1.
Mi etapa final en el Colegio Privado fue la más
nefasta para mí y no sólo por el hecho traumático de haberme visto en la calle
con el pretexto pueril que el último director, Canal, un hombre blando y
redondo como un "donuts", que en vez del agujero en el medio lo
llevaba en el cerebro, me planteó en su despacho; ese pretexto, tan infantil
como sobado, fue que había que sanear económicamente el Colegio, que entonces
pasaba por una mala racha. Mala racha según se mire porque los gerifaltes
“religiosos” del Colegio Privado no tuvieron ningún empacho en desembolsar
cantidades astronómicas de dinero para indemnizarnos a los despedidos, que
fuimos entonces cerca de una docena de personas, entre profesores y personal no
docente.
En una de nuestras
reuniones posteriores al naufragio humano, que nosotros bautizábamos como
sesiones terapéuticas para acabar con los fantasmas del pasado, el amigo Llerón
se refirió a su salida involuntaria del Colegio Privado como “Gran putada"
y añadía sin cortarse un pelo: “La que me hicieron aquellos cabrones mandándome
a la biblioteca, animus
meminisse horret, fue de las que hacen
época. Recuerdo muy bien los detalles de la conversación que mantuve con el
entonces director, Deus (el apellido debía haber sido Diablus), ab uno disce omnes. Esa conversación no tiene desperdicio, créeme. ¿Y
las visitas que me hacíais algunos de mis amigos a la biblioteca para darme
ánimos en contraste con el desaire de otros que hasta entonces consideraba mis
amigos, donec eris felix,
multos numerabis amicos, y que no dieron
señales de vida mientras permanecí confinado entre aquellas cuatro paredes
silenciosas y aburridas? Para un libro.”
Yo le dejaba hablar. Sabía
de sobra que Llerón hablaba y hablaba explayándose en largas intervenciones y,
de interrumpirlo, nada habría conseguido sino alargar más su perorata. Lo mejor
era dejarle hablar hasta que, como las ballenas, se tomase un descanso para
salir a la superficie del diálogo para respirar. Y eso ocurría cuando se ponía
a contar chistes. Como cerezas enzarzadas los contaba, asociados por temas o
por tonos. Sólo sobre sexo sabía más de mil.
Llerón llegó al Colegio Privado un año antes que yo.
Venía de la Pública y había estado enseñando en una escuela unitaria de Mérida.
A Barcelona vino ya casado y con un hijo en camino. Al principio de su estancia
en el Colegio Privado y durante varios años Llerón se encargó de gestionar las
admisiones de nuevos alumnos y después fue Jefe de Sección de los pequeños.
Pero con el tiempo pasó a ser sólo profesor y encargado de curso de
Bachillerato. Durante los primeros años todo parecía sonreírle, pero con el
cambio experimentado por el Colegio Privado a finales de los ochenta, en que
los puestos de responsabilidad académica recayeron también en manos de los
"religiosos", la gracia del principio se trocó en imparable
desgracia, y con el penúltimo director, el mencionado Deus, lo pasó tan mal,
que sus compañeros más cercanos pensamos que
acabaría arrojando la toalla ante la clara intención de los gerifaltes
de ponerlo de patitas en la calle. Sustine
et abstine, como habría dicho él.
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