Capítulo X
Pura y dura fantasía
Viernes, 22 de
mayo
Se fini, se acabó…
Casi las nueve de la mañana, y el mar muy despierto e
intensamente azul. “Caminante, no hay camino / sino estelas en la mar.” Sin
maletas, sólo con lo puesto y la mochila con todo lo necesario para vivir toda
una mañana en el Fantasía, revisamos el Daily
program (el último), más bien dirigido a los pasajeros que a las 04’30h
subieron a bordo en Palma para iniciar su crucero (Partida, Palma de Mallorca.
Distancia entre Palma de Mallorca y Barcelona, 128 millas náuticas.
14’00h Llegada, Barcelona. Todos a bordo a las 22’30h. 23’00h Partida,
Barcelona. Distancia entre Barcelona y Marsella, 199 millas náuticas.
12’00h, sujeto a las condiciones meteorológicas, Llegada, 23 de mayo,
Marsella). A nosotros, los que hoy terminamos esta aventura, nos han dejado de lado. Así que, enfilamos
las últimas horas a bordo. Lo primero, el desayuno en el comedor de la 6ª
planta, a popa, viendo cómo van quedando atrás cinco enormes franjas de espuma,
como surcos gigantes de un campo sembrado de pasado. ¡Qué razón tenía Machado
cuando decía: “Y al volver la vista atrás, / se ve la senda que nunca / se ha
de volver a pisar.” De modo que lo mejor es ir acostumbrándose a lo inexorable,
pero viviendo al día lo que te ofrece antes de precipitarse en el pretérito que
no volverá más. Y así, sin la posibilidad de volver al camarote que hasta hace
unas horas era el nuestro, con la mochila al hombro, lo segundo que hacemos es
subir a la planta 14, donde está el Aqua Park y apuntarnos a las actividades
que allí tengan lugar. Especialmente, mi mujer, que al salir a la superficie y
descubrir a nuestros jóvenes profesores de baile impartiendo una clase de
gimnasia a un grupo numeroso de personas, sobre todo mujeres, se apunta
inmediatamente a hacer unos cuantos ejercicios, y eso que va vestida para el
desembarque en Barcelona. En cuanto a mí, prefiero coger una hamaca y ponerme a
escribir las últimas notas del viaje, a un lado, cerca de la barra, medio en
sombra. Y no he hecho más que apuntar los versos de Machado, cuando la mujer
del profesor de arte, que se ha acercado a mí, me toca el hombro para llamar mi
atención y me pregunta apesadumbrada:
“¿Qué le ha hecho a mi marido? ¿Qué le ha dicho?”
Antes de contestar miré a un lado y a otro, y al no
ver allí a su hombre, yo también me entristecí.
“¿Qué le ha pasado?”
“No ha pegado ojo en toda la noche. Con delirios y
sollozos. Ahora está abajo en la consulta del médico de a bordo. ¿Qué le ha
dicho usted? ¿Qué le ha hecho? Le pedí por favor que le siguiera la corriente…”
“Y lo he hecho, señora. Créame. Hasta ayer. Lo que
pasa es que se me olvidó acudir a la cita que había concertado con él en la
Biblioteca…
“Eso es lo que le desquició del todo, el que usted no
acudiera allí. Pero ya no importa. Parece que, después de todo, después de una
noche de la que creí que no iba a salir, mi marido se encuentra más tranquilo.
Así lo he dejado con el médico tras haber recibido en vena el medicamento
correspondiente.”
Le iba a decir que me alegraba de que al fin el hombre
se encontrara mejor, pero me mostró la mano abierta para impedirme que
hablara.
“No le costaba nada seguirle la corriente.” Y se fue
caminando hacia donde le esperaba su eterna amiga. Luego las dos desaparecieron
en la zona de los ascensores.
Me quedé un rato con un nudo en la garganta y un sudor
pegajoso en todo el cuerpo. Luego recogí mis cosas de la hamaca y me acerqué a
la barra a tomar una cerveza. Aún no me había atendido el camarero cuando se me
acercó mi mujer.
“¿Pero ya tienes ganas de tomar algo?”
La verdad es que tras el copioso desayuno no tenía
ninguna gana de tomar nada. Aún así, asentí con la cabeza. Debía deshacer aquel
nudo de angustia que se me había formado en el cuello y una cerveza fría
podía ser el remedio más idóneo para diluirlo y de paso aliviar un poco el
sudor de mi piel.
“¿Quieres tú algo?”, le pregunté.
“Quizá un poco más tarde”.
Tomé la cerveza mientras consultábamos el último Daily program del crucero. A las 11’30
tenía lugar la última clase de tango en el Liquid Disco Bar de la planta 16, en
el remate mismo del Fantasía, que para nosotros empezaba a retirarse para ceder
el paso a la rutina diaria de la realidad más contundente.
Los “bravíssimo”, los “okey”, los “catastrofe” del
simpático instructor nos sonaban a cosas lejanas… ¿Nos acordaríamos, pasado el
tiempo, de aquellos pasos últimos del tango aprendidos en el barco? Lo que más
sentía era que ya me sonaban a esfumados en el tiempo y las caras de la pareja
de instructores, junto con las vistas del mar a través de las cristaleras de la
sala de baile más alta del Fantasía me parecían aislados fotogramas de una
vieja película. Menos mal que, finalizada la clase de tango, bajamos en ascensor
a la planta 7 y todo cambió de repente. Allí encontramos a la pareja madrileña
y juntos tomamos el vermut en el Manhattan Bar. Nos dijeron que habían quedado
con los canarios a la una para ir juntos a comer y les propusimos ir con ellos.
Pero los canarios no se presentaron, y nosotros cuatro entramos en el comedor. Hora y media más
tarde, bajábamos la escala de desembarque. Mientras esperábamos en la cinta la
llegada de las maletas, aún nos vimos un par de veces más con los madrileños.
Finalmente, nos despedimos hasta otra ocasión.
Con las maletas salimos de la Terminal y nos pusimos a
la sombra a esperar a nuestros hijos, con los que habíamos quedado en que
vinieran a buscarnos con el coche para llevarnos a casa.
Minutos más tarde, atravesando Barcelona por la ronda
del litoral, todo lo vivido hasta ese momento me parecía, como si el nombre del
barco que había sido nuestro hotel durante ocho días siguiera ejerciendo sobre
mí su mágica influencia, todo lo vivido hasta ese momento me parecía pura y
dura fantasía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario