemos quién somos y que todos
lo oigan. Y acabando, ¡que cada uno
se vista como buenamente quiera,
y vía! Que aún está todo por hacer.
13. Cambra de la tardor,
de Gabriel
Ferrater
La persiana, entrecerrada,
como algo que está a punto de ocurrir,
no nos separa del aire, Mira, se abren
treinta y siete horizontes rectos, delgados,
pero el corazón los olvida. Sin nostalgia
se nos va muriendo la luz, que era color
de miel y ahora es color de olor de manzana.
¡Qué lento el mundo, qué lento, qué lenta
la pena por las horas que se marchan
de prisa. Dime, ¿tú te acuerdas
de esta habitación?
“La quiero
mucho.
Aquellas voces de obreros-- ¿Qué son?”
Albañiles:
falta una casa en la manzana.
“Cantan,
y hoy no los oigo. Gritan, ríen,
y hoy que callen me extraña mucho”.
¡Qué lentas
las hojas rojas de las voces! ¡Qué inseguras
cuando vienen a taparnos! Adormecidas,
las hojas de mis besos van cubriendo
tu cuerpo, y mientras olvidas
las altas hojas del verano, los abiertos
días, sin besos, muy al fondo
recuerda el cuerpo: todavía
tienes la piel mitad sol, mitad luna.
14. Cançó
a Mahalta,
de Màrius Torres
Corren nuestras almas como dos ríos paralelos.
Haciendo el mismo camino bajo los mismos cielos.
No podemos acercar nuestras tranquilas existencias:
entre los dos hay una tierra de cipreses y palmeras.
En los meandros amarillos de lirios, verdes de amor,
siento como si latiese, junto a mí tu corazón.
Y oigo tu agua temblorosa y amiga,
de la nieve al mar, nuestra patria antigua.
15. Domini màgic,
de Joan Vinyoli
Despuntan gritos de hojas en los árboles,
desgarra un vuelo de grajos el ocaso
y la montaña, con azul recogimiento
crepuscular, lleva en su humilde falda
un delantal de trigos tiernos todavía.
Me alejo del embrujo del poniente,
espanto las obligaciones y las cenizas,
y de la antigua madeja corto el hilo.
Pastan en la noche cabras y rocas,
el río encendido se precipita al mar,
rayos como sables llenan el rojo espacio;
dominio mágico, reino sublunar.
16. Dóna’m la mà,
de Joan Salvat- Papasseit
Dame la mano, que iremos por la orilla
bien a la orilla del mar
palpitando,
tendremos la medida de todas las cosas
con sólo decirnos que seguimos
amándonos.
Las barcas lejanas y las de la arena
adoptarán un aire discreto y fiel,
no nos mirarán;
mirarán nuevas rutas
con la mirada lenta del cazador
distraído.
Dame la mano y apoya tu mejilla
sobre mi pecho, y no temas nada.
Y las palmeras nos darán sombra.
Y las gaviotas bajo el sol que luce
nos traerán el sabor a sal que impregna
el amor, cualquier cosa cerca del mar:
y yo entonces, besaré tu mejilla;
y el beso nos traerá el juego de amar.
Dame la mano que iremos por la orilla
bien a la orilla del mar
palpitando;
tendremos la medida de todas las cosas
con
sólo decirnos que seguimos amándonos.
17. Els
amants,
de
Vicent Andrés Estellés
No había en Valencia dos amantes como
nosotros.
Ferozmente nos amábamos desde el alba a
la noche.
Todo lo recuerdas mientras tiendes la
ropa.
Han pasado años, muchos años, han pasado
muchas cosas.
De repente aún me toma aquel viento o el
mar
y rodamos por tierra entre abrazos y
besos.
No entendemos el amor como una amable
costumbre,
como una costumbre pacífica de
cumplimientos y telas
( y que nos perdone el casto señor
López-Picó).
Se despierta de golpe como un viejo
huracán,
y nos tumba a los dos en tierra, nos
junta, nos empuja.
Yo deseaba a veces un amor educado
y en marcha el tocadiscos, besándote
negligentemente,
ahora un músculo y después el lóbulo de
una oreja.
Nuestro amor es un amor brusco y salvaje,
y tenemos la añoranza amarga de la
tierra,
ir a revolcones entre besos y
zarpazos.
¡Qué queréis que haga! Elemental, ya lo
sé.
Ignoramos a Tetrarca. Ignoramos muchas
cosas.
Las Estances de Riba y las Rimas de
Bécquer.
Después, tumbados en tierra de cualquier
manera,
asumimos que somos bárbaros, y que eso
no debe ser,
que no estamos en la edad y todo eso y
aquello.
No había en Valencia don amantes como
nosotros,
pues amantes como nosotros se han parido
muy pocos.
18. En la meva
mort,
de Bartomeu Rosselló-Porcel
Estoy cansado de ti, hosco dominio
y tempestad de llama.
Me elevaré sobre los horizontes
y traeré las banderas al desierto
de la última cabalgada.
Reina de estas horas, ahora vienes
toda brillante, armada.
¡Inútil desesperación del crepúsculo! El
alba
se acerca ya con la espada,
y el ardor temerario que me enciende
aleja las estrellas.
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