I.
Vivir este presente, esta caricia
de otoño y de cerveza, estos donaires
de andamio consentido y cama alegre
donde el amor es cómplice del sexo.
Vivir la luz de ahora,
comprobar que la trama de la vida
no es alma de novela:
sólo huella y rastro y gesto y canto
de latido presente,
sencillo compromiso con la esencia
de ser antes que nada flor que muere,
fuego humilde que arde con la leña
del tiempo bien vivido.
Y aprender de los pasos cotidianos
que todos somos barros en los dedos
de algún dios despistado
que al azar en pie nos puso una mañana
y al instante se olvidó de nosotros.
Sin embargo, madurar con la fe
de la uva que algún día será vino.
II.
El viento está que acosa, hiere y mata
las ramas de los sauces. Vuelan muertas
las hojas amarillas y se posan
como plumas sin vida de oropéndolas
en la orilla del río, lluvia de oro
que llena de nostalgia nuestras vidas
al pensar que también fuimos felices.
“Ven; no pases de largo. Para; quédate.
Ya
no hay remedio, salvación posible”.
La belleza es tirana: obliga a verla,
a darle el corazón, a amarla siempre
aunque nada nos deje en su partida.
Así mi amor por ti, que fuiste el viento
que arrasó los ramajes de mi vida.
(A
José García Nieto)
III.
Mañana otoñal. Ahora esperas
sobre el andén al tren que vendrá pronto
mientras lloran las letras en las hojas
del diario gratuito.
No discriminem les persones amb SIDA
Nuevas pistas señalan al vecino de los McCann
Kidman teme seguir los pasos tristes
de la Princesa de Gales.
¿Qué te reportará el día en Barcelona?
¿Saldrá tal vez el sol? ¿Habrá alguna incidencia en la salida
cultural con los chicos?
El manco de Lepanto y dos novelas
pasadas al teatro y luego el vicio
de recorrer los pasos del Manchego
por las calles vetustas de Barcino.
Pensamientos de miedo y esperanza
El miedo al aire entre las hojas secas
que se mueren con quejas amarillas
y el aire quieto de ausencias transparentes.
El tren llega, lo coges. Dentro el mundo
del libro y del trabajo
enzarzan
sus ardientes condenas.
Barcelona expectante
te aguarda tras el vientre de los túneles.
Llega Clot, el teatro, Cervantes
y una boda engañosa.
Dos actores
se multiplican en soldados,
licenciados, doncellas,
damas taimadas que ocultan sentimientos.
Abren cestas de mimbre,
izan velas, dialogan, cantan
simulando voces dulces de mujer...
todos los trucos
de la tramoya que no da más de sí,
un telón y las sombras
y la Portada
de las doce Novelas Ejemplares.
Los premios del aplauso y se fini.
La humedad de la calle, el barrio suelto,
ruidoso entre semáforos, las tiendas
y la gente de espaldas a la muerte,
caminando con luz en la mirada
hacia los duros mercados de la vida.
De nuevo los andenes, los billetes
del tren de cercanías
que alejan los olvidos y los miedos
y acercan en suspiros virtuales
la esperanza de los últimos andenes.
Y abandonas el vientre subterráneo.
Profesores y alumnos como topos.
Ascendéis a la luz de la Plaza.
Devenís aves libres
de vuelos callejeros,
ríos habladores
en busca del Quijote por el Gótico,
el Call, la Sinagoga,
los balcones que antaño voceaban
al paso de los héroes.
El mar estaba cerca. El fin al borde
de una herida en la arena, velas rotas
por arcabuces ciegos. Y en la playa
de la imaginación
Sansón Carrasco vence al caballero,
pone punto final a la locura.
Cerca está la casa de Cervantes.
Desde ella otea aún el mar caliente
de aventuras, galeras y grilletes,
y ve caer vencido a su otro yo
a punta cruel de lanza de destierro.
Madrid le espera ya sin tumba fija
a la deriva entre docenas de esternones,
calaveras y tibias. Eso piensas
mirando la fachada
que frente al mar recuerda el paso vivo
del Manco de Lepanto en Barcelona.
Mientras arriba, el cielo encapotado,
aguanta la tristeza del momento.
Cruzáis la Layetana, gotas frías
os ungen de repente. El muro gris
de Santa María del Mar lava
su silencio con lluvia de otro otoño.
Mientras sigue la llama
del vecino Fossar de las Moreras
diciendo Cataluña no quiere ya más eñes,
no quiere más palabras de Castilla en la lista
de los muertos por la Comunidad.
Pero la lluvia cae con eñes de cien sueños
sobre las duras baldosas de la plaza.
Los alumnos descansan mientras comen
en los bares cercanos.
Y tú con tus colegas
visitáis las Caputxes.
Sentados a la mesa en la ventana
veis el arco apuntado de la iglesia.
Lasaña y vino. Y lluvia
tenaz sobre la plaza.
Cada adoquín es ya charol humilde,
y en tu alma se moja la semilla
de la nostalgia inútil.
Se reanuda el paseo, ya de vuelta,
hacia los vientres trepidantes de los túneles
con la fatiga hiriendo
los escudos más fuertes.
Os saluda Picasso al pasar por su patio
y os muestra la ropa hecha jirones
de un arte de entreguerras de una guerra
pintada en las Meninas y en cerámicas,
en trastiendas de polvo y oro viejo
de la calle Montcada.
Pasáis por Arcos Rojos
con murciélagos regios en los bordes
y leyendas de finales de siglo
cuando Onofre Bouvila imitaba al Quijote
en manos de Mendoza, otro Cervantes
sin deriva y sin ganas de soñar
en anónimas tumbas.
Como tú,
a quien de toda la salida cultural
te queda solamente el ruido de la plaza
de San Felipe Neri, los zumbidos
de unos niños jugando a la pelota
y los gritos callados de los tiros
grabados para siempre en las paredes.
Cervantes, el teatro, Barcelona.
Y el fusilamiento impasible del olvido.
(A los profesores y alumnos de La Románica)